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El poeta y editor de Animal sospechoso, Juan Pablo Roa, escribe en su prólogo a Una visita al museo de historia natural y otros poemas, que la poesía de Lauren Mendinueta es “pensamiento que canta”. Y así lo sentirá cada lectora y cada lector que se incline sobre su música y su luz. Es una poesía que canta las grandes preguntas de la vida vivida: las preguntas por la muerte, el tiempo, el amor, la feminidad, la infancia, la familia, ser mujer, ser madre, el exilio, la memoria, la poesía misma.
El tiempo vivido es, en la metáfora de la poeta, la historia natural de la vida expuesta en el museo ante sus ojos que descubren de súbito su propio rostro reflejado en el cristal, al lado de Un meteorito. / Un cuarzo gigante. /Otro fósil y se pregunta la poeta con un humor ácido y bello: ¿Ya tengo edad para encontrarme en una vitrina?
El tiempo que huye, observa la poeta, se escribe en nuestros cuerpos como deseables estragos del tiempo. Es el tiempo mortal de lo que ya no somos y solo podríamos ser, por los dones del canto, recuerdo o memoria poética de la posibilidad perdida: la muerte es la muerte de la posibilidad, ya a mi edad no podría ser un virtuoso músico, morimos cada día al morir la posibilidad de lo que podíamos ser y hacer. Pero esa memoria del pasado, como lo perdido que ella canta, es inútil. En el poema El muelle de Puerto Colombia… todo pasó ayer,/ y hoy la memoria y todo su tiempo,/ como el muelle en ruinas,/ no sirven para nada.
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Pero así el pasado y los dones y las posibilidades perdidas se nos presenten como ruina, reconocer que somos seres para la muerte es no simplemente saber y temer u olvidar que vamos a morir, es esencialmente ver que vamos muriendo cada día. La otra que observa la vida y la muerte escribe el poema, y se dice a sí misma: escribo para acostumbrarme a vivir. Una costumbre y un deseo de ser poeta, de vivir poéticamente, que se hace oficio vital en el cantar la vida y el tiempo, dice, por lo que en verdad pesa… /el amarillo de los canarios/ la ligereza de un aroma/ y el filo de un hacha. Vivir es ver que la vida huye, que muere, que nos hace abrazar mil veces la muerte; un abrazo que nos deja la acidez del recuerdo cantado, del cantar pensativo: Un día, despacio,/ como una hija inocente y cruel/ la poesía brotó de mi herida/ y me envolvió en su río de sangre.
Hacer de la muerte una consejera es el sendero de la poesía, del habitar poéticamente; como dice el sabio indígena yaqui al antropólogo aprendiz de brujo: “Tienes que hacer de la muerte tu consejera, ella siempre está aquí, a mi lado”, y palpa con su mano el aire como si tocara algo invisible. De modo cercano lo hace la poeta: cuenta en su poema “Tic-Tac” que tiene un pequeño reloj: anuncia dentro de mí/ la hora exacta/ de la duración de la mortalidad.
Su poesía no solo celebra el instante revelador del presente. En ese instante con frecuencia retorna lo perdido, el pasado que se borra. En el instante está el todo. Como ha escrito Borges en uno de sus sonetos: un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar. Pero el tiempo que ella canta es también el tiempo de lo perdido: la fiesta colectiva que ya es solo recuerdo: ¿Adónde se ha ido la caminante,/ … / la incansable testigo de los alumbrados,/ la raíz sin término que fui? Pero también como poeta hija de esta tierra caribe y andina, ella canta que “el pasado está aún por venir”. Así también piensa la sabiduría indígena: tenemos el pasado ante los ojos y ofrecemos al futuro la larga cabellera que juega con el viento.
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Una visita al museo de historia natural es un tríptico: la primera parte le da nombre al libro; la segunda es “Vitrales en la sombra”, y la última “Un país sin nosotros”. En estas dos partes finales el dolor del exilio del país enlutado nos sobrecoge: en el poema Motivos de exilio su canto es las voces de cada familia agredida, de tanta gente nuestra que vaga desterrada por el mundo: su voz increpa a la violencia, le dice: Alimaña parlante/ llamaste sapo a mi hijo/ prostituiste a mi hija/ desapareciste a mi padre/ crucificaste el corazón de mi hermano/ escupiste la cara enlutada de mi madre./ Comadreja inmunda/ me obligaste a irme,/ cerraste con siete llaves la puerta/ y mutilaste mis piernas del regreso.
Su poema Un nido en el corazón pareciera hacer eco a la voz y la metáfora inicial del personaje de la novela La vorágine, que nos dice: “Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. Escribe la poeta: Violencia/ desde el principio/ te hicimos un nido/ en el corazón.
El epígrafe de Meira Delmar a Un país sin nosotros sugiere que el exilio es otra forma de la muerte, dice: la muerte es ir borrando caminos de regreso. En esta parte final, desde su primer poema, “Antigua morada”, se siente una evocación de la casa abandonada de la infancia perdida, esa casa de la que nos sentimos para siempre exiliados, la casa que canta en Morada al sur Aurelio Arturo. Esta poesía dialoga sutilmente con nuestra literatura y ese diálogo ahonda, por su cercanía con nuestro ser colectivo, en los desgarramientos del exilio. Somos un país de exiliados: desterrados afuera y desterrados adentro. La multitud errante. Y precisamos por los dones de la poesía y del canto volver a habitar esa casa perdida de la infancia, porque “ya no vive nadie en ella”, como canta un viejo bambuco de los años sin cuenta de la violencia.
