Las viñetas en Colombia celebran 100 años de existencia
Este 19 de enero se celebra el centenario de la primera tira cómica de Colombia: “Mojicón”, una obra del artista Adolfo Samper, quien trazó un nuevo capítulo en la historia de nuestra nación: abrió lugar a un arte inexplorado en el país.
Samuel Sosa Velandia
Hace 100 años, Adolfo Samper, quien había trabajado como ilustrador y caricaturista, dio vida a la primera tira cómica colombiana. Esto, como un pedido del editor del periódico Mundo al día, Arturo Manrique, quien lo convocó para que se encargara de la creación de un personaje basado en la tira cómica norteamericana Smitty, de Walter Brendt. Así, nació Mojicón, una copia gráfica con adaptaciones del vocablo local de ese cómic estadounidense.
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Hace 100 años, Adolfo Samper, quien había trabajado como ilustrador y caricaturista, dio vida a la primera tira cómica colombiana. Esto, como un pedido del editor del periódico Mundo al día, Arturo Manrique, quien lo convocó para que se encargara de la creación de un personaje basado en la tira cómica norteamericana Smitty, de Walter Brendt. Así, nació Mojicón, una copia gráfica con adaptaciones del vocablo local de ese cómic estadounidense.
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Aunque Samper se negó a firmar los capítulos de Mojicón por tratarse de una copia, fue su labor la que marcó el inicio de la industria del cómic en Colombia. Pablo Guerra, Laura Valentina Álvarez y Niña Tigre son tres artistas e investigadores que se han encargado de reconstruir esa historia y recuperar ese pasado, que aunque olvidado, gestó un oficio y un arte que hoy cumple 100 años en nuestro país.
Estos tres ilustradores son los directores de “Año 100″ , una iniciativa en la que diferentes agentes del cómic, entre dibujantes, guionistas, editores, lectores, investigadores y colectivos gráficos, han realizado varios proyectos para resaltar el valor patrimonial de la historieta colombiana como registro gráfico y narrativo del país.
¿Cuál era la historia de Mojicón? ¿Era solo una copia del cómic estadounidense Smitty?
Pablo Guerra: Eran las historias graciosas de un niño bogotano. Y sí, es cierto que inicialmente era un calco de una tira que se llamaba Smitty, en la que el artista colombiano lo que hacía era agarrar las tiras dominicales de la prensa de Estados Unidos y ponía los diálogos. Al principio, trataba de traducirlos, pero eventualmente fue liberándose. De hecho, se liberó también del ejercicio del calco.
Hay un momento importante en el proceso de investigación, que es algo que yo llamo la “tira incalcable”. Y es que a pesar de que el mismo Adolfo Samper decía que él siempre lo calcó; en 2016 encontramos con Bernardo Rincón, una tira que es imposible que haya calcado y que comprueba que no fue simplemente copia, sino que fue un proceso de aprendizaje.
Ese proceso de copiar terminó convirtiéndose en una especie de collage: utiliza viñetas de otros lados. En 1928, cuatro años después desde la primera publicación del personaje, aparece una tira de aniversario que es a color y que sucede en el taller de imprenta del periódico Mundo al día, en donde aparece su editor y él. Es imposible que Samper haya calcado su retrato.
¿Cómo se hacía este cómic?
Pablo Guerra: Se utilizaba un tipo de reproducción que permitía copiar directamente el dibujo original, sin necesidad de pasar por el grabado. Investigando un poco más, encontramos que Adolfo Samper contó también con un ayudante: Hernando Manrique, quien era el hijo del editor del periódico.
Inicialmente, el proceso era de agarrar, calcar y poner los diálogos usando mucho el habla de la ciudad y de la época. No era un lenguaje formal. Mojicón es una tira muy rica en capturar el habla de la Bogotá de los años 20, uno los lee y es como si estuviera escuchando a un cachaco bien tradicional. Luego, empieza a utilizar otras tiras, que no son de Mojicón, pero en las que sí lo incluye, por lo que va armando otras historias y desarrolla personajes que no son originales de Smitty.
