Lina Meruane: la literatura y la exploración de la fragilidad del cuerpo
La escritora chilena, invitada especial al Festival de Literatura de Bogotá, que comienza hoy, reflexiona sobre la enfermedad, la identidad y la resistencia en su obra.
Mauricio Díaz
En el marco del 13º Festival de Literatura de Bogotá, que este año tiene como eje la relación entre literatura y discapacidad, la escritora chilena Lina Meruane se presenta como una de las invitadas internacionales destacadas. Su obra, marcada por la exploración del cuerpo, la enfermedad y la identidad, ha sido reconocida con premios literarios y traducida a varios idiomas. En esta entrevista, Meruane habló sobre su proceso creativo, la influencia de su propia experiencia con la discapacidad visual en su escritura y la importancia de la literatura como herramienta de resistencia y transformación social.
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En el marco del 13º Festival de Literatura de Bogotá, que este año tiene como eje la relación entre literatura y discapacidad, la escritora chilena Lina Meruane se presenta como una de las invitadas internacionales destacadas. Su obra, marcada por la exploración del cuerpo, la enfermedad y la identidad, ha sido reconocida con premios literarios y traducida a varios idiomas. En esta entrevista, Meruane habló sobre su proceso creativo, la influencia de su propia experiencia con la discapacidad visual en su escritura y la importancia de la literatura como herramienta de resistencia y transformación social.
A través de novelas como “Sangre en el ojo” (2012) y “Fruta podrida” (2007), y libros de ensayos como “Zona ciega” (2021), Meruane ha construido una obra que desafía las normas y los estereotipos. Su escritura, a la vez poética y política, nos invita a reflexionar sobre la fragilidad del cuerpo, la precariedad de la vida y la lucha por la justicia social.
La decimocuarta edición del Festival de Literatura de Bogotá gira en torno a la relación entre literatura y discapacidad, un tema al que ha dedicado gran parte de sus reflexiones en los últimos años. ¿Qué significa para usted ser parte de los invitados de este año?
Para mí es un tremendo honor el ser invitada a este festival. Me encanta que el tema sea la discapacidad, o las capacidades reducidas, que, en mi opinión, mucha gente sufre cada vez más, puesto que vivimos también cada vez más. Para mí es un tema importante, es un tema al que le he dedicado gran parte de mi reflexión, y me parece sobre todo importante hablar del tema de la pérdida visual en contextos de levantamientos ciudadanos, de personas que han sido violentadas por el Estado, como lo fue en Chile y también, por supuesto, en Colombia. De esto vamos a hablar en el festival, del ataque directo a los ojos, las pérdidas visuales y todo lo que eso conlleva.
En “Sangre en el ojo” la protagonista Lina experimenta una hemorragia ocular que la deja temporalmente ciega; sin embargo, esa Lina no es exactamente usted, ¿cómo fue el proceso de escribir sobre una experiencia tan personal y cómo la escritura la ayudó a procesar esa vivencia?
La historia es un poco larga. Primero pensaba que iba a escribir una memoria sobre lo que me había ocurrido en 2002, que fue una hemorragia muy severa en ambos ojos y una pérdida temporal de la visión, pero lo que pensaba que iba a ser una memoria, se convirtió de manera muy rápida en una novela; entonces, el personaje que originalmente se llamaba Lina pasó a llamarse Lucina, porque ya no era yo; y para subrayar el hecho de que era una novela, por más que estuviera basada en un hecho personal, me parecía importante subrayar esa diferencia, por eso le cambié el nombre a la protagonista. Ahora, cuando fui avanzando en la novela, me di cuenta de que era importante subrayar el hecho de que, en algún punto, yo, Lina Meruane, estaba ahí. Entonces convertí el nombre de Lina Meruane en el seudónimo de Lucina.
No siento que la escritura me haya ayudado directamente a procesar la vivencia, porque me recuperé de lo que había sucedido más bien en una larga terapia, en la que pude examinar lo que me había sucedido y cómo había lidiado con ese suceso. La escritura, en cambio, me permitió hacerme preguntas nuevas, que no tenían que ver tanto con lo autobiográfico, sino con la condición más general de la pérdida de la vista y lo que sucede con las relaciones humanas, las relaciones de dependencia, las relaciones de amor y, por supuesto, las relaciones de odio y de abuso. Entonces, esa pregunta que no era autobiográfica, o no del todo autobiográfica, la pude examinar en la escritura de la novela. No fue una terapia escribir, sino más bien una manera de hacerme nuevas preguntas sobre este hecho, preguntas que no necesariamente eran mis preguntas del momento de la ceguera, y ampliar el foco de mis preocupaciones a través de mis personajes.
