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¿Por qué acompañó con poemas la exposición “Las crisis del siglo XXI”?
Porque no es cierto que una imagen vale más que mil palabras, a veces se complementan, y creo que parte del periodismo es buscar cómo decir las cosas; a veces el medio es una foto, a veces es un poema, a veces es el silencio. Y yo creo que el arte está en poder encontrar el equilibrio entre imagen y texto.
Me llama la atención que esta exposición esta llena de retratos. ¿Por qué esa fascinación por este tipo de fotografías?
Porque tomarle fotos a un edificio no es un reto, el edificio está ahí y permanece, los rostros cambian cada segundo, tú tomas una foto y al segundo el rostro es otro, y lograr captar el rostro que uno quiere, me gusta mucho. Y mis primeros trabajos fueron, evidentemente, de rostros, lo que llamaba mi abuela Isabel, los retratos. El hacer retrato me ha producido una gran magia. Por ejemplo, esa imagen que está ahí, que es un niño afgano, quien está en un contenedor de basura buscando comida, yo no quise fotografiar el contenedor, quise limitarme a su rostro, porque además los seres humanos suelen regalar sonrisas, miradas, que son únicas. Entonces, esa conexión tan íntima de la cámara y el rostro fue por donde aprendí y me metí al mundo de la fotografía.
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De hecho, usted ha afirmado, en otras ocasiones, que lo que le interesa es “buscar sonrisas en medio de la guerra”. ¿Para qué?
Hay periodistas, hay colegas, que muestran los cadáveres, los heridos, y está bien, yo no digo que no, que eso sea malo, pero cada uno tiene su arte, su sensibilidad. Yo creo que la mía ha sido tratar de encontrar la alegría en medio de la tristeza. Algunas fotos son inminentemente tristes y no hay lugar para la alegría, pero en algunos escenarios se puede encontrar la alegría, y cuando llega la alegría hay que capturarla cuanto antes en la foto, antes de que se vaya.
Hay momentos donde la fotografía no alcanza, ¿no?
Sí, hay dolores muy grandes, la guerra de Kobane, por ejemplo, para mí fue particularmente dolorosa, y yo estuve allí con los batallones de mujeres kurdas y es inefable, que no se puede decir con palabras, pero tampoco se puede decir con imágenes. Entonces, uno trata de agarrar momentos para transmitir cosas. Lo que uno aprende es que el dolor, la risa y la admiración son universales, en eso los seres humanos somos iguales, independientemente del lenguaje que hablemos y de la fe religiosa que tengamos.
¿Qué elementos en común ha encontrado entre estos conflictos armados que ha cubierto alrededor del mundo?
Casi todos. Lo primero es que el ser humano es implacable. Yo creía antes en las teorías de Rousseau sobre “El contrato social”, ahora creo en el Leviatán de Thomas Hobbes, ahora creo que el ser humano es brutal. Antes de crear mi página web, escribí durante siete años para El Espectador, hacia colaboraciones para la sección de Internacional, y siempre me angustiaba que las palabras no fueran suficientes, entonces quería hacer una foto para acompañar artículos. Para mí fue como una pulsión y ese afán de mostrar más allá de las palabras, me llevó a tomar fotos.
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¿Cómo la fotografía puede ayudar a desmentir falsas verdades?
Yo creo que una foto es incontestable (…) El relato del fotógrafo o del periodista para mí no es problema de objetividad o neutralidad, sino de honestidad, y cuando uno logra ser honesto; es decir, desde dónde estoy tomando la foto, qué quiero mostrar ahí, yo creo que se vuelve incontestable, y esa es una tarea que se hace contra las fake news, especialmente en un mundo donde las calumnias son cotidianas.
¿Y la fotografía también le ha ayudado a desvelar sus propias mentiras? Uno también se construye su propia realidad…
Claro, pero el periodismo en general. Por ejemplo, la última guerra que cubrí fue Ucrania y yo tenía un cacao total, un revoltillo absoluto y total, sobre Ucrania. Había leído muchos libros y había visto muchos videos, llegué a Ucrania y empecé a deshacer todo lo que pensaba de Ucrania, todo. Pero mi primera guerra, aparte de la colombiana, fue en el 2003 cuando llegué a Palestina. Yo crecí en un barrio que se llama Bosa Palestina, entonces era de Palestina a Palestina. Cuando llegué al Oriente Medio, de pronto todo lo que había leído de Palestina, y muy importante leerlo para poder destruirlo y reconstruirlo, cambió. Pero por supuesto el periodismo es de las cosas más bellas, no porque lo haya dicho García Márquez, sino porque es la excusa perfecta para escudriñar con impunidad, eso es lo que uno hace.
