Libia Stella Gómez: “No hay malos actores, sino malos directores”
A propósito del lanzamiento del libro “Cuadernos de Cine Colombiano No. 34: dirección de actores”, hablamos con su editora invitada, Libia Stella Gómez, directora de cine colombiana.
Pablo Marín J.
Cada seis meses, la Cinemateca de Bogotá publica una edición de “Cuadernos de Cine Colombiano”, una revista que dedica un número completo a tratar un tema particular del hacer cinematográfico. Para el número 34, lanzado el pasado 11 de octubre, la actriz, directora, guionista y docente Libia Stella Gómez, asumió el rol de editora invitada para guiar a la investigación y reflexión acerca de la dirección de actores.
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Cada seis meses, la Cinemateca de Bogotá publica una edición de “Cuadernos de Cine Colombiano”, una revista que dedica un número completo a tratar un tema particular del hacer cinematográfico. Para el número 34, lanzado el pasado 11 de octubre, la actriz, directora, guionista y docente Libia Stella Gómez, asumió el rol de editora invitada para guiar a la investigación y reflexión acerca de la dirección de actores.
“Soy maestra en dirección de actores y hay muy pocas escuelas de cine que tienen esa área, porque todo el mundo sabe que es muy difícil de enseñar. A lo largo de los 20 años que llevo dando esa clase, empezaron a surgir una serie de interrogantes”, le dijo Gómez a este periódico. De esta manera decidió abordar esta temática desde un ámbito histórico, una preocupación por el lenguaje, por el casting y la relación presente entre el teatro y el cine.
Se destinaron dos artículos y tres entrevistas para el debate entre el uso de actores naturales y actores profesionales en las producciones nacionales. Sobre estos temas, Libia Stella Gómez concedió una entrevista para El Espectador:
¿Qué considera que cada uno de estos actores (naturales y profesionales) aportan a la producción?
Hace unos años surgió un debate con la ACA, (Asociación Colombiana de Actores). Reclamaban que el uso de actores naturales los ponía en desventaja respecto a su participación o a su voz dentro de las producciones colombianas. Esa herramienta, que inicialmente nos presentaba un cine urgente, necesario, un cine que hablaba desde la voz de las comunidades, terminó convirtiéndose en una suerte de fórmula. En lugar de asumir una actitud responsable y hacer un proceso formándolos y convirtiéndolos en actores —porque eso es lo que hay que hacer—, se escogen y se ponen ahí, creyendo que por qué pertenecen a ese contexto lo harán bien. Ese es el problema.
Entonces, ¿cuál sería un punto de ingreso a la industria para quienes expresan un interés en el arte y no cuentan con la posibilidad de entrar a espacios académicos?
En este país, cuando se pone de moda el ciclismo, todos somos expertos en ciclismo, ¿no? La gente va al cine y entonces todos son guionistas, todos saben contar historias, y en la misma línea, cualquiera podría ser actor. Lo cual es cierto: en principio, cualquiera podría ser un actor. Me parece que no es un problema de actuación. Siempre les digo a mis estudiantes que no hay malos actores, sino malos directores. Siempre es un problema de dirección: ¿Quién los eligió? ¿Quién los lleva en la escena? El director. Cualquier persona que tenga ganas de actuar no necesariamente llegará a ser un buen actor; necesita formación.
¿Cuáles deberían ser las responsabilidades de una producción con los actores naturales?
Esa es la gran pregunta. Pasa que el cine colombiano no tiene mecanismos para proteger de sus propias realidades a quienes un día fueron actores y eso es un problema ético que no tiene respuesta ni tiene solución. Ellos también se crean unas expectativas. El otro día, en el lanzamiento de Cuadernos de Cine Colombiano, estábamos con Dylan, quien protagonizó “Un varón”, y nos dijo: “Me tengo que ir porque todo esto es muy bonito, pero yo tengo que trabajar para comer”. Tienen que regresar a su vida. ¿Qué tanta capacidad tenemos nosotros de satisfacer esas expectativas? ¿O estamos obligados a satisfacerlas? ¿O cómo hacemos para que ellos puedan regresar natural y normalmente a su cotidianidad sin que se les afecte su vida? No tengo las respuestas.
Diana Bustamante Escobar hace hincapié en el llamado “lugar común” del mercado audiovisual colombiano, ¿cómo relaciona esto con la búsqueda de financiamiento y la distribución en festivales internacionales?
Es una suerte de círculo vicioso. La mayoría de las propuestas que llegan a buscar recursos a los fondos internacionales van sobre las víctimas de la violencia o el conflicto social y político en Colombia. Entonces, ¿qué hacen los fondos y festivales? Más que pensar en las temáticas, eligen lo que les parece innovador, valioso o lo que desarrolla el tema desde un punto de vista interesante. Pero al mismo tiempo está la huella de la colonialidad que pervive tanto en europeos como en latinoamericanos. En europeos porque nos ven un poco exóticos, y en latinoamericanos como una mirada de condescendencia: “Pobrecitos, necesitamos ser salvados”.
