Las percepciones y cifras sobre el cine comercial y el cine de autor, en Colombia
Sobre las divisiones de estos conceptos, la importancia de que estos dos mundos existan para la industria y las más recientes cifras acerca de sus rendimientos en taquilla.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Hay y habrá discusión. Una de las tantísimas ventajas de estar inmerso en las artes, es que siempre habrá discusión. Para algunos, varias se reducen a poses intelectuales con respecto a las formas, pero no a los fondos: géneros literarios, variables de las artes plásticas, formación de artistas, formación de públicos, géneros cinematográficos, etc. Una de las controversias del cine, gira en torno a un paralelo: el cine comercial y el de autor. Simplificado al extremo, se trata de una división que separa a las películas clasificadas, de cierta forma, entre obras hechas para la gran masa o las que se produjeron para las pocas personas capaces de entenderlas, o elegirlas.
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Hay y habrá discusión. Una de las tantísimas ventajas de estar inmerso en las artes, es que siempre habrá discusión. Para algunos, varias se reducen a poses intelectuales con respecto a las formas, pero no a los fondos: géneros literarios, variables de las artes plásticas, formación de artistas, formación de públicos, géneros cinematográficos, etc. Una de las controversias del cine, gira en torno a un paralelo: el cine comercial y el de autor. Simplificado al extremo, se trata de una división que separa a las películas clasificadas, de cierta forma, entre obras hechas para la gran masa o las que se produjeron para las pocas personas capaces de entenderlas, o elegirlas.
El cine comercial es el del gran público. Pero ese “gran” hay que leerlo en términos cuantitativos: son películas hechas para, según la clasificación, un porcentaje alto de personas que no están buscando mayor complejidad: mundos binarios de buenos y malos personajes, moralmente hablando, que desde el principio aclaran su problema u objetivo, se enfrentan a algunos desafíos esperables (o no), que resuelven muy rápidamente con fórmulas predecibles o superficiales. Películas en las que, en su mayoría, no habrá tiempo para la contemplación o la contradicción de sus protagonistas, sino más bien, se esperan una sucesión de giros constantes en la trama que mantienen la atención del espectador sin muchas dificultades y que, además, otorgan un desenlace, una conclusión. Como se espera una respuesta masiva en taquilla, la inversión es inmensa. Son superproducciones que trabajan con los mayores avances tecnológicos, recursos que se recuperan, en términos económicos, durante el tiempo del filme en taquilla.
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Por su parte, el cine de autor, es, entonces, todo lo contrario (según, repito, el concepto aceptado que divide estas dos dimensiones de la industria): películas “lentas”, en las que sus protagonistas resultan siendo, seres humanos: ni buenos ni malos. Sujetos contradictorios con vidas que resultan de decisiones tomadas a partir de traumas, por ejemplo. Realidades de individuos con vidas que reflejan brechas sociales o culturales que no saben cómo resolver sus problemas, y que tampoco encontrarán una solución durante la película. Hay escenas en las que la cámara se enfoca en algún punto, y eso es todo. Hay otras en las que simplemente se mueve, y eso es todo. No hay giro, no hay revelación, no hay tragedia. Como en la vida, a veces no pasa nada. O pasa la vida. Los guiones son, en ocasiones, difíciles de entender (no se hicieron para que su digestión fuese sencilla), y, por lo general, son filmes hechos con bajo presupuesto: no hay muchas personas dispuestas en invertir en una película que, difícilmente, recuperará la inversión.
Basados en estos supuestos, conjeturas que resultan separando formas de crear en términos audiovisuales, se termina, precipitadamente, por concluir que las películas comerciales son, por definición, “malas”, pero entretenidas, y que las de autor son “buenas”, pero producidas para cerebros superiores capaces de superar el esfuerzo que demandan. En periodismo, por ejemplo, se aconseja evitar aquellos calificativos: el lector siempre será el que, a partir de la lectura del texto o la escucha de la noticia, decida con quién o con qué estar de acuerdo. En las artes, la historia no es muy distinta: el receptor de una obra, toma. Del arte, independientemente de su clasificación u origen, se toma.
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¿La calidad de la narración tiene que ver con el objetivo comercial del filme? Y esta es una pregunta que arroja una variante con respecto al rótulo del concepto de cine de autor: cine independiente. Se presume (casi que lógicamente), que si la película no tiene que responder por muchas inversiones en términos económicos, el autor (digámosle director), está menos comprometido, más libre para su creación: si su filme fue hecho con poco, tuvo la independencia para crear. La película es, entonces, de él o ella.
Muchos integrantes de la industria creen que esta regla tiene excepciones. Que el cine es un asunto de muchos. Las películas, además de director, cuentan con un amplio equipo de producción que contribuye a su creación, por lo tanto, que la convierte en una receptora de puntos de vista diferentes, subjetivos. Aunque la idea de la influencia o la presión en el contenido de los que ponen los dineros, no es descabellada, hay casos en los que se logran establecer los límites para blindar el alma de una obra, su concepción más auténtica.
“Una película delata a un director, pero también a una audiencia, y con respecto a eso, lo que ha dejado de ver estos años tantísimo cine colombiano es cuánto nos cuesta mirarnos e interpelarnos como sociedad, cuánta falta nos hace una formación de público constante para por fin entender que el cine no necesariamente deriva en entretenimiento, y cuánto compromiso real requerimos por parte de los exhibidores para que el cine nuestro pueda tener el tiempo que requiere acercarse a las audiencias”, escribió la directora de cine Laura Mora, en el prólogo para el libro “Cinematografía en Colombia”, tras las huellas de una industria, de Gonzalo Castellanos.
