Lo humano y lo divino detrás de la gira de la Orquesta Sinfónica de Colombia
Cuando vamos al concierto, vemos el resultado, pero detrás de esto hay una serie de detalles, gestiones y personas que sostienen la magia final. He aquí un recuento de lo que fue el diseño de la gira de la Sinfónica Nacional de Colombia.
Laura Camila Arévalo Domínguez
El límite de la aerolínea era de 23 kilos por maleta. Las partituras iban en carpetas de cuero y, al pesarlas, resultaron con 40 kilos cada una. El costo adicional era de $3 millones: imposible. Estos papeles se comenzaron a repartir entre las personas de la producción (y algunos músicos) que no hubiesen alcanzado su tope de carga: tres kilos para la asistente de dirección, otros más para la fotógrafa... Aun así, se tuvo que comprar una maleta adicional para las que no pudieron ser reubicadas, pero las partituras tenían que viajar en ese avión que iniciaría la gira por Brasil y Argentina, el 25 de julio a las 10 p. m. desde el Aeropuerto Internacional El Dorado de Bogotá.
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El límite de la aerolínea era de 23 kilos por maleta. Las partituras iban en carpetas de cuero y, al pesarlas, resultaron con 40 kilos cada una. El costo adicional era de $3 millones: imposible. Estos papeles se comenzaron a repartir entre las personas de la producción (y algunos músicos) que no hubiesen alcanzado su tope de carga: tres kilos para la asistente de dirección, otros más para la fotógrafa... Aun así, se tuvo que comprar una maleta adicional para las que no pudieron ser reubicadas, pero las partituras tenían que viajar en ese avión que iniciaría la gira por Brasil y Argentina, el 25 de julio a las 10 p. m. desde el Aeropuerto Internacional El Dorado de Bogotá.
Hasta ahora, la Orquesta Sinfónica Nacional de Colombia ha realizado dos de los 10 conciertos programados. Ya se presentó en Campos do Jordão y en Río de Janeiro. Son 83 músicos, pero también viajaron el director ejecutivo, la directora de proyectos, la directora de comunicaciones y el director de producción. Movilizar a 90 personas por dos países tiene sus retos, sobre todo si se trata de una orquesta sinfónica: traslado de músicos e instrumentos (hay violines, pero también contrabajos). Y los desafíos sobre sus necesidades: que coman, duerman, ensayen, disfruten y no se preocupen por otra cosa distinta a tocar.
Carlos Grynfeld, titular de la agencia CG Managment, que representa artistas y organiza giras, fue contratado para este proyecto, que surgió en la cabeza del director titular, Yeruham Sharovsky. Y no se exalta. Pausadamente, les va pidiendo a los músicos que se suban a los buses, les recuerda la hora del almuerzo, solicita a la persona encargada de algún contrato que revise, firme y envíe. Y todo, sin una señal visible de estrés o afán. Se mueve como un cisne entre un lago de apariencia apacible, pero que podría convertirse en un torbellino de buenas y malas sorpresas para su plan. Y lo sabe, pues acumula una experiencia de años. Sus desafíos no parten del día en el que despegan los aviones, sino desde de que se gesta la idea. Sus respuestas ante las preguntas de ¿y si no funciona?, ¿y si las ciudades no están interesadas?, ¿y si algún músico se enferma o pierde el pasaporte?, y una larga lista de ansiedades, se reducen a la confianza en el rigor de su trabajo y la responsabilidad de los demás. Y así concilia el sueño.
Ante el atraco que sufrieron tres músicos de otra orquesta que giraba por Brasil, el año pasado, mantuvo la calma. Y ante el accidente de un músico ruso que, estando en Chile, se cortó la mano con una botella, se hirió el tendón, tuvo que ser operado y regresar a su país, también mantuvo la calma. Pero la mantuvo en serio: ninguno de estos problemas podría haberse evitado y ninguna de estas circunstancias se habrían podido enfrentar sin la certeza de que no hay certezas, y que de lo que se tiene entre manos es un proyecto valioso y bien gestionado.
Primero, tuvieron que hablar con cada una de las ciudades potenciales y medir intereses y voluntades. Si se concretaban, las capas de esos acuerdos comenzaban a sobresalir: un concierto, y sobre todo un concierto de una gira, se logra después de la organización de viajes, hoteles, transporte, provisión de instrumentos, requerimientos, asuntos legales... El dinero disponible no solo debe ser administrado, sino legalizado. Después de la burocracia, imposible de esquivar y justificada por el valor de los recursos (dinero de los ciudadanos), están las ciudades programadas, que también pusieron su parte como, por ejemplo, el alquiler de los teatros, la producción, etc. Es decir, el esfuerzo es conjunto.
