El saber y el comienzo de la unificación de Europa (De Urufa a Europa III)
En esta tercera entrega de la serie sobre la formación de Europa, vemos cómo los monjes, los enviados por el Papa a recorrer el continente y aquellos que querían saber y se atrevían a saber, confirmaron las tesis del investigador R.W. Southern, quien sostuvo que los pensadores y los estudiosos eran una especie de “ente supranacional” que había ido unificando a Europa, y que habían sentado gran parte de las bases de los debates, el pensamiento, las formas de discusión y lo que en realidad importaba.
Fernando Araújo Vélez
Pese a lo que durante muchos siglos se creyó, mil años atrás no había escasez de tierras en Europa, sino todo lo contrario. Por lo menos, esa fue la teoría de Carlo M. Cipolla, un historiador económico que afirmaba que la tierra abundaba y que la mitad de la población, o tenía una propiedad, o era independiente en sus trabajos. Para él, la gran diferencia con Oriente radicaba en que la mayoría de la población no estaba casada, y por ello, no había familias numerosas y no se fragmentaba la propiedad. Como otros estudiosos, aseguraba que los molinos de agua, el arado, la rotación de los cultivos y la herradura y la brújula no solo ya se habían inventado en los siglos VII, VIII y IX, sino que se utilizaban a menudo, incluso para la producción de cerveza, y en los años mil y tantos, en la de curtidos y papel.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Pese a lo que durante muchos siglos se creyó, mil años atrás no había escasez de tierras en Europa, sino todo lo contrario. Por lo menos, esa fue la teoría de Carlo M. Cipolla, un historiador económico que afirmaba que la tierra abundaba y que la mitad de la población, o tenía una propiedad, o era independiente en sus trabajos. Para él, la gran diferencia con Oriente radicaba en que la mayoría de la población no estaba casada, y por ello, no había familias numerosas y no se fragmentaba la propiedad. Como otros estudiosos, aseguraba que los molinos de agua, el arado, la rotación de los cultivos y la herradura y la brújula no solo ya se habían inventado en los siglos VII, VIII y IX, sino que se utilizaban a menudo, incluso para la producción de cerveza, y en los años mil y tantos, en la de curtidos y papel.
Todos y cada uno de aquellos inventos y sus respectivos usos fueron forjando una sociedad distinta, que tuvo uno de sus puntos decisivos con la creación de las monedas de oro, que surgieron en Venecia, Génova y Florencia entre 1252 y 1284. Con la moneda y su valor estandarizado, se volvieron necesarios los bancos y los banqueros, palabras que empezaron a hacer parte del habla común, así como el ahorro y el “contrato di commenda”, en el que se establecía cómo un sujeto le prestaba dinero a otro para sus operaciones comerciales a cambio de que este se lo devolviera con intereses. Eran los principios de las inversiones de “capital”, para las que se requerían casas que hicieran posible esas transacciones. Según Cipolla, por aquellos años se fundaron en la península itálica numerosas casas de cambio.
Las casas de cambio eran bancos. Fueron los primeros bancos de la historia de Occidente, unos más regularizados que otros, pero bancos. De su honestidad y efectividad, esencialmente, dependían su nombre y su futuro. Con los años, la experiencia, las aperturas a distintos lugares y en otras regiones, y la confianza, se fueron disgregando por las costas del Mediterráneo y los territorios que los indios llamaban “Urufa”. Aunque las primeras monedas de la historia se habían creado ocho siglos antes de Cristo en el Imperio Persa y se habían popularizado en Grecia y en los tiempos del Imperio Romano, ni en Persia ni en Grecia ni en Roma se formaron casas de cambio, o de guardar. Las monedas griegas, primero, y los denarios, más tarde, circulaban y eran objeto casi que de veneración entre algunos pobladores, algunos de los cuales las guardaban muy cuidadosamente para prever cualquier eventualidad.
Con ellas se compraba y se vendía, como en tiempos muy anteriores se hacía con los bueyes y las ovejas, sin embargo, no había instituciones “oficiales”, o aprobadas por los gobiernos, que funcionaran como bancos. Más allá de la trascendencia que tuvieron los bancos al comienzo de los años mil doscientos y demás, de las migraciones, la instauración de la idea de comercio y la tenencia de tierras, Europa se fue formando y unificando alrededor de la Iglesia Cristiana. Como escribió Peter Watson, “En esa época, el nombre de Europa se utilizaba muy poco. Se trataba de un término clásico que se remontaba a Herodoto, y aunque Carlomagno se había autoproclamado ‘pater Europea’, el padre de Europa, para el siglo XI el término más común era ‘Christianitas’, cristiandad”. En sus comienzos, la Iglesia se había empeñado en su expansión territorial y en una reforma que llevara a los monasterios regados por la cristiandad a convertir a los escépticos.
En palabras de Watson, “De todo ello surgió un tercer capítulo en la historia eclesiástica, en el que el localismo y la dispersión fueron sustituidos por un control centralizado, el papado. Hacia los años 1000-1100 d. C. la cristiandad entró en una nueva fase, en parte debido a que el milenio se había revelado incapaz de proporcionar nada espectacular (apocalíptico) en el ámbito religioso, en parte como consecuencia de las cruzadas, que al identificar un enemigo común en el islam, actuaron también como una fuerza unificadora entre los cristianos”. Pese a que ya estaban sobre las mesas las fuerzas y las razones de la unificación, aún había infinidad de asuntos por resolver, fundamentalmente de tipo doctrinal y jurídico. Poco a poco, las conversaciones, propuestas, discusiones, contrapropuestas y debates fueron yéndose hacia los monasterios y las escuelas. La historia los llamaría “escolástica”.
Por aquellos siglos aún se hablaba y se escribía en latín, y el latín acabó siendo uno de los pilares del desarrollo de “Urufa”. “Por toda Europa -escribió Watson-, en los monasterios y en las escuelas, en las universidades que entonces se estaban estableciendo y en los palacios arzobispales, los legados y nuncios apostólicos intercambiaban opiniones en la misma lengua”. Luego añadió que los enemigos del monje y filósofo Pedro Abelardo, nacido a finales del año mil en Le Pallet, no solo le temían porque dijera que la fe debía ser lo más racional posible y porque emitiera conceptos heréticos para entonces y para después, sino porque tenían una vasta difusión. En sucesivas citas de Watson, decían: “Pasan de una raza a otra y de un reino a otro… atraviesan los océanos, cruzan los Alpes… se difunden por las provincias y los reinos”. Como él, cientos de monjes estudiosos iban de un lugar a otro regando los camino con sus saberes, opiniones, y los de la Iglesia.
Los monjes, los enviados por el Papa a recorrer el continente y aquellos que querían saber y se atrevían a saber, confirmaron las tesis del investigador R.W. Southern, quien sostuvo que los pensadores y los estudiosos eran una especie de “ente supranacional” que había ido unificando a Europa, y que habían sentado gran parte de las bases de los debates, el pensamiento, las formas de discusión y lo que en realidad importaba. “La teología, el derecho y las artes liberales fueron, según Southern, los tres puntales sobre los que se construyeron la civilización y el orden europeos durante los siglos XII y XIII”, escribió Watson, para agregar luego que “Estas tres áreas del pensamiento deben su coherencia y su influencia mundial al desarrollo de escuelas reconocidas en todo el continente”. Estudiantes, maestros, aprendices de teología, de las artes liberales y del derecho, iban a ellas, se nutrían de ellas, y regresaban a sus tierras para continuar propagando lo aprendido. Se iniciaban los tiempos de las universidades.