Las trillizas de Passo Fundo (Cuentos de sábado en la tarde)
Las trillizas brasileñas Buenotta, Regularetta y Malinha Benemal, cumplieron su sueño y se casaron al mismo tiempo, el mismo día, en el mismo lugar, con los mismos tres cascarones de toda la vida. La pesadilla vino después, en distintos momentos, ámbitos, países.
Luis Carlos Muñoz Sarmiento*
Las hijas de Entratti y Salitte Benemal, tienen hoy 29 años y desde que creían tener uso de razón hicieron todo juntas. Menos, eso sí, ir a cagar, porque, aunque comían siempre a la misma hora, solo tenían dos baños en casa: entonces, una de las tres quedaba por fuera… Aun así, toda la vida quisieron ampliar su complicidad al hacer algo, menos ir a orinar. Porque cuando se disponían a hacerlo ya el lío no era que solo hubiera dos baños, sino que Malinha sufría de cistitis. De ahí… El matrimonio se realizó con toda pompa y circunstancia el 21 marzo 2015 en la ciudad de Passo Fundo, estado sureño de Rio Grande do Sul. Asistió el personal más excelso de la comarca, los personajes de la élite: farándula, periodismo, política, incluyendo, desde luego, al prefeito, el excelentísimo señor Airton Langaroto.
Ese día, las novias tenían 20 personas para ayudarlas en su preparación y 18 padrinos, que se vistieron con tres colores distintos para que no los fueran a confundir. Las novias pasaron más de seis horas en la peluquería peinándose y maquillándose para el momento de la verdad. Todo idéntico, porque Buenotta, Regularetta y Malinha cuentan con la desgracia de tener los mismos gustos, de ahí que su padre se la pasara insistiéndoles en la vida y, sobre todo, antes de casarse: “Donde todos piensan igual, ninguno piensa mucho” y, para desgracia de ellas, añadía: “Donde todas tienen igual gusto, ninguna tiene…” “Hicimos una prueba antes, con dos modelos distintos de peinado y maquillaje, pero finalmente a todas nos gustó lo mismo. ¿No ves que las tres somos igualitas?, recalcaba Buenotta de forma inconsciente”, contó Regularetta. Malinha, en estos casos, no opinaba. Y si lo hacía, las dos restantes se burlaban. Porque también en el sarcasmo, en la mala leche, en la neurosis, las tres eran idénticas.
Después de la ceremonia, los anillos y los besos para sellar el enlace, vino la fiesta. Una fiesta, como se dice, a todo dar: como si se tratara de algo que nunca hubiera ocurrido ni que jamás volvería a ocurrir. Entonces, las más felices eran las amigas de las novias: tenían tres oportunidades para quedarse con un ramo, tres ocasiones de escoger color y 18 de echarse un buen polvo. “Entramos todos juntos hasta la mitad de la iglesia: de ahí yo iba a llevarlas de a una hasta el altar, donde cada una se encontraría con cada uno de los tres maricas de sus maridos”, contaba Entratti Benemal a TV Globo USA (en Brasil, para que no haya dudas). “Ver a las tres juntas en el altar, también era mi sueño”, agrega muy convencido el papá de las tres dichosas, de las tres fabulosas criaturas.
Le sugerimos leer la historia sobre Selma: una lucha por la vida, la justicia y la dignidad
Pero, lo que parecía un sueño resultó una pesadilla. Para empezar, Buenotta se casó con un eunuco, buena pinta y todo, pero eunuco al fin. Regularetta, tampoco tuvo mucha suerte con su marido: una estrella del fútbol que murió estrellado a los seis meses, en un carro igualito al que CR7 le regaló a Irina Shayk, antes de que ésta lo decepcionara diciéndole que no le gustaban los gays que se las daban de machos y que, además, eran pésimos en la cama tratando de demostrar lo contrario. Claro, también es pertinente decir que CR7 había encontrado previamente a Irina en su cama con otra mujer. Cuando dándoselas de bravo, le reclamó, Irina de forma muy natural y algo jocosa, le respondió: “No te alteres, bella figura del fútbol mercenario, es apenas un asunto de tercerización” y le soltó una carcajada estentórea que dejó sin aire a CR7. A quien, a propósito, ya era poco lo que lo excitaba, lo dejaba sin aire… cosas del dios dinero, tal vez.
