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¿Otra película sobre el conflicto? Los detractores argumentarán que ya tenemos suficiente del tema y que para eso están los noticieros, los diarios que abarcan el día a día de la realidad colombiana, y que el cine como el arte deberían ocuparse de otros asuntos.
Lisandro Duque no comparte esa resistencia que hay a que el cine se ocupe del conflicto armado. Según él, quienes hacen ese reclamo deberían hacérselo a los políticos que llevan 50 años embarrándola y empeorándolo. Cualquier conflicto asumido desde la ficción impone una reflexión, que individualiza a los personajes, les da un rostro y deja una perspectiva que no es gregaria ni masiva.
Quizá muchos lleguen a verla con este prejuicio y seguramente salgan sorprendidos, porque es una película que deja un buen sabor en la boca.
Duque escribió el guión inspirado en una anécdota real. Fue seducido por la picaresca de unos avivatos que se hicieron pasar por guerrilleros y que le sacaron partido al ofrecimiento por parte del Gobierno, dejando metida a una gran comitiva presidida por Carlos Ossa, alto comisionado de Paz en la época de Virgilio Barco.
La película muestra la aterradora figura del secuestro. Duque quiso referirse a la indiferencia que suscita en la opinión publica el grupo de secuestrados cuando son anónimos, sin mucho relieve político o social. “Me interesaba del secuestrado mostrar el desgaste psicológico que produce el ocio al que son sometidos en la indefinición de esos cautiverios prolongados. El tedio, la manera como ocupan su tiempo, la forma como adquieren una importancia decisiva objetos como la crema dental, el papel higiénico. Cómo resulta de agresivo con la fisiología y las necesidades íntimas y privadas”.
Esta cinta sorprende positivamente porque tiene un nuevo ángulo para acercarse a un tema tan presente y hasta invasivo. No hay matanzas, no hay sangre, no hay muertos y no hay maquiavelismo en los personajes ni miradas sesgadas, más bien indignadas. Se agradece la frescura que resulta de la falta de clichés y de extremos, porque los “buenos” son unos pillos simpáticos calculadores y los antagonistas no son tan malos. Cabe resaltar la actuación de Mario Duarte, quien con naturalidad logra convencer, acercarse al espectador y hacer un papel de carne y hueso. “En esta película hay personas y no personajes actuando. Pasa totalmente lo contrario que en las telenovelas, donde hay que alejarse de las personas para crear personajes”, afirma el actor.
A pesar de que la película fue escrita hace una década y filmada hace cuatro años, el contenido sigue tan vigente como si hubiera sido filmada hace una semana. Sin embargo, la factura hace pensar en una película con estética de los 80. La tardanza para concluirla se debió a que no había Ley de Cine. Además, se sumó el hecho de que la canción A desalambrar, de Daniel Viglietti, tuvo que ser removida de la cinta porque el cantante y compositor uruguayo decidió a última hora quitarla porque no estaba de acuerdo con la visión política planteada.
Tiene un guión muy bien escrito, que mantiene un tono a lo largo de la película. Precisamente es ese tono lleno de diálogos acertados, con algunas excepciones de obviedades y un fino humor entre líneas, el que hace que esa hora y media que le entregamos a la pantalla grande valga la pena.
Al preguntarle a Lisandro sobre qué pensaría su antiguo compañero de aula y militancia y amigo, Alfonso Cano, si viera esta película, respondió que seguramente no le gustaría, pero que diría con afecto: “Ahí está pintado Lisandro”.