Las voces de la ira
“Vindictas”, antología publicada en 2020 de veinte relatos de cuentistas hispanoamericanas de mediados del siglo XX, surge de la colaboración entre la Universidad Autónoma de México y Páginas de Espuma Editorial. Sumergirse en diversos escenarios provocará un sinfín de ruidos y emociones en el lector.
Elena Chafyrtth
Algunas veces nos sentimos débiles cuando la ira, el odio, la nostalgia y el llanto invaden nuestras horas. En vez de experimentar aquellos sentimientos, dejarlos correr tranquilamente por cada parte de nuestro cuerpo, casi siempre nos encargamos o, mejor aún, nos forzamos a detenerlos, hacemos cualquier cosa con tal de exprimirlos o presionarlos de tal manera que quepan en un cajón. Desde pequeños escuchamos que lo mejor que puede pasarnos es estar siempre con una sonrisa; sin embargo, es la ira la que rompe con la calma de los días monótonos. Son el odio y el desespero los que nos impulsan a escribir y darle vida a un personaje, es la nostalgia lo que nos mueve a leer un libro y no querer parar de leerlo, son las lágrimas las que sacuden nuestros ojos y nos devuelven una mirada más valiente, límpida y diáfana.
Son estas sensaciones a las que el lector se enfrentará al leer Vindictas, feroces voces femeninas que, movidas por el odio, la culpa, el maltrato, la locura o la pérdida, cuentan su propia historia para poder recuperar el aire y seguir enfrentándose a los sobresaltos de la vida. En estas páginas se puede pasar del odio al amor en un segundo. Las protagonistas de estos relatos experimentan toda clase de vivencias y al mismo tiempo se encuentran sumergidas en constantes decisiones que deben enfrentar.
“A veces bajamos al café en la noche y los oímos cantar. Pero hay siempre un momento en el día en que yo me siento perdida, son esas horas en que siento pánico ante el blanco espantoso que se forma entre la hora que vivo y la siguiente. Y es que aquí el tiempo alcanza para todo. Para romper una rutina y retomarla sin que haya que perder jamás el ritmo. Cuando llega la noche me siento morir y no exagero. Siento que este vacío se está comiendo mi vida poco a poco”. Inmóvil sol secreto es el primer cuento con el que el lector comenzará esta larga travesía invadida por dudas y sentimientos. Aquí la autora mexicana María Luisa Puga nos presenta a una mujer que se siente atrapada por la culpa tras haberle sido infiel a su esposo, Enrique. Aun siendo la causante de la crisis de su matrimonio, agotada y en contra de lo que diga él, escribe su novela describiendo sus errores para tratar de aliviar el dolor que le suscitó. En consecuencia, los dos toman la decisión de viajar, y al mismo tiempo de huir, al otro lado del mundo. En Cefalonia, una isla en Grecia, pretenden arrojar al mar un pasado que sigue estando latente en cada atardecer del presente.
Por otro lado, la escritora cubana Mirta Yáñez sorprende con su cuento Nadie llama de la selva. Esta vez es un perro sin nombre el protagonista de esta historia. Como no puede ver lo que pasa fuera de su casa y también se niega a leer los periódicos de la ciudad, no entiende cuál es el causante de la ausencia de sus amos. “Quince días después permanecía aún de pie, con resignación, como víctima de un error incomprensible. Pero el agotamiento terminó por acorralarlo y se vio obligado, a pesar suyo, a reclinarse contra la puerta. Se le cerraron los ojos y soñó”. La nostalgia y el aferrarse a la única vida que se conoce se apoderan de las páginas de este cuento, en donde cada palabra narrada resulta desgarradora.
Aliviar su ira y desespero por medio del papel, al parecer, es la manera que han escogido las protagonistas de estos cuentos para mitigar el dolor que les produce el evocar. Les resulta fascinante escuchar el crujir del lápiz, pues con ello se sienten poderosas, livianas y seguras de sí. Reflexionan a través del ruido que emiten sus propias palabras al ser expuestas en la hoja, lo que las conduce por el camino de la intuición, la observación y la reflexión. Aquí las cicatrices no son sinónimo de debilidad ni de amargura. Aunque se demoran en sanar, al final no son más que la constancia del sabor a la inexperiencia.