Mencionaba hace un momento que su visión sobre Ucrania cambió al cubrir este conflicto. ¿Qué encontró en Ucrania?
Por ejemplo, uno de los grandes mitos es que los rusos son un mundo y los ucranianos otro, o que los ruso- parlantes son un mundo y que los ucraniano-parlantes son otro, y no. En Odesa el 80% te habla en ruso, pero están a favor de Zelensky, y esa es una cosa que asombra. O el relato de que la guerra comenzó en el 2014 y no en el 2022, no es un relato de los prorrusos, también los pro- Zelensky te dicen exactamente lo mismo. Entonces, aquí se interpretan las narrativas como parecieran y uno allá se encuentra con otras cosas muy diferentes.
Hablemos sobre una afirmación que usted realizó durante un conversatorio: “A veces el periodismo es absoluta y totalmente inútil”.
Después del genocidio de Sinjar (un pueblo donde viven yazidíes que queda muy cerca a la frontera Siria) yo fui y entrevisté a varias personas. A los cuarenta y cinco minutos de entrevista recordé que cuando sucedió el genocidio hubo un escándalo mundial, y Le Monde, Washington Post, The Guardian, casi todos, hicieron grandes titulares contra el genocidio. Obama se pronunció contra el genocidio, hubo una sesión especial del Consejo de Seguridad, que condenó el genocidio, entonces yo le pregunté a las víctimas: “¿En concreto qué cambió la cotidianidad de ustedes cuando se armó este escándalo mundial en el que se dijo que hubo un genocidio en Sinjar y toda la comunidad internacional se movilizó? Y la respuesta de la persona fue: “No cambió en absolutamente nada”. Es decir, un escándalo mundial frente a un genocidio particular puntual, donde la comunidad internacional está de acuerdo con que no puede suceder, y eso no toca la cotidianidad de las personas que lo sufren. Me sentí absolutamente inútil, me despedí. Afortunadamente era mi última pregunta, dije “bueno, muchas gracias”, y me retiré a llorar, llamé a mi exnovia para decirle: “Ayúdeme porque no tiene sentido lo que estamos haciendo”. Es cuando uno siente aquello de que “las palabras no sirven, tan solo son palabras”. ¿Para qué sirve escribir entonces? ¿Para qué sirven estas fotos? Y uno a veces siente: “pero lo malo es que todas estas cosas vienen a dar en un fracaso irremediable” (una frase de León Greiif). Esa es la sensación que a veces queda, no siempre.
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¿Entonces para qué escribir sobre esto?
Yo creo que para no morir asfixiado; es decir, uno tiene todo esto adentro. Las fotografías también las tiene uno adentro, entonces las saca y las comparte para sentirse más liviano. Y uno escribe porque necesita un mecanismo para vomitar tanto dolor.
¿Cómo ha impactado en su vida cubrir conflictos?
Yo me crie en Bosa, un barrio donde la violencia era cotidiana, donde había grupos de limpieza social, algunos grupos de guerrillas urbanas, hasta la violencia delincuencial. Yo creo, citando a José Eustasio Rivera, “antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. No es que uno criado en Bosa algún día llegue a la violencia, es que uno nació en la violencia. Los colombianos en general nacemos en la violencia, crecemos en la violencia, nos da miedo la paz, nos da miedo la tranquilidad, patológicamente nos asusta la paz. Cuando yo vivía en Suecia había momentos que me sentía viviendo en una postal. Estamos tan acostumbrados a esto, que nos asusta la calma.
¿Pero cuáles enseñanzas le ha dejado cubrir conflictos armados?
Que la humanidad está sobrevalorada.
¿Por qué?
