Los Fabelman, un llamado de atención a Hollywood
Spielberg filma con maestría una película que es mucho más que una carta de amor al cine.
Sebastián Saldarriaga Gutiérrez
La cinta con más altas opciones de ganar el Premio Óscar a mejor película en el 2023, Los Fabelman, dirigida por Steven Spielberg, cuenta la historia del hijo mayor de una familia judía, Sam, quien desde muy pequeño encuentra en el cine su auténtica vocación.
Teniendo en cuenta el argumento y el entorno en que se desarrolla ―el Estados Unidos posterior a la Segunda Guerra Mundial, es decir, el mismo donde Spielberg creció―, es casi imposible no acercarse al filme en clave autobiográfica. Por lo mismo, a estas alturas no pocos han señalado que se trata de una íntima y personal “carta de amor al cine” por parte del mítico director.
Sin embargo, sostengo que Los Fabelman, más que una carta a todo el cine, está destinada fundamentalmente a Hollywood. Y que no necesariamente se trata de un mensaje de amor.
Le sugerimos: Una cierta melancolía analógica
Digo que se dirige a Hollywood porque Spielberg acude a algunos de los principales métodos sobre los cuales esta industria cinematográfica ha cimentado su propia historia.
De hecho, la trama recuerda a otras películas de formación hollywoodenses del tipo Volver al futuro, Vaselina o Las ventajas de ser invisible, entre muchas otras que han contribuido a dar forma al universo particular en que se desarrolla Los Fabelman, uno donde el protagonista adolescente afronta dramas personales y familiares entrelazados con una agitada vida escolar.
El filme, consciente de esa tradición, la ejecuta con inteligencia y maestría a punta de diálogos ingeniosos, momentos dramáticos y humorísticos, personajes entrañables y una narración que no pierde el pulso ni la ternura a lo largo de las dos horas y media de metraje.
En últimas, la tradición hollywoodense que honra Spielberg ―y que él mismo ha contribuido a erigir― tiene como eje el storytelling. Ese “narrar bien” una historia pone en tensión lo artístico y lo metódico, lo cual se expresa claramente en la magnífica secuencia en la que David Lynch interpreta a John Ford, pero sobre todo en las figuras paternas del protagonista, maravillosamente interpretados por Michelle Williams y Paul Dano.
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La mujer, aunque renunció a su destino como pianista profesional, encarna un “espíritu libre” que motiva a Sam a perseguir su sueño de convertirse en director de cine; el hombre, un ingeniero pionero de la computación, ejerce la presión contraria.
Pero, como en el storytelling mejor ejecutado, la lucha dialéctica no se resuelve de forma maniquea. No hay personaje perfecto: la madre es errática y el padre, infinitamente bondadoso. No se trata, entonces, de un “esto o lo otro”, sino de un “esto y lo otro” que reivindica no solo el costado artístico del cine, sino también el técnico, el cual es objeto de fascinación desde la primera secuencia de la película.
¿Qué significa esto en un momento en el que Hollywood apuesta cada vez más sobre seguro? Quizá que la técnica no debe conducir únicamente a la tantas veces denunciada fórmula hollywoodense, espectacular y cansina; que esa fe puede renovarse divisando un nuevo horizonte en un arte que, como se muestra al final del baile de graduación, es capaz de incidir en el mundo, de combatir sus injusticias.
A Los Fabelman se le hacen, con razón, los reproches habituales: blanquísima, burguesa, cursi, inofensiva… Es, además, la candidata ideal para los Óscar: una película sobre cine magistralmente filmada que homenajea a la propia industria y que no carga contra nadie. No obstante, hay algo genuino y hondo en esta carta a Hollywood que, más que de amor, parece de admonición en estos tiempos.
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La cinta con más altas opciones de ganar el Premio Óscar a mejor película en el 2023, Los Fabelman, dirigida por Steven Spielberg, cuenta la historia del hijo mayor de una familia judía, Sam, quien desde muy pequeño encuentra en el cine su auténtica vocación.
Teniendo en cuenta el argumento y el entorno en que se desarrolla ―el Estados Unidos posterior a la Segunda Guerra Mundial, es decir, el mismo donde Spielberg creció―, es casi imposible no acercarse al filme en clave autobiográfica. Por lo mismo, a estas alturas no pocos han señalado que se trata de una íntima y personal “carta de amor al cine” por parte del mítico director.
Sin embargo, sostengo que Los Fabelman, más que una carta a todo el cine, está destinada fundamentalmente a Hollywood. Y que no necesariamente se trata de un mensaje de amor.
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Digo que se dirige a Hollywood porque Spielberg acude a algunos de los principales métodos sobre los cuales esta industria cinematográfica ha cimentado su propia historia.
De hecho, la trama recuerda a otras películas de formación hollywoodenses del tipo Volver al futuro, Vaselina o Las ventajas de ser invisible, entre muchas otras que han contribuido a dar forma al universo particular en que se desarrolla Los Fabelman, uno donde el protagonista adolescente afronta dramas personales y familiares entrelazados con una agitada vida escolar.
El filme, consciente de esa tradición, la ejecuta con inteligencia y maestría a punta de diálogos ingeniosos, momentos dramáticos y humorísticos, personajes entrañables y una narración que no pierde el pulso ni la ternura a lo largo de las dos horas y media de metraje.
En últimas, la tradición hollywoodense que honra Spielberg ―y que él mismo ha contribuido a erigir― tiene como eje el storytelling. Ese “narrar bien” una historia pone en tensión lo artístico y lo metódico, lo cual se expresa claramente en la magnífica secuencia en la que David Lynch interpreta a John Ford, pero sobre todo en las figuras paternas del protagonista, maravillosamente interpretados por Michelle Williams y Paul Dano.
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¿Qué significa esto en un momento en el que Hollywood apuesta cada vez más sobre seguro? Quizá que la técnica no debe conducir únicamente a la tantas veces denunciada fórmula hollywoodense, espectacular y cansina; que esa fe puede renovarse divisando un nuevo horizonte en un arte que, como se muestra al final del baile de graduación, es capaz de incidir en el mundo, de combatir sus injusticias.
A Los Fabelman se le hacen, con razón, los reproches habituales: blanquísima, burguesa, cursi, inofensiva… Es, además, la candidata ideal para los Óscar: una película sobre cine magistralmente filmada que homenajea a la propia industria y que no carga contra nadie. No obstante, hay algo genuino y hondo en esta carta a Hollywood que, más que de amor, parece de admonición en estos tiempos.
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