Los archivos de Moreno-Durán, una senda de incontables borradores
Al conmemorarse tres lustros de la muerte del escritor R.H. Moreno-Durán, Jerónimo Pizarro, profesor asociado del Departamento de Humanidades y Literatura de la Universidad de los Andes, comparte su experiencia de escudriñar, junto con los estudiantes de su taller de edición, los laberintos de su archivo. Su familia y el equipo académico emprendieron un viaje a las entrañas del autor que ha suscitado una amalgama de sentimientos que incluyen desconcierto, nostalgia, admiración y en algunos casos dolor.
Mónica Sarmiento Duque *Especial para El Espectador
Abrir las puertas de la casa y de la biblioteca celosamente conservada fue un acto de valentía de su familia que ha valido la pena, tanto para nuevos lectores como para los de siempre, para aquellos que no saben dónde separar la realidad de la ficción. En este contexto no resulta fácil distinguir al hombre del autor. Un ejercicio místico y apasionante. Enigmático y profundo. Perseverante y lleno de laberintos que tras siete años de trabajo académico ha rendido sus frutos en https://augustasilaba.uniandes.edu.co/.
Esta conversación busca dar a conocer los alcances de este periplo que ha permitido confirmar que quien asume la escritura como una forma de vida, no marca el punto final… Son muchos los puntos suspensivos de esta travesía que ratifican que la ambigüedad, algo muy propio del estilo Moreno-Durán, representa una fascinante forma de posteridad.
Le sugerimos leer Los nuevos lenguajes del arte escénico
Para usted, que ha conocido y organizado archivos como el de Pessoa o María Mercedes Carranza, ¿qué tiene de particular el de R.H. Moreno-Durán?
Creo que cada vez son más raros los archivos literarios que, además de ser físicos, abarcan todos los años productivos de un autor y ofrecen testimonios de todo el proceso de redacción de las obras de un escritor. El de Moreno-Durán todavía hoy me abruma, porque de todos los libros de R.H. prácticamente existen múltiples versiones que atestiguan un largo proceso de escritura. Cuando leemos una obra solemos olvidar que es la punta de un iceberg; el resultado de un denodado esfuerzo y de una gran obstinación. El archivo de R.H. es la muestra palpable de cuán absorto pudo estar por ciertos cuentos, ensayos y novelas; de cuántas horas pasó sentado y aislado ante su máquina de escribir. De su pulsión escritural no quedan dudas tras revisar todo el material que dejó, bastante organizado, de cada uno de sus proyectos literarios. Otros archivos son menos ricos en material preparatorio, en bosquejos, en notas. R.H. sabía que escribir era seguir la senda de incontables borradores y nos los dejó casi todos.
¿Cómo funciona la fusión entre el legado de un autor y el interés de los estudiantes de literatura? ¿Cómo motivarlos, qué tanto lo conocían? ¿Resultó atractivo para ellos?
Creo que todos los que procuramos pasar días sumergidos en un mar de papeles sabemos que esa experiencia tiene una cierta mística. Decirles a los estudiantes que podrán mirar por encima del hombro de un autor, imaginarlo escribiendo, abrir sus baúles, seguir sus ires y venires al escribir, es una invitación a cruzar un umbral, a encarnar a otra persona, a reconstituir horas perdidas, y eso, como dije, no está exento de mística. En este sentido, el interés ha sido el más alto, la motivación se ha generado con un muy alto grado de espontaneidad y lo ajeno se ha vuelto propio en pocos días. No todos conocían al principio al autor, pero todos entienden que eso forma parte del proceso y que a través del autor estudiado van a llegar a otros y a expandir su universo de referencias. Por lo demás, hemos trabajado muchos materiales inéditos, y eso hace temblar las manos y la voz durante las primeras horas o días. La curiosidad llega a momentos álgidos.
Tras el análisis, conocimiento y organización de sus documentos, cómo ve a Moreno-Durán en el plano editorial, ¿qué ha significado el acto de escudriñar sus papeles, libros y cuadernos? Me refiero a ese R.H. privado, no público
Al R.H. más privado aún lo estamos conociendo. Finalmente, está en sus cientos de borradores, pero también en sus notas de lectura, en sus aforismos, en sus maletas selladas, en sus planes, en sus apuntes, en sus recortes, en sus pensamientos, bien o mal plasmados, al vuelo, en una hoja suelta. Lo cierto es que hay mucho aún por descubrir y dar a conocer, y que esperamos mantener vivo el legado de un autor que nos interesa y que se destaca entre una generación en pugna con ese gran astro eclipsante que fue García Márquez.
¿Qué ha resultado más desafiante para los estudiantes y para usted como director del proyecto?
