Los desafíos de adaptar libros al cine y la televisión
Adaptar un libro se trata siempre de tomar decisiones para poder trasladar una historia del lenguaje literario al audiovisual, aunque el público no siempre esté de acuerdo con ellas.
Laura Montes
Adonde quiera que se mire en las carteleras de estrenos – tanto en cine como en streaming – hay al menos una película adaptada. Según Vanity Fair, en 2023 se han estrenado treinta y nueve películas adaptadas de libros y novelas gráficas. Para su muestra, la película Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes. O Killers of the Flower Moon, la más reciente película de Martin Scorsese, basada en el libro de David Grann. Y sin ir más lejos, Oppenheimer, basada en el libro American Prometheus de Kai Bird y Martin J. Sherwin.
(Le recomendamos: Una red que tira hacia el pasado)
Pero lo que parece una tendencia de hace algunos años, viene sucediendo desde los inicios del cine. La primera obra literaria adaptada es La Cenicienta, realizada en 1899 por Georges Méliès. En 1924, Erich von Stroheim estrenó una de las primeras adaptaciones más famosas de la historia: Avaricia, basada en la novela McTeague, publicada en 1899 por el escritor Frank Norris.
Y aunque las adaptaciones parezcan dar buenos frutos económicos a las casas productoras, a veces pueden generar malestar a los espectadores que se han leído los libros, pues suelen esperar películas o series fieles a la obra original.
Sin embargo, hablar de fidelidad es un arma de doble filo. El trabajo de adaptación es, en realidad, un trabajo de síntesis y de traducción. La literatura y el cine son dos artes que tienen lenguajes y códigos muy distintos. Llegan a rozarse, sí. Pero no se juntan completamente. Hay herramientas que funcionan en la literatura y no en el cine, y viceversa. Florencia Bastida, guionista argentina, afirma que en un libro es más sencillo quebrar el tiempo y el espacio de forma que el lector pueda comprenderlo. A modo de ejemplo, el famoso inicio de Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. En una sola frase, Gabriel García Márquez juega con tres tiempos distintos.
En cine no puede hacerse lo mismo tan fácil. “El discurso audiovisual hace un esfuerzo muy grande cuando rompe las temporalidades para que el espectador entienda”, afirma Bastida. Los realizadores deben recurrir a flashbacks, narraciones, imágenes y otros elementos para poder romper la temporalidad narrativa.
Además, la adaptación es un ejercicio de síntesis: a veces hay que resumir novelas de más de 400 páginas en dos horas. O eliminar personajes y situaciones que distraigan de la trama principal. En una serie puede haber lugar para mayor cantidad de subtramas y personajes, y aun así es necesaria una gran cantidad de síntesis. Adaptar un libro se trata siempre de tomar decisiones para poder trasladar una historia del lenguaje literario al audiovisual, aunque el público no siempre esté de acuerdo con ellas.
Adaptaciones tan exitosas como El señor de los anillos de Peter Jackson han dividido al público y a los lectores. Aunque la trilogía cuenta con 17 Premios Óscar y una recaudación de millones de dólares, muchos se quejan de decisiones como no incluir a Tom Bombadil, las escenas en donde Arwen realiza acciones que en realidad pertenecieron al elfo Glorfindel en los libros, o no mostrar el desastre al que se tuvieron que enfrentar Frodo, Sam, Merry y Pippin cuando volvieron a la Comarca después de la destrucción del anillo.
Los espectadores esperan una película parecida a la obra original. Sin embargo, ¿se puede hablar de originalidad? Según el teórico estadounidense Robert Stam, no. Partiendo del hecho que todas las historias ya han sido contadas, nada es realmente original. “La Odisea se remonta a historias anónimas, orales y basadas en hechos; Don Quijote se remonta a los romances de caballería; Robinson Crusoe se remonta al periodismo de viaje, y así ad infinitum”, sostiene Stam.
En 1914, el productor y director de cine Cecil B. DeMille realizó El prófugo, una adaptación de la obra de teatro homónima de Edwin Milton Royle. En 1918, DeMille hizo una readaptación muda de la misma película y en 1931, una tercera adaptación, pero esta vez con el cine sonoro. Retomando el tema de la originalidad, ¿cómo establecer que El prófugo sea fiel a la obra original si cada una es una relectura de la misma en distintos años y contextos del cine?
(Le puede interesar: Teatro en Bogotá durante este fin de semana, ¡prográmese!)
La adaptación también es una relectura o reinterpretación de la obra literaria. “Orson Welles sugirió alguna vez que si nadie tiene nada nuevo que decir sobre una novela, ¿para qué adaptarla? Alain Resnais sugirió que adaptar una novela sin cambiarla es como recalentar la comida”, afirma Stam. Basar significa partir de algo inicial para crear otra cosa. Por ende, los realizadores tienen la libertad de crear nuevas situaciones o caminos, reestructurar personajes, siempre respetando cuestiones de la esencia de los libros.
Es válido que los espectadores esperen tener una experiencia cinematográfica similar a la que encontraron en un libro que amaron. Pero es igual de válido permitirse disfrutar una nueva versión de una misma historia, y transportarse con las imágenes y el sonido a otras formas de narrar la vida. Como dijo alguna vez el director de cine francés Jean-Luc Godard, “el cine es una verdad 24 veces por segundo”. Ahora que se acerca el 2024, y el estreno de Netflix de la adaptación de Cien años de soledad, ojalá los espectadores se permitan disfrutar de un nuevo relato de la icónica obra del Nobel de Literatura colombiano.
