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                                                                                                                                  Los pactos de Jaime Granados

                                                                                                                                  Presentamos el primero de dos textos que pretenden hurgar en la vida de los abogados más registrados en las noticias de este 2020: Jaime Granados y Reinaldo Villalba. Granados es el abogado del expresidente Álvaro Uribe, quien este año fue enviado a detención domiciliaria por la Corte Suprema de Justicia.

                                                                                                                                  Jaime Granados estudió derecho en la Universidad Javeriana. Su graduación fue el 6 de noviembre de 1985, día de la toma del Palacio de Justicia.
                                                                                                                                  Foto: Jose Vargas
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.

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                                                                                                                                  Foto: Jose Vargas
                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Read more!
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                                                                                                                                  En su adolescencia comenzaba a leer a las 10 de la mañana de los sábados y entre semana lo hacía después de clases. A las tres de la madrugada (sin importar el día ni las obligaciones del siguiente) llegaba a la página 749 de Resurrección, por ejemplo, uno de sus libros favoritos junto con Guerra y paz, de León Tolstói. Los rusos Gógol, Dostoyevski, Pushkin y Turgueniev fueron quienes lo prepararon para lo que tendría que asumir después de que decidiera salir de su cueva sostenida por frases más bellamente escritas que las que encontraría en las calles de la Bogotá a la que dice, nostálgico, que no había que tenerle miedo. La rítmica, la métrica de la poesía las recibió después de los aluviones de prosa, que no solo fue rusa. Se deslizó entre los franceses, los griegos e ingleses hasta llegar a Gustavo Adolfo Bécquer, quien lo inició entre el grupo de poetas románticos, compañeros de las emociones que más tarde le interrumpieron otras lecturas.

                                                                                                                                  Read more!

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                                                                                                                                  PUBLICIDAD

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                                                                                                                                  Los primeros años de colegio los hizo en el Instituto del Carmen de los hermanos maristas, hoy colegio Champagnat. Allí se paraba en la entrada del baño y cobraba la entrada. El que no pagaba, no entraba, o se ganaba un puño de Granados, dependiendo del genio con el que se hubiera levantado. Cuando superó la primaria, el rector del colegio le dijo a su papá que primero muerto antes de recibirlo para bachillerato. Lo matricularon en el Liceo de La Salle, el lugar en el que pasó los seis años más felices de su vida: conoció a sus mejores amigos, se enamoró las primeras veces y dio con personas que promovían al “nerd”, algo que en otros lugares hubiera sido un desprestigio. A los 16 años le llegó el momento de elegir carrera y lo único que quería hacer era acumular más horas cerca de la literatura, la historia y la filosofía. Cuando el papá se enteró de sus intenciones le preguntó: “Mijo, cuáles son los historiadores colombianos que usted más admira”. Granados nombró a Alberto Dangond Uribe, entre muchos otros que ya no recuerda. “¿Sabe qué tienen en común? Que son abogados”. Así fue como hábilmente inclinó la balanza. En 1977, el sacerdote jesuita Gabriel Giraldo recibió al seducido muchacho en la Universidad Javeriana para estudiar derecho.

                                                                                                                                  Granados, frecuentemente, nombra a las personas con nombre y apellido. Cuando se trata de su vida personal, de las decisiones que lo llevaron a donde está, se queda callado después de cualquier pregunta y mira hacia arriba, hacia los lados o hacia el horizonte y piensa y piensa y piensa. Luego se lleva la mano al mentón y, un segundo antes de responder, regresa la mirada a la de su interlocutor. Cuando abandona el ritual, las palabras salen tan rápido que es difícil entenderle. Esta pausa es su forma de recordar: sus intervenciones en medios de comunicación y audiencias públicas distan mucho de este ensimismamiento fugaz en el que pareciera elegir los recuerdos como quien elige una carta en una partida de póquer decisiva. Así fue como recordó que padeció su primer año de derecho y que lo único que pensaba después de cada clase con los jesuitas era que eso “no era lo suyo”. No lo dejaban discutir y todo tenía que aprendérselo de memoria, un imposible para él, que nunca tomó notas. Fue un consejo de su padre el que, de nuevo, lo reconcilió con la idea de ser abogado: le dijo que se consiguiera el programa de clases y lo estudiara antes de entrar al segundo año para que llegara con ventaja. Quince días antes de entrar, Granados estudió lo que le esperaría en el siguiente intento, una estrategia que le funcionó ya que no importó que no escribiera en un cuaderno: llegaba con el tema entendido y le daban la oportunidad de confundirse o de confundir a los demás.

