María Eugenia Echavarría, una de las fundadoras de Santiamén Artesano.
Foto: Archivo Particular
Habló pasito. Le pedí que subiera la voz y ella lo intentó, pero volvió a hablar muy pasito. Puse la grabadora muy cerca, casi que la apoyé en su hombro, pero la miró con desconfianza y a mí me pidió auxilio. Se la quité del lado. La puse sobre la mesa, me resigné a escuchar la grabación con esfuerzo y a aceptar su invitación a que me dejara de importar lo que me estaba importando: el tiempo, el trabajo, el sonido. Me repitió muchas veces: “Pasemos rico, sin afanes”. Pero yo venía de Bogotá.
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Por Laura Camila Arévalo Domínguez
Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador desde 2018 y editora de la sección desde 2023. Autora de "El refugio de los tocados", el pódcast de literatura de este periódico.@lauracamilaadlarevalo@elespectador.com
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