Los Kamëntsa, un pueblo indígena milenario del Valle de Sibundoy
Esta comunidad, que al parecer es única en el mundo, intenta desde hace unos años preservar su lengua materna a través de herramientas lúdico-pedagógicas como la música, la danza y el teatro, además de la implementación de escuelas bilingües.
Danelys Vega Cardozo
Hace mucho tiempo surgió un pueblo indígena en el departamento del Putumayo. No se sabe a ciencia cierta cómo se dio su origen, a pesar de que existe un mito fundacional que los vincula con las estrellas, con cuerpos celestes que descendieron a la tierra. Kamëntsa, así se llamaron, al igual que su propia lengua materna, una comunidad originaria del Valle de Sibundoy o del “Pueblo grande”, como le dicen ellos. Aquel territorio fue el único lugar en donde habitaron durante años, aunque en la actualidad, por motivos educativos o laborales, algunos han decidido asentarse en otros departamentos de Colombia o en el exterior, “pero de alguna forma retornamos nuevamente debido a la conexión que se tiene el ser Kamëntsa con este territorio, que es sagrado para nosotros”, dice Yeny Tandioy Chindoy, psicóloga y música kamëntsa.
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Hace mucho tiempo surgió un pueblo indígena en el departamento del Putumayo. No se sabe a ciencia cierta cómo se dio su origen, a pesar de que existe un mito fundacional que los vincula con las estrellas, con cuerpos celestes que descendieron a la tierra. Kamëntsa, así se llamaron, al igual que su propia lengua materna, una comunidad originaria del Valle de Sibundoy o del “Pueblo grande”, como le dicen ellos. Aquel territorio fue el único lugar en donde habitaron durante años, aunque en la actualidad, por motivos educativos o laborales, algunos han decidido asentarse en otros departamentos de Colombia o en el exterior, “pero de alguna forma retornamos nuevamente debido a la conexión que se tiene el ser Kamëntsa con este territorio, que es sagrado para nosotros”, dice Yeny Tandioy Chindoy, psicóloga y música kamëntsa.
Y es que para ellos existe un principio de corresponsabilidad, ese que los llama a regresar a su tierra para compartir sus conocimientos. Entonces, se generan espacios de emprendimiento y capacitación, entre otros, con los miembros o hermanos de este pueblo. “Nuestro nombre nos brinda la fuerza para mantenernos en el territorio”, porque, de hecho, Kamëntsa significa “de aquí mismo”.
Como en un principio ellos fueron los únicos habitantes del Valle de Sibundoy, solo se hablaba en este territorio su lengua materna. Sin embargo, los años fueron pasando y de a poco fueron llegando otras comunidades y, claro, también vinieron aquellas épocas de la colonización, así que “se generaron situaciones de riesgo, de amenaza, de vulneración a los derechos culturales, obligando a nuestros mayores, por ejemplo, a aprender el español”. De esta manera su lengua materna se fue debilitando y sus ancestros, por temor a que fueran maltratados o castigados, decidieron enseñarles a las nuevas generaciones tanto el kamëntsa como el español. “Sin embargo, ahorita nuestro pueblo se encuentra identificado dentro de los pueblos indígenas a nivel de Colombia en vía de exterminio físico y cultural, entonces se han venido generando diferentes acciones y estrategias de fortalecimiento, revitalización y resignificación de nuestra lengua materna”.
Vale la pena recordar que la Corte Constitucional declaró, a través de su Auto 004/09 (un tipo de resolución judicial), que “los pueblos indígenas de Colombia, según lo advertido en esta providencia, están en peligro de ser exterminados cultural o físicamente por el conflicto armado interno, y han sido víctimas de gravísimas violaciones de sus derechos fundamentales individuales y colectivos y del Derecho Internacional Humanitario, todo lo cual ha repercutido en el desplazamiento forzado individual o colectivo de indígenas”. A raíz de esto, la entidad judicial ordenó la formulación y la implementación de planes de salvaguarda étnica para distintos pueblos indígenas, entre ellos los Kamëntsa.
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Para este pueblo, su lengua materna —que es única, pues al parecer no existe otra comunidad indígena en el mundo que tenga las mismas raíces— es la más importante porque se refiere a su identidad cultural. Por eso quieren preservarla en el tiempo realizando varias acciones desde la autoridad tradicional para recuperar el kamëntsa. Sin embargo, desean que se tome en cuenta su propia cosmovisión, así que les han solicitado a las instituciones que en este proceso tengan en consideración sus propios principios y prácticas. “En ese sentido, de alguna forma, las instituciones han venido poco a poco comprendiendo que el pueblo Kamentsá se rige bajo unos principios propios, bajo unas leyes de origen, y en torno a ello han permitido a través de procesos de concertación que algunas instituciones, no todas, empiecen a implementar pedagogías propias, desde la educación, por ejemplo”.
