Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Están disponibles todos los datos. De Alejandra Borrero se sabe lo básico, pero también lo fundamental: que nació en Popayán, vivió dos años en Santa Marta y creció en Cali. Que fue la hija del medio, y que esto fue una ventaja: armó el desorden que pudo, exploró, se escapó varias veces de los ojos de sus papás, que demasiado tarde se daban cuenta de que su vestido blanco ya no era blanco, que los zapatos tenían barro y que los bordes de su boca eran de azúcar. Que en el colegio conoció a Sandro Romero Rey y que por él comenzó a hacer teatro. Que fue su profesor. Que él la eligió porque era la que se aprendía todas las líneas, pero, sobre todo, porque era la que se tomaba el trabajo con más seriedad: “Asumías con mucho entusiasmo el papel. No estabas poseída o apersonada de tu personalidad de actriz, pero lo hacías con mucho interés”, le dijo Romero a Borrero en un capítulo del pódcast El palomar.
Le sugerimos leer: Sebastián Lelio: ‘No concibo una ciudad sin salas de cine’
Que su tío hacía obras de teatro, así que desde niña escuchó sobre las artes. Conoció a la gente que hacía teatro y escuchó de lo que el teatro le hacía a la gente, para usar una de las frases del Festival de Cine de Cartagena. Que, a propósito, se iba a este festival y cada 15 minutos cambiaba de película. Que desde niña quiso tocarlo todo y, cuando creció, quiso crearlo. Que, volvamos a Romero Rey, él le dio el papel que le entregó su primer premio como mejor actriz. Que con ese premio entró a su casa con una decisión: “Mamá, esto es lo que quiero estudiar y si no estudio esto, no estudio nada”. Que decidió formarse para el teatro en la Universidad del Valle y que peleó mucho por el exceso de teoría. Que ella quería aprender con el cuerpo.
Que Carlos Mayolo fue uno de los hombres más importantes en su vida: le ofreció su casa (porque su mamá la echó) y su conocimiento sobre la actuación y las mujeres. Que como conocía a las mujeres, la conocía a ella, y que cada sugerencia aprehendida se convertía en una escena sorprendente. Que era sorprendente porque, al verla, entendía la sugerencia. Que Mayolo grababa sin libretos, que para no contaminarse, y que entonces todo era una sorpresa. Que con Pharmakon, obra de Mayolo, fundó Casa Ensamble, y que con él casi que regresó a la vida a ese hombre tan fundamental para ella, tan crucial en su labor, tan esencial en su estructura.
Que habla y habla de la pasión porque se le han dormido las manos y los pies al sentir que se le sale por el cuerpo. Que la ha sentido por la actuación, por el teatro, por el cine y la televisión, pero, sobre todo, por la vida. Que se sorprende y se sorprende. Que fue intensa, que lo sigue siendo, pero con menos afán. Que es muy poco lo que le quedó pendiente hacer por amor. Que ese ardor de la emoción por los buenos ratos, ese que sale del centro del estómago, como por los lados del ombligo, y sube hasta el pecho, también la ha quemado por los malos. Que se ha caído por abismos tan altos como su ambición. Que cuando ha aterrizado llegó a pensar que levantarse era demasiado difícil. Que abajo, en lo profundo, en lo hondo, se ha demorado un rato. Que desde que es una niña le han dicho que es muy dramática. Que probablemente es verdad.
Podría interesarle leer: Dejar de desear, que es como dejar de existir
Que ahora es un testimonio de que es posible superar esos momentos críticos, esos que uno siente que le van a consumir la vida y se presienten como un definitivo final. Que lo que pasa es que siente intensamente, así que sufre intensamente. Que dicen que es amorosa, pero también brava. Que ya se dejó distraer por la fama, ese universo mentiroso, pero adictivo, al que muchos viajan y en el que muchos se quedan. Que ella no quiso quedarse. Que sabe que es posible no regresar de allá, así que decidió quitarles el poder de su aprobación a los demás y lo retomó ella. Que ahora su juez es ella.
Que Casa Ensamble -ahora Casa E Borrero-, el lugar que fundó para enseñar y mostrar y ver y entregar y promover teatro, fue y ha sido su templo. Que cuando la casa está sola, se siente helada. Que así sintió durante la pandemia, y que a ella la pandemia le dio muy duro. Hace años, un poco antes de ese virus, en 2018, le dijo a Mónica Diago, de la revista Bienestar de Colsanitas, que ya les estaba bajando a las revoluciones, que atesoraba su tranquilidad. Hoy, durante los Premios India Catalina, la reconocerán por su vida y obra, que no ha parado, pero que ahora disfruta con más detenimiento. Porque dice que ahora sí sabe lo que está haciendo. Que ya se cansó de ir al trote, al filo de la navaja y de la vida y hasta de la muerte. Que ahora se dedica tiempo, que protege su soledad y que sigue amando la vida, y por eso sigue peleando, pero fijándose. Que ahora se fija: “Cuando uno está joven quiere tocarlo todo, saberlo todo de su propia mano. Los años me han dado plano general, he podido abstraerme, mirarme desde lejos. Antes tenía el mundo en las narices, corría de una cosa a la otra. Ya no. Atesoro mi tranquilidad”.
Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