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Era un sitio al sur, a medida que el bus llegaba a su destino cruzando la ciudad las calles se ponían estrechas, las casas más juntas, los jardines desaparecían bajo el cemento, el hierro cercaba las propiedades, las tiendas tenían el volumen del radio más alto, abundaba la gente caminando en chanclas, bermudas viejas, camisetas desteñidas, vientres abultados, largos andenes sin sombras, hasta llegar a una de esas casas grandes con un patio pavimentado y sólo un árbol de almendro en una de las esquinas redimía en algo aquel calor sofocante, por una reja se entraba al Hospital Psiquiátrico de Barranquilla.
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Dando media vuelta en campana me devolví de la entrada, lo que vi ahí de golpe en aquel patio me quitó el aliento: hombres todos, como veinte, con gran deterioro físico, el pecho desnudo o con ropas viejas, raídas, sucias algunos caminando de aquí para allá, de allá para acá, otros, hablando solos, buscando no sé qué cosa en los bolsillos, sentados en un rincón mirando lejos, lanzando obscenidades al aire, preguntando que si querían que cantara una canción de Héctor Lavoe y de una vez tu amor es un periódico de ayer que ya nadie quiere leer y, allá, debajo del árbol de almendro uno de ellos inmóvil miraba hacia arriba con los brazos abiertos sin moverse por horas, ¿qué tiene? Catatonía. Una afección mental que se refleja en una parálisis física. De todas las personas que vi esa nunca he podido olvidarla ni al cantante como Héctor Lavoe porque tenía una gracia en su voz ya distorsionada por las medicinas psiquiátricas.
De la misma forma he evitado detenerme en la secuencia infinita de imágenes de los niños y niñas de Gaza, el aliento se corta ante esos rostros bellos inertes envueltos en las impecables sábanas blancas que contrastan con las ruinas sucias, el polvo, los escombros, el derrumbe de Gaza a manos del sionismo genocida. Sus suaves rostros dormidos como nuestros muñecos cuando jugábamos de niña no reflejan el sufrimiento que debieron sentir antes de morir, sólo al ver a sus madres y padres deshechos por el dolor termina uno por convencerse que sí, que han sido asesinados.
Pero los que quedan vivos…, quedan destinados a padecer un espectro de trastornos emocionales como el más espantoso de los hospitales psiquiátricos de Occidente. Las imágenes muestran a las criaturas bañadas en sangre, temblando, llorando, gritando, con miembros amputados, con laceraciones por todo el cuerpo; miles quedaron huérfanos sin un solo familiar, sin un Estado que los auxilie porque, también lo están derrumbando los sionistas. Las criaturas llegan a los hospitales en brazos de sus seres queridos, hospitales que también son bombardeados por Israel, de pronto se ve a un padre llevando a un niño como de ocho años, cargado de la cintura para arriba rígido, parece la estatua de un santo con los bracitos en alto, la espalda un poco hacia atrás, los ojos de largas pestañas desorbitados mirando un punto fijo con la última imagen en las retinas de la madre y las hermanas destrozadas por el bombardeo, la boca entreabierta, su cerebro de niño no tuvo la capacidad para comprender la explosión quedando paralizado, detenido en el tiempo como una foto sin poder soltar el grito de su garganta…, ¿qué tenía? Catatonía, como aquel adulto del hospital psiquiátrico hace tantos años, pero un niño así es mil veces más doloroso.
He recibido de regalo de Navidad de una querida amiga de Cali, Amalfi Bocanegra, un libro de cuentos sobre los niños y niñas en medio de los conflictos armados en distintos lugares del mundo como Colombia, Afganistán, Irak, Ruanda, Irlanda del Norte, Bosnia, Sudán, Palestina y otros, tan estremecedor porque muestra la fragilidad de esas criaturas frente a la maldad de los adultos haciéndonos reafirmar que la humanidad no ha avanzado nada al no concederle a la infancia el lugar que se merece, ser el sujeto y centro de la justicia. Y, hay que decirlo, sin miramientos, esta humanidad occidental, dirigida por el varón, no ha conseguido superar el ánimo dominante, destructor, explotador de toda una cuadrilla mundial enloquecida por el negocio de las armas, por el control del petróleo, por la esclavización de los humanos con los Estados Unidos de América a la cabeza.
Sobre el horizonte de una élite internacional mayoritariamente masculina apática a la tragedia de Palestina se alza la voz y la figura de una mujer valiente, adolorida, desesperada por el genocidio, es Ione Berraza, española, una de las líderes de Podemos, condenando con las palabras y los acentos justos el exterminio que Israel hace sobre el pueblo de Palestina. Y siente uno que este mundo, si se salva, se salvará por las mujeres porque, aunque digan que somos los dos sexos iguales, no lo somos, aun la mujer sigue siendo el reservorio de la compasión y de la búsqueda de la armonía, así estén surgiendo en todos los campos aquellas más rudas, egoístas y disipadoras que los mismos varones. Ione será la primera presidente de España y marcará un rumbo en la Europa perdida entre las maniobras de Estados Unidos.
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El día de ayer se celebró una de las fiestas más grandes de la humanidad, el 24 de diciembre, la Navidad, el nacimiento de Jesús, un Niño palestino también perseguido hace más de dos mil años como hoy lo son los niños y niñas de Gaza, comprobamos que no hemos avanzado absolutamente nada, que la infancia sigue siendo despreciada por los adultos, que los varones a través de todos estos siglos no asimilaron ni un poco de Jesús de Nazaret, de su principio sabio entre todos los principios, Paz y Amor, y su amparo hacia los niños, la mujer y los pobres. ¿Varones, a dónde fue a parar el legado de Jesús? ¿A dónde fue a parar esa inteligencia dulce, amorosa, reconciliadora? La cristiandad nos debe una explicación porque, a través de la historia, los varones han construido una sociedad brutal. Las criaturas sobrevivientes a este genocidio padecerán de ansiedad, angustia, insomnio, pesadillas, despersonalización, entre decenas de síntomas de alteraciones emocionales, como los pacientes del Hospital Psiquiátrico tan víctimas de esta sociedad como los niños de Gaza. Ese niño rígido que cayó en el estupor, que no pudo gritar ante la visión de su madre y hermanas estallando en mil pedazos, ¿cómo interpretó su pequeño cerebro, su alma de niño, aquellas imágenes? Como el fin del mundo…