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El día que Lina Botero me recibió en su casa para hablar de El oficio de desvestirse, en el piso de arriba estaban reconstruyendo uno de los apartamentos. Ella con gracia me recibió diciendo que estaban prácticamente haciendo un nuevo edificio. Un martilleo constante y abrumador parecía sabotearnos la entrevista. Por un momento le pregunté si quería que nos detuviéramos, pues el ruido despertaba la ansiedad, pero ella dijo que podría estar tranquila y mantenerse concentrada. Sin quererlo, con ese gesto siento que resumió mejor de lo que yo podré hacerlo aquí su libro, que es también una colección de escritos, fotografías y momentos que dan cuenta de eso, de la bulla que muchas veces se aparece en forma del síndrome del impostor, que es uno de los temas de su libro, pero que siempre logra vencer y es entonces este libro un testimonio de ello. Me recordó la frase de Soren Kierkegaard que dice: “También yo he sentido la inclinación a obligarme, casi de una manera demoníaca, a ser más fuerte de lo que en realidad soy”.
Quizá son los poemas (también las fotos) de Lina Botero los que hablan por ella misma. Uno de ellos dice: “Te haces de una historia / y de un nombre, / y de personajes, / y de calles con nombres de países, / para contar que esa historia existió”. Aunque hay muchas otras, podríamos decir que la historia de Botero como “poetógrafa” tiene su origen en la mirada curiosa, propia de la infancia, que tenía cuando observaba a su mamá grabando y fotografiando, “no como un oficio, sino por necesidad y fascinación por el archivo y la memoria. Tengo álbumes y álbumes, y todos los videos de mi familia, de mi vida. Crecí rodeada de cámaras, y para mí esas cámaras también se volvieron una forma de narrar, de narrarme. Desde pequeña hacía películas, le decía a mi mamá: “Pon la cámara aquí, vamos a hacer esta película”, y siempre construía ficciones. Nunca dije, de niña, “quiero ser fotógrafa”; eso se quedó en mí y creo que ahí está el verdadero origen de mi interés en registrar. Además, he visto a mi abuelo, a mis tías, perder la memoria al final de sus vidas, así que creo que también tengo esa necesidad de guardar todo. Eso es lo que me lleva a los diarios, que tiene dos elementos en su origen: uno es el vínculo plástico. Siempre me regalaron cuadernitos y marcadores, y me encantaba rayar. Siento que viene desde el placer de tocar los lapiceros, de hacer tachones, una conexión plástica con la escritura. Y luego viene el vínculo con la memoria, de tomar notas de todo, porque siento que eso me servirá. Creo que eso también tiene que ver con ver a mi mamá reciclar todo”, contó.
Fue una conversación con una amiga de ella hace 12 años en Cali la que dio origen también al oficio de “poetógrafa”. “Siempre he vinculado la palabra con la imagen. Hacerlo público es más reciente, pero desde los 17 o 18 años supe que quería ser fotógrafa y que ese sería mi oficio. Retrataba personas en la calle en un proyecto personal llamado Busco un Ciudadano. Les preguntaba cosas como “¿cuál ha sido el día más feliz de tu vida?” o “¿qué es el amor?”, y lo subía a un blog. Era palabra e imagen todo el tiempo. Siempre he llevado diarios, y también conecto eso con Instagram, donde empecé a mostrar mi trabajo como fotógrafa, aunque nunca usaba un pie de foto tradicional, sino que ponía información adicional; para mí, la palabra también es imagen. Ser poetógrafa es entender que las palabras no son solo significados y códigos, sino también códigos visuales. Es mi forma de eliminar las fronteras entre fotografía y poesía”, aseguró Botero.
“Una poeta de lo no terminado”, escribió, así como también escribió que agradecía aquello que desconoce, “lo no vivido”, reafirmando que es por las grietas por donde entra la luz, como lo sugirió Leonard Cohen, a quien ya he citado en ocasiones recientes.
En el libro habla sobre cómo uno se construye de muchas cosas, y hay una pregunta interesante: ¿qué significan autenticidad y ser alguien? Y me gustaría saber si puede responder a esa pregunta que usted misma se hace
Este libro es autobiográfico. Una de las categorías que definimos al construirlo fue cuestionar el capitalismo, la ansiedad, desmontar discursos. Pero también había una categoría que era la de acontecimientos autobiográficos, esos que marcan tanto a alguien que necesita ponerlos en un libro. Yo crecí como una niña extrovertida, me adelantaron en el colegio porque hablaba y escribía, hacía muchas cosas. Dentro del ruido, siempre resaltaba. Mis papás me permitieron ser muchas cosas cuando era niña, pero luego llegas a la sociedad y eso incomoda. Siempre fui la que hacía preguntas, la que incomodaba. Hay personas que superan eso con terapia y ya, pero otras miramos el mundo desde ese lugar de incomodidad. Yo quería ser actriz, estudié teatro de niña y era una forma de expresarme. A los 12 años me dijeron: “No, es que eres muy fea, no puedes aparecer en cámara”. Eso te marca.
