Los diferentes ángulos de la música andina
La banda Inguna, compuesta por Rodrigo Arrieta, Christian Guataquira, Iván Poveda y Luis Forero, estrenó su álbum “Inguna plays Piazzolla” en 2022 como un homenaje al compositor argentino. Espera presentar este disco a los Latin Grammys.
Andrea Jaramillo Caro
¿Cómo empezó Inguna?
Nació en la ciudad de Medellín por una inquietud que tenía artísticamente de mirar la música andina colombiana, los bambucos, los pasillos y las guabinas, y todo este tipo de ritmos siempre los había visto en mi práctica musical, pero por diferentes lados. Quise tomar esos elementos y fusionarlos con músicas modernas, como el jazz y el rock, y de ahí surgió esa idea de la banda y crear música andino-colombiana vista desde otra perspectiva, la de los ritmos más universales.
El nombre de la banda sale de la palabra kogi para “camino”. ¿Por qué eligieron esta?
Este es un vocablo kogi que significa “camino” o “senda”. Los mamos de la Sierra Nevada lo interpretan como el caminar de la vida y en ese transcurrir de la vida una va adquiriendo cosas, pero lo más importante para ellos es mantener la maleta liviana, pero llena de experiencias en el ser. La similitud con la esencia de la banda está en el hecho de fusionar estéticamente ritmos, y hacer esto necesita una gran investigación y recorrido. Sin ser directamente algo alusivo a la tierra o a los pies, que es una interpretación, pero en la banda representa que cada uno suma su trayectoria y tiene que ver con un indicio comunitario muy acorde a lo que son las comunidades indígenas, específicamente los kogis.
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Para ustedes, ¿cuál es el valor de la música que interpretan?
Para nosotros es un ejercicio constante de crecimiento, explorando nuevas sonoridades, superar retos de diferentes formas y no estancarnos en ese lugar de comodidad, sino encontrar nuevas formas estéticas, y dentro de la industria musical, de irnos renovando, así sea en un nicho pequeño. A su vez tiene el valor de hacer lo que nos gusta y tocar lo que siempre hemos querido, no necesariamente lo que la gente espera. Es fundamental en el mundo de la música sentirse feliz tocando esa música. Además, nos pone metas y cada vez intentamos hacer cosas diferentes y que sean representativas para la industria musical.
¿Y para su público y el panorama musical colombiano?
En cuanto a formación de públicos, intentamos decirle a la gente que hay una forma diferente de escuchar esos bambucos, guabinas, esa música folclórica que se puede mirar desde otro ángulo y eso hace que se mantenga en el tiempo o pueda ser referente para futuras generaciones, sin entrar a irrumpir en los gustos. Se le da un nuevo valor a la música andina-colombiana, se mantiene vigente y se amplía el público para llegar a más personas. Desde comienzos de los 90, cuando Carlos Vives empezó a experimentar con vallenatos para llevarlos a otros sonidos más de rock y pop, hay una tendencia a que la música colombiana sea escuchada de manera diferente en el mundo y nuestro aporte específico es en la música andina, que es la menos permeada de esta tendencia que se ha vuelto global. La gente no se interesa mucho por ella, es una música que ha sido considerada como de abuelitos, aburrida, de la ruralidad, pero creo que les va a llegar el momento a los bambucos y guabinas de resaltar.
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Hablemos sobre su nuevo lanzamiento, “Inguna plays Piazzolla”, ¿por qué eligieron a este compositor?
Lo elegimos por dos razones, una es que es una suerte de lugar común, aunque digo esto con mucho respeto por este gran compositor argentino que perdurará, el lugar común es que Piazzolla transgredió las barreras del tango tradicional y lo llevó a lugares a los que no se imaginaba que podía llegar. Este género nació en los arrabales, en los bares de Buenos Aires, y era una música de baile y para expresar sentimientos como el dolor, la rabia, la frustración, el desamor, la tragedia, la traición... Piazzolla vio que el tango se podía llevar a otros lugares como salas de conciertos, grupos de cámara, su intención no era que bailaran el tango, sino que lo escucharan. Y ahí se encuentra ese lugar común con nosotros, porque queremos llevar el bambuco a otros lugares. Teníamos pendiente ese homenaje a Piazzolla, porque es un referente de lo que se puede hacer con un género y trascender. La otra razón es personal, pues nos encanta la música de él. Además, su música es difícil y quisimos superar ese reto de interpretar la música de Piazzolla a través de un bambuco, una guabina o un joropo, era una deuda que teníamos con nosotros mismos y que logramos materializar.
¿Cómo ven a Inguna en el futuro?
Es difícil, porque una cosa es la idealización y los objetivos que se tienen, digo idealización como generador de nuevas estéticas que idealiza que eso sea escuchado por mucha gente. La realidad es otra, la escucha no es tan amplia como uno quisiera, a pesar de que, aparentemente, hay tantos caminos y canales de comunicación que están muy llenos ahora, por lo que la posibilidad de que uno sea escuchado es menor. Puedo dar un equilibrio entre lo que uno quiere y lo que, después de tanto tiempo, uno ya sabe que va a pasar. Lo primero es mantener el proyecto estética y funcionalmente, que siempre haya una motivación independiente de lo que pase con esa respuesta de la industria musical y del mercado, mantener siempre activo el deseo de querer hacer esto y no parar. Esto no significa que no haya momentos en los que nos detengamos a reflexionar sobre lo que estamos haciendo.