Por último, Malinha sí salió tal como su nombre lo indica: no lograba excitar jamás a su tonto marido, que resultó más frígido que Varito con Lady La Piña Noriega, como le decían al ex presidente de Panamá, antes de que llegara el otro compinche del enano energúmeno, el tal Ricardo que a punta de Martinelli le ayudó a recibir asilados a todos sus ex funcionarios corruptos acusados de evadirse del país por diferentes delitos.
Cuando, después de la boda, Entratti Benemal despertó, su mujer, Salitte, lo había abandonado. De ahí… ¿La razón? Nunca se habían casado, ni tenido tres hijas ni, en consecuencia, habrían podido casarse. Se trataba únicamente de un tremendo caso de delirios de grandeza. Todo fue más allá del sueño: en realidad, fue la más terrible pesadilla que en toda su vida tuvo el desgraciado Entratti Benemal. Poco tiempo después, no tuvo más remedio, no le quedó otra salida, que intentar suicidarse. Fue al shopping center, como dicen ciertos brasileños, más cercano, compró todos los aparejos necesarios, entre ellos, principalmente, cuerda, y viajó a Colombia, donde le contaron que, aparte de ser el país más propicio para su adiós definitivo, había un frondoso y potente árbol, en concreto un cedro, de donde podría colgarse o descolgarse, según fuera lo que buscara para sus propios fines. Tenía entre 12 y 16 metros de altura. Llegó a Colombia, viajó a Medellín en avión y de allí a Bolombolo en bus, lugar en el que estaba el cedro de su despedida. Como llegó tarde en la noche, tuvo que esperar hasta la mañana del día siguiente para ejecutar el que sería un insólito acto mediante el cual renunciaría a seguir aquí, en este valle de sangre, sudor y lágrimas.
Le sugerimos leer el homenaje Ramón Illán Bacca o el adiós a un maestro
Se levantó a las seis en punto, la que él consideraba la hora de la muerte, simplemente porque se trataba de un número par, él que no odiaba a nada ni a nadie, pero que, sin embargo, tenía tres fobias: los números pares, la nariz tapada, los pinchazos con agujas. Se dirigió sin prisa, eso sí, pero sin pausa, hacia el destino fatídico. Contó cada uno de los pasos que dio. Se acordó, mientras tanto, de todas sus cagadas, de sus pocos aciertos, mientras ponía sus pies en el lodazal que se había formado por la lluvia intensa de la noche anterior. Advirtió al detalle las ventajas del saber y los problemas de la ignorancia. Se acordó en un instante de todas las mujeres con las que se acostó y notó que, por ahí derecho, era muy difícil recordar el nombre de la mayoría. Además, el asunto no daba para tal meticulosidad. Creyó de pronto que ya no necesitaría más leer periódicos, ni ver noticieros, ni oír la radio: él era capaz de mentir solito. Sin ayuda de los mass media, como decía que decían ciertos intelectuales, ciertos académicos, que con su jerga ayudan a mantener intacto el establecimiento, cohonestan el statu quo.
