“Quienes escribimos tratamos de que la angustia, al menos, sea contada”
Laura Bolaño habla sobre “El contacto”, parte de la antología “Qué te hizo apagar la luz y quedarte adentro y otros cuentos” (Ediciones La Cueva), y de las inquietudes que plasmó en este escrito.
Daniela Cristancho
¿Cómo el ser libretista ha nutrido otros tipos de escritura?
No estudié formalmente cine, sino que aprendí de una forma más empírica. Había estudiado creación narrativa y se creó como una simbiosis que tal vez más adelante en mi vida no hubiera podido hacer. Ahora, pues después de tantas páginas y páginas, puedo encontrar mi propia voz y mi propia perspectiva de narrar. Hacer cine es caro y lento, y la televisión está ligada al mercado, entonces eso te limita creativamente, pero de alguna manera te nutre el músculo y la imaginación para poder escribir otras cosas. Por ejemplo, El contacto es algo que no podría hacer para la pantalla de Colombia, por su temática y por la producción. Lo que sucede en mi caso es que las historias le van a uno diciendo el formato: un cuento, una historia de largo aliento, un cortometraje. Si no fuera por el guion, no tendría el alimento para robustecer el ejercicio literario y lo mismo en el sentido contrario.
¿Cuáles son sus referentes para el ejercicio literario?
El subtexto, las intenciones psicológicas de los personajes, vienen de preguntas filosóficas que surgen de mi otro trabajo, de la filosófía moral y política. Tengo una predilección hacia la literatura de ciencia ficción. Siempre me gustó Ray Bradbury, Philip K. Dick, la literatura británica y la americana. Últimamente estoy obsesionada con la escritora argentina Mariana Enríquez. Me parece fascinante su literatura, porque recrea el terror desde lo cotidiano, sin que sea realismo mágico. Y eso es interesante, porque Colombia es un país que parece de ficción, pero no lo es. Aquí hay sucesos que parecen inventados, pero realmente suceden, es parte del devenir de la vida.
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Creería que su cuento “El contacto” tiene algo de ese terror desde lo cotidiano. El culto y los grupos armados son elementos que en un país como este podrían coincidir…
Sí, de acuerdo. Lo que pasa con historias de autores de otras latitudes que limitan con lo gore es que para nosotros eso no es ficción. En el cuento en particular me interesaron varias cosas. Una, la manera como la violencia atraviesa la vida de los colombianos, en mayor o menor medida. Segundo, este fundamento filosófico que se pregunta cómo nosotros estamos en la perpetua búsqueda de una espiritualidad que pueda reemplazar la fe abrahámica, porque ese es un efecto placebo que tenemos los humanos en nuestra vida, no sabemos si habrá algo en el más allá, pero la idea hace que nuestra existencia sea más suave. En el caso de la historia es un culto ovni, que hace que sea más llevadera la vida en un país como este. Y, adicionalmente, la angustia de nuestras generaciones de qué hacer con la vida, antes esta estaba un poco predeterminada, nosotros no deseamos eso y no se nos facilita tenerla tampoco. Son diferentes inquietudes de esta edad que me interesan explorar.
Hay un momento en el que la vida de la protagonista está en riesgo, pero a ella la angustia cómo pagar las facturas si llega a sobrevivir. ¿De dónde viene esta inquietud?
En la historia hay un antagonista claro que es la violencia, pero la protagonista piensa: “Si salimos de esto, igual cómo voy a enfrentarme a lo que viene”. Muchas veces uno no sabe si es mejor resolverse o que la vida lo resuelva a uno. Pienso que es una inquietud muy millennial, es algo que me pasa a mí. Cuando me hablan del futuro, de la vejez, para mí no es una imagen tan clara. Para mí prevalece una idea que nuestras generaciones verán en el ocaso de las civilizaciones, y parte de esa inquietud traté de imprimirla a la historia.
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Un poco este interrogante sobre “vivir o ser vivido”…
Claro, una de estas grandes preguntas de la filosofía es si el universo es determinado o indeterminado. Si estamos condicionados por el destino y somos presos del azar o si el libre albedrío cuenta. Entonces puedo esperar que las cosas lleguen y se resuelvan solas o puedo construir mi futuro y que las decisiones que tome desemboquen en ciertos resultados. Por lo menos, creo, hay que hacer que la existencia sea algo que valga la pena para uno.
¿Y cómo se hace eso?
Quienes intentamos escribir tratamos de que esa angustia, al menos, sea contada. La literatura es bien terapéutica en ese sentido. En realidad todo viene siendo autoficción, porque esas historias que, por ejemplo, encuentras en tu ejercicio periodístico y que decides ficcionar tienen una parte de ti, de tus angustias, intereses, etc. Y por eso lo que escribas a los 25 no va a ser lo mismo que escribas a los 35. Todas son búsquedas y necesidades de narrar momentos. Lucía Vargas, una de las autoras de la antología hablaba de eso, que ella usa la literatura como un “volver hacia cosas que le ocurren”. No lo había pensado de esa forma tan conceptual, pero sí tiene mucho sentido.
