Laura Daza: “La verdadera amistad busca anular la culpa”
La escritora colombiana y la ilustradora Alejandra Ruiz publicaron “¿Quién tiene la culpa?” (Ilona Libros), una historia que refleja el valor de la lealtad entre Emilio y Atlas, su mascota.
Andrés Osorio Guillott
En nombre de la valentía, el esfuerzo y la supervivencia, se ha olvidado e incluso satanizado la dulzura y la ternura. Volver a ellas, volver a sentirlas en el interior es una especie de bálsamo entre tantos días sumergidos en la incertidumbre. Volver a ellas para sentir que de nuevo salta en el corazón el niño que llevamos dentro, se emociona mientras corre y sus manos se ensucian con la paleta derretida; que de nuevo sueña con ser astronauta, bombero o superhéroe.
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En nombre de la valentía, el esfuerzo y la supervivencia, se ha olvidado e incluso satanizado la dulzura y la ternura. Volver a ellas, volver a sentirlas en el interior es una especie de bálsamo entre tantos días sumergidos en la incertidumbre. Volver a ellas para sentir que de nuevo salta en el corazón el niño que llevamos dentro, se emociona mientras corre y sus manos se ensucian con la paleta derretida; que de nuevo sueña con ser astronauta, bombero o superhéroe.
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Laura Daza, quien trabaja y lidera junto con Noelia Fajardo en Ilona Libros, recuerda mientras habla de ¿Quién tiene la culpa?, la novedad de la editorial, varias anécdotas que les han dejado a ambas sus trabajos con niños en Ciudad Bolívar, Siloé e Isla Fuerte, donde, por ejemplo, Elías les dijo en medio de un taller de escritura y con una sonrisa que una estrella “es un coso que alumbra a Dios”. Y recuerda estas palabras, entre muchas otras, para que yo pudiera, al menos por un momento, volver a sentir y pensar como niño, no para sentir la nostalgia de la infancia y los días donde todo es posible bajo infinitas añoranzas.
“En la mente de un niño todo es posible”, dijo Laura, mientras yo veía el libro ¿Quién tiene la culpa?, que cuenta la historia de Emilio y Atlas, su perro, y por momentos me vi en las travesuras del protagonista y su mascota, me vi con el anhelo de volver a observar el mundo con la nobleza de los primeros años, y ahí entendí entonces que el objetivo del libro se cumple, que es posible adentrarse en la amistad de los dos personajes, que podía también ensuciarme con tierra y hallar la manera de anular la culpa por el daño causado con el que es mi amigo para salvarlo, para serle leal y evitar el regaño de mis padres.
“Una de las relaciones más lindas y puras entre los seres humanos es la amistad. En ella están todos los valores que pusimos en el libro. La amistad es la representación de lo que es el amor, del vínculo que uno puede llegar a hacer con otro ser humano, con un animal, ese vínculo de amor profundo, genuino, bondadoso y compasivo. La amistad es un universo infinito. Así como Emilio tiene la capacidad de imaginarse ese universo mágico donde todo es posible. La verdadera amistad está en esa búsqueda de anular la culpa, y a veces hay amistades tan profundas que cuando la culpa no se puede evadir y es una realidad, yo me echo la culpa. Echarse la culpa es un acto de amor profundo, un acto de lealtad por el otro. En la amistad uno hace eso por complicidad, por querer proteger y cuidar al otro”.
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Emilio busca solucionar el problema en el que se metió emulando de alguna forma comportamientos de sus padres, imagen que me recordó la mimesis de la que hablaba Aristóteles; o de las neuronas espejo, que demuestran que nosotros como humanos muchas veces actuamos bajo el reflejo o el ejemplo de otros, aprendiendo así a convivir siguiendo determinados patrones que consideramos correctos o apropiados para nosotros. Sobre esto, Laura Daza cuenta: “Los primeros años de vida, el comportamiento de los padres es el ejemplo de los hijos en su actuar, sentir y pensar. Los padres siempre, de una u otra forma, condicionan el pensar y el percibir de los niños. Si un niño es empático con los animales, con el dolor de los demás seres vivos, es porque seguramente tiene un padre o madre que le han inculcado eso, a veces no con la intención, sino con el simple hecho de ver cómo interactúan sus papás con su entorno”.
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Atlas, la mascota, trae consigo el significado de la amistad y la lealtad. Las ilustraciones en este caso son claves para que los gestos del perro hablen por sí solos, para que él no termine siendo personificado o humanizado y mantenga su condición, evitando así la ridiculización o infantilización. Alejandra Ruiz, quien se encargó de la parte gráfica, comentó sobre el proceso creativo: “Lo que hago es releer el texto muchas veces, escribo las emociones que me despierta y los elementos que debo tener en cuenta. En este caso debía tener presente a Emilio y Atlas. No quería que Emilio fuera un niño cualquiera, por eso tiene una capa en su pijama. A partir de ahí hice una lluvia de ideas y empecé a pensar cómo esos sentimientos podían expresarse con colores. Yo recientemente estaba de luto por la pérdida de mis dos mascotas, así que fue un proceso incluso catártico al poder ilustrar un libro sobre la amistad de un niño y su perro. Los vínculos con los animales son diferentes, tienen mayor complicidad que un lazo entre seres humanos”.
En el libro brillan determinados valores que, infortunadamente, se extravían mientras jugamos a ser adultos y a resolver las obligaciones que implican el paso del tiempo. Volver a ellas con gestos de Emilio y Atlas es recordar con la memoria del corazón esos instantes de dulzura y esperanza, de instantes donde la imaginación lo hace todo posible. Tal vez sea una especie de engaño o no; por mi parte no defino si lo es, pero lo cierto es que la infancia que tuvimos y la que vemos en los niños de ahora termina siendo ese artilugio con el cual escapamos por un momento de la perversa angustia de crecer con un sentido de supervivencia.