Vivió en un instante mental bellos recuerdos de su padre y de su madre, no pudo evitar que surgieran algunos lagrimones, tuvo, por contraste, también tiempo para reírse ¡de su desgracia! Y volvió a llorar, esta vez sin atenuantes al creer y sentir que en el hecho de ahorcarse encontraba la mejor manera de salir del mapa. Sin embargo, pensó que era muy fuerte su tragedia al comprobar que los que de verdad deberían morir (aunque nadie debería, recordó, por algún filme, por alguna novela), los que habían acabado con su país, sin empleo, salud, vivienda, educación, con una guerra eterna, nunca pensaban en el suicidio, sino que suicidaban a los demás o los mandaban a suicidar a través de terceros: y aquí pensó otra vez en la tercerización. Y se rio al darse cuenta de que lo único que no estaba tercerizado en la vida era, justamente, el suicidio: el único suicidio de verdad, claro, no el de los suicidados. Y se le vino Cioran: “El suicidio es el único acto verdaderamente libre en nuestras vidas”. Así se daba valor para lo que no tenía valor, es decir, para lo que él no tenía valor. Bueno, en realidad no tenía valor para nada, menos para suicidarse, pero así se daba ínfulas, se reconciliaba de momento con la vida (como Édith Piaf lo hacía con sus canciones de una vida plagada de desgracias y recordaba a su hija Marcelle, muerta de dos años por meningitis) y, desde luego, con su propia hija: ¿cómo desprenderse de su recuerdo, de su bello recuerdo, de su recuerdo impotente para devolvérsela? Y pensaba que si en ese momento tuviera entre sus manos el cuchillo de cocina se lo clavaría varias veces, sin titubeo ni remordimiento alguno. Pero, a la vez, se refrenaba en su mente y rogaba porque no se le volviera a aparecer, ni en sueños, el terrible, el alegórico pero real cuchillo de marras. Que sólo reapareciera su hija…
Podría alargar hasta el infinito esta historia, porque los hechos lo ameritan, pero toda historia tiene que llegar a su fin. Y si no el lector se cansa, pensaba mientras se tercerizaba la soga, perdón, se terciaba la soga, subía al cedro, se pasaba la cuerda alrededor del cuello. Sin más preámbulos, hizo un nudo marinero, que aprendió de su padre, como para que no fuera a fallarle la operación. De pronto, se puso melancólico y pensó en bajarse y devolverse a su país de origen. Con tan mala suerte que, al tratar de hacerlo, por las botas embarradas, metió las patas y una de ellas, la derecha, cayó en la parte exterior de la rama en la que pensaba apoyarse, arrastrándolo de paso…
Pero, el asunto no paró allí: el hombre voló los 14 metros, desde donde se ubicó, mientras se imaginaba la fatídica escena. Aun así, al caer no sintió el golpe. Y no es que de nuevo soñara. Lo que pasaba, apenas, era que Entratti había caído entre los escombros de piedra de una casa que se estaba reconstruyendo cerca de los hechos. Al levantarse del piso, no sin dificultad y con amargura, no lo podía creer. Estaba hecho mierda, lleno de moretones, incrustaciones en piedra, no preciosas por fortuna para no agregarle adornos a su desgracia, pero, eso sí, nada definitivo le pasaba. La noticia, sin embargo, lo alegró por un instante. Porque, enseguida, decepcionado de Colombia, por no haber podido matarse en el árbol más seguro de la zona que, en realidad, estaba enfermo y con sus raíces podridas; quitarse la vida en el lugar más triste que pudo encontrar; suicidarse en un país en el que a cualquiera que resulte incómodo se le suicida o se le da de baja, regresó tres días después al Brasil del orate Bolsonazi.
Al encontrarse de nuevo con sus amigos, se sorprendió inicialmente porque nadie le preguntaba por sus trillizas recién casadas, lo que no dejó de producirle un agudo prurito de locura. Pero, al reconocer él mismo que todo no había sido más que un sueño, peor, una asquerosa pesadilla, les soltó de una la exclusiva frase posible para salvar el impase, no sin antes haber recibido las burlas de sus amigos por el estado de su cuerpo. Y para no repetir la consabida muletilla de los muchachos paisas, que escuchó en su viaje a Colombia, esto es, “güevones”, les espetó: “Miren, partida de cascarones, lo que sencillamente pasó fue que intenté suicidarme y… ¡casi me mato!”
A Santiago, por su singular sentido de la melancolía.