Después estudié comunicación y empecé a escribir, luego a hacer fotografía, y encontré ahí una nueva conexión. Escribo, pero no hago periodismo; escribo narrativa, aunque no es prosa. Es como si nunca encajara del todo, ni fuera rechazada, solo que incomodo. Ese es el punto del texto: cuestionar por qué, en cada lugar al que llego, siento que necesito encajar en lugar de simplemente ser yo.
He trabajado en el Ministerio de Educación como fotógrafa y me vestía más formal, con tacones, porque “tienes que verte profesional”. Pero eso no es realmente quién soy, aunque también lo soy. Entonces, somos muchas cosas. Este texto no es un poema como tal, pero es una forma de narrar y contar que somos muchas cosas y, a la vez, ninguna en particular.
Hablemos del síndrome del impostor: ¿cómo al publicar el libro confronta a esa “impostora” que está ahí?
Ese síndrome de impostora está completamente vinculado a mi ansiedad, al cruce constante de palabras e ideas. Para mí, es una sensación de que nunca seré “lo suficiente”. Por ejemplo, me inventé el término “poetógrafa” porque si dijera simplemente “soy fotógrafa,” habría quienes cuestionarían si realmente cumplo los estándares de una fotógrafa tradicional. Al inventarme un término, “poetógrafa,” ya no tienen cómo cuestionarme, porque nadie puede imponer reglas sobre una palabra que me pertenece.
Desde pequeña, quise ser actriz. Pero en los noventa, ser actriz era más sobre belleza que sobre talento, especialmente en Cali. Luego, cuando estudié comunicación, me encontré con la percepción de que los comunicadores “saben de todo, pero no a profundidad”. Y cuando me acerqué a la fotografía, era el típico “hoy en día cualquiera puede ser fotógrafo”. Constantemente hay una lucha con esa impostora, esa voz que dice que no eres lo suficientemente “algo” y que te empuja a desmontar conceptos y expectativas.
Pero para mí, crear es algo que me hace feliz; es una necesidad constante. No me interesa vender o encajar, sino crear. Cuando intentas encajar tu creación en un contexto más formal, como el de un libro, aparecen voces de autoridad que te cuestionan. Por eso, hacer un libro sobre el miedo a hacer un libro es convivir con una voz constante que te dice: “Alguien va a decir que esto no vale nada.” Creo que lo importante es liberarse de esa carga, y entender que lo que haces puede tener diferentes significados para otros. No se trata de complacer a nadie.
La publicación de este libro es, de algún modo, una victoria frente a esa impostora. Lo hice, y más allá de si gusta o no, es un objeto lleno de todo mi corazón, pensado para quien lo necesite en el momento que lo lea.
¿Diría que escribir o fotografiar le ayuda a gestionar la ansiedad?
Más que una herramienta para “superarla”, mi proceso es aprender a hacer las cosas a pesar de la ansiedad. No la considero un diagnóstico que define mi vida, pero se muestra en mis textos a través de la repetición o el ritmo acelerado. No escribo desde un lugar contemplativo, sino con urgencia. Por eso hay anáforas, hay verbos repetidos en mis poemas, hay una velocidad en mi escritura que refleja esta hiperventilación. Así que no diría que escribo para “curarme,” pero definitivamente ayuda.
Una “poeta de lo no terminado”. ¿Podría explicar esa idea?
Es mi forma de lidiar con la ansiedad y la presión capitalista de “completar” o de producir algo que ya esté listo para venderse. Para mí, el proceso es igual de importante que el producto final. Tomar notas en mis diarios o escribir sin una intención clara ya es parte de mi obra. Lo que digo en esa frase es que crear no siempre significa terminar; crear es también detenerse en el proceso.
