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Los nombres en el fútbol (y IV)

Para terminar esta serie sobre los nombres del fútbol he recordado una columna de hace varios años en la que hice alusión al fútbol y una relación con el lenguaje bélico.

Juan Carlos Rodas Montoya
19 de junio de 2021 - 04:28 p. m.
"No hay necesidad de ir a la guerra para conocer la guerra, puesto que en cada juego se habita la propia, la de los miedos, los sentimientos, las caídas y los dolores humanos".
"No hay necesidad de ir a la guerra para conocer la guerra, puesto que en cada juego se habita la propia, la de los miedos, los sentimientos, las caídas y los dolores humanos".
Foto: Pixabay
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Globo libre, el primer balón flotaba sobre el grito espiral de los vapores. Roma y Cartago frente a frente iban, marineras fugaces sus sandalias. Rafael Alberti.

En esta oportunidad retomo el tema porque quedaron faltando dos o tres aspectos, por ejemplo, el hecho de que en las narraciones deportivas los malabaristas de la palabra (algunos) han hecho comparaciones entre fútbol y guerra. Por ello escuchamos expresiones o términos como: “remate, obús, tiro, riflazo, cañonazo, ariete, artillero, caza goles, balazo”. Parecen términos que se han naturalizado en el lenguaje simbólico del fútbol. Hay más y con mayor uso que los citados.

Ese mismo lenguaje bélico del que hemos venido escribiendo se convierte en metáfora en los apodos de los jugadores (bautizo de la calle, del barrio, del peladero) y, mientras más acertado es, más se queda tatuado en el jugador. Veamos algunos ejemplos. Agustín González: escopeta. Müller: torpedo. Carlos Mues: Cañón 42. Zamorano: bam bam. Stielike: tanque. Aravena: bombardero. Gorostiza: bala roja. Kempes: matador. Di Stéfano: Saeta rubia. ¿Por qué? El fútbol (el juego de la pelota nació hace más de tres mil años como un entrenamiento militar, no lo olviden. Los estadios tienen nombres de militares. Los narradores, programas deportivos y periódicos así lo confirman).

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Revisen los nombres de las barras del fútbol en todo el mundo y se dan cuenta de que los trapos están cargados de nombres que aluden a la guerra, a la batalla, a la muerte, incluso. Nombrar, nominar y bautizar son verbos que hacen nacer y hacer, es decir, lo que no está nombrado no tiene existencia sino en potencia. Por estas razones tenemos otras metáforas, otras simbologías que califican y en esta calificación hay una historia, una narrativa, un trozo de literatura que ha de ser contada para que cobre existencia.

Fíjense en este listado porque apodos, nombres y cualidades bélicas, se dan, también, en las palabras que les asignamos a los equipos: “culés, vikingos, periquitos, gallinas, orejudos, funebreros, pincharratas, canallas, leprosos”. Sucede en el fútbol, en la recocha, en los mundiales de fútbol y en la vida de una “recochita” entre amigos. Sucede porque hay humanidad y literatura para poetizar y darle metaforocidad a las expresiones con las que nos comunicamos los seres humanos.

No hay necesidad de ir a la guerra para conocer la guerra, puesto que en cada juego se habita la propia, la de los miedos, los sentimientos, las caídas y los dolores humanos. Ayer estaban prohibidas las apuestas en el fútbol y, paradójicamente, hoy los patrocinadores que hacen posible los eventos deportivos están determinados por casas de apuestas y los jugadores, casi todos, aparecen allí para confirmar que apostar, tal vez, sea más importante que jugar fútbol.

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Si hacemos este ejercicio en Colombia sobre apodos, calificativos, barras y lenguaje, inferimos que también existe esta historia bélica que se mete en todos los rincones de la humanidad y, como diría Catalina Rodas: “En esto de las apuestas pienso que la guerra la va ganando el mercado. No importa cuántos jugadores caídos haya, no importa la violencia estatal contra la gente que se moviliza, el fútbol continúa, pase lo que pase”.

Paradojas del lenguaje que lenguajea.

juan.rodas@upb.edu.co

Por Juan Carlos Rodas Montoya

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