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Al cantar esa casa y su jardín la poeta vuelve al país que dejó aquí -enlutado y festivo, desgarrado y tenaz, persistente en su deseo de paz, y que hoy, por la generosidad y el amor de Sílaba Editores y de su editora Lucía Donadio, celebra a esta poeta esencial publicando por primera vez aquí su libro. Este país y esa casa y el jardín son ahora también su poesía. Ella persevera en su ser y su tierra por el canto, y en él recupera esas ruinas de oro que el dolor y la distancia hacen inútiles, inalcanzables. La casa y el país y el jardín son ahora música de palabras, existen por su canto: resuenan en él, dice, habitaciones blancas repletas de gritos.
El tiempo de la infancia, duerme también en las fotografías de familia que ella llama suerte de milagro/ recordatorio del futuro a la espera de la poesía: del poema «Álbum familiar» y de los otros poemas de esta parte final en que ella canta el pasado próximo, el pasado presente guardado en esas fotografías: la poeta mira esos tiempos detenidos en el álbum, tiempos cercanos y distantes y los canta y al cantarlos siente su corazón abierto como los sepulcros.
Su asunto vital es el tiempo, siempre el tiempo, ese problema metafísico, el más ardiente de la metafísica, como dijo Schopenhauer. Y el más hondo de la poesía, porque somos tiempo, estamos hechos de tiempo, de polvo y de tiempo, como cantó Borges en su poema «El tango»: Hecho de polvo y de tiempo, el hombre dura menos que la liviana melodía que es solo tiempo. Por ello quizás se nos va la vida en cantar en palabras la vida y la muerte, o lo perdido en los abismos del tiempo que vivimos. Las huellas del álbum familiar son heridas y tiempo palpitante -cuántas culpas suspendidas en el tiempo, se dice a sí misma-. El álbum atesora recuerdos, conversaciones, rugidos, rumores del tiempo perdido; y rememora ella en el poema «Rumor del tiempo»: Temprano aprendí que el tiempo, como la mano que deshoja el álbum, nos va arrancando los recuerdos. Tiempo que la poeta también teje y desteje en los otros poemas finales: «Brevísima descripción de la casa»; «Lo que parece tal vez no es»; «Invitación a la fiesta»; «Tierra de nadie».
En la segunda parte del libro -la antología Otros poemas- es constante observar la vida y pensar el tiempo y la muerte al cantar, y, con el canto, habitar poéticamente entre cielo y tierra, como dijo en su poema Azul apacible Hölderlin que es el modo humano de ser, y si no se habita así, poéticamente, apenas si se vive. Del libro Inventario de ciudad el poema «Nocturno en muerte» es bello en el feroz llamado que nos hace: ¡No te afanes por vivir!/ la muerte borra la memoria./ En adelante el pasado no existe./ A los muertos se nos ha vedado el mirar atrás./ Es solo porvenir la muerte.
La muerte es una pregunta persistente de la poesía, como ya don Jorge Manrique lo cantó: Recuerde el alma dormida/ avive el seso e despierte/ contemplando/ cómo se pasa la vida,/ cómo se viene la muerte/ tan callando. Y en nuestra poesía lo cantó para la memoria colectiva Barba Jacob en su «Balada de la loca alegría»: la muerte viene, todo será polvo. Lauren hace una estética, una poética, de este hecho vital de cantar en la poesía el eterno retorno de la muerte: El pasado es un agujero negro/ insaciable/ que devora minutos./ En esto consiste la eternidad/… /este tedio de ser es eterno/ como la continuación del poema/ es el infinito mismo.
En el poema «Autobiografía ampliada» insiste -siempre sensata y violenta en su musical sencillez- en recobrar en el poema el inasible pasado: Todo se nos escapa/… / sensato sería construir/ nuestra habitación al margen del tiempo./ Repoblar el pasado/ otra tarea inútil..
En «Autodaguerrotipo» canta el dolor ácido, feliz y mortal de ser mujer y ser madre: se mira a sí misma cual en un álbum antiguo, dice: Callada se pregunta/cómo demostrar que su cuerpo/no piensa en la muerte. En el poema «Cesárea por segunda vez» se hace una pregunta femenina y humana -antipatriarcal- esencial para nuestro tiempo que busca la demolición del patriarcado, y que su cantar pensativo la dice cual si por primera vez para el pensar y el cantar del tiempo humano fuera dicha: ¿Hacia dónde corre el tiempo?/ Un recién nacido/ inaugura el instante más antiguo. En «Primer embarazo» ese instante es el temor o el obscuro deseo -con su castigo- la pesadilla de cada madre de que su hijo pueda morir en un instante o nazca muerto; la poeta dice: Como todas lo hacen yo lo alimento de muerte.
