Las películas de García Márquez con Gina Lollobrigida
Estas son las reseñas que el Nobel de Literatura colombiano publicó en sus años de periodista de El Espectador sobre los filmes de la legendaria actriz italiana, fallecida esta semana.
Gabriel García Márquez * / Especial para El Espectador
Transcribimos enseguida las columnas de “El cine en Bogotá. Estrenos de la semana”, publicadas entre 1954 y 1955 en el diario El Espectador, en las que Gabriel García Márquez escribió sobre la recién fallecida actriz italiana Gina Lollobrigida, analizó sus papeles magistrales y crítico, entre otras cosas, que su carrera se centrara tanto en sus atributos físicos: (Más: La muerte y la leyenda de Gina Lollobrigida a los 95 años de edad).
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Transcribimos enseguida las columnas de “El cine en Bogotá. Estrenos de la semana”, publicadas entre 1954 y 1955 en el diario El Espectador, en las que Gabriel García Márquez escribió sobre la recién fallecida actriz italiana Gina Lollobrigida, analizó sus papeles magistrales y crítico, entre otras cosas, que su carrera se centrara tanto en sus atributos físicos: (Más: La muerte y la leyenda de Gina Lollobrigida a los 95 años de edad).
«Otros tiempos»
El italiano Alejandro Blasetti reconstruye con encantadora maestría varios episodios del pasado: uno picaresco, otro sencillamente cómico, otro satírico, otro graciosamente nostálgico y otro trágico, puramente teatral, con base en una pieza de Pirandello. Nuestras informaciones indican que en la copia que se proyecta en la ciudad hace falta una secuencia: El tamborero. (Recomendamos: Crónica de Nelson Fredy Padilla sobre la vida y obra de García Márquez en el cine).
Otros tiempos continúa la línea de las películas de episodios, del tipo de las basadas en cuentos de Somerset Maugham; de la inolvidable Al morir la noche, inglesa y con la eficaz colaboración del brasileño Cavalcanti; y de las recientes italianas: Nosotras las mujeres y Tres historias prohibidas. A diferencia de aquéllas, Otros tiempos ha sido realizada por un solo director –el mismo de Primera comunión, inolvidable– y esa circunstancia ha proporcionado al film una unidad que era difícil de conseguir dentro de la variedad estilística de los diferentes episodios. En general, la película es encantadora. Como realización es excelente y en cada momento se advierte la mano maestra de un conductor inteligente, espontáneo, seguro de sus propósitos.
Gina Lollobrigida, que intempestivamente ha saltado al primer plano del interés universal, desempeña en esta película un papel magistral. Eso es una revelación, pues aparte de sus conocidos y protuberantes atractivos fisicos, su prestigio no reposaba en un par de bases diferentes, ni siquiera cuando fue conducida por René Clair, quien evidentemente en Beldades nocturnas la utilizó como un simple animal decorativo.
En Otros tiempos, organizada su actuación por un director que parece conocerla muy bien, Gina Lollobrigida es una actriz excelente, sobria, inteligente, espontánea, sin sacrificio alguno de sus atractivos. Vittorio de Sica, en cambio, en su interpretación de un descolorido y atolondrado abogado de Nápoles, revela una honrosa deficiencia: su rostro es demasiado lúcido, demasiado inteligente para un papel como el que se le ha encomendado y que De Sica no toma en serio en ningún momento, porque no hace otra cosa que burlarse magistralmente de su personaje.
«La adúltera»
Con base en una novela de su compatriota Alberto Moravia, el director italiano Mario Soldati ha hecho una película correcta, una de esas películas intachables desde el punto de vista técnico, pero demasiado normales en su contenido. En esas circunstancias, el juicio está casi siempre condicionado al gusto personal del espectador.
En nuestro caso particular, La adúltera tiene la desventaja de ser un cuento muy conocido desde diferentes ángulos, un poco convencional, contado en una prosa hábil pero innecesariamente explicativa. El personaje interpretado por Gina Lollobrigida se parece curiosamente a la propia actriz, en un grado que permite pensar que el director se limitó a acomodar las tendencias naturales de la intérprete al personaje, ante la imposibilidad de que ella tomara posesión de su papel.
No es extraño esto en el caso de Gina Lollobrigida, una actriz que ha hecho su carrera sobre los inquietantes carriles de sus atractivos físicos, y de quien directores tan diferentes y notables como René Clair y Alejandro Blassetti no han podido sacar un partido distinto del puramente ornamental.
El film está contado a través del personaje de Gina Lollobrigida. Pero en última instancia, y desde el primer momento, el personaje más interesante y al mismo tiempo el mejor analizado e interpretado es el profesor, abnegado esposo de una esposa que está muy lejos de participar de los atributos de su marido. Gabriel Ferzetti, el intérprete, se ha hecho cargo de su papel en una forma admirable, y especialmente a su comprensión de un director inteligente y profundamente conocedor de lo que tiene entre manos, se debió la calidad, la fuerza dramática, la autenticidad del momento culminante del film: la escena en que el profesor penetra en la alcoba de la hija de su pensionista. Esa sola escena habría podido salvar a La adúltera de la mediocridad, si no fuera porque además la salvan el estilo reposado y seguro, tan seguro con la fotografía tranquila y expresiva de Aldo Tonti.
