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Las palabras de “Lo que no fue dicho”

Una de las razones por la que este cuento nos atrapa, es el parecido con la vida real. La narración nos acerca la historia a los oídos, nos invita a sumergirnos entre los cortos capítulos, haciendo que al finalizar la lectura anhelemos el momento de introducirnos en el próximo.

María Teresa Santolamazza
10 de septiembre de 2022 - 08:29 p. m.
La belleza y la estética son una búsqueda reiterativa del autor y se repite su presencia en tantos renglones, como nos lo evidencia las conversaciones con la abuela: “La belleza es singular. La rosa es más roja que el rosal” .
La belleza y la estética son una búsqueda reiterativa del autor y se repite su presencia en tantos renglones, como nos lo evidencia las conversaciones con la abuela: “La belleza es singular. La rosa es más roja que el rosal” .
Foto: Archivo particular
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Esto es entre tú y yo, no lo digas a nadie: en la vida vas a encontrar abismos y puentes,

dificultades, desesperación,

entonces escribe,

las palabras son lo único que tendrás cuando ya no haya nada.

José Zuleta Ortiz, “Lo que no fue dicho”

En medio de la dulzura de la palabra que se mece entre el despertar de los recuerdos para contar una historia, y lo que se cree que fue la historia (distorsionada) para poder ser contada, se encuentra aquello que, aunque “no fue dicho”, va saliendo a flote en cada renglón de la novela.

Zuleta, sin adornos, va relatando un cuento creíble que tiene, justamente en la palabra creíble, la magia que se desborda en lo que escribe. Unas letras que, más allá de promover la “curiosidad morbosa” por conocer acerca de la vida del autor, de sus padres o de su entorno, invitan a sumergirse en las palabras que se han ordenado para transmitir la sensación de que todo lo que allí se dice, es cierto.

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No son los personajes míticos ni los héroes con vidas asombrosas o los hechos fantasiosos lo que despierta el interés del lector. Una de las razones por la que este cuento nos atrapa, es el parecido con la vida real. La forma de narrar nos acerca la historia a los oídos, nos invita a sumergirnos entre los cortos capítulos, haciendo que al finalizar la lectura de cada uno de ellos anhelemos el momento de introducirnos en el próximo. Cada capítulo que se cierra, nos urge a la lectura del próximo. Más allá de que haya un guiño a lo autobiográfico, es una historia que bien vale la pena ser contada. Esa llamada “literatura del yo” aquí no muestra lo vivido como un show mediático, sino que va mezclando la realidad con lo que parece imposible, pero que, a todas luces, se va volviendo posible.

El libro se inicia con una inesperada coincidencia con Mersault, el personaje de Camous, cuando el mensaje que alcanzó a Zuleta en Lisboa: “Ha muerto tu mamá” (p. 13), desencadena la historia; a partir de aquí el protagonista de Lo que no fue dicho, al igual que el de El extranjero, se mantiene en la línea de no mostrar sentimientos de lástima, arrepentimiento o injusticia de la vida frente al abandono. No lo abandona toda la sociedad, sino que son los personajes, tal vez los más importantes de su grupo familiar, quienes abandonan al protagonista: “No lloré. Entré en un retraimiento profundo. Silencio retrospectivo. Un dolor minucioso buscaba el hilo para rehacer el tejido” (p.13), sin saber si encontraría la punta de la madeja para hallar lo que en común hubiera tenido con ella. Sin saber cómo recordar cuando no hay recuerdos.

El texto puede caer en lo autoficcional; sin embargo, al debatirse entre la autobiografía y la novela, no permite que algunos lectores, curiosos por conocer acerca de la propia vida del escritor, tengan la certeza sobre si es verdad o si es invención. Habrá a quien esto no le importe y se concentre solo en la forma en la que este cuento fue escrito, pero habrá quienes se sientan atraídos por la voz que, en primera persona, narra, sintiendo que su curiosidad queda resuelta por la posibilidad de sentirse cerca de la intimidad del relator, entendiendo la obra como un acto confesional.

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En momentos en los que el reality ocupa un lugar importante en los medios audiovisuales, el género autoficcional puede satisfacer a quienes están ávidos por conocer los sucesos reales que le ocurren a la gente del común; para el segmento de aquellos que insisten en bucear en aguas biográficas, textos como la carta escrita por Gardel (p. 199, 200), o la entrada al diario de Fernando González con ocasión de la muerte del padre del filósofo (p. 29) pueden satisfacer parte de la curiosidad; pero es la forma de describir lo que conquista a otros lectores que descubren que el trabajo va más allá de referir los hechos de manera cronológica. Lo que cuenta no es siempre como sucedió en la realidad, ni todo lo que cuenta es cierto. Lo más importante es la estética que se esfuerza en construir.