“No cogí carro por temor de que el taxista me oliera. Caminé, caminé mucho, y cuando por fin llegué a la casa corrí desesperada al baño y me lavé diez, quince, veinte veces y nada. El olor se dilataba en ondas, irrumpía en las cosas, impregnaba las paredes, se filtraba por las puertas y ventanas, no podía esconderme en ningún lugar, el olor me acusaba: en mi boca, ademanes, piel; hasta las palabras olían”. En estas líneas la escritora ecuatoriana Gilda Holst, con su cuento La reunión, reflexiona acerca de la culpa que en ocasiones sentimos por nuestros genitales femeninos. Así, nos habla y nos lleva a conocer y asumir cada parte de nuestro cuerpo no desde la aflicción sino desde la perspectiva contraria: lo innato, lo hondo y lo natural.
Otro de los relatos que contiene esta antología es Locura, de la autora española María Luisa Elío: “Lo triste deja una huella, una marca, una cicatriz; lo alegre pasa como el aire, sin dejar señal alguna. Cuando recuerdo algo alegre casi se vuelve triste por la nostalgia, ya pasó. Pero si es algo triste lo que recuerdo, ahí está y vuelve a aparecer el mismo dolor”. Una mujer se despierta asustada, observa las paredes blancas, el sol que trasciende por la ventana le hace cerrar a toda velocidad los ojos. Escucha el nombre de aquel lugar: Maison de Santé, llamaban así a los manicomios. Sin poder gritar, se aferra a sus recuerdos y cuando lo hace le entra una urgencia por querer olvidarlos.
Vindictas es sinónimo de furia, de rebeldía, de constantes ruidos que se incrustan hasta el fondo de nuestros oídos, provocando con cada palabra un golpe en nuestra alma que termina convirtiéndose en una temible obsesión. Cada una de estas mujeres se permite caer, hundirse, desvanecerse, quebrarse y, por qué no, resignarse, sumiéndose en la profundidad y la crueldad de sus vivencias. Luego, emergen con fuerza desde la profundidad del agua dispuestas a narrar y reflexionar acerca de los vaivenes que ha tenido su historia. Leer esta obra es una forma de enfrentarnos con nuestros crudos y afables sentimientos. Es por medio de estas diversas voces que el lector entenderá que la mayor parte del tiempo es necesario llorar para poder escribir, escribir para poder sanar.
Algunas veces nos sentimos débiles cuando la ira, el odio, la nostalgia y el llanto invaden nuestras horas. En vez de experimentar aquellos sentimientos, dejarlos correr tranquilamente por cada parte de nuestro cuerpo, casi siempre nos encargamos o, mejor aún, nos forzamos a detenerlos, hacemos cualquier cosa con tal de exprimirlos o presionarlos de tal manera que quepan en un cajón. Desde pequeños escuchamos que lo mejor que puede pasarnos es estar siempre con una sonrisa; sin embargo, es la ira la que rompe con la calma de los días monótonos. Son el odio y el desespero los que nos impulsan a escribir y darle vida a un personaje, es la nostalgia lo que nos mueve a leer un libro y no querer parar de leerlo, son las lágrimas las que sacuden nuestros ojos y nos devuelven una mirada más valiente, límpida y diáfana.
Son estas sensaciones a las que el lector se enfrentará al leer Vindictas, feroces voces femeninas que, movidas por el odio, la culpa, el maltrato, la locura o la pérdida, cuentan su propia historia para poder recuperar el aire y seguir enfrentándose a los sobresaltos de la vida. En estas páginas se puede pasar del odio al amor en un segundo. Las protagonistas de estos relatos experimentan toda clase de vivencias y al mismo tiempo se encuentran sumergidas en constantes decisiones que deben enfrentar.