Entre la insoportable producción italiana que nos ha venido en los últimos meses, La adúltera es una película notable. Nada extraordinario, nada diferente, nada inolvidable, pero de todos modos con mucho de buen cine y especialmente con una honestidad en el guión y la dirección que no pueden pasar inadvertidos en nuestro infinito festival de cine puramente mercantil. Si a alguien se debe atribuir el hecho de que a pesar de todo la historia de La adúltera sea una historia sin interés, tiene que ser a Alberto Moravia, que no ha hecho otra cosa que presentar un aspecto diferente de la psicología de su famosa La romana. Si alguien tiene todavía interés en esa clase de conflictos pasionales, encontrará numerosos motivos para sentirse satisfecho con La adúltera.
«Espadas cruzadas»
Errol Flynn se está gastando el dinero ganado en una larga trayectoria profesional, en películas que parecen hechas exclusivamente para reivindicar su antiguo prestigio de espadachín. Una de ellas es Espadas cruzadas, realizada en Italia, con el anzuelo de una Gina Lollobrigida agobiadoramente vestida a la moda medieval, que es una Gina Lollobrigida sin ningún atractivo a la vista.
Errol Flynn se está cargando su dinero, al parecer no exactamente para ganar más dinero sino para no perder demasiado pronto su nombre de conquistador. De manera que él es el centro de la acción, en su papel de apuesto espadachín perseguido por las mujeres. Es el narcisismo del climaterio. Y la película realizada con base en esa preocupación es un cuento largo y estúpido, mejor contado ya una docena de veces, en el que lo único que parece virginal es el personaje que persigue al conquistador para hacerle oír la lectura del decreto que amenaza su soltería.
Como ocurre con todas las películas realizadas por un equipo de técnicos norteamericanos, la técnica de Espadas cruzadas es intachable. El color es original, pero aplicado sin ningún criterioestético. Y la acción absolutamente insustancial, demasiado recargada; y la fotografía, de tarjeta de Navidad, y la dirección enteramente impersonal. En resumen: un entretenimiento para débiles mentales.
«Fanfan la Tulipe»
El fecundo y desigual Christian Jacque ha sacado un formidable partido al legendario aventurero francés que –como muy acertadamente lo advierte Time– es una mezcla de Rob Roy y Robin Hood. Es imposible saber a qué atenerse con Christian Jacque, a quien a veces le salen mal películas que habrían podido ser buenas, y viceversa. Esta es, sin embargo, una buena película, muy bien realizada, con un realismo convincente y encantador. Especialmente la secuencia de la captura del estado mayor es un episodio inolvidable.
Y la comedia es en general divertida, rápida, sin astracán, sin vana espectacularidad en la cual se confirman el formidable talento de Gérard Philipe, la tridimensionalidad de Gina Lollobrigida, y la desigualdad de Christian Jacque, autor de Legionario a la fuerza, que es precisamente el reverso de Fanfan la Tulipe.
«El gran juego»
El gran juego, una realización de Robert Siodmack –el gran director de Los asesinos–, es la misma película hecha en 1930 por Jacques Feyder, con un guión de Charles Spaak. Con base en ese mismo guión, Siodmack ha vuelto a hacer el film, en colores, con Gina Lollobrigida y Jean-Claude Pascal.
No conocemos la versión original de Feyder, pero el gran director ha escrito sobre sus propósitos con El gran juego, una página que merece transcribirse para la mejor comprensión de su idea. Dice Feyder en Le cinéma, nôtre métier, un interesante libro escrito en colaboración con su esposa, Françoise Rosey, que en la primera versión de El gran juego desempeñó el papel que correspondió a Arlety en la segunda: «El film El gran juego tuvo su origen en América. Antes de regresar a Francia, yo había pensado en la posibilidad de realizar Como tú me quieres, de Pirandello, con Greta Garbo. Los americanos desconfiaron del tema. Les pareció imposible satisfacer al espectador al fin de la película, sin haberle explicado claramente la verdadera identidad de la heroína, sin haberle aclarado si ella era en realidad ella misma u otra enteramente distinta.
»Todo el interés de la pieza radica en esta duda, en el balance de las peripecias de un enigma que no se resuelve jamás... Yo había pensado en proporcionar una voz diferente a Greta Garbo en cada uno de sus papeles, doblarla mediante un proceso técnico sumamente odioso.
»Sin embargo, ante la obstinada negativa de Hollywood, tuve que renunciar a mis proyectos. Pero las discusiones, los prolongados argumentos me proporcionaron la oportunidad de profundizar en el difícil problema.
De estas meditaciones nació El gran juego, donde el mismo personaje, que posiblemente sean dos personajes diferentes, conserva siempre la misma apariencia física, pero dos timbres de voz diferentes. Yo me acordaba de mis experimentos técnicos en el cine mudo, de las deformaciones psicológicas de Cranquebille, que me habían proporcionado algunos placeres más laboriosos, los más apasionantes de mi carrera».