Tanto en “Sangre en el ojo” como en “Zona ciega” la ceguera se convierte en una metáfora de la fragilidad del cuerpo y la precariedad de la vida, ¿cómo se relaciona esta exploración de la ceguera con su visión de la condición humana en general?
Bueno, he estado investigando la cuestión de la sobrevivencia y la vulnerabilidad en toda mi obra. Es una pregunta que atraviesa transversalmente todos mis libros, de diferentes maneras en diferentes estilos, en diferentes géneros, pero esa exploración de la ceguera puntualmente en estos dos libros me permitió darme cuenta, explorar, esta idea que tenemos de la discapacidad como una condición desempoderada. Y lo que fui pensando a medida de que escribía ambos libros es que no es así, ninguna pérdida desempodera completamente a nadie, ni siquiera parcialmente a nadie. Las personas que tienen o que sufren una pérdida de algún sentido, de algún órgano, rápidamente se adaptan, se acomodan, encuentran fortalezas y estrategias; es lo que Josefina Ludmer llama “las tretas del débil”, y fue justo algunas de estas cuestiones las que exploré, sobre todo en “Sangre en el ojo” y luego también en algunas partes de “Zona ciega”.
En zona ciega también reflexiona sobre “el ojicidio”, la violencia sistemática del Estado chileno contra las manifestaciones durante el estallido social de 2018, ¿considera que la literatura tiene un papel en la denuncia de estas injusticias y en la construcción de una sociedad más justa?
Esa es una linda pregunta que, cuando uno escribe ensayo, se hace constantemente: ¿cuál es la posibilidad que tiene la literatura o la escritura literaria para denunciar los abusos de parte del Estado, y para construir una sociedad más justa? Pues, en efecto, la literatura hace un trabajo micropolítico, es decir, no puede solucionar los grandes temas, no va al Congreso a dictar leyes, no tiene un impacto masivo, pero sí permite a los lectores pensar de manera más crítica sobre lo sucedido, informarse mejor -en el caso del ensayo- o explorar las preguntas y las contradicciones -en el caso de la novela o de la ficción- para autocuestionarse y cuestionar el mundo en el que vive y, de esa manera, tal vez, dirigirse a la exploración de una producción de unas relaciones más justas.
Lea la entrevista completa en www.elespectador.comEn “Sangre en el ojo” explora la relación compleja entre cuerpo y mente y cómo la enfermedad puede afectar la identidad y la percepción de uno mismo. ¿Cree que la literatura puede ayudar a las personas con discapacidad a construir una identidad positiva y a desafiar los estereotipos sociales?
Esa es una pregunta muy contingente y difícil de responder porque, de hecho, lo que se espera en este momento es que la literatura ayude a las personas, como si el trabajo literario fuera parte de un trabajo terapéutico. Para mí, son dos misiones, dos trabajos distintos, porque la literatura lo que hace es explorar, como dices en la pregunta, la relación compleja entre cuerpo y mente, la relación compleja entre seres humanos, las contradicciones íntimas y, de esa manera, sí desafía los estereotipos sociales, pero no necesariamente ayuda a construir una identidad positiva.
Ese es un trabajo mucho más arduo que le corresponde a otras disciplinas. Recuerdo que la gran ensayista y escritora estadounidense Susan Sontag criticó el uso de metáforas negativas o metáforas tóxicas en relación con las personas enfermas o con discapacidad porque, de alguna manera, esas metáforas tendían a culpar a las personas de su propia circunstancia, pero eso fue muy debatido en su momento, y tal vez todavía pueda ser debatido en el sentido de que hablamos en metáfora, y que a veces esas metáforas tóxicas y negativas nos ayudan a identificar personajes problemáticos; entonces, en la medida en que la literatura permite desarrollar un pensamiento crítico y desafiar los estereotipos, podría eventualmente ayudar a construir otras identidades desde la mirada crítica, desde la posición a contrapelo, pero no es esa directa o linealmente la función de la literatura; tal vez como por efecto colateral, por así decirlo, eso pueda ocurrir, pero eso exige un trabajo crítico del propio lector o de la propia lectora.