Hablemos también de esta frase: “Pido no saberlo todo; agradezco lo que desconozco” …
Es un agradecimiento por la ignorancia y por el asombro. Esta idea surgió tras leer “Una guía sobre el arte de perder” de Rebecca Solnit, donde habla de las “tierras incógnitas” que cada vez son menos. Saberlo todo elimina la sorpresa, y me parece valioso conservar esa capacidad de asombrarse, de conocer lugares o personas nuevas y sorprenderse con lo desconocido.
Otro tema transversal es el de la relación con el cuerpo, “este cuerpo de autocensura, objeto de deseo, sujeto de deseo…”, eso me pareció también interesante
Sí, este libro tiene bastantes anotaciones sobre el cuerpo. O sea, creo que podría ser un libro sobre el síndrome del impostor, así es como te lo vendo, pero al final es un libro sobre todas las cosas que nos cuestionamos. Tiene un corte y una voz de mujer feminista que se pregunta: ¿Por qué no puedo ser un cuerpo que desea también? ¿Por qué no puedo ser un cuerpo que quiere ser deseado? Entonces el libro está narrado de tal manera que te va mostrando, a través de poemas, textos o imágenes, ¿cuántas veces una tiene que volver a empezar para creer en sí misma?
Entonces, crees en ti, lloras de certeza porque sabes que vas a ser artista, pero de repente te cuestionan tu cuerpo, tu identidad. Está esa pregunta constante, y no tienes por qué saber todas las respuestas. Te cuestionan tu identidad, tu trabajo, tu oficio... La pregunta por el cuerpo, creo que ha atravesado toda mi obra. Pensé, primero debería hacer un libro sobre el cuerpo. Me han cuestionado mi cuerpo en cuanto a que “no eres tan bonita para salir en cámara.” Estaba lista para actuar frente a la cámara, y me dijeron: “quizás mejor detrás.” Luego, el sobrepeso: quise hacer un recorrido por la vida de un cuerpo en un texto, hasta que explota y se vuelve un manto de estrellas. Es un cuerpo que nace, que aprende a montar bicicleta, a comer, a desear, a crecer. Desde pequeña, siendo gordita y con sobrepeso, te cuestionan porque no tienes el cuerpo “ideal.”
Estudié en un colegio de mujeres donde todas se miraban al espejo diciendo qué cirugías querían hacerse. Yo prefiero contar algo, cuestionarte algo. Ese texto y el de “la culpa de este cuerpo” muestran que un cuerpo no solo es la musa o la estatua de la mujer ideal; es también una mancha entre las manchas.
¿Cómo es eso de un cuerpo con culpa?
Es duro. Un cuerpo con culpa es un cuerpo atravesado también por lo católico, por lo religioso, cuestionando qué está bien y qué está mal. Es un cuerpo que siente culpa por desear, por ser deseado, por comer, por mostrarse. Soy caleña, y a los 18 años, para mí desafortunado, aunque para otras personas no, me operé. Me siento culpable de mostrar mis tetas, como si alguien dijera “esa es tonta.” Así, se siente culpable por ser ruidoso. La mirada del otro, el espejo: verte y no encajar en los cánones de belleza, sentirte culpable por tus hábitos.
“Un poema para creer en algo”. ¿En qué le hace creer la poesía, y qué poemas le han hecho creer en la vida?
Es de los últimos poemas que escribí en el libro. Lo hice desde una preocupación por el medio ambiente; aunque mi libro no se centra en eso, por eso hay una imagen de una silla en medio de un espacio árido. Siento que la poesía nos ancla a la tierra, nos recuerda en qué podemos creer.
También lo escribí porque estaba escuchando mucho rap. No suelo escribir buscando rima, pero aquí quería rapear. La poesía es algo a lo que me aferro profundamente. Me ayudan mucho los poemas de Mary Oliver, también los de Tania Ganitsky y María Paz Guerrero; son increíbles. Pizarnik es un referente; duermo con su diario. Los diarios, como los de Chantal Maillard, son fascinantes, aunque entiendo solo el 10%. También me gusta María Negroni; me encantan los ensayos. Tengo un fetiche por los libros: los llevo a la cama, los dejo en una esquina. A veces no leo todos, pero los necesito cerca.
¿De dónde surge el título del libro?
El oficio de desvestirse es un guiño a María Mercedes Carranza. Originalmente se iba a llamar Voces que me dicen cosas, pero en febrero, en la exposición de Carranza, todo estaba rojo, y para mí fue como un permiso que me dio, porque vi el cartel con el poema del Oficio de vestirse, y yo aquí en mi casa tengo el libro con todas sus obras, y pensaba que ella escribía eso para salir al mundo, pero yo me lo quiero quitar, ese día supe el título.
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