Las persecuciones a Platón, a Aristóteles y al paganismo (De Urufa a Europa V)
Durante los tiempos más oscuros de la Edad Media, el griego, con la gran mayoría de sus textos, fue desapareciendo paulatinamente, y los libros para algunos cristianos acabaron siendo un maleficio, por lo que ellos mismos los hacían trizas o los quemaban. La idea de la sabiduría se transformó, y solo se hablaba o escribía sobre Dios, las revelaciones y la salvación.
Fernando Araújo Vélez
Una sutil interpretación llevó a una inmensa determinación que acabó por cambiar el rumbo de la historia de Occidente, cuando los primeros cristianos decidieron que todo aquel que hablaba lo hacía en nombre y a través de Dios. Los verbos, las palabras, como lo escribió Peter Watson en su libro “Ideas”, “no podían separarse del individuo que las pronunciaba. Ello quizá nos parezca una obviedad, pero no es tan sencillo. Para la mentalidad cristiana era Dios quien hablaba a través de sus predicadores. Esta concepción se fundaba en Pablo, quien insistía en el poder del espíritu: es el espíritu y no el individuo el que comunica la verdad. Un punto de vista que, en última instancia, negaba la capacidad de la filosofía y el pensamiento independiente en general para conocer e indagar la realidad”.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Una sutil interpretación llevó a una inmensa determinación que acabó por cambiar el rumbo de la historia de Occidente, cuando los primeros cristianos decidieron que todo aquel que hablaba lo hacía en nombre y a través de Dios. Los verbos, las palabras, como lo escribió Peter Watson en su libro “Ideas”, “no podían separarse del individuo que las pronunciaba. Ello quizá nos parezca una obviedad, pero no es tan sencillo. Para la mentalidad cristiana era Dios quien hablaba a través de sus predicadores. Esta concepción se fundaba en Pablo, quien insistía en el poder del espíritu: es el espíritu y no el individuo el que comunica la verdad. Un punto de vista que, en última instancia, negaba la capacidad de la filosofía y el pensamiento independiente en general para conocer e indagar la realidad”.
Aristóteles, entra tantos otros clásicos, fue prohibido. Su método de la dialéctica era una especie de sacrilegio, pues a fin de cuentas, para los cristianos no se dialogaba con Dios. Sus obras fueron confiscadas e incineradas, y solo se salvaron unas cuantas copias que habían guardado algunos estudiosos y transcriptores árabes. Por muchos años, siglos, Aristóteles y Platón sólo fueron leídos en Alejandría y en Constantinopla, y casi que en secreto. Poco a poco aquellos lectores fueron transformándose en semillas de herejía, hasta el punto de que en el año de 529, el emperador Justiniano clausuró la escuela platónica de Atenas, pues, según Watson, “su especulación filosófica, consideraba, se había convertido en una ayuda para los herejes y favorecía las disputas entre los cristianos”.
Las persecuciones, las censuras, acorralaron a quienes leían e interpretaban a los griegos, y lograron que se fueran de Roma, y en general, de aquellas tierras que hacían parte del Imperio Romano, y recalaran en lejanas ciudades del Este, como Edesa, en Mesopotamia, y Nisibis, al oriente de Persia. Allí aún se cultivaba el saber de los griegos. Se traducían sus obras, incluso, y en sus escuelas y en la Universidad de Nisibis se daban clases de lógica, de retórica y dialéctica, y se discutían y recreaban el mito de la caverna, los diálogos de Platón y lo que habían podido rescatar de Aristóteles, Sófocles y Esquilo. En palabras de Watson, “Fue así, explica Richard Rubenstein, como los árabes heredaron a Aristóteles y los tesoros de la ciencia griega”.
