Los circos de Úngar
El escritor bogotano Antonio Úngar regresa a las librerías con una antología que recoge lo mejor de sus relatos cortos.
Angélica Gallón Salazar
Antonio Úngar ha usado sus cuentos como excusa para mirar en las grietas, para recorrer de la mano de sus personajes esas zonas no muy iluminadas ni ventiladas en donde se crían los anormales. Y entiéndase en este caso por anormales aquellos hombres que no le venden el alma al diablo, “a cualquier diablo, para tener un estilo de vida parecido al del estadounidense de clase media que aparece en las series de televisión”, sentencia el autor.
En esta antología, Trece circos y otros cuentos comunes, un Pierre espía una pelea de dos hermanos regordetes que sucede en el apartamento del lado, un hombre y una joven llamada Ángela invaden una refinada casa desocupada durante las vacaciones, un hombre arrastra el cadáver de una mujer en un trigal y el lector no sabe si es realidad o sueño, y además, se cuenta la vida de un abuelo comunista y alemán que ha muerto.
También hay una y otra vez historias de seres que viven en universos circenses. “Creo que hay circo en una pelea familiar y hay circo en un tiroteo del narcotráfico, y hay circo en un coqueteo entre novios, y hay circo en las maromas que hace un político para robarse unos millones. La vida entera puede ser un juego. Tal vez podamos jugar mejor si entendemos que jugamos, y a qué jugamos”, asegura Úngar, quien ha bautizado a algunos de los cuentos de esta antología El gran circo Tandele, El circo Manson, El circo muerto con frutas.
Esta compilación de 24 historias escritas por Úngar entre 1994 y 2001, fueron concebidas en sus años de desprevenida juventud, cuando entre maquetas de arquitecto y puestos administrativos llegaba a su casa y encontraba sosiego, —y alguna alternativa vital para su insomnio—, en la escritura de unos relatos cortos.
“Estos cuentos eran una abstracción, una metáfora de lo que venía pasando en mi vida real. Después escribí dos libros que tenían que ver con la memoria: uno sobre la infancia y otro sobre la adolescencia. Ahora acabo de terminar una novela sobre la realidad política. Sigue siendo la realidad, pero una más dura”, asegura Úngar, quien en cada respuesta deja entrever su timidez y, con ella, la razón poco mística para que no le gusten los medios.
Los personajes que habitan las 221 páginas del libro están llenos de dudas, atraviesan crisis, sucumben a la tristeza, padecen derrotas públicas y reconocen las privadas y eso, aunque carga los cuentos irremediablemente de un tono lúgubre, hace que estos protagonistas sean reales, demasiado humanos.
A lo largo de las historias de tono alucinante, Úngar tiene la intención, o la tentación, de darle al lector el final por adelanto, o al menos las opciones que devienen de sus finales, pero lo que propone es casi como un juego de rompecabezas: habrá que atacar cabos, escuchar acuciosamente la voz del narrador, oler como los personajes huelen para no perder detalle ni pistas y entonces encontrar, cuando se llega al final sabido, de nuevo la sorpresa. Ese es sin duda uno de los grandes talentos de este libro.
Antonio Úngar ha usado sus cuentos como excusa para mirar en las grietas, para recorrer de la mano de sus personajes esas zonas no muy iluminadas ni ventiladas en donde se crían los anormales. Y entiéndase en este caso por anormales aquellos hombres que no le venden el alma al diablo, “a cualquier diablo, para tener un estilo de vida parecido al del estadounidense de clase media que aparece en las series de televisión”, sentencia el autor.
En esta antología, Trece circos y otros cuentos comunes, un Pierre espía una pelea de dos hermanos regordetes que sucede en el apartamento del lado, un hombre y una joven llamada Ángela invaden una refinada casa desocupada durante las vacaciones, un hombre arrastra el cadáver de una mujer en un trigal y el lector no sabe si es realidad o sueño, y además, se cuenta la vida de un abuelo comunista y alemán que ha muerto.
También hay una y otra vez historias de seres que viven en universos circenses. “Creo que hay circo en una pelea familiar y hay circo en un tiroteo del narcotráfico, y hay circo en un coqueteo entre novios, y hay circo en las maromas que hace un político para robarse unos millones. La vida entera puede ser un juego. Tal vez podamos jugar mejor si entendemos que jugamos, y a qué jugamos”, asegura Úngar, quien ha bautizado a algunos de los cuentos de esta antología El gran circo Tandele, El circo Manson, El circo muerto con frutas.
Esta compilación de 24 historias escritas por Úngar entre 1994 y 2001, fueron concebidas en sus años de desprevenida juventud, cuando entre maquetas de arquitecto y puestos administrativos llegaba a su casa y encontraba sosiego, —y alguna alternativa vital para su insomnio—, en la escritura de unos relatos cortos.
“Estos cuentos eran una abstracción, una metáfora de lo que venía pasando en mi vida real. Después escribí dos libros que tenían que ver con la memoria: uno sobre la infancia y otro sobre la adolescencia. Ahora acabo de terminar una novela sobre la realidad política. Sigue siendo la realidad, pero una más dura”, asegura Úngar, quien en cada respuesta deja entrever su timidez y, con ella, la razón poco mística para que no le gusten los medios.
Los personajes que habitan las 221 páginas del libro están llenos de dudas, atraviesan crisis, sucumben a la tristeza, padecen derrotas públicas y reconocen las privadas y eso, aunque carga los cuentos irremediablemente de un tono lúgubre, hace que estos protagonistas sean reales, demasiado humanos.
A lo largo de las historias de tono alucinante, Úngar tiene la intención, o la tentación, de darle al lector el final por adelanto, o al menos las opciones que devienen de sus finales, pero lo que propone es casi como un juego de rompecabezas: habrá que atacar cabos, escuchar acuciosamente la voz del narrador, oler como los personajes huelen para no perder detalle ni pistas y entonces encontrar, cuando se llega al final sabido, de nuevo la sorpresa. Ese es sin duda uno de los grandes talentos de este libro.