A Marthica, por su neologismo para “güevones”.
A JuanRa y a Gustavo, por sus aportes.
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). Autor, traductor y coautor, con LES, en el portal Rebelión. E-mail: lucasmusar@yahoo.com
Las hijas de Entratti y Salitte Benemal, tienen hoy 29 años y desde que creían tener uso de razón hicieron todo juntas. Menos, eso sí, ir a cagar, porque, aunque comían siempre a la misma hora, solo tenían dos baños en casa: entonces, una de las tres quedaba por fuera… Aun así, toda la vida quisieron ampliar su complicidad al hacer algo, menos ir a orinar. Porque cuando se disponían a hacerlo ya el lío no era que solo hubiera dos baños, sino que Malinha sufría de cistitis. De ahí… El matrimonio se realizó con toda pompa y circunstancia el 21 marzo 2015 en la ciudad de Passo Fundo, estado sureño de Rio Grande do Sul. Asistió el personal más excelso de la comarca, los personajes de la élite: farándula, periodismo, política, incluyendo, desde luego, al prefeito, el excelentísimo señor Airton Langaroto.
Ese día, las novias tenían 20 personas para ayudarlas en su preparación y 18 padrinos, que se vistieron con tres colores distintos para que no los fueran a confundir. Las novias pasaron más de seis horas en la peluquería peinándose y maquillándose para el momento de la verdad. Todo idéntico, porque Buenotta, Regularetta y Malinha cuentan con la desgracia de tener los mismos gustos, de ahí que su padre se la pasara insistiéndoles en la vida y, sobre todo, antes de casarse: “Donde todos piensan igual, ninguno piensa mucho” y, para desgracia de ellas, añadía: “Donde todas tienen igual gusto, ninguna tiene…” “Hicimos una prueba antes, con dos modelos distintos de peinado y maquillaje, pero finalmente a todas nos gustó lo mismo. ¿No ves que las tres somos igualitas?, recalcaba Buenotta de forma inconsciente”, contó Regularetta. Malinha, en estos casos, no opinaba. Y si lo hacía, las dos restantes se burlaban. Porque también en el sarcasmo, en la mala leche, en la neurosis, las tres eran idénticas.
Después de la ceremonia, los anillos y los besos para sellar el enlace, vino la fiesta. Una fiesta, como se dice, a todo dar: como si se tratara de algo que nunca hubiera ocurrido ni que jamás volvería a ocurrir. Entonces, las más felices eran las amigas de las novias: tenían tres oportunidades para quedarse con un ramo, tres ocasiones de escoger color y 18 de echarse un buen polvo. “Entramos todos juntos hasta la mitad de la iglesia: de ahí yo iba a llevarlas de a una hasta el altar, donde cada una se encontraría con cada uno de los tres maricas de sus maridos”, contaba Entratti Benemal a TV Globo USA (en Brasil, para que no haya dudas). “Ver a las tres juntas en el altar, también era mi sueño”, agrega muy convencido el papá de las tres dichosas, de las tres fabulosas criaturas.
Le sugerimos leer la historia sobre Selma: una lucha por la vida, la justicia y la dignidad
Pero, lo que parecía un sueño resultó una pesadilla. Para empezar, Buenotta se casó con un eunuco, buena pinta y todo, pero eunuco al fin. Regularetta, tampoco tuvo mucha suerte con su marido: una estrella del fútbol que murió estrellado a los seis meses, en un carro igualito al que CR7 le regaló a Irina Shayk, antes de que ésta lo decepcionara diciéndole que no le gustaban los gays que se las daban de machos y que, además, eran pésimos en la cama tratando de demostrar lo contrario. Claro, también es pertinente decir que CR7 había encontrado previamente a Irina en su cama con otra mujer. Cuando dándoselas de bravo, le reclamó, Irina de forma muy natural y algo jocosa, le respondió: “No te alteres, bella figura del fútbol mercenario, es apenas un asunto de tercerización” y le soltó una carcajada estentórea que dejó sin aire a CR7. A quien, a propósito, ya era poco lo que lo excitaba, lo dejaba sin aire… cosas del dios dinero, tal vez.
