Las prohibiciones para “El guardián entre el centeno” y la necesidad de aprobación
Un texto sobre las razones por las que “El guardián entre el centeno” ha sido uno de los libros más censurados en la historia de Estados Unidos, pero, además, sobre las obsesiones de sus lectores por la obra y la figura huraña y misteriosa de su autor, J. D. Salinger.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Desde su publicación, “El guardián entre el centeno” se reconoció como un referente de la literatura, además de convertirse en el refugio de muchos adolescentes que se identificaban con su protagonista, Holden Caulfield.
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Desde su publicación, “El guardián entre el centeno” se reconoció como un referente de la literatura, además de convertirse en el refugio de muchos adolescentes que se identificaban con su protagonista, Holden Caulfield.
Su prohibición, que justificaban por el lenguaje coloquial y procaz del joven, su prematura y ansiosa llegada al alcohol, y sus percepciones sobre los curas, “Si quieren saber la verdad, ni siquiera aguanto a los curas. Todos los de los colegios donde he estudiado ponen una vocecita de lo más falsa cuando empiezan a dar sermones”, se explica por crímenes en los que se ha cruzado este título y obsesiones que despertó en algunos de sus lectores por la obra y el misterio sobre su autor, J. D. Salinger, que pasó de ser uno de los escritores más reconocidos de Norteamérica, a una figura huraña.
John Lennon fue asesinado por Mark David Chapman, quien, al momento del crimen, llevaba un ejemplar de “El guardián entre el centeno” en su bolsillo. Declaró que en él había un 70% de Holden Caulfield, y el resto lo ocupada el Diablo. Además, el acosador y asesino de la actriz Rebecca Schaeffer, actriz estadounidense, también tenía el libro cuando, con un disparo en frente de su casa, la mató. Sumemos que quien intentó matar a Ronald Reagan habló de su obsesión por la novela. Y aunque mucho se ha discutido sobre el supuesto peligro de la novela para mentes maltratadas y obsesivas, la historia de Salinger volvió a circular por concluirse que, en ningún caso, podría considerarse que una obra literaria que narra un personaje y circunstancias tan humanas, fuese un peligro. “El real peligro es la censura y que la gente deje de leer”, dijo hace poco un lector que asistió a una charla literaria en el que el tema se discutió.
Hay mucha frustración en Holden Culfield. Es fácil que, cuando se refiera a los curas, los adultos, los compañeros populares de las escuelas a las que ha asistido, o la gente en general que busca aprobación, el lector se identifique, sobre todo ahora, que vivimos en medio de una competencia cada vez más feroz por el tráfico y los likes.
Estas frustraciones, tan propias de la adolescencia, pero sin tramitar, se convierten en el rencor nocivo y destructor del que hablaron los asesinos de Lenon y Schaeffer. Es probable es que los dos hayan encontrado compañía en Caulfield, aunque él haya expresado literalmente que, a pesar de querer enfrentarse a casi todos los que despreciaba, jamás hubiese sido capaz de hacerle daño a alguien. A pesar de que aquellos dos criminales sintieron que su odio se legitimó con los pensamientos del personaje principal de este libro, la construcción de Salinger deja claro, a través de frases, pero, sobre todo, de acciones, que en esencia era una buena persona. Que lo que le molestaba eran las injusticias y que, precisamente por eso, creía que lo único que le gustaría hacer el resto de su vida sería proteger a aquellos que aún no padecían de la falsedad que se va desarrollando en la adolescencia y se potencia en la adultez.
Las obsesiones de los seguidores del libro y Salinger, se llevaron al cine con la película “El trabajo de mis sueños”, protagonizada por Sarah Margaret Qualley y Sigourney Weaver. Es la historia de una joven que sueña con escribir y, después de unos días de visita en Nueva York, decide quedarse y buscar un trabajo que la acerque a sus anhelos. Se convierte en la asistente de una editorial que representa escritores, entre ellos, J. D. Salinger, con quien, además, habla en ocasiones por teléfono. Su principal función en esta oficina: leer la correspondencia del escritor para asegurarse de que no haya ningún seguidor peligroso que repita crímenes como el caso Chapman. Después de leer las cartas y asegurarse de que no sean alarmas, enviar una respuesta fría y diplomática: el escritor no desea recibir correspondencia, pero gracias.
En El refugio de los tocados, el pódcast de literatura de El Espectador, Felipe Aljure, que eligió El guardián entre el centeno para basar la conversación, dijo que la narración de Caulfield describe muy bien la sensación de desarraigo que se puede sentir en la adolescencia, pero además, la que se puede sentir en tiempos de transición como los actuales. Esa sensación, esa confusión tan precisamente descrita gracias al lenguaje que Salinger decidió usar, se convierte en una urgencia de conversación, en una excusa para el agradecimiento, pero, sobre todo, para la cercanía con ese autor que fue capaz de entender el desasosiego del lector que se ha sentido excluido o extraviado.
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Esas pulsiones fueron las que el director Philippe Falardeau narró en su película cuando, al leer las cartas, Joanna Rakoff (personaje principal del filme y nombre real de la mujer en la que basaron el rodaje) escuchaba monólogos desesperados por una conversación con Salinger.
Aljure también dijo que había elegido ese libro para hablar porque creía que era oportuno para la época, y es que, a pesar de que fue publicado en la Nueva York que vivía una etapa de posguerra, hay aspectos en el monólogo de Caulfield que podrían equipararse a los desafíos a los que se enfrenta la humanidad ahora.
Sus ataques de soledad. Cuando se quedaba en silencio o, mejor dicho, a solas con lo que le decía su cabeza, huía desesperadamente y buscaba compañía, así no soportara a las personas que buscaba. Actualmente, se soluciona más fácil, pero los estímulos de redes como Instagram o Twitter, se obtienen por medio de un deslizamiento de pantalla casi que compulsivo que nos muestra opiniones que despreciamos o vidas que envidiamos. Todo esto, además, probablemente falso, así como las interacciones que Caulfied sabía que encontraría, pero que igual ansiaba.
Y llegaba a su habitación o a su inevitable momento con él mismo, para recordar por qué despreciaba lo que había acabado de buscar. Sus preguntas, pero, en especial, sus conclusiones, indicaban que todo lo que odiaba lo provocaban los demás. Tomaba muchas de las actitudes de los otros como una afrenta personal y exageraba cada gesto. Los convertía en ataques. A veces parecía que lo que odiaba fuese simplemente su incapacidad de no conseguir la aprobación de los falsos. Como si supiera que ser falso o entrar en esa dinámica facilitara la vida o la alivianara por sus comodidades o el efecto placebo que genera la sensación de no ser, pero sí parecer.