Su poesía es también un diálogo con la poesía, con otros poemas y poetas, que, como recuerda Quevedo en su soneto, al sueño de la vida hablan despiertos. La poeta es otra: gozar de los dones de la otredad, de sentir que se es otro, otra, como descubre Rimbaud en sus celebres Cartas del vidente que es necesario ser para ver y cantar, para ser poeta y vidente: yo es otro. Ella siente y oye en su oído las voces de las otras poetas que le hablan: ve a Djuna Barnes cantar su muerte: Cada uno teje su mortaja/ como un gusano de seda. Una muerte que no es simple disolución en el polvo sino la persistente muerte de cada día: No es libre el cuerpo de mudanza. Oye de Sor Juana un poema inédito que anhela en su final el polvo y el silencio: Encontrar consuelo/ del cuerpo que vuelve a su suelo/ y el alma que libre lo olvida.
La poeta nos revela en estos cantos que la poesía es o sucede al observarse a sí misma en el álbum de la infancia o en el instante revelador, o al darse o saberse otra: la doble que soy, esa a quien desconozco. En «Errancia y proximidad», poema del libro La vocación suspendida, su mirada nos descubre con gracia y humor que el vuelo de las gallinas no es muy distinto/ del vuelo de las horas/… y observa que el tiempo no se mide, se interpreta: así lo enseña la música.
Nos sugiere que una obra de arte es una ventana siempre abierta al tiempo y a que interpretemos y renovemos en ella nuestra mirada de la vida y de la poesía que palpita en la vida, esa mirada vidente que hace aparecer lo imposible cuando la poesía sucede ante los ojos de la poeta: mira una pintura de Balthus y descubre esta ventana que pinta un paisaje nuevo cada hora. La poesía que palpita en toda obra de arte, en el lenguaje que fuere -pintura, danza, teatro, música, cine, arquitectura, relato, canto- esa poesía que hace que una obra de arte sea obra de arte, es revivida en el encuentro con el espectador, en su escucha, en su visión, y allí la poesía de la obra de arte despierta y se hace poesía en nuestro corazón pensativo, sensitivo, y nos hace poetas.
En el poema «Lectura dominical» toca otro asunto esencial del pensar el tiempo en nuestra época; observa la poeta que reemplazamos el mundo por las noticias del mundo. Lo cubrimos -como dice Heidegger- de esa «avidez de novedades» que devalúa la memoria y la vida y nos enceguece y ni siquiera vemos ya como ruinas lo que persiste o sobrevive a las destrucciones del tiempo: nacen y se van olvidando los recuerdos -nos dice la poeta-. Y se pregunta por la memoria y la realidad viva de lo que sucede, escribe: ¿Ya ocurrió? ¿Ocurrirá? ¿No ocurrirá? El tiempo y la memoria de cómo habitamos el tiempo, son, finalmente, lo que somos: polvo de estrellas y tiempo; son el asunto de su poesía pensativa; y de la poesía y del pensar. Pero Lauren, como una de las brujas o hermanas proféticas de La tragedia de Macbeth, nos recuerda que la memoria poética no es meramente canto del recuerdo, es también profecía: ¿Ocurrirá? Se pregunta. La poesía es interpretación o visión de lo inminente, de lo latente, de lo que puede ser.
Somos un signo por interpretar escribe Hölderlin en su poema Mnemosine. Mnemosine es la madre de las musas, de todas las artes, de todos los lenguajes de la poesía; ella es la fuente de donde mana el pensamiento, medita Heidegger en su libro Qué significa pensar, siguiendo al poeta, y agrega: por eso la poesía es el agua que corre hacia atrás, hacia la fuente, hacia el pensamiento como recuerdo.
Finalmente, en Del tiempo, un paso, vuelve la poeta sobre el tiempo vivido como memoria repetida de los mitos patriarcales que asedian a la infancia de la niña: lobos malos aúllan y bellas Caperucitas se levantan las faldas de satín. Del tiempo sin tiempo de la infancia, de la casa perdida, del país roto y enlutado, brota el rumor de la poesía: sus dones y las promesas de esos dones, que la poeta contempla en su soledad creativa ante su ordenador: los dones de la memoria y del tiempo, de los instantes, de la vida, de la infancia, de la enfermedad, del ser mujer, de los nacimientos, del amor, de la muerte, del pensar y el contar y el cantar.
Cada lector o lectora que se incline sobre la luz de este libro fundamental de la nueva poesía que se escribe en Colombia, tendrá en cada poema un bello y revelador espejo que le puede devolver algo de su ser y concederle volver a verse y a ser ese ser que estaba oculto o perdido, a ser ese otro u otra al que ahora le llegaba el tiempo de ser, de sentirlo en el cuerpo: volver a ser por la poesía ese ser que una o uno es; llegar, como recomendaba Píndaro, a ser quien eres; algo tan misterioso porque la poesía para conseguirlo nos invita siempre a ser otra, otro, otres.
* Poeta, escritor, actor y director teatral colombiano. Profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia donde dirige la Maestría en escrituras creativas. Hace parte de la Corporación colombiana de teatro y de su grupo Tramaluna teatro.