Por último, Malinha sí salió tal como su nombre lo indica: no lograba excitar jamás a su tonto marido, que resultó más frígido que Varito con Lady La Piña Noriega, como le decían al ex presidente de Panamá, antes de que llegara el otro compinche del enano energúmeno, el tal Ricardo que a punta de Martinelli le ayudó a recibir asilados a todos sus ex funcionarios corruptos acusados de evadirse del país por diferentes delitos.
Cuando, después de la boda, Entratti Benemal despertó, su mujer, Salitte, lo había abandonado. De ahí… ¿La razón? Nunca se habían casado, ni tenido tres hijas ni, en consecuencia, habrían podido casarse. Se trataba únicamente de un tremendo caso de delirios de grandeza. Todo fue más allá del sueño: en realidad, fue la más terrible pesadilla que en toda su vida tuvo el desgraciado Entratti Benemal. Poco tiempo después, no tuvo más remedio, no le quedó otra salida, que intentar suicidarse. Fue al shopping center, como dicen ciertos brasileños, más cercano, compró todos los aparejos necesarios, entre ellos, principalmente, cuerda, y viajó a Colombia, donde le contaron que, aparte de ser el país más propicio para su adiós definitivo, había un frondoso y potente árbol, en concreto un cedro, de donde podría colgarse o descolgarse, según fuera lo que buscara para sus propios fines. Tenía entre 12 y 16 metros de altura. Llegó a Colombia, viajó a Medellín en avión y de allí a Bolombolo en bus, lugar en el que estaba el cedro de su despedida. Como llegó tarde en la noche, tuvo que esperar hasta la mañana del día siguiente para ejecutar el que sería un insólito acto mediante el cual renunciaría a seguir aquí, en este valle de sangre, sudor y lágrimas.
Le sugerimos leer el homenaje Ramón Illán Bacca o el adiós a un maestro
Se levantó a las seis en punto, la que él consideraba la hora de la muerte, simplemente porque se trataba de un número par, él que no odiaba a nada ni a nadie, pero que, sin embargo, tenía tres fobias: los números pares, la nariz tapada, los pinchazos con agujas. Se dirigió sin prisa, eso sí, pero sin pausa, hacia el destino fatídico. Contó cada uno de los pasos que dio. Se acordó, mientras tanto, de todas sus cagadas, de sus pocos aciertos, mientras ponía sus pies en el lodazal que se había formado por la lluvia intensa de la noche anterior. Advirtió al detalle las ventajas del saber y los problemas de la ignorancia. Se acordó en un instante de todas las mujeres con las que se acostó y notó que, por ahí derecho, era muy difícil recordar el nombre de la mayoría. Además, el asunto no daba para tal meticulosidad. Creyó de pronto que ya no necesitaría más leer periódicos, ni ver noticieros, ni oír la radio: él era capaz de mentir solito. Sin ayuda de los mass media, como decía que decían ciertos intelectuales, ciertos académicos, que con su jerga ayudan a mantener intacto el establecimiento, cohonestan el statu quo.