Ahora cuentan con su propio hogar infantil: “La casita de los niños” (nombre en español). Esa que se rige bajo su propia metodología y que busca a través de distintas herramientas lúdico-pedagógicas como la música, la danza y el teatro, entre otras, despertar el interés de los pequeños y enamorarlos de su lengua materna. La música ha sido la estrategia pionera “y ha generado impactos muy positivos en la resignificación y la enseñanza”. También, desde los cabildos, y con apoyo del Ministerio de Educación, se viene implementando el proceso de educación propia a través de la enseñanza bilingüe, en español y kamëntsa.
Con ese propósito nació el grupo Uaman Luar, ese del que también es miembro Yeny Tandioy. Ellos construyeron música gracias al apoyo del Ministerio de Educación, el Ministerio de Cultura, y algunas fundaciones como la Fundación Rafael Pombo. Entonces, recibieron orientación y capacitación en la importancia de crear música para la primera infancia, para niños entre 0 y 5 años. Al principio, las canciones que realizaban en kamëntsa estaban enfocadas solo para esta población, así que se centraron en producir nanas o arrullos. Luego de un tiempo se expandieron a otras poblaciones, como la niñez y la adolescencia, “desde los sonidos propios, pero también implementando sonidos alternativos, porque también respetamos los intereses y las motivaciones de los niños y los jóvenes”.
Fue así como también Maguaré, “un portal para niños de la Estrategia Digital en Cultura y Primera Infancia del Ministerio de Cultura”, los invitó a participar en esta página y a almacenar sus canciones. Cada dos años deben hacer la renovación del permiso que les permite reproducir su música en esta plataforma. Ahora, algunas de sus canciones se encuentran también en formato audiovisual gracias a este convenio. “Eso ha sido un impulso más para que el mundo pueda reconocernos, identificarnos y fortalecer el tema de las herramientas audiovisuales, y ese mismo material se replica en el territorio”.
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Para esta comunidad, toda su esencia es la música. Es su máxima expresión como indígenas de este pueblo, “porque la sentimos, la vivimos y en torno a la música construimos también la oralidad, parte de nuestra historia como Kamëntsa”. Como dice también Gerardo Chasoy, artista indígena inga-kamëntsa, “la música es armonizar, es sentir cada instante, porque la vida la tenemos un momento, nada más. También, despertar la conciencia, y si tenemos eso nos respetamos a nosotros mismos, a nuestros hermanos y a las especies”.
Su música tradicional es el luarteskam, un ritmo ejecutado únicamente con dos instrumentos: flauta traversa y el bombo, y utilizada en eventos especiales. Esa misma que era creada y escuchada por sus ancestros en el Valle de Sibundoy. Sin embargo, para este pueblo la música en realidad está en todos lados, desde aquella que producen los animales, el río, el viento, hasta la que proviene de caminar o respirar. Y para percibir estos sonidos a veces es necesario recurrir al silencio. “El viento es un silencio que usted siente (…) Si usted se concentra bien bonito, él lo va liberando. Le libera la mente y el mismo cuerpo”, menciona Juan Mutumbajoy, sabedor ancestral y médico tradicional kamëntsa. Porque para ellos la música también es como una especie de terapia de sanación. “Hay que saber en qué tiempo y en qué momento hay que hacer los cantos para poder armonizar a la persona”, agrega Mutumbajoy.
Sin el silencio, quizá Ximena Yurani Jojoa Cuarán, artista kamëntsa, y Gerardo Chasoy no hubieran descubierto los instrumentos adecuados para imitar los sonidos de la naturaleza y ofrecer una terapia de bienestar con la ayuda de ellos. Desde hace unos años ambos realizan caminatas o visitas a lugares sagrados como las cascadas, que son poco frecuentadas por las personas porque, como dice Chasoy, “ahí es donde se concentran más especies”. Dicen que siempre caminan por esos lugares con respeto, que esperan el momento adecuado para “atrapar” los sonidos de la naturaleza, valiéndose del silencio y también de la oscuridad, porque “como dicen los abuelos, cuando uno cierra los ojos, se mira con el corazón”, comenta Gerardo Chasoy. Entonces, antes de la pandemia surgieron los instrumentos inspirados en los sonidos de la naturaleza, con el fin de “legar ese espíritu de reflexión con respecto a nuestro entorno y todos los actores ambientales que lo componen”, asevera Jojoa Cuarán.
Y no solo han querido resaltar los sonidos que provienen del viento, del agua, de la lluvia y de los animales, entre otros, sino también los aromas: "Si llueve se percibe esa vegetación mojada, se emite el olor de la tierra, del lodo, que estamos pisando en ese momento”, dice Ximena Yurani Jojoa. Pero la terapia que ofrecen en “La Casona”, en Sibundoy (Putumayo), busca ser tan solo un canal hacia la sanación de las personas, pues, para Chasoy, “la limpieza la hace la misma persona que es medicina y ella misma se cura”. La idea es que la gente logre desconectarse de lo externo para conectarse consigo misma.