En una obra narrada en primera persona, donde la tentación por convencer al lector de que los hechos sucedieron como el escritor los expone, se pudieron utilizar párrafos extensos, llenos de detalles, con argumentos que involucraran aún más al lector y se tocaran las fibras sentimentales. Sin embargo, el escritor privilegia las frases cortas, lacónicas, eficaces, breves, concisas, con economía de palabras, donde se muestra lo necesario, sin llenar los acontecimientos con diálogos innecesarios o con escenas que no llevan al fin requerido: “Unos niños jugaban con su perro. Recordé la oración que decía en secreto para no molestar al padre ateo que Dios nos dio. La recité en voz alta. Ahora los cerros estaban más cerca, pero oscurecían. Temía que la memoria me fallara en la oscuridad” (p. 42).

Zuleta escoge muy bien aquellas palabras que le permitan describir con potencia algunas imágenes, haciendo que se tornen reales, con sobriedad, sin caer en descripciones extensas. Solo las frases justas: “cuando papá me vio, se puso a llorar, lloró tanto que me bañó con sus lágrimas, saboreé la sal de su llanto” (p 35). Más que describir, retrata: “Por el camino vi una paloma muerta, la iridiscencia de sus plumas a pesar de la muerte me hizo pensar en el abuelo. Acaricié a un perro callejero que después de la caricia gruñó y lanzó una dentellada, la esquivé. Pedí agua tres veces; en un antejardín traté de alcanzar unas cerezas maduras” (p. 41, 42). Transmite maravillosamente lo que solo se percibe a través de los sentidos: “me gustaba el olor de los medicamentos, olían al enigma de la química, de la salud guardada en cápsulas, en ampollas líquidas, en ungüentos milagrosos” (p.103). Con imágenes poéticas, nos hilvana a sus realidades, haciéndonos sentir en carne propia parte de la historia: “letargo agradable en el que el cuerpo parecía estar en retirada. No había dolor. Slo sopor, suaves delirios y una pereza omnipotente a la que la voluntad se entregaba con placer mientras se desvanecía la conciencia del mundo” (p. 49, 50).

La belleza y la estética son una búsqueda reiterativa del autor: “El origen de la belleza, nuestro limbo que fue paraíso: los patios de la infancia” (p. 61); y se repite su presencia en tantos renglones, como nos lo evidencia las conversaciones con la abuela: “La belleza es singular. La rosa es más roja que el rosal” (p. 23), para llegar a comprender en esas conversaciones que: “la belleza debe contener misterio, insinuación, silencio. El exceso es torpeza, bullaranga” (p. 23); exceso que ultraja la belleza hasta el extremo en que se percibe que: “también lo demasiado bello pierde su encanto, por eso pusieron aquel lunar en el rostro de Marilyn Monroe (…) y lo más importante: que la belleza es imperfección” (p. 118).

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La novela, género que se vale del uso de otros géneros, da cabida en Lo que no fue dicho a poemas propios, apartes de diario, definición de las palabras, cartas de familia, textos de su padre; dando un respiro a la obra, amalgamando obra y persona, literatura con existencia y realidad con ficción.

A quienes nos gusta la lectura, la escritura y somos aficionados tanto al sonido como al significado de las palabras, sufrimos con impaciencia al querer descubrir el sentido de las mismas cuando no las conocemos, sentimos angustia cuando no las reconocemos porque parecen dichas en otro idioma, sentimos el deseo de hacernos sus fanáticas, de coleccionarlas, de archivarlas a donde puedan ser encontradas para ser utilizadas textualmente, o para que nos inspiren en alguno de nuestros textos con aquello que su sonido nos sugieran, a sabiendas de que la significancia no depende siempre del diccionario (de la diversidad que cada una de ellas pueda tener) sino de quien nos lee, del sitio donde las hayamos alojado y de la libertad que nos permitamos para entenderlas dentro del contexto en que han sido usadas. Bendita unión de letras que forman sílabas, sílabas que completan palabras, palabras que nos disparan a un mundo que no hay que conocer personalmente porque con las palabras viajamos a destinos nunca imaginados y se hace parte de historias nunca pensadas.

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Por María Teresa Santolamazza

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