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¿Cómo empezó Inguna?
Nació en la ciudad de Medellín por una inquietud que tenía artísticamente de mirar la música andina colombiana, los bambucos, los pasillos y las guabinas, y todo este tipo de ritmos siempre los había visto en mi práctica musical, pero por diferentes lados. Quise tomar esos elementos y fusionarlos con músicas modernas, como el jazz y el rock, y de ahí surgió esa idea de la banda y crear música andino-colombiana vista desde otra perspectiva, la de los ritmos más universales.
El nombre de la banda sale de la palabra kogi para “camino”. ¿Por qué eligieron esta?
Este es un vocablo kogi que significa “camino” o “senda”. Los mamos de la Sierra Nevada lo interpretan como el caminar de la vida y en ese transcurrir de la vida una va adquiriendo cosas, pero lo más importante para ellos es mantener la maleta liviana, pero llena de experiencias en el ser. La similitud con la esencia de la banda está en el hecho de fusionar estéticamente ritmos, y hacer esto necesita una gran investigación y recorrido. Sin ser directamente algo alusivo a la tierra o a los pies, que es una interpretación, pero en la banda representa que cada uno suma su trayectoria y tiene que ver con un indicio comunitario muy acorde a lo que son las comunidades indígenas, específicamente los kogis.
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Para ustedes, ¿cuál es el valor de la música que interpretan?
Para nosotros es un ejercicio constante de crecimiento, explorando nuevas sonoridades, superar retos de diferentes formas y no estancarnos en ese lugar de comodidad, sino encontrar nuevas formas estéticas, y dentro de la industria musical, de irnos renovando, así sea en un nicho pequeño. A su vez tiene el valor de hacer lo que nos gusta y tocar lo que siempre hemos querido, no necesariamente lo que la gente espera. Es fundamental en el mundo de la música sentirse feliz tocando esa música. Además, nos pone metas y cada vez intentamos hacer cosas diferentes y que sean representativas para la industria musical.
¿Y para su público y el panorama musical colombiano?
En cuanto a formación de públicos, intentamos decirle a la gente que hay una forma diferente de escuchar esos bambucos, guabinas, esa música folclórica que se puede mirar desde otro ángulo y eso hace que se mantenga en el tiempo o pueda ser referente para futuras generaciones, sin entrar a irrumpir en los gustos. Se le da un nuevo valor a la música andina-colombiana, se mantiene vigente y se amplía el público para llegar a más personas. Desde comienzos de los 90, cuando Carlos Vives empezó a experimentar con vallenatos para llevarlos a otros sonidos más de rock y pop, hay una tendencia a que la música colombiana sea escuchada de manera diferente en el mundo y nuestro aporte específico es en la música andina, que es la menos permeada de esta tendencia que se ha vuelto global. La gente no se interesa mucho por ella, es una música que ha sido considerada como de abuelitos, aburrida, de la ruralidad, pero creo que les va a llegar el momento a los bambucos y guabinas de resaltar.
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Hablemos sobre su nuevo lanzamiento, “Inguna plays Piazzolla”, ¿por qué eligieron a este compositor?
Lo elegimos por dos razones, una es que es una suerte de lugar común, aunque digo esto con mucho respeto por este gran compositor argentino que perdurará, el lugar común es que Piazzolla transgredió las barreras del tango tradicional y lo llevó a lugares a los que no se imaginaba que podía llegar. Este género nació en los arrabales, en los bares de Buenos Aires, y era una música de baile y para expresar sentimientos como el dolor, la rabia, la frustración, el desamor, la tragedia, la traición... Piazzolla vio que el tango se podía llevar a otros lugares como salas de conciertos, grupos de cámara, su intención no era que bailaran el tango, sino que lo escucharan. Y ahí se encuentra ese lugar común con nosotros, porque queremos llevar el bambuco a otros lugares. Teníamos pendiente ese homenaje a Piazzolla, porque es un referente de lo que se puede hacer con un género y trascender. La otra razón es personal, pues nos encanta la música de él. Además, su música es difícil y quisimos superar ese reto de interpretar la música de Piazzolla a través de un bambuco, una guabina o un joropo, era una deuda que teníamos con nosotros mismos y que logramos materializar.
¿Cómo ven a Inguna en el futuro?
Es difícil, porque una cosa es la idealización y los objetivos que se tienen, digo idealización como generador de nuevas estéticas que idealiza que eso sea escuchado por mucha gente. La realidad es otra, la escucha no es tan amplia como uno quisiera, a pesar de que, aparentemente, hay tantos caminos y canales de comunicación que están muy llenos ahora, por lo que la posibilidad de que uno sea escuchado es menor. Puedo dar un equilibrio entre lo que uno quiere y lo que, después de tanto tiempo, uno ya sabe que va a pasar. Lo primero es mantener el proyecto estética y funcionalmente, que siempre haya una motivación independiente de lo que pase con esa respuesta de la industria musical y del mercado, mantener siempre activo el deseo de querer hacer esto y no parar. Esto no significa que no haya momentos en los que nos detengamos a reflexionar sobre lo que estamos haciendo.
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