                                                                                                                                  ¿De leer literatura a leer códigos civiles? ¿No fue brusco ese cambio?

                                                                                                                                  Pero si el Código civil lo hizo Andrés Bello, todo un literato. No fue un cambio brusco porque se trata de encontrarle sentido a las palabras, que son las que reflejan la vida de los seres humanos. En el fondo, lo que hace el derecho es narrarnos. No hay nada de lo que uno haga en la vida que no tenga un trasfondo jurídico y religioso.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  ¿Por qué eligió el derecho penal?

                                                                                                                                  Porque es el más humano de los derechos. Es el que a uno le permite entender al ser humano. No hay nada tan profundo en el derecho que identifique al ser humano en sus miserias y grandezas como el derecho penal.

                                                                                                                                  Y siendo tan joven, entendiendo los casos con los que iba a lidiar y las represalias que en ocasiones sufrían algunos abogados ¿no le dio miedo?

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Pero claro. A quién no le iba a dar miedo entrar a una cárcel cuando era estudiante. En el consultorio jurídico a uno le tocaba defender a los atracadores. Pero era fascinante asumir el reto y el desafío de que la libertad de esa persona dependiera de uno, además de ver las fallas del sistema y entender que todos nos equivocábamos siempre. Me dio miedo, pero fue un amor a primera vista. No concibo la vida sin lo que significa el derecho penal.

                                                                                                                                  *

                                                                                                                                  Granados se decidió por el derecho penal mucho antes de que tuviera que tomar la decisión en el tercer año de su carrera: su papá, fervoroso gaitanista, tenía las obras completas de Jorge Eliécer Gaitán, y su hijo quedó tan fascinado que, poco después de terminarlas, salió afanado a buscar los libros de Alfonso Reyes Echandía, jurista, magistrado y profesor colombiano que fue asesinado en la Toma del Palacio de Justicia; y Luis Carlos Pérez, un reconocido penalista que falleció en 1998.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Después de una sola promoción graduada en 1950, el primer penalista que dio la Universidad Javeriana fue Édgar Lombana. El siguiente fue Granados, que se graduó el 6 de noviembre de 1985, día de la toma y la retoma del Palacio de Justicia, la tragedia de la que se salvó porque para su ceremonia tenía que cortarse el pelo y por eso no alcanzó a llevarle la invitación a Miguelito Roa Castelblanco, el relator de la Sala Constitucional de la Corte Suprema. Casualmente, la tesis con la que se graduó sostenía que no se le debía, ni se les debe -porque no ha cambiado de opinión- dar ningún trato benigno a los “mal llamados” delincuentes políticos.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Su tesis coincide con una de las principales características de su personalidad, o por lo menos así lo asegura Mur, su amigo, a quien no le gusta que, cuando se pone de mal genio, Jaime Granados es implacable. Dice que lo enfurecen las cosas mal hechas, y cuando algo no se hace bien, toma medidas definitivas sin posibilidad de conciliación. Sostiene que Granados siempre hará lo posible porque se paguen las consecuencias de las torceduras, los desvíos y las mediocridades. Mur, abogado laboralista, que se asombra de que las capacidades de su amigo sean “gastadas” en defender al expresidente Uribe, dice que no entiende cómo alguien puede ser negro, inteligente y conservador, además de lanzar un impetuoso “no” a la pregunta de si contrataría a su amigo como abogado: le parece muy “complicado” trabajar con un penalista que no haga nada mal, en este país donde todo es tan turbio.