Me arriesgaría a decir que trabajar más allá del clima intimidatorio de lo políticamente correcto y dar a conocer el archivo de R.H. sin tapujos, sin hipocresías. Baudelaire hablaba de un “hipócrita lector”, pero hoy lo que tenemos son “hipócritas visitantes” de medios masivos de comunicación que se mueven con el oleaje. R. H. Moreno-Durán puede recordar a veces al Marqués de Sade, a su amado Joyce, a Arturo Pérez-Reverte, y nada de eso nos parece que haya que relegarlo o atenuarlo (y mucho menos borrarlo). Nunca nos negamos a transcribir, ni a discutir nada, y muchas veces hemos sido los primeros lectores de algunos textos que nos han dejado fríos. Poder entrar a un archivo sin restricciones es un gran privilegio y una forma de honrarlo es abrazarlo entero.
¿Además de la experiencia intelectual qué suscita esta aproximación, cuál es la semblanza de ese autor visto hoy 15 años después de su fallecimiento?
Cada alumno ha construido una semblanza y hemos discutido muchas. Para mí, R.H. es el modelo del escritor perseverante, profundamente curioso de detalles que le dan giros a una historia, deudor de un puñado de clásicos y de autores de cabecera. Es el defensor de Camus contra Sartre. Es el novelista de Femina Suite, pero también el ensayista de la imaginación y la transgresión. Es un gran lector de la literatura latinoamericana y colombiana. Es un crítico de “cinismo blanco y humor negro”, como dijo Daniel Samper Pizano. Una persona divertida, puntillosa, provocadora, enigmática.
Resulta paradójico que un hombre que escribió a mano y en máquina de escribir tenga una identidad digital gracias a esta iniciativa de la Universidad de Los Andes. ¿Cómo ve esa transición? ¿Qué aporta? ¿Cómo enriquece el taller de edición?
No sé. Las editoriales publican libros y no archivos. Para los archivos parece que se hizo internet. Ahora bien, si alguien quisiera tener una versión facsimilar de los cuadernos que no tengo (o eso digo), no creo que el formato de libro le sirva mucho. Nosotros de R.H. no queríamos apenas una alegada versión final de un texto cualquiera, sino todos los borradores previos e incluso los ajustes posteriores, las ulteriores correcciones en ciertos libros guardados con celo y encuadernación. El mundo digital nos permite tener más imágenes, admitir más materiales, no hacer cálculos de tintas y páginas, editar un mismo texto de varias maneras, crear herramientas de aumento y de búsqueda, solo por mencionar algunos. En este sentido, lo digital enriquece y dota de sentido y actualidad los semilleros de investigación y los seminarios de edición que han girado alrededor del archivo de R. H. Moreno-Durán. Y al decir esto quiero reconocer, con gratitud, el hecho de haber tenido un acceso pleno a ese archivo.
Abrir las puertas de la casa y de la biblioteca celosamente conservada fue un acto de valentía de su familia que ha valido la pena, tanto para nuevos lectores como para los de siempre, para aquellos que no saben dónde separar la realidad de la ficción. En este contexto no resulta fácil distinguir al hombre del autor. Un ejercicio místico y apasionante. Enigmático y profundo. Perseverante y lleno de laberintos que tras siete años de trabajo académico ha rendido sus frutos en https://augustasilaba.uniandes.edu.co/.
Esta conversación busca dar a conocer los alcances de este periplo que ha permitido confirmar que quien asume la escritura como una forma de vida, no marca el punto final… Son muchos los puntos suspensivos de esta travesía que ratifican que la ambigüedad, algo muy propio del estilo Moreno-Durán, representa una fascinante forma de posteridad.
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Para usted, que ha conocido y organizado archivos como el de Pessoa o María Mercedes Carranza, ¿qué tiene de particular el de R.H. Moreno-Durán?
Creo que cada vez son más raros los archivos literarios que, además de ser físicos, abarcan todos los años productivos de un autor y ofrecen testimonios de todo el proceso de redacción de las obras de un escritor. El de Moreno-Durán todavía hoy me abruma, porque de todos los libros de R.H. prácticamente existen múltiples versiones que atestiguan un largo proceso de escritura. Cuando leemos una obra solemos olvidar que es la punta de un iceberg; el resultado de un denodado esfuerzo y de una gran obstinación. El archivo de R.H. es la muestra palpable de cuán absorto pudo estar por ciertos cuentos, ensayos y novelas; de cuántas horas pasó sentado y aislado ante su máquina de escribir. De su pulsión escritural no quedan dudas tras revisar todo el material que dejó, bastante organizado, de cada uno de sus proyectos literarios. Otros archivos son menos ricos en material preparatorio, en bosquejos, en notas. R.H. sabía que escribir era seguir la senda de incontables borradores y nos los dejó casi todos.
