Las primeras representaciones de Jesús y el conflicto de las imágenes
Novena entrega de la serie “De Urufa a Europa”: las primeras veces que se representó a Jesús aparecía sin barba, ataviado con una túnica y sin aureola. Con el pasar de los siglos, aquella imagen se transformó y Cristo fue pintado con barba y pelo largo, vestido con telas púrpuras y rayas doradas, y ampliamente iluminado. A finales del siglo V, el emperador Justiniano II mandó acuñar monedas de oro con su rostro. Se iniciaba así el gran conflicto de las imágenes entre los cristianos.
Fernando Araújo Vélez
El primer arte que representó las ideas cristianas fue el arte Bizantino, que se fue formando muy lentamente y que cinco siglos después de que plasmara sus primeras imágenes afrontó una especie de guerra entre aquellos que defendían los íconos, los iconódulos, y quienes se oponían a ellas, los iconoclastas. Unos, los primeros, aseguraban que Jesús jamás había rechazado las imágenes. Los otros decían que su postura se infería, pues había condenado a los idólatras. Aunque los cristianos de los primeros siglos eran indiferentes hacia las representaciones, pues a fin de cuentas ya bastante trabajo tenían con defenderse de sus enemigos como para entrar en polémicas figurativas, la multiplicación de su fe se debió en gran medida a las imágenes.
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El primer arte que representó las ideas cristianas fue el arte Bizantino, que se fue formando muy lentamente y que cinco siglos después de que plasmara sus primeras imágenes afrontó una especie de guerra entre aquellos que defendían los íconos, los iconódulos, y quienes se oponían a ellas, los iconoclastas. Unos, los primeros, aseguraban que Jesús jamás había rechazado las imágenes. Los otros decían que su postura se infería, pues había condenado a los idólatras. Aunque los cristianos de los primeros siglos eran indiferentes hacia las representaciones, pues a fin de cuentas ya bastante trabajo tenían con defenderse de sus enemigos como para entrar en polémicas figurativas, la multiplicación de su fe se debió en gran medida a las imágenes.
En sus lugares de oración y contemplación, como la iglesia de Cirta, tenían escrituras, unos cuantos cálices y candelabros. Sin embargo, en ningún texto se mencionó que hubieran construido altares Para el escritor e historiador Peter Watson, “A pesar de la actitud neutral de Jesús, muchos de los primeros cristianos, quizá por influencia del judaísmo, no concebían la posibilidad de un arte visual de carácter religioso”. En los primeros dos siglos de la era cristiana apenas se vislumbraban algunas imágenes en las catacumbas de Roma y en la capilla de Dura-Europos, que se referían a pasajes del Antiguo Testamento, como el sacrificio de Isaac, el paso por el mar Rojo, la caída del hombre y la historia de Jonás y la ballena.
En las pocas imágenes que había de Jesús, aparecía sin barba y sin ningún tipo de aureola. Con el transcurrir de dos o tres siglos, los “pintores” comenzaron a representarlo con barba y pelo largo, y vestido cada vez más con llamativos colores, basados en el púrpura y el oro, y siempre iluminado. Por lo demás, no había un “arte bizantino” establecido, y menos, un arte cristiano. Las representaciones visuales eran contadas, pero se fueron multiplicando y aquella costumbre fue creando una tradición, y la tradición se confundió con mandatos “divinos”. Clemente, obispo de Alejandría en el siglo III, aseguraba que los cristianos tenían prohibido hacer ídolos. Solo se les permitía hacer signos como el pez, la barca o la paloma, a manera de firma y como clara identificación.
Los evangelios se referían al pez, la barca o la paloma a menudo, como en el pasaje de Mateo en el que se leía: “Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes, como las serpientes y sencillos como las palomas”. En sus estudios sobre Bizancio y el arte bizantino, Cyril Mango escribió que este era “el arte del último imperio romano adaptado a las necesidades de la Iglesia”. Esas necesidades empezaron a expandirse siglo tras siglo y, a comienzos del IV, ya la austeridad se había convertido en opulencia. Según Peter Watson, “Para una fe que había empezado apelando a los pobres y marginados, esta introducción de la opulencia en el arte y el ‘ideal’ cristianos fue un hecho revolucionario”.