¿Qué piensa de la búsqueda del realismo en el cine colombiano?
Habría que preguntarse qué es el realismo. Por ejemplo, yo vi este domingo una película tunecino-francesa que se llama “Las cuatro hijas”. Uno podría decir que es una película realista, pero ¿de qué manera lo abordan? Haciendo una mezcla entre documental y ficción, pero para el espectador siempre es claro que están trabajando esas ficciones durante la realización de toda la película. Entonces no es que cuando decimos “realismo” tengamos que hacer un calco tal cual de la vida. Tú estás mostrando una realidad, pero al mismo tiempo estás mostrando lo que hay de paradójico ahí. Uno puede trabajarla, pero también hay que pensar desde qué lugar hacerlo.
¿De qué manera podría cerrarse la brecha entre las producciones nacionales y el público no especializado?
Miremos cuánto público está yendo a los cines a ver nuestras películas. Ninguna cinematografía se ha hecho grande coleccionando medallas de eventos internacionales. Hay que encontrar el público. Es arrogante pensar que hay que educarlo. Esa es una pregunta que tenemos que formularnos los que hacemos esto. ¿Cuáles y cómo son las historias que nosotros contamos? No es porque no haya que hablar de lo que nos pasa, ni de la violencia, ni de lo que vivimos, pero también hay que pensar de qué manera lo estamos abordando, porque hay un problema de cercanía y de distancia cuando los espectadores van a los cines. No estoy hablando de complacer al público, porque tampoco se trata de eso, también hay que sacarlo de su lugar de comodidad, pero hay que encontrar ese lugar.
En “Cuadernos de Cine Colombiano” se toca el tema de la libertad creativa del director al elegir actores naturales, ¿cree que esta discusión entre actores profesionales y actores naturales puede afectar las decisiones creativas de un director?
Un director tiene todo el derecho de tomar sus decisiones, como los actores tienen el derecho de decir “hombre, esto es una profesión: por qué no lo consideran y lo toman como tal”. La decisión de elegir actores profesionales o naturales es el origen mismo del proyecto. Supongamos que el día de mañana a mí me busca la comunidad de pescadores de un pueblo del Pacífico colombiano y me dice “querríamos que se hiciera una película”. Eso me obligaría a pensar de dónde voy a conseguir todos esos actores que pudieran hacer lo mismo, que tengan la misma voz y el mismo fenotipo. Tengo que encontrar cuál es mi lugar, dónde me paro y eso es lo que me orientará para tomar mis decisiones.
Este es un país en el que se potencian las carreras de los fotógrafos, de los montajistas, de los sonidistas, pero no se potencian las carreras de los directores. Pareciera que es un pecado querer hacer una segunda película, una tercera mucho más y una cuarta casi nadie la hace, entonces la mayoría de la gente no llega nunca ni siquiera a saber cuál es su lugar.
En una de las entrevistas les preguntaron a un actor natural y una actriz profesional sobre la relación con el director. ¿Para usted, en qué radica esta relación?
Mi gran ventaja es que fui actriz, entonces sé lo que sienten. La dirección de actores se compone de mucha comunicación: que me escuchen y escucharlos también. La creación del personaje es del guionista, también es del director, pero también es del actor, y si tú no logras una buena comunicación con el actor, la actuación se va a ver afectada. El artículo con Dylan y Carolina es muy interesante, ellos propusieron la necesidad de la confianza entre el director y el actor, es muy importante para ellos sentir que pueden confiar en la persona que los está guiando y que los está guiando de una manera en la que ellos se sienten seguros.
¿Hacia dónde cree que va avanzando la industria cinematográfica colombiana?
Yo quisiera que fuera en dos vías. La primera es un cine que sea visto por nuestros espectadores. El país tiene más de 740 Casas de Cultura, un muy buen plan sería convertir esas instalaciones en salas mixtas. Estoy pensando en cómo se montó en la Cinemateca de Bogotá, te vale $5.000 la boleta. Es darle acceso al público, porque hay mucha gente que quisiera ver nuestras películas, pero no tiene cómo porque jamás van a llegar a sus regiones.
La segunda: esperaría el fortalecimiento del cine regional, que la gente tenga la capacidad técnica de tener una cámara y contar sus propias historias. Tenemos que combatir esa colonialidad, o sea, ¿por qué desde las capitales vamos a retratar las cosas que a gente le pasa en el pueblo, en la comunidad indígena o en el lugar más apartado del país?
Y otro asunto al que se debería atender, es obligar a que las plataformas de streaming paguen la cuota del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico. Nuestras películas están circulando por esas plataformas y están pagando impuestos, pero ellos no están pagando al FDC. Esto nos daría las posibilidades de montar todas las pantallas que se requieren y tener más contenidos, porque una cosa que sí le hace falta al cine colombiano es la diversidad. Sin esto, tampoco vas a conseguir los públicos.