Adonde quiera que se mire en las carteleras de estrenos – tanto en cine como en streaming – hay al menos una película adaptada. Según Vanity Fair, en 2023 se han estrenado treinta y nueve películas adaptadas de libros y novelas gráficas. Para su muestra, la película Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes. O Killers of the Flower Moon, la más reciente película de Martin Scorsese, basada en el libro de David Grann. Y sin ir más lejos, Oppenheimer, basada en el libro American Prometheus de Kai Bird y Martin J. Sherwin.
(Le recomendamos: Una red que tira hacia el pasado)
Pero lo que parece una tendencia de hace algunos años, viene sucediendo desde los inicios del cine. La primera obra literaria adaptada es La Cenicienta, realizada en 1899 por Georges Méliès. En 1924, Erich von Stroheim estrenó una de las primeras adaptaciones más famosas de la historia: Avaricia, basada en la novela McTeague, publicada en 1899 por el escritor Frank Norris.
Y aunque las adaptaciones parezcan dar buenos frutos económicos a las casas productoras, a veces pueden generar malestar a los espectadores que se han leído los libros, pues suelen esperar películas o series fieles a la obra original.
Sin embargo, hablar de fidelidad es un arma de doble filo. El trabajo de adaptación es, en realidad, un trabajo de síntesis y de traducción. La literatura y el cine son dos artes que tienen lenguajes y códigos muy distintos. Llegan a rozarse, sí. Pero no se juntan completamente. Hay herramientas que funcionan en la literatura y no en el cine, y viceversa. Florencia Bastida, guionista argentina, afirma que en un libro es más sencillo quebrar el tiempo y el espacio de forma que el lector pueda comprenderlo. A modo de ejemplo, el famoso inicio de Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. En una sola frase, Gabriel García Márquez juega con tres tiempos distintos.
En cine no puede hacerse lo mismo tan fácil. “El discurso audiovisual hace un esfuerzo muy grande cuando rompe las temporalidades para que el espectador entienda”, afirma Bastida. Los realizadores deben recurrir a flashbacks, narraciones, imágenes y otros elementos para poder romper la temporalidad narrativa.
Además, la adaptación es un ejercicio de síntesis: a veces hay que resumir novelas de más de 400 páginas en dos horas. O eliminar personajes y situaciones que distraigan de la trama principal. En una serie puede haber lugar para mayor cantidad de subtramas y personajes, y aun así es necesaria una gran cantidad de síntesis. Adaptar un libro se trata siempre de tomar decisiones para poder trasladar una historia del lenguaje literario al audiovisual, aunque el público no siempre esté de acuerdo con ellas.
Adaptaciones tan exitosas como El señor de los anillos de Peter Jackson han dividido al público y a los lectores. Aunque la trilogía cuenta con 17 Premios Óscar y una recaudación de millones de dólares, muchos se quejan de decisiones como no incluir a Tom Bombadil, las escenas en donde Arwen realiza acciones que en realidad pertenecieron al elfo Glorfindel en los libros, o no mostrar el desastre al que se tuvieron que enfrentar Frodo, Sam, Merry y Pippin cuando volvieron a la Comarca después de la destrucción del anillo.
Los espectadores esperan una película parecida a la obra original. Sin embargo, ¿se puede hablar de originalidad? Según el teórico estadounidense Robert Stam, no. Partiendo del hecho que todas las historias ya han sido contadas, nada es realmente original. “La Odisea se remonta a historias anónimas, orales y basadas en hechos; Don Quijote se remonta a los romances de caballería; Robinson Crusoe se remonta al periodismo de viaje, y así ad infinitum”, sostiene Stam.
En 1914, el productor y director de cine Cecil B. DeMille realizó El prófugo, una adaptación de la obra de teatro homónima de Edwin Milton Royle. En 1918, DeMille hizo una readaptación muda de la misma película y en 1931, una tercera adaptación, pero esta vez con el cine sonoro. Retomando el tema de la originalidad, ¿cómo establecer que El prófugo sea fiel a la obra original si cada una es una relectura de la misma en distintos años y contextos del cine?
(Le puede interesar: Teatro en Bogotá durante este fin de semana, ¡prográmese!)
La adaptación también es una relectura o reinterpretación de la obra literaria. “Orson Welles sugirió alguna vez que si nadie tiene nada nuevo que decir sobre una novela, ¿para qué adaptarla? Alain Resnais sugirió que adaptar una novela sin cambiarla es como recalentar la comida”, afirma Stam. Basar significa partir de algo inicial para crear otra cosa. Por ende, los realizadores tienen la libertad de crear nuevas situaciones o caminos, reestructurar personajes, siempre respetando cuestiones de la esencia de los libros.
Es válido que los espectadores esperen tener una experiencia cinematográfica similar a la que encontraron en un libro que amaron. Pero es igual de válido permitirse disfrutar una nueva versión de una misma historia, y transportarse con las imágenes y el sonido a otras formas de narrar la vida. Como dijo alguna vez el director de cine francés Jean-Luc Godard, “el cine es una verdad 24 veces por segundo”. Ahora que se acerca el 2024, y el estreno de Netflix de la adaptación de Cien años de soledad, ojalá los espectadores se permitan disfrutar de un nuevo relato de la icónica obra del Nobel de Literatura colombiano.