Los expulsados de Colombia
La creación de enemigos entre extranjeros sospechosos y las listas negras de indeseables prueban que Colombia ha sido un país más expulsor que receptor de foráneos. Una investigación que deja en duda el mito de un país de puertas abiertas.
Jorge Cardona
Por razones políticas, morales o religiosas, la xenofobia tiene un dilatado expediente en Colombia. Diluido entre la retórica de nuestra supuesta condición de amables anfitriones o definitivamente oculto para no aceptar que a la hora de la intolerancia no hay distinciones ideológicas. Con abundancia de casos, la evidencia es de la periodista y catedrática Maryluz Vallejo a través de un reportaje de largo aliento sobre los extranjeros perseguidos y expulsados en el siglo XX. Un capítulo de verdades que nos desnudan como un país signado por la inquina, la desconfianza y la enemistad.
Xenofobia al rojo vivo en Colombia es el título de la obra que surgió como un informe periodístico y se convirtió en una larga inmersión en archivos y bibliotecas, fortalecida con el aliento de la reportería, hasta mostrar una realidad escandalosa. La lista de los extranjeros expulsados es larga, tanto que la autora temió que su libro se convirtiera en un directorio telefónico. Pero cada historia es tan increíble y sus protagonistas tan determinantes, que leer sus 346 páginas y recorrer las 36 más de un anexo con fotografías es detallar la cronología de un país que no se cuenta.
La letra menuda de la expulsión de Ramón Vinyes, el sabio catalán inmortalizado por García Márquez en Cien años de soledad, y su posterior reingreso al país en 1929. La del director de teatro japonés Seki Sano, en aplicación de un decreto de negación de visas, para respaldar la declaratoria de ilegalidad del comunismo en 1954. El caso de la impulsora y crítica de arte argentina Martha Traba, quien alcanzó a recibir orden de expulsión en 1967 por indebida participación en política, pero fue a tiempo revertida cuando el gobierno de Carlos Lleras entendió que hacía el ridículo internacional.
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Un viaje por la memoria de las persecuciones y los señalamientos, enfocada en la hostilidad colombiana contra algunos inmigrantes, incluyendo a los bolcheviques que hace cien años representaban amenaza de revolución y alarmaron a la hegemonía conservadora en los umbrales de su debacle o, acto seguido, la reacción liberal, que desató su propia cacería de brujas en busca de espías con conclusiones impensables. Por ejemplo, que solo en el mandato de Olaya hubo más expulsados que en cuatro décadas de gobierno de sus contradictores. Como reza el refrán, “pa’ godos los liberales”.
La mala hora que vivieron los judíos, repudiados y estigmatizados de igual forma por azules y rojos. Los supuestos nazis y otros nacionales del eje Roma-Tokio-Berlín, que soportaron los efectos de la declaratoria de estado de beligerancia con Alemania, incluyendo el congelamiento de sus bienes. La redada contra los intelectuales de diversos países después del 9 de abril de 1948, o el macartismo criollo incentivado por los directorios políticos o los periódicos contra la cacareada amenaza comunista. Hasta el apartado de censura, mordaza y destierro de varios corresponsales y periodistas.
La investigación de Maryluz Vallejo demuestra que la arbitrariedad y la injusticia cometidas contra los extranjeros a lo largo del siglo XX en Colombia fue mucho mayor de lo que se cree. Que las listas negras de indeseables abundaron por efecto de la envidia, la ambición, la sospecha o las cruzadas moralistas. Al decir de la autora, “el quid del problema está en unas políticas de migración avaras, ambiguas y sesgadas por los prejuicios de raza o religión que desestimularon la inmigración con leyes tendientes a la restricción de la entrada de extranjeros, antes que fomentar su llegada”.
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Síntesis de una periodista que no pretende ser historiadora, pero cuyo recorrido demuestra su rigor profesional. Egresada de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, de las aulas pasó al periódico El Mundo, de la misma ciudad, donde llegó a ser editora cultural en la redacción dirigida por Darío Arizmendi. En 1989 fue becada y durante cinco años realizó un doctorado en Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra, en España. De esa experiencia surgió su primer libro, La crítica literaria como género periodístico, que se sigue editando como manual de estudio.
Volvió al país en 1994, se vinculó como docente a la Universidad de Antioquia y terminó coordinando la Especialización en Periodismo Investigativo, una gestión que le permitió volverse anfitriona y aprendiz de varios de sus ilustres invitados: desde su amigo Juan José Hoyos hasta sus colegas Arturo Alape, Alberto Donadío, Germán Castro, Pedro Claver y Javier Darío Restrepo, entre otros. En 2001 se trasladó a Bogotá, se vinculó a la Universidad Javeriana y, durante veinte años, desarrolló una intensa actividad académica e intelectual que se tradujo en una sólida obra de periodismo y cátedra.
De profesora titular pasó a coordinar el énfasis en periodismo y dirigió la revista Directo Bogotá, que le permitió desarrollar con los estudiantes su pasión por la crónica histórica. En simultáneo, escribió su versión sobre la historia del periodismo colombiano entre 1880 y 1980 y una antología bogotana de Felipe González Toledo, además de otros trabajos de investigación de equipo y coautoría, como El país visto y narrado en cien años, de la revista Cromos, Los cercos del debate sobre la restitución de tierras y el libro Tinta indeleble, en homenaje a la vida y obra de Guillermo Cano.
