La “contentura” literaria de “Geña” y su centro cultural en La Calera
María Eugenia Echavarría, “Geña”, abrió un nuevo espacio para la lectura y la presentación de libros en Santiamén Artesano, un lugar que busca proyectarse como nuevo centro cultural.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Habló pasito. Le pedí que subiera la voz y ella lo intentó, pero volvió a hablar muy pasito. Puse la grabadora muy cerca, casi que la apoyé en su hombro, pero la miró con desconfianza y a mí me pidió auxilio. Se la quité del lado. La puse sobre la mesa, me resigné a escuchar la grabación con esfuerzo y a aceptar su invitación a que me dejara de importar lo que me estaba importando: el tiempo, el trabajo, el sonido. Me repitió muchas veces: “Pasemos rico, sin afanes”. Pero yo venía de Bogotá.
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Habló pasito. Le pedí que subiera la voz y ella lo intentó, pero volvió a hablar muy pasito. Puse la grabadora muy cerca, casi que la apoyé en su hombro, pero la miró con desconfianza y a mí me pidió auxilio. Se la quité del lado. La puse sobre la mesa, me resigné a escuchar la grabación con esfuerzo y a aceptar su invitación a que me dejara de importar lo que me estaba importando: el tiempo, el trabajo, el sonido. Me repitió muchas veces: “Pasemos rico, sin afanes”. Pero yo venía de Bogotá.
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“Me encantan los libros y por ello organicé, con Alejandra de Vengoechea, un grupo de lectura. Compartiendo esta pasión comenzamos a soñar con este espacio. Alejandro Buenaventura dijo alguna vez: ‘Santiamén, donde comer y beber es un acto cultural’. Pues hoy lo repetimos felices de compartir lecturas y abriendo nuestros opinaderos. Sintiendo que el mundo es ancho y un sueño que se hace realidad día a día. Bienvenidos”, escribió María Eugenia Echavarría, fundadora de Santiamén, una panadería/restuarante, ubicada en el kilómetro 7 vía a La Calera, en la vereda El Hato, 700 metros adelante del peaje de Patios. Hace 40 años llegó a este lugar con su esposo Alfonso Molano, quien ya falleció. Ella, sus hijos y esposas se encargan de este lugar, que ahora destinará un espacio para la lectura.
“¿Por qué no somos más contentos de vida?”, me preguntó, a lo que solamente pude responder con mi renuncia al afán. Que me iba a olvidar de Geña. De lo que dijera Geña. De sus atenciones y preguntas. Geña, Geña, Geña, me repetí varias veces sin que se diera cuenta para comprobar si me salía natural o se me escuchaba forzado. Finalmente, se lo dije: Geñita. Ella celebró.
Comenzó a leer muy pequeña. Un día entró a la biblioteca del colegio y se encontró con Dar: diario de Ana María, un libro sobre la menstruación y lo que generaba en las mujeres. Lo leyó e inmediatamente lo repitió. Desde ese día no paró de leer. Ahora le gustan los libros sobre la cultura de Oriente y Asia. Pero esos temas fueron los que recordó en ese momento, porque Geña lee sobre muchas cosas, sobre todo aquello que le sugiera que le abrirá un poquito más la mente y la capacidad de vivir otras cosas desde su cama en la montaña. Lee en las noches, de 8 a 10:30, más o menos, pero si el libro está “muy interesante”, se despierta y sigue a las 2 o 3 de la mañana, hasta que se vuelve a dormir. “Uno se casa y deja de hacer de todo, pero hermosamente: fui feliz siendo mamá. Después de que mi esposo murió cambié de marido: ahora me acuesto con los libros, pero creo que podría leer mejor. Me quejo mucho cuando siento que no sé hacer las cosas bien”, contó para dar un preámbulo a sus razones para comenzar un club de lectura en Santiamén: “Quiero profundizar en lo que leo. Quiero saber más”.
Alejandra de Vengoechea es su amiga periodista y escritora. Ella tenía un club de lectura. Cuando Geña supo, le reclamó: “¿Y usted por qué no me ha llevado?”. “Pues la invito”, le contestó. “No, al suyo no porque es en Bogotá, hagamos uno aquí”. Y comenzaron con unas reuniones privadas con algunas personas. Después De Vengoechea le propuso que armaran algo similar al “Hay Festival”: invitar a autores, conversar sobre sus libros, ofrecer una experiencia. Así fue como organizaron el primer encuentro, que se realizó el pasado 31 de agosto, con Sergio Ocampo y su libro Las distancias.
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Geña nació en Medellín. Tiene 10 hermanos, ella es la novena. Cuando cumplió 23 años se fue de su casa para Europa y allá conoció a Alfonso, su esposo y padre de sus hijos. Cuando lo llevó a su casa, él le dijo: “Divina tu ciudad y tu familia es de ataque, pero aquí no vivo”. Y después ella lo acompañó a conocer la montaña en la que ahora vive en La Calera. Ella se enamoró de ese pedacito de tierra, de la neblina que, desde ese entonces, la separa de la ciudad. Su mamá se murió de 104 años y su papá de 100. Y ella hasta ahora tiene 70...
“Soy totalmente rural. Amo la naturaleza y a las personas sinceras. Creo que nos falta sensibilizar a la gente, invitarlos y decirles: ‘Vengan, vengan que la vida tiene cosas bonitas, vengan…’. Y creo, también, que nos falta cultura. Mi contentura, de hecho, se relaciona mucho con los libros, con esa capacidad que tengo para descubrir y abrirme al mundo”, contó, después de buscar sus “auxiliares”, sus gafas, para mostrarme fotos de lo que fue el evento con Ocampo.
Ese día armaron una especie de tarima. Alrededor de dos sofás principales, en los que se sentaron el escritor y la entrevistadora (Ocampo y De Vengoechea), se acomodaron unas sillas de madera con algunas mesas. Las ventanas fueron forradas con periódico. Unas antorchas adornaban la entrada a este lugar de luz amarilla, olor a madera y vino, que recibió los que ya habían leído el libro y a los que no. Las distancias cuenta la historia del “hijo secreto” de Luis Carlos Galán, a quien ahora todo el país conoce: Luis Alfonso Galán Corredor. El autor de la historia, además de referirse al personaje de su novela, reflexionó sobre la libertad y el valor de aquellos que tienen poder de abusar, pero deciden no usarlo. Habló de la literatura, de escribir… Geña me lo contó cerrando y abriendo los puños por la emoción.
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Escribir, también, es lo que anhela ella. Quiere escribir cuentos para niños pensando en sus nietos, que son unos bebés que ahora dan vueltas, se dan cuenta de que se marean, se emborrachan y se caen, pero vuelven a comenzar el juego. Ella se asombra con su asombro y se aferra a las alegrías sencillas que le regalan sus amores. Así es que vuelve a comenzar con sus días, que dedica a lo que descubrió que para ella tiene sentido: “Uno es lo que es y está donde tiene que estar”.