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La exposición “Manto” surgió gracias a una de sus obsesiones: el tiempo. ¿Por qué le interesa tanto este elemento?
Pienso que empieza por un interés por las ruinas arquitectónicas, que siempre han sido un punto de mi trabajo. En las piezas de la exposición hay una reflexión sobre el pasaje en ruina y eso es otra manera de ver el tiempo desde la contemporaneidad que nos cubre a las artistas de la exposición en diálogo. Entonces parte de recibir como fuente de trabajo, como inspiración, la ruina, que necesariamente te pone en una paradoja temporal, porque te habla del pasado, pero en realidad está en tu presente y es una aproximación al futuro, un recordatorio de que así termina todo: como una montaña de polvo y escombros.
Esta exhibición reúne el trabajo de nueve mujeres artistas. ¿Por qué solo mujeres?
Eso no fue a propósito, sino que se fue dando orgánicamente. Dentro de mis obsesiones me he acercado a otras disciplinas y hay mucho trabajo de campo que involucra a las piezas que hago, y así proceden también varias de estas artistas, como Mónica Naranjo, quien hace exploraciones con geólogos y geógrafos, y Laura Escobar, quien se ha acercado a su trabajo plástico desde la literatura. Entonces todas son disciplinas que de alguna manera tejen lo temporal.
Una de las apuestas de “Manto” es destejer paradigmas temporales…
De manera literal y conceptual, la idea de destejer estas paradojas es por las distintas aproximaciones al problema de lo temporal de cada una de las piezas. Por ejemplo, las obras de Mónica Naranjo siempre están buscando sacar a la superficie, a la luz, lo invisible, lo que no materializamos y que es inabarcable. De cierta forma eso es una paradoja temporal y espacial humana, porque vivimos en este mundo de una manera bastante misteriosa, que guarda relación con las leyes de la física, las que nos atan a la tierra.
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Y tal vez somos poco conscientes de eso…
Sí, y nuestro sentido nos permite algún tipo de percepción, pero siempre es bastante mediada tanto por él como por las limitantes del conocimiento. Yo no creo en el tiempo, pienso que es una invención, y fíjate cómo nos domina en términos políticos, sociales y culturales. Es decir, nos marca la existencia.
Hasta el punto de que creemos que el tiempo no nos alcanzará...
Exacto. De ahí vienen todas esas metáforas de “el tiempo es oro”. ¿Pero cómo así que el tiempo vale plata? ¿Cómo así que el tiempo de uno es de alguien o que tienes que trabajar para ganártelo? Entonces, de alguna manera el arte se cuela en ese sistema de orden temporal, porque si hay algo por lo que luchamos los artistas es por tener tiempo libre para poder hacer y pensar en estas cosas; algo que casi nunca tenemos, porque la sociedad y el sistema lo impiden. Así que concebir el tiempo en otra escala es una invitación a pensar tu existencia en este mundo.
¿Usted cómo lo concibe?
Hay varias lecciones. Primero, no creerle a nada. De antemano hay una duda constante sobre lo que nuestros sentidos nos dicen y sobre escuchar unos tiempos más subjetivos, quizás de la psique o del subconsciente. La arqueología me enseña mucho en todo momento, porque la manera en que los arqueólogos ven el tiempo es necesariamente escultórica, ya que la primera capa en realidad es la última. La superficie y la realidad de lo que vemos se supone que es solo una, pero siempre se puede ir más profundo y ver que nos sostiene. Entonces, te puedo decir que no sé qué es el tiempo, pero sé que no es lineal, y que pasado, presente y futuro están constantemente interceptándose. Me gustaría pensar más que me acerco a ese devenir de la duración.
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“El velo que cubre la tierra” es tanto el subtítulo de esta exposición como el nombre de un libro de Ignacio Piedrahíta. ¿Qué relación guarda esta obra con la exhibición?
Ignacio estudió geología y después se dedicó a escribir narraciones y poesía. Su trabajo desde lo literario es muy geológico y sus obras son narradas en términos de imágenes. Además, ve el paisaje en términos de tiempo geológico. Así que varias artistas lo conocíamos desde antes de proponer esta exposición y es por eso que nos acompaña desde el subtítulo.
Más allá de destejer paradigmas temporales, ¿cuál es el propósito final de la exposición?
No lo sé, porque cuando haces una exposición, se trata más bien de un experimento. Yo puedo tener unas ideas y unas aproximaciones, pero el arte nunca busca cumplir una función específica. Más bien, ojalá deje muchas preguntas abiertas y muchos cuestionamientos sobre los paradigmas temporales e invite a las personas a acercarse de otras maneras a las cosas que vemos. Aquí los hilos se dejan sueltos, pero no es nuestro trabajo tejerlos para los ojos de los espectadores.
¿Ese proceso también la ha hecho cuestionarse?
Sí, todo el tiempo. Hay una condición de trabajar por capas: no sabes en qué momento detenerte, porque sigues explorando y llegas a otro modo de entender esa profundidad. Cuando excavas salen tantas cosas a la luz, que lo puedes explorar simplemente desde la imagen de un pedazo cerámico, pero también lo puedes pensar desde lo plástico o los distinto enlaces históricos que puedes hacer con la investigación, como los arqueológicos y los culturales. Entonces se vuelve una cosa de nunca acabarse. Eso es lo lindo de la escultura: te permite un alto en el camino y ojalá también invites al espectador a detenerse un rato y a revisar qué es esa propuesta en términos de imágenes.
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