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El dolor como dador de sentido. El dolor que se hace necesario porque de él nacen los cambios y las epifanías. Aquello que acongoja el alma parece ser a su vez aquello que configura un propósito en la vida. El dolor, ese al que le huimos también por una aparente necesidad de protección, atraviesa la historia de Canción de antiguos amantes, el nuevo libro de Laura Restrepo, quien afirmó al final de la entrevista que le concedió a El Espectador: “Una de mis grandes añoranzas cuando estoy fuera de Bogotá son los cerros, porque la presencia de esos gigantes que tienes a tus espaldas, Monserrate y Guadalupe, hacen que te sientas protegido. Donde no hay montañas siento que tengo la espalda al descubierto. El narrador, a lo largo de las páginas, busca esos rincones en los que haya amparo”.
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“Es una novela que rezume sangre en todas las páginas. Es un viaje a través de tu propia corporalidad. Está hecha de alegría, pero también de dolor. No quería que estuviera ausente. Hay dolor emocional y físico”, dice Restrepo, quien reconoce que parte de esa noción que incluye el libro viene de lo que vio y experimentó en los viajes que hizo con Médicos Sin Fronteras, organización que apoya dramas humanitarios a escala internacional. “He hecho muchos viajes con ellos a sitios a donde es imposible llegar de otra manera. Ellos tienen esa ventaja: que están metidos donde ya todos se retiraron; esos sitios que fueron tragados por la guerra, por la peste. Para mí, siempre son muy seductoras sus invitaciones, porque además están curando. A lo mejor hay cien mil heridos y pueden curar a cien no más, pero está esa voluntad de sanar. Eso le da otro empuje. No es lo mismo recorrer la miseria, el dolor y la destrucción que ir a un hospital donde la vida se mantenga. Con ellos se viaja al fondo del dolor humano”.
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La reina de Saba. El mito. El Cantar de los cantares. ¿Por qué esta historia, que puede resultarnos lejana? ¿Por qué hablar de este texto de la Biblia? Restrepo contó que decidió escribir sobre esto por su viaje a Etiopía, Somalia y Yemen, además por una fijación por los temas de la migración femenina y los mitos: “Parte de ser lugares donde el conflicto está muy caliente y el fenómeno migratorio es absolutamente masivo. Son culturas milenarias y un poco fuera de acceso. Son de una belleza que uno se queda plasmado. Las ciudades más antiguas del planeta están allí. Una cosa mítica viva. Por ejemplo, vas por el medio del desierto en un Jeep y de golpe te dicen que ahí están los restos del Arca de Noé. Está vivo el mito. Está viva la Biblia. En uno de esos lugares existió lo que figura —en textos como la Biblia y el Corán— como el mítico reino de Saba. Eso me llamó la atención y empató con un viejo tema mío que traté en La multitud errante, que es la migración femenina, las hordas de mujeres que van con sus hijos y sus cachivaches, buscando lugares donde la vida sea posible”.
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“La reina de Saba siempre me había llamado la atención, porque es la única mujer que aparece en la Biblia que es sabia. Todas aparecen por vírgenes, porque las asesinaron o porque son prostitutas, pero de pronto hay una que es todopoderosa, en la cabeza de un gran reino y es ella”, aclaró Restrepo, quien además narró cómo varias mujeres en medio de los desiertos que recorrió afirmaban ser descendientes de la reina de Saba, razón por la cual entendió que había un mito vivo.
El mito. Mircea Eliade, uno de los pensadores que más ha trabajado este tema, dice en el libro Mito y realidad que “el mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los ‘comienzos’. Dicho de otro modo: el mito cuenta cómo, gracias a las hazañas de los seres sobrenaturales, una realidad ha venido a la existencia, sea esta la realidad total, el cosmos o solamente un fragmento: una isla, una especie vegetal, un comportamiento humano, una institución. Es, pues, siempre el relato de una ‘creación’”.
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Y justamente ese concepto es algo que siempre le ha atraído a Laura Restrepo. “Me interesa lo mítico. Uno de los epígrafes que tiene este libro es de ese sabio italiano que se llama Guido Ceronetti y que dice: ‘Hay un código mítico bajo el código genético’. Contar historias, aunque sean muy bien contadas, si no encuentras el hilo mítico que las une, es un poco como agarrar el collar y quitarle el hilo. No es que lo religioso o lo mágico me llamen la atención. Son los mitos los que hacen que las historias locales se vuelvan universales. Nos relacionan con nuestro ADN. Encontrar el mito es lo que nos permite unir todo lo que nos pasa. Somos una civilización que borra mucho los mitos. Hay que tener habilidad para tenerlos vivos. Yo creo que un García Márquez finalmente lo que hace es agarrar el pueblo más perdido de la costa colombiana y convertirlo en un mito universal. Hay que trabajar para mantener los mitos vivos. En la novela yo quise tener a seres tan dispares y distópicos como Tomás de Aquino, Gérard de Nerval o el propio Rimbaud y ver cómo ellos elaboran el mito, que es principio y fin”.
¿Y por qué escoger el Cantar de los cantares?, le pregunté. Y respondió: “El latido del fin del mundo en esos lugares es muy fuerte [refiriéndose a Yemen, Etiopía y Somalia]. Cuando empecé a escribir y vino la pandemia, esa sensación se hizo similar. Eso nos hizo pensar que un final se estaba anunciando. Y la idea que siempre asocias con el fin de los tiempos —que, por razones de hambruna, pandemias, guerras, la estamos presintiendo— es con el Apocalipsis, que es un texto fascinante, pero también aterrador por la venganza. Es un texto que rezume la ira apoteósica de un final sangriento y horrible. Al mismo tiempo, está ese texto infiltrado y rarísimo, y que quizá es el más erótico que se ha escrito nunca, porque además combina el amor humano y el amor divino, que es casi irresistible, que es el Cantar de los cantares. Yo pensé que no podía ser el Apocalipsis la música que tengamos en el fondo del alma, tiene que ser el Cantar de los cantares”.
Que la novela lleve el nombre de Canción de antiguos amantes no solo tiene que ver con el Cantar de los cantares, sino también con una idea sobre la memoria. “Quería que la novela fuera una historia de amor. Y quería que fuera una canción, porque quienes lidiamos con nuestros mayores, que van entrando en una fase de la pérdida de la memoria, sabemos que lo único que no olvidan son las canciones. Cuando la memoria se borra, por alguna misteriosa razón, perduran las canciones. Y las canciones tienen cierta reiteración relacionada con lo anímico y no con lo racional. Quería que esa reiteración, que es también una especie de mantra, estuviera en esta historia, que tiene una pata en la realidad y la otra en el mito, de manera que pudiera leerse así, como un mantra”, concluyó Laura Restrepo.
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