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Cuando Leonardo Padura se sienta ante la cámara de su computador, la figura de mulato antiguo y barba blanca de hombre sabio, completa un encuadre que resulta indudablemente habanero. A los lados un mueble: bordes de madera maciza y barroca; fotos a blanco y negro, libros de lomo amarillo y medallas de deportes. Aquella habitación, quizá el estudio donde escribe, tiene un indudable aire Caribe antiguo: por alguna razón indescifrable se sabe con exactitud que es Cuba.
“¿Cómo me oyes?”. En esa conexión virtual y de internet, que nos heredó la pandemia, el escritor ha tenido que presentar su más reciente novela Cómo polvo en el viento. Es una historia de amistad y de cómo la vida de una generación entera se vio atravesada –la metáfora sería la de la lanza que pasa– por la caída de la cortina de hierro.
Y es también una gran fiesta de literatura: un libro donde confluyen tantas voces, situaciones, intrigas, amoríos, misterios, ciudades, barrios y canciones que, al fin de cuentas, Padura nos recuerda uno de los fines últimos de la novela: contar historias y vidas y hacerlo de la manera más inesperada posible.
“Yo creo que la literatura tiene la capacidad de llegar al alma de las cosas”, me dirá Padura minutos después, cuando hablamos de lo que intenta su escritos, y lo hará citando la frase con la que Gustave Flaubert intentó poner en palabras alguna explicación en torno a su Madame Bovary.
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En Como polvo en el viento el grupo de amigos conocido como El Clan ha salido en una diáspora inesperada, detonada por la muerte, la incertidumbre y la necesidad. Una foto, en el cumpleaños de Clara –uno de los personajes centrales porque quizá no se puede hablar de protagonistas–, es el último vestigio del grupo: lo que ocurrió con ellos y su búsqueda es el eje de la obra.
“Las voces no solo están en el exilio –aclara Padura–. También lo están desde la permanencia. Fue muy complicado poder crear estos personajes por la enorme carga dramática que llevan, por el enorme significado conceptual que tienen. La permanencia, la negación de esa pertenencia y la búsqueda de una identidad”.
Vidas aplastadas
Sentado en el malecón de la Habana, la mirada perdida en el mar, el científico Quintín Horacio tiene una epifanía: el peso de la crisis de su país está sobre todo en sus hombros y su vida entera. Y ese peso lo aplasta, lo deja ras, como un animal rastrero. De muchas maneras Como polvo en el viento explora cómo las decisiones políticas de los gobiernos determinan la intimidad y el devenir del individuo.
Y el exilio es una de las obsesiones de Padura. Desde las página de La novela de mi vida, la obra sobre el poeta José María Heredia, se ha propuesto contar el no lugar, el desarraigo. “Fue Heredia el que inventó la nostalgia por Cuba”, dice el escritor, el cuadrito en la pantalla, los sonidos de su calle habanera allá de fondo.
¿Qué es lo que permite la literatura decir del exilio que tal vez no se pueda decir de otra manera?
–La literatura tiene la capacidad... Iba a decir la ventaja, pero no es justo… La capacidad de mirar los conflictos sociales, políticos, pero sobre todo de carácter humano, desde una perspectiva muy interior.
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Y entonces es cuando cita a Flaubert y habla del alma de las cosas. “La visión del exilio, en esta novela, es muy íntima, desde el conflicto interior de cada uno de los personajes. Yo traté de eludir las salida fácil que era el posible carácter político de ese exilio. Porque cuando entras en la política todo se convierte en buenos y malos”.
Pero en la novela hay referencias a Obama, Hillary y otros personajes políticos. ¿Qué lectura le da a lo que ocurre en la Florida con la política?
–Ese es un tema muy complicado porque tiene muchas aristas. La población cubana que vive en el sur de la Florida votó mayoritariamente por Trump y no por Biden. Creo que en mi perspectiva, en mi punto de vista, la administración de Trump cometió el error de volver a traer la misma política que durante 60 años ha fracasado con respecto a Cuba, que es la política de la hostilidad. Y creo que el gobierno cubano se siente más cómodo en un plan de enfrentamiento que de acercamiento, que fue lo que propuso Obama.
Mario Conde nunca para
Padura sabe que, en su caso, el tema de la política es muy posible sobre todo desde la literatura y por eso se escabulle por entre cualquier fisura. La evocación de Obama es una puerta para contar que, ahora mismo, está en un nuevo capítulo de su saga con el detective Mario Conde. El nuevo libro ocurre en el año 2016, justamente en los días en que Obama visitaba La Habana.
Y entonces recuerda ahora que en ese momento, en aquellos años que fueron hace ya un lustro, había una ilusión de un cambio, una mirada que fue distinta. “Y la gente soñaba y buscaba. Y Trump lo devolvió todo al periodo anterior, al de buenos y malos”.
Le propongo que su obra quizá puede ser vista en grandes bloques. La producción extensa en torno al detective Mario Conde, la serie de novela negra que inició como la Tetralogía de las cuatro estaciones y se desbordó a una extensa serie de libros muy solicitada y cuyo número 10 será el que ocurre en la visita de Obama.
Le sugiero que está ese bloque, el de Conde, al lado de sus otras novelas: esta nueva del Clan y el exilio; o El hombre que amaba a los perros, su muy celebrada obra donde León Trotsky es un personaje. Y está también, le digo, su extensa línea de ensayos, en el que por ejemplo acaba de reeditar su libro Los rostros de la salsa, con entrevistas a grandes músicos; una lista de reflexión y lectura y reportajes que incluye textos sobre Paul Auster, Raymond Chandler o Alejo Carpentier.
Y para terminar, insisto, está toda su producción de guiones: con otra larga lista que incluye la adaptación de La novela de mi vida, estrenada en cine como Regreso a Ítaca (2014), dirigida por Laurent Cantet o la serie de Netflix Cuatro estaciones en La Habana, basada en Mario Conde.
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“Forman parte de un mismo sistema –responde Padura–, que tiene una serie de preocupaciones, construcciones de realidad y visiones de la historia de Cuba. Por ejemplo, un elemento muy importante: en la novela Como polvo en el viento pudo haber pasado por ella el personaje de Mario Conde porque él también cuenta historias de mi generación”.
¿Y el proceso creativo cómo ocurre en su caso, cómo hace las distintas novelas?
–Cada una tiene sus propias exigencias. En esta yo tenía una idea general de lo que ocurría. Tenía un listado de personajes con características y sabía lo que iba a pasar en ese primer capítulo: que Adela se iba a enfrentar a la verdadera identidad de su madre. Pero a partir de ahí era una nebulosa. Incluso la estructura se construye en el mismo proceso de escritura. Se da en el resultado y como fruto del trabajo durante muchos días.
Es entonces cuando Padura habla del trabajo intenso de la escritura. De las jornadas largas y constantes en el teclado para sacarle el libro a la realidad (¿en esa habitación desde la que habla ahora con libros y medallas y la Habana parlera que se oye de fondo?). Y es cuando suelta una frase que es también una declaración de principios. “Yo siempre digo: no debo ser, seguramente no lo soy, el escritor de más talento de mi generación. Pero de lo que estoy convencido es que soy el más trabajador”.