Vivió en un instante mental bellos recuerdos de su padre y de su madre, no pudo evitar que surgieran algunos lagrimones, tuvo, por contraste, también tiempo para reírse ¡de su desgracia! Y volvió a llorar, esta vez sin atenuantes al creer y sentir que en el hecho de ahorcarse encontraba la mejor manera de salir del mapa. Sin embargo, pensó que era muy fuerte su tragedia al comprobar que los que de verdad deberían morir (aunque nadie debería, recordó, por algún filme, por alguna novela), los que habían acabado con su país, sin empleo, salud, vivienda, educación, con una guerra eterna, nunca pensaban en el suicidio, sino que suicidaban a los demás o los mandaban a suicidar a través de terceros: y aquí pensó otra vez en la tercerización. Y se rio al darse cuenta de que lo único que no estaba tercerizado en la vida era, justamente, el suicidio: el único suicidio de verdad, claro, no el de los suicidados. Y se le vino Cioran: “El suicidio es el único acto verdaderamente libre en nuestras vidas”. Así se daba valor para lo que no tenía valor, es decir, para lo que él no tenía valor. Bueno, en realidad no tenía valor para nada, menos para suicidarse, pero así se daba ínfulas, se reconciliaba de momento con la vida (como Édith Piaf lo hacía con sus canciones de una vida plagada de desgracias y recordaba a su hija Marcelle, muerta de dos años por meningitis) y, desde luego, con su propia hija: ¿cómo desprenderse de su recuerdo, de su bello recuerdo, de su recuerdo impotente para devolvérsela? Y pensaba que si en ese momento tuviera entre sus manos el cuchillo de cocina se lo clavaría varias veces, sin titubeo ni remordimiento alguno. Pero, a la vez, se refrenaba en su mente y rogaba porque no se le volviera a aparecer, ni en sueños, el terrible, el alegórico pero real cuchillo de marras. Que sólo reapareciera su hija…
Podría alargar hasta el infinito esta historia, porque los hechos lo ameritan, pero toda historia tiene que llegar a su fin. Y si no el lector se cansa, pensaba mientras se tercerizaba la soga, perdón, se terciaba la soga, subía al cedro, se pasaba la cuerda alrededor del cuello. Sin más preámbulos, hizo un nudo marinero, que aprendió de su padre, como para que no fuera a fallarle la operación. De pronto, se puso melancólico y pensó en bajarse y devolverse a su país de origen. Con tan mala suerte que, al tratar de hacerlo, por las botas embarradas, metió las patas y una de ellas, la derecha, cayó en la parte exterior de la rama en la que pensaba apoyarse, arrastrándolo de paso…
Pero, el asunto no paró allí: el hombre voló los 14 metros, desde donde se ubicó, mientras se imaginaba la fatídica escena. Aun así, al caer no sintió el golpe. Y no es que de nuevo soñara. Lo que pasaba, apenas, era que Entratti había caído entre los escombros de piedra de una casa que se estaba reconstruyendo cerca de los hechos. Al levantarse del piso, no sin dificultad y con amargura, no lo podía creer. Estaba hecho mierda, lleno de moretones, incrustaciones en piedra, no preciosas por fortuna para no agregarle adornos a su desgracia, pero, eso sí, nada definitivo le pasaba. La noticia, sin embargo, lo alegró por un instante. Porque, enseguida, decepcionado de Colombia, por no haber podido matarse en el árbol más seguro de la zona que, en realidad, estaba enfermo y con sus raíces podridas; quitarse la vida en el lugar más triste que pudo encontrar; suicidarse en un país en el que a cualquiera que resulte incómodo se le suicida o se le da de baja, regresó tres días después al Brasil del orate Bolsonazi.
Al encontrarse de nuevo con sus amigos, se sorprendió inicialmente porque nadie le preguntaba por sus trillizas recién casadas, lo que no dejó de producirle un agudo prurito de locura. Pero, al reconocer él mismo que todo no había sido más que un sueño, peor, una asquerosa pesadilla, les soltó de una la exclusiva frase posible para salvar el impase, no sin antes haber recibido las burlas de sus amigos por el estado de su cuerpo. Y para no repetir la consabida muletilla de los muchachos paisas, que escuchó en su viaje a Colombia, esto es, “güevones”, les espetó: “Miren, partida de cascarones, lo que sencillamente pasó fue que intenté suicidarme y… ¡casi me mato!”
A Santiago, por su singular sentido de la melancolía.
A Marthica, por su neologismo para “güevones”.
A JuanRa y a Gustavo, por sus aportes.
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). Autor, traductor y coautor, con LES, en el portal Rebelión. E-mail: lucasmusar@yahoo.com