“Las serpientes” de Joan Didion
El documental de Netflix “El centro cede”, publicado en 2017 y dirigido por el sobrino de Didion, Griffin Dunne, retrató la vida y obra de la escritora y periodista estadounidense.
Danelys Vega Cardozo
El dolor tarde o temprano toca la puerta. Lo hace sin previo aviso. Nunca nadie está preparado para él. Porque nunca se sabe lo que se siente hasta que lo vives en carne propia. Porque el dolor de otros nunca será comparable con el dolor propio. Porque cada dolor es único. Porque hay sentires como personas hay en este mundo. Porque, aunque lo veas, lo escuches y lo escribas, ese dolor no te pertenece. Joan Didion, la escritora estadounidense, lo vivió toda su vida, de una u otra forma. Pero un día el dolor estuvo cargado de muerte. Y luego, no fue solo un día, sino que fueron dos. Dos momentos en la vida en que dejó de ser quien contaba la historia, para volverse la propia protagonista de su tragedia. Primero, vino la muerte de su esposo, John Gregory Dunne, después la de su hija, Quintana.
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El dolor tarde o temprano toca la puerta. Lo hace sin previo aviso. Nunca nadie está preparado para él. Porque nunca se sabe lo que se siente hasta que lo vives en carne propia. Porque el dolor de otros nunca será comparable con el dolor propio. Porque cada dolor es único. Porque hay sentires como personas hay en este mundo. Porque, aunque lo veas, lo escuches y lo escribas, ese dolor no te pertenece. Joan Didion, la escritora estadounidense, lo vivió toda su vida, de una u otra forma. Pero un día el dolor estuvo cargado de muerte. Y luego, no fue solo un día, sino que fueron dos. Dos momentos en la vida en que dejó de ser quien contaba la historia, para volverse la propia protagonista de su tragedia. Primero, vino la muerte de su esposo, John Gregory Dunne, después la de su hija, Quintana.
Didion escribió sobre la oscuridad. Sobre una época de la historia estadounidense cargada de cambios, de “rebeldía”, pero también de sufrimiento. Esa misma época en la que una bala acabó con la vida de un presidente. Esa misma en la que la euforia, de un momento a otro, se convirtió en llanto. Esa misma en la que alguien se atrevió a proclamar que tenía un sueño, aunque el sueño más tarde fuera cubierto de sangre. Esa que todos recordamos, aunque no hayamos estado presentes, porque “habíamos” alcanzado lo inimaginable: llegar a la luna. Quizá el momento más mágico, en medio de los sucesos sangrientos.
Pero ni siquiera todos esos acontecimientos fueron los que más llamaron la atención de Didion. Un movimiento que se proclamaba como “contracultural” captó toda su atención: el hipismo. Escribió varios artículos relacionados con esa “nueva moda” que se expandía sin parar. Con esa que por aquellos tiempos llamaba tanto la atención y que despertó el interés de más de uno. Pero esa misma que la escritora demostró que no todo era lo que parecía. Lo superficial era bello, porque había sido casi que inexplorado, lo difícil era ahondar en ello, para darse cuenta hasta donde lo imaginario era lo real. Joan Didion se dio cuenta que detrás había todo un mundo de drogas que no perdonaba a nadie, ni siquiera a los niños. Una imagen quedó grabada en su memoria. Una pequeña de cinco años rodeada de drogas y con los labios blancos. Aquella niña le recordó a su hija que por ese entonces tenía dos años.
Las drogas también llegaron a su puerta. Lo paradójico es que ella misma fue quién la abrió. Una fiesta, llena de artistas; de músicos, tuvo lugar en su casa. En algún momento fue al cuarto de su hija para percatarse de que todo estuviera bien. Lo que halló la horrorizó. El piso de la habitación estaba lleno de drogas. “No podía creer que alguien hiciera eso”, mencionó Johan Didion en el documental “El centro cede”, que retrata su vida y obra. Por algo, desde sus ojos, los años sesenta y setenta fueron “tiempos oscuros”.
El mundo de las letras sorprendió a Didion a los cinco años gracias a un regalo que le dio su madre: un cuaderno para que anotara sus pensamientos. Eso fue lo que hizo. Su primera historia estuvo cargada de tragedia. Una mujer que descubre que está en el desierto de Sahara, luego de despertar de un sueño, y termina falleciendo antes del mediodía. “No tengo idea de qué inclinación en una mente de cinco años podría haber motivado insistentemente una historia tan irónica y exótica. Pero revela una predilección por lo extremo que me persiguió hasta la vida adulta”.
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Su verdadera “carrera” como escritora y periodista inició en la revista Vogue. Desde ese mismo momento supo establecer su propio estilo: uno más cercano con los lectores. Un estilo que era impensable, hasta ese entonces, que pudiera ser parte de una revista de moda. El escritor hablándole al lector. El escritor mostrándose como ser humano. El escritor que da cuenta de sus sentimientos y pensamientos. “Amor propio, su fuente de poder”, fue el título de su primer artículo en esta revista. Un escrito cargado de crudeza, pero que refleja la realidad incómoda que supone verse al espejo. “Sin importar cuánto lo pospongamos, eventualmente yacemos solos en esa notoria cama incómoda que preparamos para nosotros mismos. Si dormimos o no en ella depende, por supuesto, de si nos respetamos a nosotros mismos o no”.
Por esos días, Didion no descansaba de las letras. Didion escribía todo el día. Escribía para Vogue, pero en las noches escribía para ella. Escribía su novela. “Run, River”, así se llamó la obra. El libro no tuvo éxito, pero eso no lo era lo importante. En él tuvo la oportunidad de plasmar la realidad con ficción. De contar lo que había vivido, pero sin ser la protagonista de la historia. “No me sentí escritora hasta que publiqué mi primer libro”. Años más tarde, creó para una de sus novelas un personaje inspirado en ella misma, Mary Wyeth. “Mary era parte de mí”.
Se casó con el escritor John Gregory Dunne. Se enamoró de la familia de Dunne y decidió que era él con quien quería pasar sus días. “No podría haber sido alguien que no fuese escritor porque esa persona no me habría tenido paciencia”. Como si Didion diera a entender que necesitaba alguien que supiera lo que es pasar sus días atrapado entre letras, consumido por ellas, pero sin sentirse de ese modo. Su esposo se convirtió en su editor. Ningún texto era “enviado” hasta que él lo leyera. No importaba el texto que fuera, incluso si tenía relación con él. A su esposo le tocó leer que su matrimonio era un fracaso. Que su esposa se sentía sola. Infeliz. Fue una mala época para los dos, pero no fue eterna. Porque todo pasa, incluso las malas rachas.
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Cuarenta años estuvieron recorriendo el camino bajo el mismo sendero hasta aquel día: el 30 de diciembre de 2003. Didion no tuvo un fin de año como cualquier otro. Su hija se encontraba en coma. Su esposo falleció mientras estaban comiendo una ensalada. Su corazón dejó de funcionar. No solo él de él, también el de ella. Porque la perdida la llenó de más serpientes, de esas que aparecían en sus libros, pero que habitaban a diario por su mente. “La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba”.