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El entretenimiento, esa palabra que tanta resistencia genera en aquellos que rechazan películas como “El paseo”, y todas sus secuelas, o “El man del porno”, sugiere que no hay exigencia, sobre todo narrativa, para el espectador. Que si lo que está buscando es “no pensar”, estas son sus opciones. O que si quiere inspiración sencilla, fácil, digerible, se decida por uno de estos filmes, dispuestos a darle una palmada en la espalda cargada de, en el caso colombiano, valores católicos, símbolos patrios y respuestas. Para muchos, esta es una falacia: el entretenimiento no tendría porqué ser precario o banal. “La literatura entretiene Las películas idependientes también entretenien”, dijo hace unos días un estudiante de cine en una charla durante la Feria del Libro de Bogotá. A su argumento, le siguieron aplausos de muchos de los asistentes al espacio. “Entretienen, pero confrontan”, le respondió otra persona del público.
Dago García, libretista, productor, director y. actualmente, vicepresidente de producción de Caracol Televisión, es uno de los más claros referentes a la hora de hablar de cine colombiano. Su nombre rompe con el molde establecido y binario entre lo que es rentable o no, para reflexionar sobre lo que, para él, es un hecho: ni el cine comercial ni el de autor pueden vivir separados. “Se necesitan”. Y este argumento es coherente al revisar que García, además de ser el creador de los guiones de películas comerciales que han arrasado con la taquilla, también ha estado detrás de películas como “Niña errante” (se desempeñó como productor, su director fue Rubén Mendoza), “Pájaros de verano” (también fue su productor. La película fue dirigida por Cristina Gallego y Ciro Guerra, o “El abrazo de la serpiente” (fue el productor. La película fue dirigida por Ciro Guerra”. Estos tres filmes encajan en el molde de cine de autor.
“El cine de arte y ensayo, el cine experimental, el cine que no va en busca de los grandes públicos, sino de los experimentos estéticos, necesita del dinero que produce el cine de entretenimiento, porque el primero que estamos hablando, difícilmente producirá rentabilidad, no es un cine popular. Pero el comercial también necesita de los experimentos del cine de autor, que se hace de espaldas al público, de alguna manera. La única forma de que los lenguajes evolucionen, de que las estéticas cambien, de que se adapten más a los tiempos, es experimentando, pero la experimentación nunca ha sido rentable. Las películas del gran público siempre usufructúan los descubrimientos del cine experimental. Ninguno de los dos puede vivir sin el otro”, dijo García para Claro Oscuro, uno de los formatos digitales de El Espectador.
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Según Proimágenes Colombia, la entidad que fomenta y consolida la preservación del patrimonio cultural y educativo colombiano de imágenes en movimiento, así como la industria cinematográfica colombiana y los demás medios audiovisuales e impresos que resultan de las nuevas tecnologías, al cierre de 2022, se contaron 1239 pantallas de exhibición en el país. Uno de los problemas, o de las quejas más sonadas al interior de la industria, sobre todo de los hacedores de “cine de autor”, es que sus películas se exhiben en muy pocas salas, y que por falta de audiencia, duran muy poco en cartelera (en ocasiones, solo atraviesan la primera semana). Y es que quien decide cuántas pantallas tendrá una película, es el exhibidor: encargado de proyectar la película. Y esta negociación se basa en saldos económicos, no en saldos sociales ni culturales, asuntos, además, muy difíciles de medir.
El cine colombiano en algunas cifras
Hay unas cuantas sumas de unas cuantos números que le agregan matices al tema en discusión: en 2022 se estrenaron 57 películas colombianas, 27 títulos más que en 2021. En 2022 se presentó un incremento en la asistencia a salas de cine en todas las ciudades principales del país, siendo Bucaramanga la de mayor crecimiento porcentual (78,9%) y Medellín la de menor crecimiento porcentual (44,9%).
En promedio, de cada cinco colombianos, aproximadamente cuatro asistieron una vez a cine durante 2022. Y aquí es donde aún podría decirse que estas cifras matizan el tema, pero también lo complican. Y lo complican porque preocupan: del total de asistencia a 279 largometrajes estrenados durante 2022, el 89% fue a ver películas de Estados Unidos, el 3,4% asistió a ver películas colombianas, 3,4% asistió a ver películas de origen europeo, menos del 1% películas latinoamericanas y el 4,2% películas del resto del mundo (Corea del Sur, Japón, Canadá, Australia, entre otros).
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De las 279 películas estrenadas en salas de cine durante 2022, el 35,5% son de Estados Unidos, 24,4% son de Europa, 20,4% son colombianas, 15,4% son del resto de del mundo (incluye Canadá, Japón, Australia, entre otras) y el 4,3% son de Latinoamérica.
No todos los colombianos van a cine. O por barreras económicas, geográficas o por la aparición de servicios de streaming como Netflix o Amazon. Cuando eligen asistir a la sala de cine, tienden a las películas de Estados Unidos. Y cuando tienen en cuenta el título colombiano, se decantan por el de corte comercial. El problema, entonces, lejos de estar resuelto, cambia de enfoque cuando se revisan estos números: estas dos formas de narrar son necesarias, pero hay una que corre muchos riesgos. No todos los beneficios de las películas colombianas son económicos, de hecho, muchos no podrían medirse en números, sino en aportes a la cultura, a la memoria y a la reconfiguración social.