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Antes de dedicarse a viajar, acompañar a su hija Canela y, por supuesto, a la escritura, creó la Maestría de Periodismo Científico en la Universidad Javeriana, con un libro de respaldo que Alberto Donadío no dudó en calificar de “monumental”. Una historia todavía verde, recorrido por el movimiento ecológico en Colombia desde la Real Expedición Botánica de José Celestino Mutis, en abril de 1783, la Comisión Corográfica del siglo XIX y los aportes del botánico Enrique Pérez Arbeláez, hasta los tiempos actuales de nuevas generaciones que están convencidas de enfrentar la crisis ambiental.
En seguimiento a sus inquietudes intelectuales, esta vez por el uso del lenguaje para referirse a los extranjeros críticos, y convencida de los vacíos paralelos en los archivos de inteligencia y contrainteligencia, en julio de 2021 Maryluz Vallejo asumió un nuevo reto. Mostrar que, en contravía de otras naciones del continente que incentivaron la inmigración de los extranjeros, la tradición nacional se asocia más a expulsarlos. Xenofobia al rojo vivo en Colombia prueba que la motivación de estos prejuicios y sesgos tiene raíces que se explican en una reincidencia de la desconfianza.
La misma manía que en 1925 sacó corriendo al ruso Silvestre Savitsky, un tintorero marxista acusado de alebrestar a Los Nuevos; o que en 1931 acorraló al hermano francés Nicéforo María por una carta al Instituto Smithsonian de Washington en busca de soluciones para el Museo Natural del Instituto de La Salle. En contraste, al año siguiente, el judío ruso Juan Jaroso, sastre profesional y presidente del Centro Israelita de Bogotá, salió expulsado. En su pesquisa, la autora encontró en Bogotá a dos nietas que le sobreviven y recibieron copia del expediente que reposa en el Archivo General de la Nación.
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Se lo facilitaron a Maryluz Vallejo porque es clienta asidua de su portafolio de servicios. Al igual que los de la Biblioteca Nacional, la Luis Ángel Arango, el Archivo Histórico Javeriano o el archivo centenario de El Espectador, como si centenares de documentos reveladores la estuvieran esperando para salir de su reposo. En esta ocasión, por la pertinencia del asunto, la periodista Constanza Vieira le facilitó las cajas de papeles y la libreta blanca de las memorias de su padre, el recordado dirigente comunista Gilberto Vieira. Los hallazgos hacen parte de un libro para leer sin xenofobia.
Por razones políticas, morales o religiosas, la xenofobia tiene un dilatado expediente en Colombia. Diluido entre la retórica de nuestra supuesta condición de amables anfitriones o definitivamente oculto para no aceptar que a la hora de la intolerancia no hay distinciones ideológicas. Con abundancia de casos, la evidencia es de la periodista y catedrática Maryluz Vallejo a través de un reportaje de largo aliento sobre los extranjeros perseguidos y expulsados en el siglo XX. Un capítulo de verdades que nos desnudan como un país signado por la inquina, la desconfianza y la enemistad.
Xenofobia al rojo vivo en Colombia es el título de la obra que surgió como un informe periodístico y se convirtió en una larga inmersión en archivos y bibliotecas, fortalecida con el aliento de la reportería, hasta mostrar una realidad escandalosa. La lista de los extranjeros expulsados es larga, tanto que la autora temió que su libro se convirtiera en un directorio telefónico. Pero cada historia es tan increíble y sus protagonistas tan determinantes, que leer sus 346 páginas y recorrer las 36 más de un anexo con fotografías es detallar la cronología de un país que no se cuenta.
La letra menuda de la expulsión de Ramón Vinyes, el sabio catalán inmortalizado por García Márquez en Cien años de soledad, y su posterior reingreso al país en 1929. La del director de teatro japonés Seki Sano, en aplicación de un decreto de negación de visas, para respaldar la declaratoria de ilegalidad del comunismo en 1954. El caso de la impulsora y crítica de arte argentina Martha Traba, quien alcanzó a recibir orden de expulsión en 1967 por indebida participación en política, pero fue a tiempo revertida cuando el gobierno de Carlos Lleras entendió que hacía el ridículo internacional.
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Un viaje por la memoria de las persecuciones y los señalamientos, enfocada en la hostilidad colombiana contra algunos inmigrantes, incluyendo a los bolcheviques que hace cien años representaban amenaza de revolución y alarmaron a la hegemonía conservadora en los umbrales de su debacle o, acto seguido, la reacción liberal, que desató su propia cacería de brujas en busca de espías con conclusiones impensables. Por ejemplo, que solo en el mandato de Olaya hubo más expulsados que en cuatro décadas de gobierno de sus contradictores. Como reza el refrán, “pa’ godos los liberales”.
