Los líos de la Fundación Casa de Poesía Silva
Funcionarios y exfuncionarios del recinto cultural, ubicado en el centro de Bogotá, denuncian que les deben dinero desde hace cinco años y que el lugar podría cerrar si no se logra una solución prontamente.
Andrés Osorio Guillott
La imagen que mejor resume lo que está sucediendo con la Fundación Casa de Poesía Silva es la misma que vemos cuando nos paramos al frente y la vemos cerrada, cuando escuchamos a los funcionarios decir que hace un par de semanas Pedro Alejo Gómez, director del recinto cultural, ordenó cambiar las guardas del lugar para que nadie pudiera entrar. Todo un agravio que un lugar que alberga versos y testimonios de poetas cierre sus puertas a quienes buscan un alivio en este arte que otorga sentido y libertad.
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La imagen que mejor resume lo que está sucediendo con la Fundación Casa de Poesía Silva es la misma que vemos cuando nos paramos al frente y la vemos cerrada, cuando escuchamos a los funcionarios decir que hace un par de semanas Pedro Alejo Gómez, director del recinto cultural, ordenó cambiar las guardas del lugar para que nadie pudiera entrar. Todo un agravio que un lugar que alberga versos y testimonios de poetas cierre sus puertas a quienes buscan un alivio en este arte que otorga sentido y libertad.
La condena de los espacios culturales por problemas económicos parece ser el riesgo. Y la Casa de Poesía Silva no se salva de este destino aparentemente inexorable. Desde hace más de un lustro el lugar no ha logrado sostenerse y año tras año la crisis se ha agudizado. Con la llegada de la pandemia las cosas se complicaron y ya son varios meses sin eventos ni proyectos que ayuden a salvaguardar el lugar donde vivió y se suicidó José Asunción Silva el 24 de mayo de 1896, y en el que María Mercedes Carranza logró adaptar un espacio para el fomento de la poesía en la capital desde 1986.
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Funcionarios y exfuncionarios afirmaron en un comunicado que “la Casa Silva está completamente quebrada y el pasivo laboral es insostenible, situación bien conocida por la Junta Directiva, la cual ha hecho caso omiso a las numerosas cartas y correos electrónicos que como funcionarios hemos enviado. Actualmente la situación es tan grave que aún ganando las convocatorias públicas del Ministerio de Cultura y de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte para este año 2021, el director se ha negado a legalizar los contratos, con el argumento del déficit económico y la falta de recursos propios que obligatoriamente se deben aportar como contrapartida de los proyectos y que son indispensables para el funcionamiento de la Casa. También es de notar que la deuda de la Fundación con sus funcionarios viene desde 2016”.
Por ejemplo, Doris Amaya, exempleada de la casa y quien trabajó junto a María Mercedes Carranza desde la fundación de la Casa, dice que Pedro Alejo Gómez le debe los $36 millones que corresponden a sus cesantías, que ese dinero se lo prestó hace cinco años y que en aquel entonces le “entregaron un cheque y resulta que estaba represado. Decía 2015. Yo le dije a él que me cambiara el cheque y me dijo que no. Él nunca más volvió a pasar al teléfono. Yo le puse una demanda y en la conciliación dijo que no tenía dinero, que él se entendía conmigo y con la ley (...) Cuando María Mercedes falleció (2003) ella dejó $530 millones. No se sabe qué pasó con ese dinero. Yo no tengo problemas con él. Cuando hicimos la conciliación, yo le dije que me pagara mi plata y chao. Considero que es lo mínimo que merezco por mi trabajo. No estoy pidiendo nada más”.
Dora Bernal, también exempleada de la Casa de Poesía Silva, contó que desde su salida, el 31 de julio de 2019, hasta hoy Gómez no se ha manifestado con los $20 millones que ella prestó y que también pertenecen a sus cesantías. Y el mismo caso se presenta con Elvia Ledesma, otra exfuncionaria, a quien le debe cerca de $10 millones.
Pero las deudas no se detienen ahí, pues a Maryluz Piraquive, René Barraza y Eduardo Rodríguez, los empleados actuales, les deben un año de salario, las cesantías desde 2016 y las primas desde 2017. Y a eso se suma una deuda de $30 millones a Gonzalo Ramírez, quien le prestó este dinero en 2014 a Pedro Alejo Gómez; a Rodríguez, quien es el tesorero de la Casa, le deben cerca de $60 millones sin contar intereses y multas.
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Pedro Alejo Gómez, director de la Casa, dijo en Caracol Radio que “mientras no logremos equilibrar financieramente las cosas, la Casa tendrá que quedar en suspenso, y, si llega a ser necesario, habría que pensar en la liquidación”.
Gómez, por sus conocimientos en Derecho (es abogado de la Universidad del Rosario), y su vínculo con María Mercedes Carranza, recibió la confianza en 2003 para asumir el cargo de director de la Casa de Poesía Silva. Es miembro numerario de la Academia Colombiana de la Lengua y fue embajador de Colombia en Holanda.
