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                                                                                                                                Los hijos de Changó, la epopeya de la negritud en América

                                                                                                                                A propósito de la visita de la vicepresidenta Francia Márquez a África, ensayo de un literato sobre las raíces africanas y la novela “Changó, el gran putas”, de Manuel Zapata Olivella.

                                                                                                                                Darío Henao Restrepo * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                "La presencia africana no puede reducirse a un fenómeno marginal de nuestra historia. Su fecundidad inunda todas las arterias y nervios del nuevo hombre americano", advirtió el escritor Manuel Zapata Olivella, recordado aquí en la portada de "Manuel Zapata Olivella, un boxeador de la vida por los senderos de sus ancestros".
                                                                                                                                Foto: Cortesía
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO

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                                                                                                                                Foto: Cortesía
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                                                                                                                                Una tarde frente a la bahía de Santa Marta, Manuel me contó que mientras escribía Changó, el gran putas, sintió la necesidad de ir al África, el punto de partida de esa diáspora brutal que empujó a millones de seres humanos como esclavos a las Américas. El proceso creativo le pedía ese viaje a la tierra de los ancestros, pues le urgía atar muchos cabos sueltos sobre la saga que venía investigando hacía más de veinte años para su novela. Allá empezaba la historia que se proponía recabar contra el olvido. Sus múltiples lecturas, sus andanzas por los universos afroamericanos y el trato con los más destacados intelectuales y artistas negros del siglo 20 lo llevaron a la profunda convicción de que en los horrores de la travesía trasatlántica venía incubada la resistencia, la lucha por la libertad y la solidaridad, circunstancias que los africanos enfrentaron con sus dioses y sus lenguas hasta donde les fue posible. (Recomendamos: Discurso de Manuel Zapata Olivella sobre la afrocolombianidad y el racismo bogotano).

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Por supuesto, también con algunas de las tradiciones aborígenes y africanas que se entremezclaron con las europeas. En el caso de Zapata, su decisión lo llevó a reivindicar el mundo de los africanos en el nuevo continente desde lo más profundo de sus cosmovisiones, representación de la cual emerge una vigorosa épica y un fuerte sentimiento de malungaje, de solidaridad entre todo el movimiento afrodiaspórico llegado a las Américas.

                                                                                                                                La oportunidad de ir a la tierra de los ancestros se presentó en enero de 1974 con la invitación para participar en el coloquio “La negritud y América Latina” en Dakar, la capital de Senegal, convocado por su amigo el presidente del país, el poeta y filósofo Léopold Sédar Senghor. Los invitados al coloquio fueron llevados por Senghor a visitar, al frente de Dakar, la pequeña isla de Goré, donde se conserva el reducto amurallado de lo que fuera una fortaleza prisión en la cual eran recluidos los africanos cazados en los antiguos reinos del Níger, a la espera de los barcos negreros que los llevarían al «viaje de nunca retorno».

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Esta era la experiencia vital que le faltaba para darle solución poética al mundo que recrearía en la novela. El relato de lo sucedido habla por sí solo. Esa noche, sobre la roca, humedecido por la lluvia del mar, entre cangrejos, ratas, cucarachas y mosquitos, a la pálida luz de una alta y enrejada claraboya, luna de difuntos, ante mí desfilaron jóvenes, adultos, mujeres, niños, todos encadenados, silenciosos, para hundirse en las bodegas, el crujir de los dientes masticando los grillos.

                                                                                                                                Las horas avanzaban sin estrellas que pusieran término a la oscuridad. Alguien, sonriente, los ojos relampagueantes, se desprendió de la fila y, acercándose, posó su mano encadenada sobre mi cabeza. Algo así como una lágrima rodó por su mejilla. ¡Tuve la inconmensurable e indefinible sensación de que mi más antiguo abuelo o abuela me había reconocido! (Zapata, /¡Levántate Mulato!). Esa noche resolvió, por esos misterios de la creación, toda la organización de su novela, imaginó un mundo que estaría tutelado por los dioses de sus ancestros africanos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Los dioses tutelares