“Él es exigente. Es superperfeccionista y le encanta la agilidad. Si te pregunta: ‘¿Cuánto tiempo dura tal sinfonía?’, hay un libro rosado gordísimo para que, al término de la distancia, revises y contestes la pregunta”, cuenta por Angie Estefany Carrillo Torres, quien es música, cursa una maestría en Gestión Cultural y es la asistente de la dirección artística de la orquesta. A su cargo llegó hace menos de tres meses y casi que pediría poder leer mentes para anticiparse al futuro y evitar posibles contratiempos. Entre sus funciones está ser la memoria del director titular Yeruham Sharovsky, quien ha dirigido más de 50 orquestas en países como Israel, Alemania, Finlandia, Italia, Suecia, Francia, España, Rusia, Letonia, Polonia, Corea, Hungría, Macedonia, Estados Unidos, Canadá, Argentina, Brasil, México, Chile y República Dominicana. Sus funciones, entonces, se podrían resumir en intentar leerle la mente a un hombre de vuelo tan alto como su experiencia y sus aspiraciones de calidad.
Scharovsky tiene una apariencia que fluctúa entre la paternalidad, la dulzura y el afecto, la fuerza, la disciplina y el rigor. Fue militar, pero dejó de serlo porque salió herido. Ya convertido en músico, por alguna decisión que fue más allá de su capacidad milimétrica para cumplir horarios y dirigir orquestas, se salvó por unas cuantas horas de estar en las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Ese hombre, que sonríe durante sus conciertos y se toca el corazón cuando mueve la batuta, puede ser tan intimidante como su aspiración a la perfección... o a lo que se le parezca. Y ese hombre es el jefe de Carrillo, además del líder de una orquesta a la que se le detiene el mundo al iniciar cada concierto.
Carrillo, la joven detrás de las tuercas que ponen en marcha el mundo y la agenda del maestro Sharovsky, tiene 25 años y, adicional a lo que se mencionó sobre sus poderes casi que sobrenaturales (o a sus intentos por tenerlos), en Bogotá se encarga de los invitados a la orquesta: que lleguen, firmen, coman, ensayen, se presenten... Los horarios semanales de ensayos y los uniformes de cada concierto son comunicados por ella al grueso de los músicos. Y en la gira tiene unas cuantas tareas más: producción, logística, seguridad y salud en el trabajo.
Al cierre de esta edición y con tres días de gira cumplidos, ya había visitado un hospital en Río de Janeiro: a una violinista le cayó un corno en la cabeza, y a ella, que fue a acompañarla para que la atendieran, le dio una crisis de migraña. Así que los planes sirven, pero no garantizan los giros del mundo ni las salidas del sol. Para esta gira, que se planeó como un intercambio cultural entre los países que son destino y Colombia, se llenaron todos los papeles y se cumplieron todas las legalidades, pero los que viajan son humanos.
Y es que, antes del arte, está la gente. No hay nada distinto entre nadie. Salvo algunos rasgos, olores y formas de hablar, todos somos lo mismo, aunque pareciera que los artistas, en este caso, los músicos, no. Antes, para viajar, y como cualquier mortal, se pusieron sudaderas y empacaron sus instrumentos en maletas, que se cayeron y se ensuciaron torpemente contra todo.
Después, y a los dos conciertos que ya han cumplido de la gira, salieron con sus pantalones, sus camisas y sus zapatos negros al escenario. Y se sentaron ahí, casi que con un aire de magos que se saben el hechizo para quitarse la mortalidad de encima. En el hotel y durante el desayuno, o en las noches y durante las cenas, el director contó chistes sobre la comida. Y comió. En la tarima y con su batuta, movió los brazos como si estuviese moviendo el mundo, y el mundo paró.
Para el resto de este viaje y después de comprobar que las circunstancias humanas sobrepasan lo sublime y mágico de la música y sus efectos, quedan algunos pedidos. Quedan los milagros: que los músicos no se bajen de allí nunca para no tener que romper el hechizo. Que se queden con esos trajes y sean siempre los iluminados que tienen la clave de la belleza y el pase a otro mundo en el que no haya que pagar cuentas ni sellar pasaportes. Un mundo en que no haya que morirse. O que, por lo menos, sean blindados por los planes de producción, que también fueron diseñados por magos con apariencia de humanos que dicen que no, pero esperan que la magia no nos desampare.