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¿Cómo el ser libretista ha nutrido otros tipos de escritura?
No estudié formalmente cine, sino que aprendí de una forma más empírica. Había estudiado creación narrativa y se creó como una simbiosis que tal vez más adelante en mi vida no hubiera podido hacer. Ahora, pues después de tantas páginas y páginas, puedo encontrar mi propia voz y mi propia perspectiva de narrar. Hacer cine es caro y lento, y la televisión está ligada al mercado, entonces eso te limita creativamente, pero de alguna manera te nutre el músculo y la imaginación para poder escribir otras cosas. Por ejemplo, El contacto es algo que no podría hacer para la pantalla de Colombia, por su temática y por la producción. Lo que sucede en mi caso es que las historias le van a uno diciendo el formato: un cuento, una historia de largo aliento, un cortometraje. Si no fuera por el guion, no tendría el alimento para robustecer el ejercicio literario y lo mismo en el sentido contrario.
¿Cuáles son sus referentes para el ejercicio literario?
El subtexto, las intenciones psicológicas de los personajes, vienen de preguntas filosóficas que surgen de mi otro trabajo, de la filosófía moral y política. Tengo una predilección hacia la literatura de ciencia ficción. Siempre me gustó Ray Bradbury, Philip K. Dick, la literatura británica y la americana. Últimamente estoy obsesionada con la escritora argentina Mariana Enríquez. Me parece fascinante su literatura, porque recrea el terror desde lo cotidiano, sin que sea realismo mágico. Y eso es interesante, porque Colombia es un país que parece de ficción, pero no lo es. Aquí hay sucesos que parecen inventados, pero realmente suceden, es parte del devenir de la vida.
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Creería que su cuento “El contacto” tiene algo de ese terror desde lo cotidiano. El culto y los grupos armados son elementos que en un país como este podrían coincidir…
Sí, de acuerdo. Lo que pasa con historias de autores de otras latitudes que limitan con lo gore es que para nosotros eso no es ficción. En el cuento en particular me interesaron varias cosas. Una, la manera como la violencia atraviesa la vida de los colombianos, en mayor o menor medida. Segundo, este fundamento filosófico que se pregunta cómo nosotros estamos en la perpetua búsqueda de una espiritualidad que pueda reemplazar la fe abrahámica, porque ese es un efecto placebo que tenemos los humanos en nuestra vida, no sabemos si habrá algo en el más allá, pero la idea hace que nuestra existencia sea más suave. En el caso de la historia es un culto ovni, que hace que sea más llevadera la vida en un país como este. Y, adicionalmente, la angustia de nuestras generaciones de qué hacer con la vida, antes esta estaba un poco predeterminada, nosotros no deseamos eso y no se nos facilita tenerla tampoco. Son diferentes inquietudes de esta edad que me interesan explorar.
Hay un momento en el que la vida de la protagonista está en riesgo, pero a ella la angustia cómo pagar las facturas si llega a sobrevivir. ¿De dónde viene esta inquietud?
En la historia hay un antagonista claro que es la violencia, pero la protagonista piensa: “Si salimos de esto, igual cómo voy a enfrentarme a lo que viene”. Muchas veces uno no sabe si es mejor resolverse o que la vida lo resuelva a uno. Pienso que es una inquietud muy millennial, es algo que me pasa a mí. Cuando me hablan del futuro, de la vejez, para mí no es una imagen tan clara. Para mí prevalece una idea que nuestras generaciones verán en el ocaso de las civilizaciones, y parte de esa inquietud traté de imprimirla a la historia.
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Un poco este interrogante sobre “vivir o ser vivido”…
Claro, una de estas grandes preguntas de la filosofía es si el universo es determinado o indeterminado. Si estamos condicionados por el destino y somos presos del azar o si el libre albedrío cuenta. Entonces puedo esperar que las cosas lleguen y se resuelvan solas o puedo construir mi futuro y que las decisiones que tome desemboquen en ciertos resultados. Por lo menos, creo, hay que hacer que la existencia sea algo que valga la pena para uno.
¿Y cómo se hace eso?
Quienes intentamos escribir tratamos de que esa angustia, al menos, sea contada. La literatura es bien terapéutica en ese sentido. En realidad todo viene siendo autoficción, porque esas historias que, por ejemplo, encuentras en tu ejercicio periodístico y que decides ficcionar tienen una parte de ti, de tus angustias, intereses, etc. Y por eso lo que escribas a los 25 no va a ser lo mismo que escribas a los 35. Todas son búsquedas y necesidades de narrar momentos. Lucía Vargas, una de las autoras de la antología hablaba de eso, que ella usa la literatura como un “volver hacia cosas que le ocurren”. No lo había pensado de esa forma tan conceptual, pero sí tiene mucho sentido.
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