La mala hora que vivieron los judíos, repudiados y estigmatizados de igual forma por azules y rojos. Los supuestos nazis y otros nacionales del eje Roma-Tokio-Berlín, que soportaron los efectos de la declaratoria de estado de beligerancia con Alemania, incluyendo el congelamiento de sus bienes. La redada contra los intelectuales de diversos países después del 9 de abril de 1948, o el macartismo criollo incentivado por los directorios políticos o los periódicos contra la cacareada amenaza comunista. Hasta el apartado de censura, mordaza y destierro de varios corresponsales y periodistas.
La investigación de Maryluz Vallejo demuestra que la arbitrariedad y la injusticia cometidas contra los extranjeros a lo largo del siglo XX en Colombia fue mucho mayor de lo que se cree. Que las listas negras de indeseables abundaron por efecto de la envidia, la ambición, la sospecha o las cruzadas moralistas. Al decir de la autora, “el quid del problema está en unas políticas de migración avaras, ambiguas y sesgadas por los prejuicios de raza o religión que desestimularon la inmigración con leyes tendientes a la restricción de la entrada de extranjeros, antes que fomentar su llegada”.
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Síntesis de una periodista que no pretende ser historiadora, pero cuyo recorrido demuestra su rigor profesional. Egresada de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, de las aulas pasó al periódico El Mundo, de la misma ciudad, donde llegó a ser editora cultural en la redacción dirigida por Darío Arizmendi. En 1989 fue becada y durante cinco años realizó un doctorado en Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra, en España. De esa experiencia surgió su primer libro, La crítica literaria como género periodístico, que se sigue editando como manual de estudio.
Volvió al país en 1994, se vinculó como docente a la Universidad de Antioquia y terminó coordinando la Especialización en Periodismo Investigativo, una gestión que le permitió volverse anfitriona y aprendiz de varios de sus ilustres invitados: desde su amigo Juan José Hoyos hasta sus colegas Arturo Alape, Alberto Donadío, Germán Castro, Pedro Claver y Javier Darío Restrepo, entre otros. En 2001 se trasladó a Bogotá, se vinculó a la Universidad Javeriana y, durante veinte años, desarrolló una intensa actividad académica e intelectual que se tradujo en una sólida obra de periodismo y cátedra.
De profesora titular pasó a coordinar el énfasis en periodismo y dirigió la revista Directo Bogotá, que le permitió desarrollar con los estudiantes su pasión por la crónica histórica. En simultáneo, escribió su versión sobre la historia del periodismo colombiano entre 1880 y 1980 y una antología bogotana de Felipe González Toledo, además de otros trabajos de investigación de equipo y coautoría, como El país visto y narrado en cien años, de la revista Cromos, Los cercos del debate sobre la restitución de tierras y el libro Tinta indeleble, en homenaje a la vida y obra de Guillermo Cano.
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Antes de dedicarse a viajar, acompañar a su hija Canela y, por supuesto, a la escritura, creó la Maestría de Periodismo Científico en la Universidad Javeriana, con un libro de respaldo que Alberto Donadío no dudó en calificar de “monumental”. Una historia todavía verde, recorrido por el movimiento ecológico en Colombia desde la Real Expedición Botánica de José Celestino Mutis, en abril de 1783, la Comisión Corográfica del siglo XIX y los aportes del botánico Enrique Pérez Arbeláez, hasta los tiempos actuales de nuevas generaciones que están convencidas de enfrentar la crisis ambiental.
En seguimiento a sus inquietudes intelectuales, esta vez por el uso del lenguaje para referirse a los extranjeros críticos, y convencida de los vacíos paralelos en los archivos de inteligencia y contrainteligencia, en julio de 2021 Maryluz Vallejo asumió un nuevo reto. Mostrar que, en contravía de otras naciones del continente que incentivaron la inmigración de los extranjeros, la tradición nacional se asocia más a expulsarlos. Xenofobia al rojo vivo en Colombia prueba que la motivación de estos prejuicios y sesgos tiene raíces que se explican en una reincidencia de la desconfianza.
La misma manía que en 1925 sacó corriendo al ruso Silvestre Savitsky, un tintorero marxista acusado de alebrestar a Los Nuevos; o que en 1931 acorraló al hermano francés Nicéforo María por una carta al Instituto Smithsonian de Washington en busca de soluciones para el Museo Natural del Instituto de La Salle. En contraste, al año siguiente, el judío ruso Juan Jaroso, sastre profesional y presidente del Centro Israelita de Bogotá, salió expulsado. En su pesquisa, la autora encontró en Bogotá a dos nietas que le sobreviven y recibieron copia del expediente que reposa en el Archivo General de la Nación.
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Se lo facilitaron a Maryluz Vallejo porque es clienta asidua de su portafolio de servicios. Al igual que los de la Biblioteca Nacional, la Luis Ángel Arango, el Archivo Histórico Javeriano o el archivo centenario de El Espectador, como si centenares de documentos reveladores la estuvieran esperando para salir de su reposo. En esta ocasión, por la pertinencia del asunto, la periodista Constanza Vieira le facilitó las cajas de papeles y la libreta blanca de las memorias de su padre, el recordado dirigente comunista Gilberto Vieira. Los hallazgos hacen parte de un libro para leer sin xenofobia.