Las tintas de Betto, el caricaturista polifacético
José Alberto Martínez Rodríguez, conocido por sus caricaturas agudas y su ingenio gráfico, falleció este 21 de febrero. Trabajó para el periódico El Espectador durante más de 20 años y se destacó por sus análisis y cuestionamientos sobre la realidad colombiana.
Diana Camila Eslava
Su vida fue una caricatura pintada por él mismo, que se hizo trazo en las personas que amó, en los estudiantes que inspiró, en los niños que alegró vestido con su disfraz rojo y blanco. “Nadie se imagina la cantidad de semillas que sembró”, dijo Malena Castañeda, su esposa. Con sus hermanas, Betto confeccionó un atuendo de Papá Noel para sorprender a sus sobrinos, pero como el tiempo hace lo suyo, su audiencia creció, entonces decidió visitar a los hijos de sus amigos, y luego de eso, a fundaciones y a los pabellones de niños en las clínicas, porque Betto fue feliz con la felicidad de los demás.
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Su vida fue una caricatura pintada por él mismo, que se hizo trazo en las personas que amó, en los estudiantes que inspiró, en los niños que alegró vestido con su disfraz rojo y blanco. “Nadie se imagina la cantidad de semillas que sembró”, dijo Malena Castañeda, su esposa. Con sus hermanas, Betto confeccionó un atuendo de Papá Noel para sorprender a sus sobrinos, pero como el tiempo hace lo suyo, su audiencia creció, entonces decidió visitar a los hijos de sus amigos, y luego de eso, a fundaciones y a los pabellones de niños en las clínicas, porque Betto fue feliz con la felicidad de los demás.
Betto, Alberto Martínez, fue uno de los caricaturistas más destacados de su generación. Y esto no solo lo afirman sus colegas y sus estudiantes, sino también sus reconocimientos. En 2016 recibió el Premio Nacional de Periodismo CPB gracias a su trabajo “Tensión”, por mencionar solo uno. A lo largo de su vida, cultivó un estilo caracterizado por su aguda observación de la realidad, su habilidad para captar la esencia de los personajes, su ironía y humor. “Caricaturista de El Espectador desde 1998, seis libros publicados, trece premios de periodismo y más de una docena de armónicas”, subtituló en sus redes sociales.
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“Fue un artista excepcional y le apostó a una técnica que consolidó: su estilo de caricaturas mudas en blanco y negro, que depuró y llevó a un nivel excelso, fueron piezas rebosantes de inteligencia, ingenio gráfico y maestría. Ver sus originales fue supremamente agradable”, contó MHEO, Mario Hernando Orozco, caricaturista de El Espectador.
“Fue un ser humano excepcional: alegría y generosidad inmensa. Siempre tuvo algo por enseñar. ‘Es que usted tiene que aprender a usar el aerógrafo, hermano’, me dijo alguna vez. Encontrarse con él fue una fiesta”, agregó MHEO, quien parece tener un archivo repleto de historias sobre su polifacético compañero.
Aprendió de camaradería con Betto, cuando se lo llevó toda una noche a darle clases de baile, pues le confesó sus problemas maritales por no invitar a su esposa a bailar. “Vea, usted la agarra así, muévase así, así no”, recordó MHEO.
Bastó hablar con dos personas para enterarse de que, además de artista plástico, el caricaturista colombiano fue profesor, bailarín, músico, titiritero y animador de fechas especiales. Fue un hombre feliz y se fue feliz, dijo Malena, su compañera de vida: “Desde temprano se pegaba al radio, no se estresaba por nada, se tomaba su tiempo hasta para llegar a su estudio, a su mesa de trabajo, que era su oficina. “Todo se desarrollaba en torno a sus dibujos”.
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Hugo Santiago Caro, exestudiante de Betto en la Universidad Javeriana y periodista de El Espectador, lo describió como un tipo que siempre vistió de negro: camisa manga corta, boina, pantalón y gabán del mismo color. Su apariencia era tan distintiva que resultaba fácil reconocerlo en cada ocasión. Desafió constantemente el molde de lo que se esperó de un profesor. Según Caro, una de sus ideas más escuchadas fue la que sostuvo de que nadie podía perder su clase de Humor Gráfico. “Él enseñó de otra forma, rompió el esquema. Siempre arrancó reconociendo que no fue un buen estudiante. Que fue el hijo de un militar, pero que nunca le gustó estudiar, sino dibujar. Yo, por ejemplo, no fui el mejor dibujando, pero siempre me alentó a intentarlo”, concluyó el periodista. Su pasión fue enseñar y muchos de sus alumnos se esforzaron por tener un espacio en su clase. “Motivó siempre a los estudiantes. Les apuntaba en el tablero y les decía: ‘Manden sus dibujos a este correo electrónico’, y así muchos de esos dibujos fueron publicados en El Espectador. Algunos de sus alumnos fueron figuras que ahora son reconocidas, como X-tian y Bacteria”, complementó Malena.
A su huella gráfica la perfeccionó con el tiempo. Fue un apasionado de las tintas y de los materiales plásticos, y le apostó todo a este lenguaje. De ahí su vestimenta negra, entre otras cosas, porque se cansó de estar manchando la ropa con tinta. Fue cositero, se especializó en todo lo que quiso, hasta en estar muy bien informado. “El insumo de cualquier caricaturista de opinión es estar informado, y Betto siempre partió de una mirada, de su comprensión de la realidad, con la que después hizo bocetos. Siguió con las ideas y le dio rienda suelta a su trabajo, que fue toda una carpintería. Se apropió de un lenguaje y entendió las posibilidades expresivas de su estilo. Me sorprendieron mucho sus últimos trabajos, que fueron testimoniales. Betto murió con el lápiz en la mano”, concluyó MHEO.
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En 2023, cumplió 25 años de casado con Malena Castañeda. Su capricho de aniversario fue comerse una sobrebarriga a la brasa y disfrutarla hasta el último bocado. Al día siguiente tuvieron que correr a Urgencias. La historia de cómo se conocieron descubre más facetas de Betto. Fueron presentados por el hermano de ella cuando visitó su casa para aprender a tocar el bongó. A cambio, Betto le grabaría música. En su primera clase de percusión, Malena le abrió la puerta, pero tuvo que ganarse la confianza de la familia con orden y lentitud: el hermano, el papá, la mamá y, por último, su esposa.
“Su penúltima afición fue la magia, actividad a la que se dedicó durante la hospitalización domiciliaria. Le enseñó un truco a quien se lo permitió. Tuvo cartas y dados. Estos últimos días, su hermana le regaló un carrito a control remoto, entonces armamos la pista y él lo puso a andar, lo paseó por el pasillo. Jugó. Betto siempre tuvo una distracción, algo para hacer”, evoca Malena.
Su esposa quedó convencida de que él hizo todo lo que quiso. Cuando supo que tenía cáncer, fue él quien se encargó de consolar a sus amigos: “Tengo lo que tengo, pero soy feliz. Y si me toca irme antes, ya viví la vida. Fue un paciente muy paciente”, enfatizó Malena.
Alguna vez, Betto le dijo a Pablo Correa que desde niño supo lo que querría hacer el resto de su vida. “Siempre soñé con ser este que soy ahora. Suena como a un curso de autosuperación, pero no: yo siempre quise una mesa de dibujo. Yo siempre quise dibujar. Que vinieran mis amigos y la bohemia. Eso fue lo que pasó: soy un sueño cumplido”.
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