David Manzur: “Lo que pienso es superior a lo que hago”
David Manzur, uno de los artistas más reconocidos de la historia del arte colombiano, exhibirá 32 obras en la Galería Duque Arango de Medellín hasta el 14 de septiembre. El maestro habló para El Espectador sobre sus procesos creativos y sus influencias en su carrera, de más de 70 años.
Andrea Jaramillo Caro
A David Manzur no le gusta aparentar. Desde la Galería Duque Arango, donde se presenta la exhibición “Tiempo, espacio y memoria”, la cual “no es una retrospectiva”, según el maestro colombiano, el artista de 92 años recorría la sala recubierta de sus obras con una sonrisa y una actitud vivaz mientras lo saludaban de un lado y otro. En las paredes de la galería se aprecian 32 obras de diferentes series que recogen unos 25 años de carrera artística.
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A David Manzur no le gusta aparentar. Desde la Galería Duque Arango, donde se presenta la exhibición “Tiempo, espacio y memoria”, la cual “no es una retrospectiva”, según el maestro colombiano, el artista de 92 años recorría la sala recubierta de sus obras con una sonrisa y una actitud vivaz mientras lo saludaban de un lado y otro. En las paredes de la galería se aprecian 32 obras de diferentes series que recogen unos 25 años de carrera artística.
Entre caballos, laúdes, damas y toros, la mano del artista caldense está presente en cada uno de los lienzos, que fueron prestados por coleccionistas en una muestra curada por Bélgica Rodríguez. Con su acento paisa, Manzur recuerda que él empezó dibujando “mamarrachos en el colegio. En España dibujé animales, dibujaba barcos, aviones, recortaba y jugaba con esos papeles. En realidad, empiezo de verdad en Neira, en el pueblo donde nací. En el año 1950 pasé un verano en casa de un tío, que era el cura de Neira. Se llamaba Francisco Londoño y a diario yo hacía una pintura, y él se emocionaba. Eran unas pinturas horrorosas, pero hacía cada día una pintura con un sentido de claroscuro y prácticamente ahí es donde yo me formé con conciencia de aportar algo desde el punto de vista de lo visual”.
A pesar de que es más reconocido por su pintura, esta palabra lo lleva a pensar en un caballete, que es muy diferente a la forma en la que él ve este medio, pues Manzur ve la pintura como una forma de experimentar y combinar elementos. Esto se refleja en su más reciente producción, que incorpora diferentes materiales. Su acercamiento es más mecánico y en el proceso va haciendo modificaciones, por lo que “jugar con combinar elementos y todo esto me lleva a una forma de construcción que por un tiempo trabajé en el constructivismo orgánico”.
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Ese movimiento artístico con el que trabajó se basa en utilizar “pedazos de desechos de cosas que se originan en toda mi vida desde niño y en el fondo me dan la pauta para lo que, después, sí convertí en pintura y hoy en día lo que hago no es ciento por ciento pintura, hay mucho de un collage a manera de ensamblaje y se ven en el relieve que tienen estos cuadros”
Pero no es solo el collage o su combinación de elementos lo que marca su obra. En cada cuadro la intuición juega un papel primordial, la idea llega a él a veces sin siquiera pensarla y “salen muchas cosas de esas que se producen por accidente. Algo así como que se me dañó y resulta que ese daño era el bueno y lo dejo. Aprendí que un accidente de trabajo puede ser útil”.
Con siete décadas de trayectoria artística, el maestro no piensa en retirarse y por eso continúa creando en su estudio, en Barichara. Pero otra motivación que lo lleva a seguir produciendo obras es que no ha logrado equilibrar todo lo que abunda en su cabeza con lo que hacen sus manos, “lo que pienso es superior a lo que hago y eso me da una fuerza para seguir buscando el equilibrio entre lo que pienso y lo que hago”.
Parte de lo que caracteriza a David Manzur como artista es la constante evolución de su obra, que aún no ve como terminada y sigue levantando la brocha día a día para continuar con su oficio. Esa característica que lo define, para él es también un acercamiento a sus influencias visuales, entre las cuales menciona a los pintores flamencos del siglo XV, pues una obra de Roger Van der Weyden le causa gran asombro y en vez de querer copiar su estilo, Manzur se acerca a estas obras queriendo destruir las figuras que en ellas ve y “aquello que veo en estos grandes pintores”.
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La filosofía del maestro caldense se basa en “retomar a los grandes artistas en algo que posiblemente faltaba, petulantemente hablando. Con base en eso, y no soy solo yo, hay una gran corriente de artistas que están mirando hacia el pasado para dar una dimensión del arte en ese tipo de trabajo, pero en dimensiones visuales distintas. Nombres como Manolo Valdés, en España, obsesionado con Las meninas, de Velásquez, el italiano Nicola Samori con el arte barroco y en Ucrania, una gran cantidad de artistas con unos trabajos de maravilla”.