Por otra parte, Jean Claude Bessudo, quien encabeza la Junta Directiva y es presidente del Grupo Aviatur, dijo también para el medio radial que “la Casa de Poesía Silva no es una entidad viable porque tal vez a nadie le interese la poesía hoy en día. Toca liquidarla y pagarle a todo el mundo. Es una lástima”.
Tanto Pedro Alejo Gómez como Jean Claude Bessudo han afirmado que les ha tocado sacar dinero de su bolsillo para el sostenimiento de la casa, y si bien estas ayudas pudieron solventar algunos gastos, el problema de fondo es de gestión, en lo cual coinciden funcionarios, exfuncionarios y personas cercanas a la Casa. Quienes han trabajado en el recinto cultural comentan que han buscado todo tipo de maniobras para ayudar a conseguir fondos: “En una ocasión se propuso hacer una gala en el Jorge Eliécer Gaitán con música y poesía, cobramos una boleta y llenamos el auditorio; también se propuso una subasta con coleccionistas del busto de Silva, hecho por Jim Amaral, y un concierto, pero ninguna se pudo realizar”, dice Maryluz Piraquive.
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¿Y qué solución podría plantearse para evitar el cierre de la Casa Silva? “Una de las soluciones es que la Alcaldía de Bogotá se haga cargo de la Casa. Con la Fundación Gilberto Alzate Avendaño pasó eso. Tendrían que pagar los pasivos y quedarse con el recinto, que es propiedad del Distrito”, aseguran los funcionarios de la Casa. De igual manera, contaron que “de la oficina de personas jurídicas de la Secretaría de Cultura nos preguntaron los datos de los miembros de la Junta. Nos dijeron que iban a intervenir y a fiscalizar el proceso. De la Alcaldía remitieron la petición al Idartes, que es la entidad que nos acoge a nosotros; del Ministerio no hemos tenido respuesta hasta la fecha”.
Desde 2014 varios poetas han manifestado su apoyo a la Casa y su rechazo a la gestión. En una carta llamada La casa en el aire, noventa autores colombianos hicieron un llamado a la Junta Directiva para solucionar los problemas que desde entonces ya venía presentando el lugar: “Nos preocupa la seria decadencia de la Casa de Poesía Silva, que hasta no hace mucho tiempo sirvió de modelo a otras instituciones del mismo orden en México, Venezuela y España. Las actividades que se llevan a cabo en su sede cada vez concitan menos público y también menos poetas.
Su director, Pedro Alejo Gómez, como Platón, ha desterrado a los poetas de ‘su’ república.
La Casa, física y espiritualmente, se ha venido a menos y cada vez parece más poblada de murmullos pero sin música de alas.
A todos y cada uno de los firmantes de esta carta nos preocupa el destino de la emblemática Casa de Poesía, que, sin duda alguna, tuvo un mejor ayer. Particularmente el último lustro ha sido muy lánguido, sin la dinámica que tuvo para admiración de poetas nacionales y del mundo entero.
Sin pretender convocar a una huelga de metáforas caídas, nos duele la condición de esa vieja morada de la poesía, que esperamos no se convierta en una ‘casa en ruinas’, como en un célebre poema de María Mercedes Carranza”, decía la carta que estuvo firmada, entre otros autores, por Jotamario Arbeláez, Darío Jaramillo, Piedad Bonnett, Santiago Mutis y Lucía Estrada.
Por su parte, John Galán Casanova, poeta bogotano que ha participado en varias ocasiones con lecturas colectivas y talleres de poesía, dijo en días anteriores que “la casa de Poesía Silva no se puede acabar. Es un patrimonio de la ciudadanía bogotana (...) que debería continuar teniendo a su disposición cualquier joven poeta, cualquier estudiante, cualquier ignorante o genuino amante de la poesía en Bogotá”.
El símbolo de la Casa de Poesía Silva es tal que en años anteriores muchos otros recintos destinados a este arte se inspiraron en el modelo que presentaba la que fue la morada del “poeta de los nocturnos y de los maderos”, como lo llamó Daniel Ángel en el libro titulado Silva, donde narra desde la ficción el último día de vida del autor bogotano. La Casa de Poesía Fernando Mejía Mejía, en Manizales, que no pudo continuar; la Casa de Poesía Eguren, en Lima, que también duró poco; la Casa del Poeta López Velarde, en Ciudad de México, y la Casa Pérez Bonalde, en Venezuela, son algunos ejemplos que siguen presentes y reafirman el referente de la Casa Silva para la cultura a escala nacional e internacional, dejando en claro que su legado ha trascendido fronteras y ha marcado un camino a seguir para muchos gestores culturales, poetas y lectores que siguen creyendo que en los versos se gana más en términos espirituales que lo que se podría perder en términos financieros.
El futuro de la Casa de Poesía Silva está en veremos. Su permanencia, que tendría que reafirmarse con el apoyo de la ciudadanía, no sería solo un acto de justicia con la memoria de José Asunción Silva y María Mercedes Carranza, sino también una forma de seguir salvaguardando los pocos espacios que han logrado eludir las ruinas del olvido y del capital en la ciudad, y en los que es posible otorgarles sentido y belleza a las tragedias y destinos de la humanidad.