A veces suponemos un ser humano ideal. Los ismos, el islamismo, el comunismo, todos esos ismos, están invocando a cada hora un ser humano perfecto, eso no existe. Todos tenemos esqueletos en el clóset guardados, todos tenemos un pasado oscuro, todos tenemos una parte desportillada. Entonces, cuando ese ser humano se plantea como un absoluto perfecto, terminamos barriendo por debajo de la alfombra. ¿cuál es el problema? Los demonios nuestros aparecen, como la novela “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” al final gana el malo. ¿Por qué gana el malo? Porque a todas horas estamos involucrando al bueno y esta es una sociedad muy de doble moral que lleva a que estas cosas que muestra la guerra no las queramos vivir como nosotros. Por ejemplo, decimos que Hitler era un monstruo, pero era un ser humano como nosotros y eso nos cuesta mucho trabajo: reconocernos como humanos, reconocernos como monstruos y reconocernos también como ángeles. La sociedad nos está demandando una pureza que no existe, por eso digo que el ser humano está sobrevalorado.
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Volviendo a la exposición, ¿cómo seleccionó las imágenes que aquí se exponen?
Hay hubo trampa. Primero, no sabíamos como meter todo esto bajo un mismo nombre. En “Las crisis del siglo XXI” cabe cualquier cosa. Y de la organización me ayudaron varias personas, porque yo era incapaz de organizar ese reguero, yo tengo alrededor de unas cien mil fotos y escoger 111 era muy complicado. Hay fotos que uno quiere, pero que son feas. La gente dice: “eso es feo, horrible” y uno responde: “pero es que yo la quiero”, y hay fotos que a uno le dicen, “qué foto tan espectacular”, pero uno no le ve nada de espectacular. Entonces tuve que acudir a gente que me ayudara a hacer la selección para quedarme con aquellas que podía conjugar. Ahora, hay muchas otras que no exhibí; por ejemplo, hay una muestra completa de fotos de inmigración venezolana y otra de rostros colombianos, pero de allí solo tomé un par por falta de espacio.
¿Y por qué esas temáticas?
Porque son las crisis del siglo XXI. La crisis de migración y de refugiados es de las más grandes del planeta, las protestas se han dado muy pocas veces en la historia, la pandemia es única, hace cien años no teníamos pandemia, pero quería también incluir otros temas, como, por ejemplo, la fe religiosa, ¿por qué está ahí, dígase lo que se diga? Yo soy ateo, pero respeto muchísimo la religión. Y hay una que se llama “Guerreros y civiles” porque quería mostrar que lo que comparten los guerreros y los civiles es que son seres humanos, son personas, así uno sea víctima y el otro sea victimario, independientemente de eso son personas, y eso no se nos puede olvidar para exigir justicia o para ofrecer justicia.
Sí, tratamos de dividir a la gente en categorías, pero al final de cuentas somos lo mismo…
Exactamente, por eso mi problema con los ismos.
¿Cuál es su objetivo con esta exposición?
Me gusta el haiku, que es una poesía de 17 fonemas. La magia del haiku es que la complete el lector, las fotos en este caso también deben ser completadas por el observador. Quien ve la foto le sacará la enseñanza que quiera. Digamos que no hay una pretensión ni moral ni política de decir cosas absolutas. Es más o menos lo que pasa cuando tú vas a un restaurante y hay una mesa, hay un menú y escoges lo que quieras y te lo comes en el orden que quieras. Yo creo que la gente completa cada foto.
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¿Por qué ofrece recorridos guiados de su exposición?
No sé si lo hago por el público o de manera egoísta pensando en mí, pero así exorcizo muchos fenómenos, muchos fantasmas. Además, me sirve para que la gente oiga que había detrás. Hay fotos que a uno le regala la vida: uno hace click y la foto sale preciosa. Hay fotos que uno lucha y son una porquería. Entonces, es contarles qué hay detrás de cada foto.
¿Cómo un médico termina cubriendo la guerra?
Yo creo que hay muchas más cosas comunes entre un médico y un periodista que cubre conflictos armados, que con otras profesiones. Uno ve que el dolor está presente en los dos casos: la sangre, la vulnerabilidad humana, la impotencia. Son muchas cosas comunes. Fíjate que no he dicho nada de formas, una cosa es un micrófono y otra un bisturí, pero en el fondo es reconocer la vulnerabilidad y, a pesar de eso y con todas las limitaciones, tratar de echar mano a esa realidad para transformarla, para hacerla un poquito menos dolorosa.
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