Llamado a la construcción de una memoria histórica crítica y colectiva
Una escritora e innovadora social y su análisis de lo que aprendemos y practicamos de historia.
Ginna Velasco / Especial para El Espectador
La historia detrás de la historia
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La historia detrás de la historia
Cuando tenía seis años, me enseñaron la historia de la fundación de Bogotá, construí una maqueta de una iglesia, rodeada de 12 casitas y me grabé en la memoria el nombre de Gonzalo Jiménez de Quesada.
Tres años después, cuando estaba en cuarto de primaria, encontré un mapa en mi libro de historia, que mostraba el actual mapa de Colombia, con ilustraciones de las culturas prehispánicas. Recuerdo en especial a los tayronas y quimbayas, pero poca fue mi reflexión sobre lo que significó la “conquista” de América y, mucho menos, sobre lo que había tiempo atrás de ella.
En grado noveno, leí el Popol Vuh y comencé a interesarme por la cosmovisión maya, pero, nuevamente acá, mis reflexiones no profundizaron mucho más.
Cuando entré a la universidad, comencé a recibir mucha información que me hizo cuestionar, por ejemplo, el verdadero rol del, irónicamente, llamado y recordado como el pacificador: el general español Pablo Morillo. Quien fue enviado por la corona española para apaciguar los intentos de independencia en la Nueva Granada. Y en su hazaña, más allá de pacificar, implantó un régimen de terror y cometió severos actos de violencia que eliminaron a miles de luchadores populares y a una generación completa de líderes y dirigentes políticos que se oponían a la continuidad del dominio español.
Así mismo, cuando estuve en Chichicastenango y Cusco, visité en persona antiguos templos sagrados prehispánicos, que fueron destruidos y aplastados, pero cuyos cimientos se mantuvieron para alzar nuevas iglesias católicas. De esta manera, con el paso del tiempo comencé a sentir una especie de injusticia en la memoria colectiva, frente a la quizás mal llamada madre patria.
Sin embargo, gracias a mi primer viaje a México, aprendí algo totalmente nuevo; pues en este viaje aprendí que mucho antes de la llegada de los españoles, la cultura Maya se había cuasi autoextinguido. Pues sus grandes construcciones y ciudades albergaban a muchas más personas de las que el entorno natural podía alimentar. Por lo que, con frecuencia, al acabar con la capacidad de producción alimentaria y con los recursos, se tenían que desplazar.
Por otro lado, y sin querer jamás minimizar el impacto destructivo de España en América, comprendí también que los españoles además de traer enfermedades, alta tecnología de matanza y de arrasar con culturas y cosmovisiones enteras; también aprovecharon divisiones internas entre algunos pueblos, para fomentar que simplemente se mataran entre ellos. Este es el caso de los tlaxcaltecas, que se aliaron con españoles y juntos lograron derribar el imperio azteca.
De esta manera, comencé a comprender una mayor complejidad de la historia de las relaciones humanas. Complejidad que envuelve mil detalles, contextos y hasta coincidencias que se mezclan y terminan, como en este caso y a pesar de todas sus monstruosidades, en el nacimiento de una nueva cultura llena de riqueza, sabores, ritmos y religiones conjugadas.
De igual modo, mi punto de vista sobre la barbaridad de la esclavitud que se exportó desde África se volvió más compleja cuando compré un libro en Uganda y comprendí que el mercado de esclavos en distintas regiones de África era habitual, desde mucho antes de la intervención europea. Intervención, eso sí, que multiplicó esta trágica práctica, pero que no podría haber sido lograda sin el apoyo de líderes africanos que organizaban el negocio y vendían a sus compatriotas para llenarse de plata.
Un ejemplo relativamente reciente de participación africana en la venta de esclavos es el califato Sokoto, que hacia el año 1900, en lo que hoy es Nigeria, se enriqueció con la venta de esclavos para la ruta transahariana, o directamente a las potencias europeas en la Costa de Oro, del Golfo de Guinea, para el tráfico transatlántico de esclavos.
Para la no repetición de estas trágicas prácticas es muy importante la construcción de una memoria crítica y colectiva y, por esta razón, comprender más a fondo los contextos permite identificar procesos y hallar raíces y causas más profundas. Que podría traer como consecuencia el paso de una mirada que elogia la grandeza de victimarios o que revictimiza a las víctimas, hacia una memoria histórica que une lazos humanos y transforma a los actores en seres que respondían a realidades y vivencias, en ocasiones, mucho más grises que negras y blancas.