En realidad, como se deduce del párrafo transcrito, El gran juego de Feyder fue casi esencialmente un experimento técnico. No figura entre sus mejores películas ni se le menciona con mucho entusiasmo en los textos históricos. De allí que no parezca extraño que la nueva versión de Siodmack –que se exhibe actualmente– sea una película bien realizada pero sin nada de particular, y con un cierto tartamudeo no muy convincente en el momento culminante. La dirección es fría, la fotografía desganada aunque con notables aciertos en la utilización del color, y Gina Lollobrigida mejor actriz que de costumbre. Tan bella e inquietante como de costumbre.
Amor en la línea «H»
Al mundo le queda todavía la esperanza de que las mujeres crean en el amor. Es evidente que mientras los hombres confían más en las armas termonucleares que en los sentimientos, las mujeres –por lo menos aquellas que son capaces de afectar las estadísticas– confían en la fuerza del amor, si es que así hemos de llamar al sentimiento en que confían las mujeres, y que por lo menos es el que más se parece al amor de los románticos.
Gina Lollobrigida ha creído ser capaz de conseguir con su belleza lo que no han podido los políticos occidentales con sus amenazas: enternecer a Malenkov. Gina está dispuesta a viajar a Moscú, a poner término a la inminencia de la guerra con la única arma de sus encantos, que ciertamente son todo un ministerio de relaciones exteriores.
Ahora hay otra mujer –Joan Stork, de 20 años, alumna de la Universidad de Illinois– que viaja a Mónaco con el exclusivo objeto de conquistar al monarca del principado más pequeño del mundo, que es al mismo tiempo el soltero más empedernido del mundo. Joan Stork está entre las mujeres que creen en el amor, y acaso su fe le facilite la victoria. Pero no hay que hacerse muchas ilusiones por ahora. La historia de la humanidad está llena de mujeres hermosas y de mandatarios enamorados, que en una sola noche han torcido el rumbo de los acontecimientos.
En la actualidad las cosas ocurren de otro modo, y ello no puede atribuirse al hecho de que las mujeres de hoy sean menos hermosas que las de ayer, ni menos hábiles en el manejo de las armas de la seducción. Acaso se deba a que los hombres, y menos los mandatarios, ya no creen en el amor. De manera que las mujeres, antes de conquistarlos, amansarlos y convertirlos en unos poderosos tontos de entregadizo y gelatinoso corazón, deben tratar de convencerlos de que el amor existe. Aunque no exista, claro.
«Dos mujeres»
Una atractiva muchacha, dedicada al próspero negocio del amor con los soldados norteamericanos en Roma, consigue ahorrar un millón de liras que no deposita en un banco sino que lo envía al párroco de su pueblo, la única persona que le merece confianza.
Ella –Gina Lollobrigida– y su amiga íntima –Ivonne Sanson– viajan después de cierto tiempo a la aldea en busca del dinero y allí se encuentran con que el viejo párroco ha muerto, y el nuevo ha confundido los ahorros de la muchacha con donaciones para el asilo de huérfanos. Ese es el cuento central de Dos mujeres, una encantadora película de Luigi Zampa, en la que lo mejor no es sin embargo la aventura de las muchachas sino el análisis de la vida y los habitantes de la aldea, un análisis hecho con tanta gracia y tanta comprensión que recuerda mucho el clima creado por Berlanga en Bienvenido, Mr. Marshall, y por Pagnol-Boyer en El premio a la virtud. En esa línea, aunque sin los méritos extraordinarios de la producción española, se encuentra esta película que es, esencialmente, una penetración, alegre, humana y tierna en ocasiones, en la vida íntima de una pintoresca aldea mediterránea.
Son, otra vez, el cura, el alcalde, el boticario, el sargento de policía y el pequeño mundo de las beatas, tratados en un tono humorístico, pero en ningún caso caricaturesco, con mucha comprensión y apreciable calor humano. Tal vez por el carácter de su papel, Gina Lollobrigida aparece un poco fría y descolorida, al lado de una Ivonne Sanson que habría podido llevarse todas las palmas de no haber sido por un cierto recargo de artificio en su actuación. En cambio el alcalde, el cura, la mujer que cuida a los huérfanos –psicológicamente muy bien lograda– son personajes de carne y hueso, enredados en esa conocida maraña de rencillas políticas e inofensiva mezquindad cotidiana propia de todos los pueblos pequeños.
La comparación del alcalde preocupado, con Napoleón absorto después de la derrota, es un detalle de excelente y fino humor, logrado en un limpio y delicioso idioma cinematográfico. No hay fraseología ni en los diálogos ni en la descripción visual del ambiente. Probablemente sólo hizo falta un poco de mayor rigor en la organización del guión y en el tratamiento de algunas escenas en las que se presiente al fondo el aleteo del melodrama, para que Dos mujeres hubiera sido una creación extraordinaria. Pero es agradable, rápida, digna y, sobre todo, está realizada con audacia en el tratamiento del tema y con una meritoria valentía en la manera de afrontar detalles de la vida corriente que habrían podido saber a cursilería.