Laura Álvarez: A principios del siglo XX había muchas publicaciones que eran periódicas, ya fueran semanales o diarias, que incluían material gráfico y mucho de ese contenido estaba diseñado con el lenguaje de cómic. Entonces, no es que Mojicón aparezca como único y de la nada, sino que Samper ya venía trabajando para El Mundo al día, haciendo secciones dibujadas con este lenguaje.
Hablemos de Adolfo Samper. ¿Quién fue este hombre para la historia del cómic en Colombia?
Pablo Guerra: Samper representa la entrada a un lenguaje y a un formato nuevo. La gente no tenía esa expectativa del personaje de tira cómica semanal y de humor con este tipo de historias sobre la cotidianidad. Él logra registrar la vida diaria, el habla cotidiana y un universo familiar e infantil, tal y como el de la época en la que fue creado Mojicón.
Niña Tigre: Él también descifra la forma en que el oficio del dibujante se daba en esa época y durante muchos años más. Casi todos venían de una escuela artística, pero en la práctica ellos tenían que convertirse en su propia cadena de producción y de aprendizaje, y esto tiene un valor desde las artes editoriales, porque deja unos insumos que trascienden a la academia e innovan en temas de comunicación y de las visuales, que fue lo que permitió que en los sesenta hubiera el boom de los cómics en Colombia.
Después de qué se acaba Mundo al día. ¿Qué sucede en Colombia con el cómic y con el mismo Samper?
Pablo Guerra: Hay que decir que Samper terminó muy descreído del oficio gráfico en Colombia. Se retiró en los años 60, muy aburrido, con mucha frustración, con una sensación de que su trabajo no era reconocido, lo cual lastimosamente también se termina convirtiendo en una constante en Colombia, pues lastimosamente, muchas personas que trabajan durante años se sienten frustrados porque no reciben un reconocimiento real por el valor de su trabajo, tanto económico como en términos afectivos y culturales.
Ya en cuanto al oficio vinieron cosas muy interesantes. A partir de los años 60 hay un punto de inflexión cuando aparece Copetina en El Tiempo, pero también cuando se hace la primera muestra de tira cómica colombiana en el año 67. Ese es un punto clave porque ahí empiezan a aparecer autores y publicaciones nuevas. Por ejemplo, empieza La Gaitana en El Espectador, en el año 70. De igual manera, es un ejercicio que se va extendiendo a otras ciudades, como Medellín.
Laura Álvarez En la investigación que hicimos el semestre pasado, tuvimos la gran tarea de revisar el archivo de la Biblioteca Nacional, buscando cómics de finales de los años 30 e inicios de los 40. Allí descubrimos que la Revista Cromos tiene un gran archivo en contenido gráfico en sus publicaciones literarias y algunos artículos; había muchas cosas que se parecían al comic. Después, hallamos que en el año 38 se realizó una serie de historia de Colombia, que eran historietas de una página en la que se narraban hechos históricos del país. Pero esto no estaba firmado y eran 183 páginas, más o menos. Sin embargo, para ese momento la revista empieza a adicionar a su contenido historietas gringas, por lo que comienza a disminuir la aparición del contenido gráfico nacional.
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Esta labor de documentación e investigación hace parte de lo que inicialmente se llamó “Año 99″ y que ahora lleva el nombre de “Año 100″, cuéntenme sobre esta iniciativa y este trabajo. ¿Cuáles son sus motivaciones y anhelos?
Niña Tigre: La iniciativa de “Año 99″ se hizo para calentar motores. Para convertir este tema en una conversación pública, que fuera trasladada hacia las instituciones y hacia la misma comunidad del cómic, porque había muchos que pertenecíamos a ella, pero no teníamos idea de estos acontecimientos tan importantes.
Esto nace de las ganas del rescate de nuestro patrimonio, pues pensamos que hacemos viñetas porque sí, pero al rastrear los datos de las investigaciones, esto es algo que siempre ha estado latente en nuestra sociedad y que tiene todo un acervo y un pasado. Incluso, nos damos cuenta de que las prácticas siguen siendo casi las mismas: la forma en la que aprendemos y las cadenas creativas y de producción, que son muy personales, muy de dupla, muy de autogestión. Entonces, en vista de esto, comenzamos a hacer lo primero, que es darle visibilidad al cómic que se hace en este país y que se lleva haciendo desde hace 100 años. Hay muchos autores y autoras, que siempre han estado presentes en el tiempo.
