Lo que se requería para reemplazar a don Vito Corleone
Este año, la película “El padrino” cumple 50 años. El personaje que interpretó Marlon Brando, don Vito Corleone, fue decayendo y su reemplazo se fue revelando sin aviso y debido a cualidades precisas que se requerían para ocupar su lugar. Un texto sobre las características más relevantes de los personajes principales de esta película.
Laura Camila Arévalo Domínguez
Cincuenta años de códigos que no se vencen. Cincuenta años del estreno de la película que los rodó y estrenó un referente cinematográfico. Cincuenta años de El padrino.
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Cincuenta años de códigos que no se vencen. Cincuenta años del estreno de la película que los rodó y estrenó un referente cinematográfico. Cincuenta años de El padrino.
Hay un cálculo cotidiano y sencillo, pero poderoso. Se piensa que el favor se hace por compasión u obligación. Una acción casi que forzada para beneficiar al otro, que no soy yo, que no es mi familia, que no me importa. Una acción que, de todas formas, más tarde me traerá algún beneficio y es que, el otro al que tampoco le importo porque no soy él ni nadie muy cercano, me tendrá que pagar. Una deuda. Así es el trato que nadie tiene que recordar, pero que todo el mundo entiende: favor con favor se paga, y así funciona con las ofensas, y para eso sirve la venganza. Así concebimos la justicia y es, para nuestras almas o nuestros egos, mucho más efectiva que la de los juzgados. Esa, al parecer, es la que redime. Y tal capital lo descubrió Vito Corleone, el padrino de los que vendieron su alma al diablo o, más bien, la empeñaron por un favor.
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Este filme es sobre la mafia, sobre sus dinámicas, pero también sobre sus condiciones para la amistad, la lealtad, la familia y el liderazgo. La paradoja: en ese mundo en el que reina la ilegalidad, estos principios se valorizan y sus faltas se pagan con la vida. Cumplir con las reglas u honrarlas no garantiza una larga vida, pero sí alguna sensación de grandeza y alguno que otro amigo fiel que te defienda cuando quieran traicionarte o que te vengue cuando ya lo hayan hecho. Las personas que componen este pequeño círculo, se vuelven sabias por aprendizaje o repetición. O jamás aprenden y entonces mueren sin haber aprendido a jugar.
“Este amigo ofrece amistad perdurable al Sr. Woltz si el Sr. Woltz nos hace un pequeño favor”, dijo Tom Hagen haciendo uno de los tantos encargos que ordenó el padrino para complacer a un ahijado, “un buen ahijado”. Hagen, quien no era siciliano ni hijo legítimo de don Corleone, “era un gran abogado”, y no solamente por su formación, sino por su capacidad para comunicarse, para pensar, para no reaccionar a impulsos, sino hasta después de pausas que condujeran sus acciones, todas encaminadas a cumplir con sus deberes y aconsejar. No era violento ni agresivo ni fácilmente comprable. Era el indicado para su posición por sus condiciones. Era, además, leal, y a pesar de que su pasividad no tenía nada que ver con la moral o la pasión por el cumplimiento de la ley, se veía limpio, confiable. Su debilidad era, tal vez, su intolerancia para la confrontación, su estómago sensible.
Don Vito, por otro lado, tenía todo lo que Hagen poseía, además de intuición y nada de pudor para mover fichas y dar órdenes, muchas veces despiadadas, sórdidas. Rechazaba ofertas atractivas, casi que imposible de ignorar. Pedía consejos, pensaba y decidía sin alterarse. Pocas veces se exasperaba. La gente le temía, precisamente, por la frialdad de sus movimientos, por sus determinaciones, casi que inamovibles. “Nunca digas a un extraño lo que piensas”, le dijo alguna vez a Santino, en un intento por preparar a su hijo para el futuro. Un hijo que tenía un carácter que le nublaba el pensamiento y le entorpecía los movimientos. A Sonny, así le decía, le falta la astucia de su padre y le sobraba arrojo, algunos dirían que valentía, lo que lo conducía a sucumbir a sus reflejo.
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Por su parte, Michael Corleone, el que jamás fue el candidato para reemplazar al gran jefe, se convirtió en el nuevo “Don”: heredó la pausa. Su capacidad se evidenció después del atentado que sufrió su padre. Tomó decisiones que no correspondían con sus emociones: se despidió de la mujer que amaba y entró a la oscuridad que tanto había evitado hasta ese día. A su papá, herido e inconsciente en la cama de un hospital, lo habrían matado de no ser por la forma en la que afrontó el peligro: revisó paredes y estructuras, convenció a una enfermera de hacer lo que no debía hacerse y se controló. Después de ese día, Michael se convirtió en uno de ellos, en el más agudo y aplomado.
Recibió el mando tomando los consejos de su padre. Adoptando sus hábitos: los negocios eran negocios, nada personal. Si era entre hombres, así fuesen momentos familiares, el trabajo cabía. Entendió cómo hablar de los hijos y dar órdenes para vigilar su espalda y la de sus allegados al mismo tiempo. Aprendió a desconfiar y a nunca decir lo que pensaba delante de un extraño. “Pensé que tú llegarías a ocupar una posición respetable. Nos faltó tiempo, Michael, nos faltó tiempo”, le dijo Vito a su hijo. “Algún día será, papá. Algún día”, le respondió, quien desde ese día se convirtió en don Michael Corleone.
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