“Domina tu propia razón, vacía tu mente de conocimientos seculares, para así proporcionarle terreno limpio para la recepción de las palabras divinas”, escribió en el siglo IV el obispo Juan Crisóstomo, uno de los discípulos de Pablo, canonizado por la Iglesia Católica. “Hay cierta herejía a propósito de los terremotos que sostiene que no ocurren por orden de Dios, sino por la naturaleza misma de los elementos… Sin prestar atención al poder de Dios (los herejes) suponen que es posible atribuir el movimiento de las fuerzas a los elementos de la naturaleza… al igual que ciertos filósofos necios que atribuyen esto a la naturaleza y desconocen el poder de Dios”, escribió Filastro de Brescia, citado por Watson.
“Ya no celebramos reuniones ni debates ni encuentros de hombres sabios en el ágora, ya no tenemos nada de lo que en otro tiempo hizo a nuestra ciudad famosa”, afirmó Basilio de Cesarea, quien jamás dejó de lamentarse por el conocimiento perdido en Alejandría. Las escuelas desaparecían, igual que los textos originales. La única universidad importante que se mantuvo durante siglos fue la de Constantinopla, fundada en el año de 425 después de Cristo, y una que otra academia clerical, siempre protegida y bajo la vigilancia estricta de la iglesia. Por algo más de tres siglos no hubo testimonios de alguna clase de estudio de los clásicos o de obras nuevas que fueran más allá del tema de la revelación.
Del griego quedaba cada vez menos, llegando al extremo de que el papa Gregorio Magno se lamentaba de que no ya hubiera “traducciones satisfactorias”. En “Ideas”, Watson afirmó que “Las pocas escuelas de la época estaban localizadas en Atenas, Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Alejandría, Gaza y Beirut. Esta última y la de Antioquía fueron devastadas por terremotos en el siglo VI, y Antioquía, además, tuvo que padecer el saqueo de los persas en el año 540″. Unas líneas más adelante, sostuvo que pese a lo que se había dicho y recontradicho, eran muchos y variados los motivos por los que el estudio decayó durante gran parte de los años de la llamada Edad Media, y mencionó los desastres naturales, las invasiones bárbaras, el celo del cristianismo y el auge de los árabes como algunos de ellos.
Por una o por todas aquellas razones y algunas más, en el siglo IV los libros habían desaparecido en Roma, igual que sus 29 famosas y legendarias bibliotecas. Los textos habían sido confiscados y quemados, y otros habían ido a parar a tierras de nadie de manos de sus mismos propietarios, que se fueron convenciendo del alma perturbada y perturbadora de los escritos. Las bibliotecas se fueron vaciando. El emperador Valente emprendió una incesante y profunda persecución a todo el saber “pagano”. La gente rompió y volvió cenizas sus propios rollos de textos, más por haberse convencido del poder oculto de la palabra, del maleficio que entrañaba, que por el terror a los ejércitos censores de Valente.
El conocimiento del imperio se fue desmoronando año tras año en los cuatro puntos cardinales. En palabras de Peter Watson, “En Alejandría, en el año 391, el arzobispo cristiano había destruido la gran biblioteca del templo de Serapis, solo por debajo del Mouseion en tamaño y prestigio”. Mouseion sobrevivió por unos cuantos siglos, pero no fue por la idea de preservar la cultura griega, sino porque allí habían ido a parar algunos textos cristianos de dudosa procedencia, mal escritos y muy mal copiados y por lo mismo, casi imposibles de entender. Se salvaron y salvaron la biblioteca por ilegibles. No obstante, en los últimos días del año de 640, los árabes se apoderaron de la ciudad. El director de la biblioteca le solicitó al líder de la conquista, Amr ibn-al-As, que no destruyera la biblioteca.
Pasados unos días, y luego de idas, vueltas, mensajes, conversaciones, órdenes, el califa dijo, según Watson: “Si su contenido está conforme al libro de Alá, podemos prescindir de ellos, pues en tal caso el libro de Alá es suficiente. Por otro lado, si contienen asuntos que no se corresponden con el libro de Alá, no hay necesidad de preservarlos. Por tanto, seguid adelante y destruidlos todos”.