¿Cómo funciona la fusión entre el legado de un autor y el interés de los estudiantes de literatura? ¿Cómo motivarlos, qué tanto lo conocían? ¿Resultó atractivo para ellos?
Creo que todos los que procuramos pasar días sumergidos en un mar de papeles sabemos que esa experiencia tiene una cierta mística. Decirles a los estudiantes que podrán mirar por encima del hombro de un autor, imaginarlo escribiendo, abrir sus baúles, seguir sus ires y venires al escribir, es una invitación a cruzar un umbral, a encarnar a otra persona, a reconstituir horas perdidas, y eso, como dije, no está exento de mística. En este sentido, el interés ha sido el más alto, la motivación se ha generado con un muy alto grado de espontaneidad y lo ajeno se ha vuelto propio en pocos días. No todos conocían al principio al autor, pero todos entienden que eso forma parte del proceso y que a través del autor estudiado van a llegar a otros y a expandir su universo de referencias. Por lo demás, hemos trabajado muchos materiales inéditos, y eso hace temblar las manos y la voz durante las primeras horas o días. La curiosidad llega a momentos álgidos.
Tras el análisis, conocimiento y organización de sus documentos, cómo ve a Moreno-Durán en el plano editorial, ¿qué ha significado el acto de escudriñar sus papeles, libros y cuadernos? Me refiero a ese R.H. privado, no público
Al R.H. más privado aún lo estamos conociendo. Finalmente, está en sus cientos de borradores, pero también en sus notas de lectura, en sus aforismos, en sus maletas selladas, en sus planes, en sus apuntes, en sus recortes, en sus pensamientos, bien o mal plasmados, al vuelo, en una hoja suelta. Lo cierto es que hay mucho aún por descubrir y dar a conocer, y que esperamos mantener vivo el legado de un autor que nos interesa y que se destaca entre una generación en pugna con ese gran astro eclipsante que fue García Márquez.
¿Qué ha resultado más desafiante para los estudiantes y para usted como director del proyecto?
Me arriesgaría a decir que trabajar más allá del clima intimidatorio de lo políticamente correcto y dar a conocer el archivo de R.H. sin tapujos, sin hipocresías. Baudelaire hablaba de un “hipócrita lector”, pero hoy lo que tenemos son “hipócritas visitantes” de medios masivos de comunicación que se mueven con el oleaje. R. H. Moreno-Durán puede recordar a veces al Marqués de Sade, a su amado Joyce, a Arturo Pérez-Reverte, y nada de eso nos parece que haya que relegarlo o atenuarlo (y mucho menos borrarlo). Nunca nos negamos a transcribir, ni a discutir nada, y muchas veces hemos sido los primeros lectores de algunos textos que nos han dejado fríos. Poder entrar a un archivo sin restricciones es un gran privilegio y una forma de honrarlo es abrazarlo entero.
¿Además de la experiencia intelectual qué suscita esta aproximación, cuál es la semblanza de ese autor visto hoy 15 años después de su fallecimiento?
Cada alumno ha construido una semblanza y hemos discutido muchas. Para mí, R.H. es el modelo del escritor perseverante, profundamente curioso de detalles que le dan giros a una historia, deudor de un puñado de clásicos y de autores de cabecera. Es el defensor de Camus contra Sartre. Es el novelista de Femina Suite, pero también el ensayista de la imaginación y la transgresión. Es un gran lector de la literatura latinoamericana y colombiana. Es un crítico de “cinismo blanco y humor negro”, como dijo Daniel Samper Pizano. Una persona divertida, puntillosa, provocadora, enigmática.
Resulta paradójico que un hombre que escribió a mano y en máquina de escribir tenga una identidad digital gracias a esta iniciativa de la Universidad de Los Andes. ¿Cómo ve esa transición? ¿Qué aporta? ¿Cómo enriquece el taller de edición?
No sé. Las editoriales publican libros y no archivos. Para los archivos parece que se hizo internet. Ahora bien, si alguien quisiera tener una versión facsimilar de los cuadernos que no tengo (o eso digo), no creo que el formato de libro le sirva mucho. Nosotros de R.H. no queríamos apenas una alegada versión final de un texto cualquiera, sino todos los borradores previos e incluso los ajustes posteriores, las ulteriores correcciones en ciertos libros guardados con celo y encuadernación. El mundo digital nos permite tener más imágenes, admitir más materiales, no hacer cálculos de tintas y páginas, editar un mismo texto de varias maneras, crear herramientas de aumento y de búsqueda, solo por mencionar algunos. En este sentido, lo digital enriquece y dota de sentido y actualidad los semilleros de investigación y los seminarios de edición que han girado alrededor del archivo de R. H. Moreno-Durán. Y al decir esto quiero reconocer, con gratitud, el hecho de haber tenido un acceso pleno a ese archivo.