Esta admiración por los artistas de antaño no es gratuita, pues Manzur ve en ellos “un carácter más de carpinteros, como si fuera más un oficio que una estrella”. Más allá de esa influencia, el maestro colombiano asegura que una motivación para levantarse todos los días a pintar se encuentra en las personas allegadas y “conocer un momento agradable de la vida, un encuentro, un susto, un golpe duro influye también y en la vida se vive así, de un golpe de aquí para allá”.
De un golpe o un momento agradable salen emociones que marcan o definen la vida de una persona. Para Manzur, el arte está muy ligado “al ánimo y generalmente uno tiene muchos altibajos. Hay días en que, por ejemplo, trabajo todo el día y por la noche veo que perdí el día y se debe de pronto a un estado en el que no me puedo concentrar. De pronto también hay veces en las que en veinte minutos logro el cuadro y nunca he podido manejar eso”.
Sin embargo, la clave o el resultado está en “saber cuándo parar”, pues considera que no es él quien termina la obra, sino su audiencia. “Uno nunca sabe cuándo termina, pero el que lo ve es el que lo termina”.
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Algunas de las obras presentes en la Galería Duque Arango pertenecen a diferentes series como “Los caballos”, “Las meninas” y “Ciudades oxidadas”. Los nombres de los temas que retrata son un pretexto para una exploración que realiza de la geometría de la figura. “El caballo va evolucionando y luego ya no es un caballo, sino que empiezo a verle la parte geométrica y lo voy descomponiendo. Lo mismo con las figuras. Tomo la figura original y el tiempo va a permitir romperla o construirla y con los pedazos hacer aquello que yo quisiera que fuera la figura”. Junto con esto también busca contar una historia que él mismo crea, “cuando estoy en un tema hago todo un cuento mental, un obispo, una reina, una figura, una dama. Ahora estoy trabajando en unas damas contemplando unos zapatos, cosas vulgares de la vida y todo eso es perfecto. La gente en la calle me parece impresionante, todo lo que hace la gente en su vida me parece muy interesante, se vuelve temático y me sirve de pretexto para hacer lo que hago”.
Pero, además, David Manzur afirma que las obras en las que el personaje principal son los toros tienen un significado más profundo, como otras de sus pinturas, pues en estas refleja el dolor que siente con el desenlace de una corrida de toros. “Me duele mucho la matada del toro; esto es una acusación a que la corrida es muy bella, pero la matada del toro no. Entonces la sangre hace que la belleza se destruya con esa emoción falsa de ver matar a un toro”. A pesar de no ser un tema central, Manzur también reflexiona sobre la violencia a través de su obra, algo que se refleja en los cuadros que han tenido como temática al mártir san Sebastián y los toros.
En la memoria del artista se aloja un recuerdo violento que dice que jamás olvidará y que luego sirvió para traducirlo en arte. “Yo hice un cuadro una vez y me asaltaron. Estuve cuatro horas bajo la metralleta de ocho tipos que venían por los cuadros en 1993. Nunca se me olvida. De las siete a las doce de la noche estuve en manos de ocho tipos y rompieron uno de los cuadros, y yo le decía al jefe de la banda: “Yo los ayudo a sacarlo”. Y me dijo: “No tenemos tiempo”, y lo cortó con cuidado. El cuadro quedó tirado en la calle y ese cuadro se exhibió como una forma de violencia. El acto de exhibirlo fue un acto conceptual de marcar lo que es también la violencia en el arte”.
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Las obras de Manzur llaman a su espectador a terminarlas y con las formas, la luz y la sombra, terminar lo que el artista empezó. Sin embargo, en estas no es común ver colores vibrantes. Tiende a elegir colores más opacos, pues afirma tener “un sentido a buscar la forma ante la luz y la sombra, por encima del color. En estos cuadros no hay gran variedad de colores, se mueven más bien. Le doy mucha importancia al gris como regulador del color y generalmente a un color acercándose al primario. Últimamente me voy quedando con colores más secos, más oxidados, menos vibrantes, pero más escultóricos porque invitan al volumen. Ahí utilizo como pretexto un instrumento como un laúd o el lomo de un caballo o una copa o cualquier cosa que me invita a crear ese sentido de volumen”.
David Manzur es un artista consagrado a su obra y, aunque suene raro, cree que “el arte es lo inútil”. Lo inútil en el sentido que le dieron artistas como Marcel Duchamp a objetos cotidianos o “Chamberlain, quien usa automóviles y los inutiliza. Un automóvil en uno de esos pedestales de un museo ya es una escultura. Lo puso muy claro Marcel Duchamp con el antiarte y el objeto inmediato, el ready-made. Una bacinilla como obra de arte, en el momento en que ya no presta servicio; si prestara un servicio sería diseño. La inutilidad es lo que permite saber si hay o no verdad de arte”.