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Ahí estaba Damián, anotando sus cosas en la misma esquina, al lado de la botella de tequila que lo iba consumiendo con una fiebre inusual, como si se estuvieran pudriendo los cielos. Entonces todos le decían que parara, que tomara agua, pero más seguía escribiendo y tenía llagas en su mano derecha de tanto que transcribía la voz que lo atormentaba. Y cuando paraba, a las doce de la noche, lloraba, lloraba de una manera tan rotunda que todos en el pueblo se despertaban con sus alaridos, y apretaban sus rosarios, y empezaban a rezar, hasta que Damián se dormía, y el gallo lo levantaba como un alma en pena, e iba a la iglesia y empezaba a leer lo que había escrito el día anterior. Las velas se apagaron, y Jesús en la cruz se fragmentó y cayó al piso y el cura murió al mismo instante, cuando la cruz lo aplastó y toda su sangre creó una imagen tan diabólica que nadie entró en la iglesia por mucho tiempo. Luego todos se llevaron a Damián al lado del río y le pegaron cinco tiros, y el 666 apareció en su frente. Yo cogí su cuaderno e intenté leer lo que escribía, pero las letras se iban borrando y apareciendo de nuevo como un oráculo que estuviera advirtiendo de algo peor que el funeral de la suerte. Ya nada pasaba por casualidad. Los nuevos ritos se fueron erigiendo como oraciones mágicas que rodeaban a los ídolos que se pulverizaban en los corazones de sus seguidores, y el mal empezaba a rotar en un coro que se robó todos los matices y todo quedó en blanco y negro. Nadie sabía qué hora era, y todos empezaron a escribir las voces de los lamentos que habían abierto las puertas del sepulcro y los muertos empezaron a fingir una vida que ya no tenía una respuesta, sino que la realidad se sorteaba como un conjuro y a través de los pasajes del cuaderno de Damián, que había enceguecido al destino, se empezó a acabar la sangre, y ahora intento escribir en un tiempo vacío que mantiene la serenidad de las respuestas místicas, y veo como se tragan mi alma, y suena un reloj que atrasa la eternidad, y nadie puede despertar de la maldición que antecede al despertar de la memoria.