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Aunque el amor atraviesa la condición humana, no siempre lo ha hecho de la misma manera. Y en eso están de acuerdo la ciencia y las letras. Las formas sociales cambian con el tiempo y, con ellas, cómo el cerebro y la literatura interpretan y se relacionan con el amor y el desamor. De ello dieron cuenta Piedad Bonnett, poeta, y Hernando Santamaría, director del doctorado en neurología de la Javeriana, en los Diálogos de El Magazín.
Más que desencuentros desde dos áreas distintas del conocimiento, la neurología y la literatura encontraron hilos para tejer lo que es y ha sido el amor. Bonnett habló sobre “Tristán e Isolda”, aquel mito sobre dos jóvenes y un idilio maravilloso causado por un elixir que dura tres años, similar a lo que sucede en “Sueño de una noche de verano”, de Shakespeare. Santamaría, desde su disciplina, explicó esta noción del hechizo: “Hay una descarga biológica que es finita y que corresponde a las primeras etapas del enamoramiento. Las proteínas que acompañan la tormenta del amor pasional cambian y, en algún momento, cesan. Cesan porque las normas de interacción social también cambian. Pero en esos primeros años, uno está hechizado”.
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La poeta hizo un recorrido literario que atravesó, entre otros, el amor cortés, con la aparición de los trovadores, el matrimonio por convención y los juramentos de amor eterno a las damas casadas. La autora de “Qué hacer con estos pedazos” discutió sobre la relación del amor y la muerte y el amor y el sufrimiento. “La condición del enamorado es el no reposo”, aseguró. Para Santamaría, esto puede tener una explicación en las descargas biológicas de las fases iniciales del amor pasión, que son muy altas y no reguladas, son descargas ansiosas.
De la mano de Bonnet, a la conversación llegaron Gustave Flaubert, Octavio Paz, León Tolstói, Miguel de Cervantes y Stendhal. Y a su vez lo hizo uno de los temas más relacionados con el amor y el desamor: los celos. Sobre esto, Santamaría hizo la diferenciación entre amor/querer y amor/ gustar. El primero está relacionado con el amor pasional y el deseo de poseer; el segundo, con el amor ligado al cuidado y al bienestar de la pareja. Los celos también se producen de la posibilidad de perder al otro, es la angustia que se desprende del deseo de no poseer.
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El amor va cambiando en la literatura y, si se hubieran tenido las herramientas, también se haría evidente el cambio en las estructuras neuronales. La neurología, como arqueología, debería revelar eso, asegura el Santamaría. La neuroplasticidad permite que los cambios que suceden en la sociedad, en las formas de relacionarnos, por ejemplo el poliamor, también se produzcan a nivel neurológico, concluye el doctor. Sobre la contemporaneidad, Bonnett aventuró una conclusión: “El amor romántico ha perdido prestigio”.
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