En “Fruta podrida”, otra de sus novelas, aborda la enfermedad desde la perspectiva de una migrante, ¿cómo se cruzan en su obra las temáticas de la migración, la identidad y la discapacidad?
En efecto, sí se cruzan esas temáticas porque yo siempre he estado pensando en personajes que no cumplen con la norma, con la norma nacional de pertenecer a un lugar, con el cuerpo normativo, el cuerpo sano, el cuerpo capacitado, el cuerpo productivo, todas esas normas de lo social, esas ficciones que tenemos sobre nuestras comunidades perfectas, blancas, masculinas, heterosexuales, en fin; todas son una ficción que se construyen, pero a la que nadie alcanza a ajustarse del todo bien. A mí me ha interesado justo ese lugar donde hay seres que están en esa periferia, tensionando precisamente esa normativa; entonces ahí es por eso es que se cruzan en mi obra estos temas. En todas mis novelas hay personajes que no corresponden a la norma, me ha interesado muchísimo explorar ese lugar, precisamente para poner en cuestión la ficción de la normalidad.
En “Zona ciega”, trabaja el caso de reconocidas escritoras que sufrieron de la vista sin que ello llegara a manifestarse en su obra: Gabriela Mistral, Marta Brunet y Josefina Vicens; un poco a la inversa, nos gustaría preguntarle por la obra de autoras que sí han manifestado directamente sus problemas visuales en su trabajo, ¿hay algún caso especial que le gustaría destacar?
En “Zona ciega” me concentré en estas figuras tan importantes de la literatura escrita por mujeres del siglo XX, porque las tres sufrieron de diferentes situaciones de pérdida visual, y las tres decidieron no hablar de ello directamente en su obra. Para una mujer de esa época, hablar sobre sus dolencias corporales, sobre sus discapacidades, sobre sus problemáticas íntimas, las llevaba a ocupar un lugar que estaba culturalmente asignado para ellas, que era el de la debilidad femenina. Ese gesto me pareció muy indicativo de la manera en que las mujeres sobrevivían y se instalaban en el campo cultural.
Entonces, en oposición, y esto es lo que me parece tan interesante, es que las escritoras actuales han asumido todas sus contradicciones, todos sus lugares posibles de evitar el mundo, y hay una serie de obras, de autoras, que precisamente hablan o tematizan o ficcionalizan sus deficiencias visuales.
Por supuesto, mi obra se inscribe, digamos, en ese pequeño canon de la ceguera y las casi cegueras; pero me gustaría mencionar a tres importantes autoras mexicanas que son más o menos mis contemporáneas: una es Cristina Rivera Garza, que escribió una columna muy hermosa sobre su miopía, y hablando de esta mirada lateral, dificultada, borrosa, periférica que le permitía ver las cosas sin ejercer la mirada normativa, que es una mirada de vigilancia, una mirada que lo ve todo, como la de Dios, como la de los guardias carcelarios, que lo ven todo; es una mirada lateral que examina y piensa de otra manera, que conoce y sabe de otra manera. Lo mismo pasa con Verónica Gerber, que también habla de su ambliopía en un libro que se llama “Mudanza” y que también celebra, precisamente, ese mirar distinto, más periférico y a contrapelo de las mujeres; por último, hay que mencionar a Guadalupe Nettel, quien tiene una novela hermosa y perturbadora llamada “El huésped”; es una novela que habla del lugar político de una comunidad de ciegos que se opone a las maneras corruptas del poder y que también habla sobre una chica cuidadora en una casa de ciegos; pero luego Guadalupe escribe, de manera más personal, una novela, o una crónica larga, que se llama “El cuerpo en que nací”, donde habla de su lunar ocular que le ha impedido ver desde un ojo y se convierte en un tema de este libro que también repasa toda la historia familiar. Todas ellas son autoras realmente excelentes y que se arriesgan a hablar de una mirada diferente, de una posicionalidad diferente de la mirada.