El Magazín Cultural

Los juegos del hambre de Donald Sutherland, el presidente Snow

En el Festival de Cine de Zúrich se le concedió un premio por su larga y fructífera trayectoria artística.

Janina Pérez Arias
04 de octubre de 2018 - 07:38 p. m.
Donald Sutherland en Zúrich, donde fue homenajeado por su extensa y brillante carrera.  / Cortesía
Donald Sutherland en Zúrich, donde fue homenajeado por su extensa y brillante carrera. / Cortesía
Foto: Getty Images - Thomas Lohnes

En la penumbra de una de las puertas del Filmpodium de Zúrich espera Donald Sutherland. Apoya su espalda a una pared, mientras que con las manos entrelazadas encuentra equilibrio con su bastón plateado. Sutherland mira alternando hacia el piso, hacia la pared de enfrente, pero no hacia el escenario que ocuparía por espacio de 45 minutos. Esa es su calma antes de la tormenta.

Con sonoros aplausos finalmente irrumpe en la sala repleta. Melena leonera y barba poblada blanquísimas, se acerca despacio al pódium entre ¡bravos! y ¡yujus! y demás expresiones de júbilo. En el ambiente hay admiración, emoción, expectativas. Hay público de todo tipo, de todas las edades, porque en más de 50 años de carrera artística, su  fan base se asemeja más a un grupo de feligreses.

“Esta mañana estuve recluido en un hospital en París”, en la sala se escucha un oooohhhh lamentero y el actor trata de calmar la inquietud, “nada grave, era solamente cansancio”. Está en Zúrich pues de milagro. 

Esa misma noche a Sutherland le entregarían un premio en reconocimiento a su trayectoria en el Zurich Film Festival, pero antes tenía que abrir el maletón de los recuerdos para evocar un par de los casi 200 roles interpretados en su vida, así como variopintas anécdotas.

Como la de Federico Fellini, quien le escogió para Casanova (1976) porque al italiano le parecía que él tenía “ojos de masturbador”. Risas en pleno, “pero ¡¿cómo lo sabría?!”, el público estalla en carcajadas. 

Donald Sutherland sabe cómo entretener. Hace las pausas adecuadas, mira hacia el público y hasta entabla un peloteo entre sus hijos Redford y Roeg, que llevan como nombres los apellidos de dos directores con quienes trabajó: Robert Redford y Nicolas Roeg. A los vástagos en la retaguardia se les escucha uno que otro “¡oh-oh!” o “¡ay, no!”, cuando sospechan los derroteros que tomarán los relatos de su famoso y deslenguado padre.

Desmonta un par de leyendas como que siempre ha estado nadando en ofrecimientos de trabajo. “Después de Gente como uno (el debut en la dirección del actor Robert Redford, 1980) no me dieron ninguna audición ni una oferta durante un año…” Hay que pensar que ese filme arrasó con los premios gordos como los Oscar y los Globos de Oro. “De cualquier modo, este es un negocio bastante complicado…”, sentencia.

En los años 60 Sutherland había llegado a Londres procedente de Toronto, con la intención de estudiar Arte Dramático. “Dejé la escuela después de seis meses”, no entra en detalles de su deserción.  

Por su acento le dieron un pequeñísimo papel en Los doce del patíbulo (1967). Estando en los ensayos cuenta que tenía solamente una línea: “Number 2, sir” 

“Ensayé mucho”,  ironiza entre risas. La emblemática escena de Sutherland en la que hace las veces de un general, había sido rechazada por Clint Walker, quien la consideraba estúpida y no a la altura de una estrella de Hollywood.

“Estábamos en la segunda semana de ensayos, tras la negativa de Walker, Bob Aldrich (el director) hizo una cortísima pausa, miró a su alrededor, puso los ojos en mí, y me dijo, “tú, el de las orejas grandes, la haces tú” (risas) ¡Ni siquiera sabía mi nombre!”.

A partir de ese entonces, Robert Aldrich jamás se olvidaría de su nombre. Que se fuera a California le aconsejó. La estrella en ciernes le pidió prestado dinero a su amigo Christopher Plummer para viajar con su familia a EEUU, y así emprender carrera en Hollywood. “Mi hijo (Kiefer) me vomitó durante todo el viaje”, recuerda entre risas, “tenía un año y me lo llevaba a las audiciones”. 

Hace un salto en tiempo hasta llegar a otra de sus más legendarias películas, M*A*S*H.  “¡El guion era horrible!”, se ríe de buena gana, “a pesar de eso, el productor me preguntó si quería hacerlo y le dije ¡por supuesto!”. Robert Altman (el director), quien llegó después de Sutherland, no estaba muy convencido de la elección del actor, pero el productor se impuso. 

Con un “tira y encoje” se inició la relación entre Sutherland y Altman. “Improvisamos mucho durante el rodaje, empeñados en hacer lo mejor de aquel desastre, al final la película ganó un Oscar, pero Ingo (Preminger, el productor), más bien se merecía el Nobel”. 

Consecuentemente Donald Sutherland rechazó personajes por contenidos demasiado violentos, tal como fue el caso de Straw Dogs, de Sam Peckinpah (1971), rol que terminó en las manos de Dustin Hoffman. 

Pero de lo que no se libró Sutherland fue del perturbador Attila Mellanchini en Novecento, dirigida por Bernardo Bertolucci (1976), rol al que quiso darle una lectura diferente. “Me di por vencido a las dos semanas”, Bertolucci se impuso. El sádico fascista Attila le movió tanto a Sutherland que durante muchos años no quiso ver ese filme.

Que Donald Sutherland también pertenezca al ideario de las generaciones más recientes es gracias a un joven agente que trabaja con el agente principal del intérprete; y fue aquel quien inició una campaña de convencimiento para que el legendario actor participara en Los Juegos del Hambre (dirigida por Gary Ross en 2013, y por Francis Lawrence en 2014 y 2015), aunque en realidad no sabía en qué se estaba metiendo.

“Cuando leí el guion me pareció fantástico, además de su contenido político tenía una considerable carga de energía que haría saltar a la audiencia de la butaca. De eso estaba seguro, pero pensé que se trataba de una película animada”, se ríe. 

Y entra aún más en detalles, “en el guion que leí mi rol tenía un par de líneas, pero quería ser parte de aquello, ni me enteré en aquel momento que era una saga”. Así fue como Gary Ross, “que es un autor fantástico, escribió más escenas para mi rol (el Presidente Snow) que no están en el libro original (de Suzanne Collins), y fueron escenas que resultaron realmente hermosas”, concluye evidentemente contento de haberse metido en un jardín desconocido.

En la constelación familiar ya son dos generaciones las que han escogido el camino de la actuación, tal como su hijo Kiefer y su nieta Sarah. Que cómo lo ve, pues “son competencia”, dice bromeando.  

Con cuatro películas y una serie de televisión en la pista de estrenos, ¿pensará Donald Sutherland en bajar la marcha?. “No”, responde firme, sin dudarlo ni un segundo, a los 83 años.  

Por Janina Pérez Arias

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