Según Lawrence Neus, hubo una “conversión del cristianismo”, por lo menos en aspectos iconográficos, que se fue dando por la influencia que algunos artesanos y escritores tuvieron del Imperio Romano en cuanto a la opulencia de sus altas cortes. El púrpura imperial y los decorados y el oro que representaban a los más importantes dignatarios del imperio, a su majestad, fueron derivando hacia lo sagrado. En palabras de Watson, “Las figuras santas y los personajes importantes se representaban más grandes que el resto, a menudo más grande que a tamaño natural”. Jesús ya no aparecía vestido de pastor. Como quedó representado en el mausoleo de Gala Placidia en Rávena, era pintado con una larga túnica de color púrpura y rayas doradas.
“Otras imágenes, también en Rávena —escribió Peter Watson—, lo muestran siendo aclamado por sus apóstoles como un emperador que es homenajeado por sus súbditos”. Todas aquellas transformaciones comenzaron a darse, según varios historiadores, por la construcción de las primeras basílicas, pues los muros eran mucho más espaciosos y los artesanos se sentían obligados a llenarlos. Luego de las pinturas en las basílicas, las representaciones de Jesús, de los apóstoles y del “Dios cristiano entronizado” se volvieron cada vez más comunes. En el siglo V, probablemente motivados por los poemas de Prudencio, los autores de aquellas obras y sus mecenas, por llamarlos así, decidieron mostrar los relatos de las Escrituras cronológicamente, y no temáticamente.
Cien años más tarde, y cada vez con mayor énfasis, los cristianos dejaron de considerar las imágenes de Cristo como representaciones, y empezaron a interpretarlas como algo sagrado en sí mismo. Para Watson, “Este ‘culto de las imágenes’ fue esencialmente intenso en la mitad oriental del mundo cristiano, el imperio bizantino, y quizá haya estado relacionado con la relativa cercanía de esta región a Tierra Santa. Quienes peregrinaban a Palestina con frecuencia regresaban con reliquias o recuerdos de algún tipo, como piedras de los lugares santos, que eran vistos en cierto sentido como cuasi-divinos”. Con el paso del tiempo, aquella veneración por ciertos objetos fue volviéndose una costumbre.
De alguna manera, era más sencillo transportarlas e invocar con ellas a Dios, que ir a una iglesia o a una tumba para hacerlo. Dios empezó a estar presente a través de las figuras santas en las casas, las casas empezaron a ser benditas, y las representaciones, milagrosas. En el Concilio Qunisexto, año 692, la iglesia determinó que Cristo podía representarse como había sido, y no como un cordero, como había ocurrido hasta entonces. De acuerdo con los textos de Cyril Mango, “El drama de la iglesia descendió de las paredes y pasó al iconostasio, que separaba la parte verdaderamente santa de las iglesias del resto del templo”, y así, los creyentes miraban y elegían a su santo predilecto, le rezaban y se inclinaban ante él, mientras “veneraban a Cristo”.
En los últimos años del siglo V, al emperador Justiniano II, sus enemigos Leoncio y Tiberio lo despojaron de su trono, le arrancaron la lengua, le cortaron la nariz y lo enviaron a un monasterio perdido en Crimea, convencidos de que jamás regresaría. Sin embargo, su ferocidad, su fe, y unas cuantas alianzas con los jázaros y búlgaros lo llevaron de nuevo a Constantinopla y al trono. Uno de sus primeros actos, en señal de agradecimiento a Cristo y al dinero al mismo tiempo, y de desafío al papa Sergio, a quien deseaba juzgar y condenar, fue acuñar la imagen de Jesús en las monedas del Imperio. Al final, un hombre llamado Elías, al que le había mandado matar sus dos hijos, lo acuchilló y le cortó la cabeza en el año 711.
Su muerte y sus monedas desencadenaron el enfrentamiento entre los adoradores de las imágenes y los iconoclastas, que se acabó en el de 843. Para los enemigos de los íconos, la representación de Jesús, de cualquier forma, era una blasfemia, y contradecía su divinidad, más allá de que se oponían a los idólatras, pues consideraban sus actitudes un retorno al paganismo. Por último, como lo explicó Watson, “Los iconoclastas pensaban que el culto de las imágenes era un fenómeno básicamente nuevo, que violaba las etapas más puras y originales del cristianismo, cuando la fe no se preocupaba por las imágenes (que es la razón por la que las Escrituras no se interesan por la apariencia de Jesús o de los apóstoles)”.