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El 19 de julio de 1929, en un pueblo de Colombia, un grupo de zapateros luchó por mejorar las condiciones de vida y de trabajo en el país. Se llamaron “Los Bolcheviques del Líbano, Tolima”. Su revolución duró solo un día e intentaron borrar sus rastros. Las mujeres de esta vereda se encuentran con Aura, una abuela anarquista, en la sensación de que su rebelión aún sigue sucediendo.
Pasan las montañas en blanco y negro y todo se ve viejo y distante. Como detallando el tiempo, así se narra este corto, que cuenta la rutina de algunos de los bolcheviques “de aquí”, la primera guerrilla latinoamericana. Cuentan que el “traca, traca, traca” de la matraca era “muy chévere”. Que se le daba vueltas y, en medio de la oscuridad, se veían los destellos de esas luces. No había nada más para distraerse, así que se concentraban en aquellos fogonazos. También dicen que había que secar el café paras venderlo el fin de semana. Que tenían comités centrales y se reunían para hablar de la Revolución rusa, porque ellos querían copiar la hazaña de los bolcheviques “del otro lado”, de los “de allá”.
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Todo a blanco y negro y muy borroso, como los recuerdos. Como los rastros de una memoria que ya no sabe qué es cierto o falso, que proviene del anhelo o del miedo. Las siluetas de aquellos que en esa época vivieron, se ven difusas, así como sus pretensiones de ser los revolucionarios que derrocarían al que sería el zar colombiano. Estrangulan gallinas para comer, mientras alimentan a las demás, que serán la comida de después, la del día siguiente, la de lo que viene, un horizonte lleno de detalles y de rutina campesina. Todo era blanco y negro, porque no había nada más. Un mundo binario que, en aquella época y sin el lente, se veía más bien azul y rojo. Se rotulaban entre conservadores y liberales. A los primeros les decían pájaros.
Y a ellos les quemarían la casa y sabrían que sus aliados estarían cerca cuando vieran una luz roja, como la del Ejército rojo de Rusia, que dirigió León Trotsky. Aquí, en cambio, dirigió Pedro Narváez.
“Soy una mujer anarquista, o sea, rebelde. Me gusta ser yo. Eso es lo que yo entiendo por anarquía”, dice Laurentina Fajardo, que prefiere que le digan Aura, y es la que narra este corto, en donde cuenta que a sus papás les dijo que primero domarían una culebra que a ella, y que por eso fue revolucionaria y soñadora, así como los que siguieron a Lenin.
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A los campos de ese tiempo los pisaban perros y caballos similares a los de ahora, como si su evolución no fuese tan visible, o como si no hubiesen evolucionado y fuesen casi que los mismos perros y caballos que vieron el exterminio de aquellos años, para seguir viendo el de ahora, que parece no cambiar de protagonistas: el Estado nos ignora, abusa de nosotros, nos mata. Esas son las quejas. Y son quejas graves, pero no dejan de sonar, como los grillos y los pájaros de esos campos que siguen resguardando a los animales de ahora, más aturdidos y sitiados por tanta supuesta evolución nuestra.
Que por las montañas los grupos armados eligieron el Tolima. Que allí hubo refugio y pudieron esconderse. Que formaron una guerrilla porque no había nada más que hacer y que si a ellos los mataban, preferían morir peleando. Y tomaban café, chocolate y agua de panela, como ahora, porque a pesar de que la historia no se repita, sí tiene unas apariencias y unas frases similares. Las mismas paredes con las mismas frases por los mismos problemas dan esa sensación. Es normal creer que vivimos en bucle, si es que las siluetas de los muertos en nuestros campos siguen apareciendo al lado de los ríos y de los niños.
“Antes de que allanaran mi casa, le prendí fuego a toda la propaganda socialista”, contó Aura, que solo dejó libros esotéricos para mostrarle a la autoridad oficial, a la legal. Todo, de nuevo, a blanco y negro. Todo, de nuevo, sin más opciones que echarle panela a las heridas porque tampoco había hospital.
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Sobre el ciclo Cita con el Cine Latinoamericano
Del 8 al 18 de septiembre, la Cinemateca de Bogotá del Idartes y la Asociación de Agregados Culturales de América Latina y el Caribe en Colombia presentan este espacio sobre el cine latinoamericano.
En este año, la CICLA - Cita con el Cine Latinoamericano busca acercar tanto a fieles como a nuevos públicos al cine del continente. La programación contará con obras audiovisuales de trece países de la región que evidencian la constante necesidad de transformación y cambio que existe en América Latina.
Las obras audiovisuales de esta versión fueron curadas de forma especial por el crítico de cine, Pedro Adrián Zuluaga, quien título la selección de largometrajes y cortometrajes como Cines latinoamericanos: la urgencia de otra(s) historia(s), que reúne películas cuyo eje principal es el reclamo de justicia y dignidad. Una pregunta vieja que en el cine latinoamericano actual encuentra respuestas nuevas.
“Hay un cine que vuelve a ser combativo, como lo fueron los nuevos cines latinoamericanos de las décadas de 1960 y 1970, pero no de la misma manera. De la representación de lo político se ha pasado a unas políticas de la representación, que suscitan también otras poéticas. Lo épico y lo lírico, lo íntimo y lo público, la ficción y el documental, lo masculino y lo femenino se vuelven dimensiones porosas y no excluyentes”, señala Pedro Adrián Zuluaga, curador invitado.
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La programación de largos se compone de 11 películas: El gran movimiento, de Bolivia; Las vacaciones de Hilda, de Uruguay; La caja negra, de Cuba; Tiempos futuros, de Perú, México y Ecuador; Para su tranquilidad haga su propio museo, de Panamá; Limonada, limonada, de Colombia; Una película sobre parejas, de República Dominicana; Camila saldrá esta noche, de Argentina; Bob Cuspe - Nós Não Gostamos de Gente, de Brasil; Si pudiera desear algo, de México, y Apenas el sol, de Paraguay y Argentina. Así mismo, esta programación se complementa con dos programas de cortometrajes: Memorias (animadas) del horror y Espectros.
La CICLA rinde, además, un homenaje a Fernando Laverde, director, guionista y programador reconocido por películas de animación. Su obra cinematográfica ocupa un lugar destacado dentro de la cinematografía colombiana por ser una de las pocas que se realizó en técnica de animación durante el siglo XX, abordando en la mayoría de ocasiones temas de interés infantil. En esta ocasión se proyectará la versión restaurada de Cristóbal Colón (1983), su segundo largometraje, con el que fue merecedor del Premio Coral en el V Festival Internacional del Nuevo Cine. Este tributo tendrá tres funciones especiales, la primera el 15 de septiembre con un conversatorio con Ana Laverde, Diego Rios y Juan Manuel Pedraza y dos más los días 17 y 18 de septiembre.
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