“A veces bajamos al café en la noche y los oímos cantar. Pero hay siempre un momento en el día en que yo me siento perdida, son esas horas en que siento pánico ante el blanco espantoso que se forma entre la hora que vivo y la siguiente. Y es que aquí el tiempo alcanza para todo. Para romper una rutina y retomarla sin que haya que perder jamás el ritmo. Cuando llega la noche me siento morir y no exagero. Siento que este vacío se está comiendo mi vida poco a poco”. Inmóvil sol secreto es el primer cuento con el que el lector comenzará esta larga travesía invadida por dudas y sentimientos. Aquí la autora mexicana María Luisa Puga nos presenta a una mujer que se siente atrapada por la culpa tras haberle sido infiel a su esposo, Enrique. Aun siendo la causante de la crisis de su matrimonio, agotada y en contra de lo que diga él, escribe su novela describiendo sus errores para tratar de aliviar el dolor que le suscitó. En consecuencia, los dos toman la decisión de viajar, y al mismo tiempo de huir, al otro lado del mundo. En Cefalonia, una isla en Grecia, pretenden arrojar al mar un pasado que sigue estando latente en cada atardecer del presente.
Por otro lado, la escritora cubana Mirta Yáñez sorprende con su cuento Nadie llama de la selva. Esta vez es un perro sin nombre el protagonista de esta historia. Como no puede ver lo que pasa fuera de su casa y también se niega a leer los periódicos de la ciudad, no entiende cuál es el causante de la ausencia de sus amos. “Quince días después permanecía aún de pie, con resignación, como víctima de un error incomprensible. Pero el agotamiento terminó por acorralarlo y se vio obligado, a pesar suyo, a reclinarse contra la puerta. Se le cerraron los ojos y soñó”. La nostalgia y el aferrarse a la única vida que se conoce se apoderan de las páginas de este cuento, en donde cada palabra narrada resulta desgarradora.
Aliviar su ira y desespero por medio del papel, al parecer, es la manera que han escogido las protagonistas de estos cuentos para mitigar el dolor que les produce el evocar. Les resulta fascinante escuchar el crujir del lápiz, pues con ello se sienten poderosas, livianas y seguras de sí. Reflexionan a través del ruido que emiten sus propias palabras al ser expuestas en la hoja, lo que las conduce por el camino de la intuición, la observación y la reflexión. Aquí las cicatrices no son sinónimo de debilidad ni de amargura. Aunque se demoran en sanar, al final no son más que la constancia del sabor a la inexperiencia.
“No cogí carro por temor de que el taxista me oliera. Caminé, caminé mucho, y cuando por fin llegué a la casa corrí desesperada al baño y me lavé diez, quince, veinte veces y nada. El olor se dilataba en ondas, irrumpía en las cosas, impregnaba las paredes, se filtraba por las puertas y ventanas, no podía esconderme en ningún lugar, el olor me acusaba: en mi boca, ademanes, piel; hasta las palabras olían”. En estas líneas la escritora ecuatoriana Gilda Holst, con su cuento La reunión, reflexiona acerca de la culpa que en ocasiones sentimos por nuestros genitales femeninos. Así, nos habla y nos lleva a conocer y asumir cada parte de nuestro cuerpo no desde la aflicción sino desde la perspectiva contraria: lo innato, lo hondo y lo natural.
Otro de los relatos que contiene esta antología es Locura, de la autora española María Luisa Elío: “Lo triste deja una huella, una marca, una cicatriz; lo alegre pasa como el aire, sin dejar señal alguna. Cuando recuerdo algo alegre casi se vuelve triste por la nostalgia, ya pasó. Pero si es algo triste lo que recuerdo, ahí está y vuelve a aparecer el mismo dolor”. Una mujer se despierta asustada, observa las paredes blancas, el sol que trasciende por la ventana le hace cerrar a toda velocidad los ojos. Escucha el nombre de aquel lugar: Maison de Santé, llamaban así a los manicomios. Sin poder gritar, se aferra a sus recuerdos y cuando lo hace le entra una urgencia por querer olvidarlos.
Vindictas es sinónimo de furia, de rebeldía, de constantes ruidos que se incrustan hasta el fondo de nuestros oídos, provocando con cada palabra un golpe en nuestra alma que termina convirtiéndose en una temible obsesión. Cada una de estas mujeres se permite caer, hundirse, desvanecerse, quebrarse y, por qué no, resignarse, sumiéndose en la profundidad y la crueldad de sus vivencias. Luego, emergen con fuerza desde la profundidad del agua dispuestas a narrar y reflexionar acerca de los vaivenes que ha tenido su historia. Leer esta obra es una forma de enfrentarnos con nuestros crudos y afables sentimientos. Es por medio de estas diversas voces que el lector entenderá que la mayor parte del tiempo es necesario llorar para poder escribir, escribir para poder sanar.