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                De Odumare, creador del Universo, fuente de luz y oscuridad, semilla de vida y muerte, provienen todos los dioses del panteón africano, que como los de otras cosmogonías, cada uno simboliza uno o varios aspectos de la vida y son protectores de los seres humanos. En Changó, el gran putas aparecen ejerciendo sus roles sobre el destino de los africanos que llegaron a América. En primer lugar, Obatalá, oricha de la creatividad, la claridad, la justicia y la sabiduría; Odudúa, primera mujer mortal, oricha de la Tierra, esposa de Obatalá, con quien procreó a Aganyú y Yemayá; Aganyú, primer hombre mortal, quien con Yemayá dio a luz a Orungán, quien viola a su madre, Yemayá, la diosa de las aguas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                De esta relación incestuosa nacen los catorce orichas sagrados: Changó, espíritu de la guerra y el trueno, del fuego y de los tambores; Oyá, patrona de la justicia que ayuda a fortalecer la memoria; Oba, esposa de Changó, protectora de los mineros; Oshún, oricha del amor y del oro, concubina de Changó; Dada, oricha de la vida, protectora de los vientres fecundos, vigilante de los partos; Olokún, hermafrodita, armoniza el matriarcado y el patriarcado que rigen las costumbres de los ancestros; Ochosí, oricha de la ;echas y los arcos, ayuda a los cazadores a acechar el venado, vencer al tigre y huir de la serpientes; Oke, orisha de la alturas y las montañas; Orún, oricha del sol; Ochú, diosa de las trampas del amor y concubina de Changó; Ayé-Shaluga, oricha de la buena suerte; Oko, oricha de la siembra y de la cosecha; Chankpana, amo de los insectos, de la protección, lava las heridas de los enfermos; Olosa, protectora de los pescadores, anuncia las tormentas y sequías.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Todo este santoral africano aparece en el poema épico que desde un comienzo prefigura el destino de los esclavos africanos en América. Será la kora, especie de arpa de los juglares yorubas, la que acompañará el canto que va a narrar Ngafúa, quien invocando la voz de su padre Kissi-Kama y todos sus ancestros y los orichas sagrados tiene la misión «de cantar el exilio del Muntu (…) la historia de Nagó/ el trágico viaje del Muntu/ al continente exilio de Changó». Será un canto reparador bajo la sombra de los ancestros, un canto «para que el nuevo Muntu americano/ renazca del dolor/ sepa reír en la angustia/ tornar en juego las cenizas/ en chispa-sol las cadenas de Changó». Ngafúa es la voz omnisciente que entre los vivos y los muertos, el pasado, el presente y el futuro, va a recordar una historia que ha estado bajo la protección de los dioses a quienes siempre invoca.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Todo esto en consonancia con el principio filosófico del muntu, cuyo plural es bantú, que rige la elaboración poética que hay en Changó, el gran putas. Como se explica en la «Bitácora», este principio implica una connotación del hombre que incluye a los vivos y difuntos, así como animales, vegetales, minerales y cosas que le sirven, de tal manera, que se trata de una fuerza espiritual que une en un solo nudo al hombre con su ascendencia y descendencia inmersos en el universo presente, pasado y futuro.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La partida del continente africano se debe a la maldición de Changó, relatada en el poema por Ngafúa, a consecuencia de haber caído en desgracia por haber combatido a sus hermanos —Orún, Ochosí, Oke, Olokún y Oko—. Esto desató la ira de Orunla, dueño de las Tablas de Ifá y señor de la vida y la muerte, y de Omo-Oba, el primero y único hombre inmortal proscrito por Odumare a vivir sepultado en los volcanes, quienes arrojan a Changó de la Oyo imperial y coronan al noble Gbonka. Todos los soberbios que se alzaron contra Changó van a ser condenados al destierro en otros mundos lejos de África. Ngafúa en sueños oye la maldición de Changó que condena a los que lo expulsaron a ser objetos de la avaricia de las lobas blancas, «¡(…) mercaderes de los hombres,/ violadoras de mujeres/ tu raza/ tu pueblo/ tu lengua/ ¡destruirán!/ ¡Las tribus dispersas/ rota tu familia/ separadas las madres de tus hijos/ aborrecidos/ malditos tus Orichas/ hasta sus nombres/ ¡olvidarán!» (Changó: 62). Todos estos sacrificios a consecuencia de la maldición de Changó se van a redimir en América según los designios de este escuchados por Ngafúa.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Fecundada por el muntu la nueva tierra parirá un niño, «hijo negro/ hijo blanco/ hijo indio/ mitad tierra/ mitad árbol/ mitad leña/ mitad fuego/ por sí mismo/ redimido» (Changó: 67). Para completar, el esperanzador destino de los hijos de Changó en el nuevo continente será la libertad. Rompiendo las cadenas de la esclavitud «¡Los esclavos rebeldes/ esclavos fugitivos,/ hijos de Orichas vengadores/ en América nacidos/ lavarán la terrible/ la ciega/ maldición de Changó!». Será Changó quien les dará su fuerza espiritual a los esclavos para renacer en el nuevo continente. Sea en los Estados Unidos, en las diversas islas de Caribe, en el Brasil, Colombia o Perú, los africanos van a jugar un papel decisivo en los destinos de estas naciones porque sus luchas libertarias se conjugaron con las de Independencia en el siglo XIX.

                                                                                                                                * Doctor en Literatura Latinoamericana, decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle y profesor de la Escuela de Estudios Literarios.

                                                                                                                                Por Darío Henao Restrepo * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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