Para lograrlo, arrancamos con una serie de eventos. El primero fue “Bogotá En Viñetas”, que era la muestra que recogía 5 años del Taller Distrital de Narrativas Gráficas, que fue en septiembre del año pasado en la Virgilio Barco. Estuvimos un mes haciendo activaciones, visitas guiadas, talleres en la Red de Bibliotecas, que se convirtió en nuestro aliado. Poco a poco, hemos ido cogiendo fuerza y estamos totalmente listos para hacer el cambio de año. Estamos gestionando y buscando aliados para que esto se convierta en una celebración sobresaliente, que no siga pasando desapercibido, sino que se comience a dar una mirada hacia esta producción intelectual. Esperamos que esto sirva para que los próximos 100 años sean diferentes.
Hoy, 19 de enero, se hará el lanzamiento de la convocatoria Cien Mojicones, una invitación para todos los dibujantes de Colombia a que hagan sus propias versiones de Mojicón. ¿Cómo será la dinámica de participación?
Pablo Guerra: Nosotros queremos que esta sea una iniciativa que empiece desde los mismos historietistas. Nuestra idea no es que venga alguien, una institución o un curador, y nos diga cuál es nuestro trabajo y de dónde viene, sino que nosotros nos apropiemos de esto. Sentimos que la convocatoria de los Cien Mojicones, es la manera de invitar a la comunidad de historietistas a apropiarse de Mójicón y de adaptarlo a lo que cada uno tiene para decir. Esto va a estar circulando por las redes del proyecto y queremos ver qué puede pasar. Quizá salga una muestra u exposición.
Ya han mencionado algunas de las situaciones que ha atravesado la industria del cómic en Colombia, pero... ¿Cómo estamos hoy?
Pablo Guerra: Siento que tenemos todo para que la industria del cómic en Colombia crezca y se consolide. Hay una cantidad cada vez más grande de artistas que quieren hacer cómics, que tienen muchas cosas para contar y que tienen la necesidad y la inquietud de apropiarse gráficamente de esos códigos que vienen de afuera para hacer algo propio, para hablar sobre sí mismos; sobre sus mundos y sus cosas. Creo, además, que están los cimientos para mantener una industria cultural y editorial. Es decir, para que esas producciones lleguen al público y se puedan comercializar, tanto en lo impreso como en lo digital. También sé que el público está abierto y expectante, pues la gente está más familiarizada con la lectura de distintos tipos de cómics y muchos formatos diferentes. Hay menos prevenciones a las que había hace 30 años. Por ejemplo, antes asumían que lo colombiano iba a ser menos interesante, pero lo cierto es que ahora la obras de los autores colombianos también se venden.
Hablemos de la academia. ¿En Colombia sí hay oferta educativa para especializarse en la creación de cómics?
Niña Tigre: Hacen falta más espacios de formación, pero ahora que el tema está de moda, ya hay ciertas universidades que sacan cursos cortos, o que ofrecen una electiva de historieta, como en la Universidad Nacional, que siempre ha ofertado esta clase. Pero si uno revisa, siguen siendo muy escasas las posibilidades. Y a pesar de que el cómic es una herramienta narrativa que funciona para muchas cosas, como para explicar temas complejos, emocionalmente y científicamente; seguimos en esa pugna de: ´”Usted pertenece a la literatura, usted pertenece al arte” y eso ha imposibilitado de que podamos ser transmediales.
Hablemos de la relación del cómic y la prensa, que ha sido un vehículo importante para el desarrollo de este oficio...
Pablo Guerra: Fue una relación espectacular mientras duró. A mí me tocó como lector y como creador. Trabajar haciendo cómics para prensa fue determinante para ambos actores en temas de profecionalización y aspectos comunicativos, pero a partir de los años 90 hay un quiebre con los medios tradicionales y se explora la autopublicación. De ahí en adelante las cosas han avanzando en otro tipo de espacios, como en lo digital.
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