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La música del pueblo Kamëntsa también está ligada con sus danzas tradicionales. Una de ellas se relaciona con el primer corte de cabello de un niño, pues este momento de la vida hace parte de un ritual muy importante para esta comunidad, entonces se realiza una ceremonia espiritual, una danza y un compartir. También realizan un baile alrededor de la ofrenda de ciertos productos, como forma de agradecimiento a la madre tierra por proveer y permitir que germinen en el territorio. “Pese a las dificultades, todavía contamos con la posibilidad y la fertilidad de la tierra para producir y ofrendar”, dice Yeny Tandioy Chindoy. Asimismo, se realiza otro baile alrededor de la práctica de la siembra del maíz, “que es uno de los alimentos principales desde nuestra vivencia”, agrega Tandioy Chindoy.
Además, las danzas acompañadas de la música hacen parte del Bëtscnaté o “Día grande”, declarado en 2014 como Patrimonio Inmaterial de la Nación por el Ministerio de Cultura. Una celebración que es conocida también como el “Carnaval del Perdón”, pero que para ellos es un término mal utilizado y por eso están en proceso de cambiar ese concepto por el original. Realmente, el Bëtscnaté es el día más importante para esta comunidad: es el inicio de su año nuevo, es la esencia de lo que son. “Es la posibilidad de ratificar nuestra esencia, nuestra vida, como pueblo, como familia”, dice Yeny Tandioy.
Este día, que se celebra el lunes antes del miércoles de ceniza, es el inicio de la vida y también el momento en el que salen a relucir el conjunto de sus prácticas propias, desde la gastronomía hasta la armonización. Es, al mismo tiempo, una oportunidad para la reconciliación, para pedir perdón y agradecer a la tierra, a la familia y a la vida. Antes de salir de su casa, realizan un ritual espiritual de sanación o purificación, o una semana antes toman el “remedio”, que para ellos es el yagé, “para que cuando lleguemos a esta fiesta iniciemos una nueva vida. Este es el momento para dejar aquellas situaciones negativas y empezar una vida con pie derecho”, menciona Tandioy Chindoy.
El yagé es el remedio de este pueblo, su medicina espiritual. Para los kamëntsa “es lo más profundo o la conexión más grande con uno. Es el encuentro propio: desahogo, conversación, distracción, despertar la mente o el cuerpo. Eso es lo que se llama la luz del yagé”, dice Juan Mutumbajoy. Menciona el médico tradicional que esta planta permite que la persona se transforme, se libere, pero para eso es necesario que exista una preparación previa, tanto a nivel consciente, como espiritual y corporal. No se trata solo de tomar por tomar esta bebida. Por eso, el primer paso es que la persona tenga claro para qué quiere tomar yagé. “Hay personas que quieren tantas cosas. Yo les sugiero que prioricen y se pregunten: ¿Qué es lo más importante para usted?”. Comenta Mutumbajoy que cuando alguien no tiene una preparación previa puede presentar alteraciones en su organismo, incluso señala que en algunas partes este “remedio” termina siendo adulterado, convirtiéndose en alucinógeno.
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Pero la transformación también proviene de elecciones propias. Como aquella que algún día hicieron algunos miembros del pueblo Inga —una comunidad indígena de origen quechua que se asienta en el Putumayo y otros territorios—, y los kamëntsa. En la actualidad, estos dos pueblos, que comparten el Valle de Sibundoy, conviven en armonía e incluso cuentan con una celebración común: el “Bëtscnaté”, aunque los inga la festejan el martes antes del miércoles de ceniza. Pero los tiempos pacíficos son una nueva página en la historia: según cuentan los mayores kamëntsa, hubo cierto desequilibrio entre ellos, pues cuando los Inga llegaron al territorio se originó una disputa en torno a su autonomía. “Sin embargo, a medida que ha pasado el tiempo los dos pueblos hemos aprendido a respetarnos, a respetar los espacios, las prácticas y a solidarizarnos como pueblos hermanos”, menciona Yeny Tandioy. Tal vez eso ha sido posible gracias a que han entendido que es más lo que los une que lo que los separa. “Lo que nos conecta es el mismo sentido de protección por el territorio. Son acciones similares que nos conectan y nos mantienen unidos”.
Juan Mutumbajoy considera que es importante trasmitir la medicina ancestral a las futuras generaciones: quiere dejarles una huella de entendimiento y conocimiento. Como dice él: “saber entender, escuchar y hablar no es tan fácil, pero todo es una línea, un tejido de pensamiento”. Mientras tanto, Gerardo Chasoy menciona que conservar sus tradiciones es preservar una semilla que les han sembrado desde pequeños “y lo que tenemos que hacer es vivir en armonía con nosotros mismos, con la naturaleza y con nuestros hermanos, y eso es lo que nos has hecho falta en este tiempo. La gente piensa en sí misma y casi no en los demás, y eso ha ocasionado que haya mucha desigualdad, no importa si el otro no tiene qué comer”.