                                                                                                                                  Quienes hablan de Granados y lo insultan en las redes sociales lo hacen porque es el abogado de Álvaro Uribe Vélez, y se refieren, exclusivamente, al caso y sus estrategias como defensor. Nadie conoce su historia ni se atreve a dar un concepto diferente al que podrían dar sus más allegados. Las opiniones de la izquierda, sus lógicos contradictores, se limitan a su gestión como abogado. Como persona no hay opiniones, y no las hay porque, según dicen, no lo conocen.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Granados descarga su mano derecha en el costado de un sofá y se libera una fuerza pesada que lo anuncia, así permanezca en silencio durante sus ya mencionados rituales de recordación. Con la izquierda, en la que carga un reloj que le monitorea las pulsaciones y la tensión, hace un gesto de que poco le importa la palabra “polémica”. De que las controversias por defender a los clientes que ha aceptado defender ya no lo intranquilizan. El caso que más lo marcó fue el de Aura María Velázquez, a quien recibió cuando estaba en el consultorio jurídico y era un estudiante. La mujer era un ama de casa que había ahorrado toda la vida para comprarse una casa, pero le confió su dinero al hijo de sus patrones. Cuando el niño se convirtió en un hombre, le robó el dinero a Velázquez, quien jamás lo pudo recuperar: Granados perdió el caso y llora cuando la recuerda.Tiene que parar cuando habla de “su más entrañable cliente”, que desde su casa en Venecia, un humilde barrio del sur de Bogotá, se montaba en un bus hasta llegar a Normandía para entregarle una botella de vino Sansón o hasta una gallina como agradecimiento.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Años más tarde representó al coronel retirado Alfonso Plazas Vega, quien para él rescató el Palacio de Justicia (Plazas Vega fue llamado a juicio por las desapariciones forzadas que se ejecutaron tras la retoma, pero la Corte Suprema no halló pruebas suficientes para condenarlo). Granados frunce los labios y la frente, y concluye que esa lucha no ha sido bien entendida. Luego fungió como abogado de Laura Moreno, a quien se le acusaba de participar en la muerte de Luis Andrés Colmenares, caso por el que además, en 2014, una jueza mandó a Granados a una celda durante 48 horas como medida correctiva por dar declaraciones del caso en varios medios de comunicación. Sin embargo, su cliente más mediático es el exmandatario Álvaro Uribe Vélez.

                                                                                                                                  Jaime Granados es abogado del expresidente Álvaro Uribe Vélez y su familia desde 2006.
                                                                                                                                  Foto: EFE - Mauricio DueÒas CastaÒeda
                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  El expresidente, que le pone un punto seguido a cada frase que separa las cualidades de su abogado, dice que los dos tienen el mismo problema: son muy confiados. “Nunca pensamos que con lo que tenían en mi contra hallaran un motivo para meterme a la cárcel. Nos equivocamos él y yo, nos confiamos de muy buena fe”. Después aclara, entre muchas otras cosas, que Granados es un hombre “químicamente bueno” y que no se afana en controlar su emotividad. Le admira su cultura y su devoción por el estudio: “Cuando uno lo lee o lo oye hablar sobre lo que se llaman los temas dogmáticos del derecho, en muchas materias está a la par de los mejores doctrinantes del mundo”, asegura el antiguo jefe de Estado, quien, como Granados, también es abogado.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Como lo registró este diario, la Corte, de manera unánime, dictó medida de aseguramiento al expresidente dentro de la investigación en la que supuestamente intentó manipular el testimonio de Juan Guillermo Monsalve, quien ha declarado que Uribe fue promotor del bloque Metro de las autodefensas y por, supuestamente, haber hecho gestiones -con oferta de prebendas incluidas- para conseguir en su favor la declaración de al menos dos exparamilitares, para que dijeran que habían recibido presiones del senador Iván Cepeda con el fin de hablar ante la justicia en contra suya.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  “El presidente es el presidente”, es lo que dice Granados de Uribe. Se conocieron el 31 de agosto de 2004 en la Casa de Nariño, y se acuerda de la fecha porque ese día se sancionó la Ley 906 de 2004 del Código Penal Acusatorio. Luis Camilo Osorio le presentó a un tipo, para él, sencillo y abierto, a quien admiraba por el “rescate” de Colombia, un país que para Granados estaba perdido, sitiado, acorralado. En 2006 comenzó a ser su abogado y el del resto de su familia. Se siente honrado con los eventos íntimos que han compartido, como las visitas en sus casas, el matrimonio de los hijos del expresidente y los cumpleaños de Granados y de su padre, porque sabe que su cliente prefiere la intimidad de sus paredes y el contacto con sus caballos, pero sobre todo, porque “los roles están claros”. Ni cuando lo conoció ni cuando lo ha visto de mal genio Granados -asegura- ha visto a un ser humano distinto al que aparece en los medios de comunicación hablando sobre lo que le convendría al país desde que dejó de ser el jefe de Estado. Le agradece la inclusión a su círculo más personal, en el que tiene la impresión de que la figura central de la vida de Uribe es Lina Moreno, la única que logra reducir la autoridad de su esposo: cuida, protege y guía a quien su papá, Alberto Uribe Sierra, levantaba en la madrugada desde que era un niño para que cabalgara.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Lo que más le gusta a Granados de Uribe es su calidez humana, y lo que menos, su terquedad, rasgo que, casualmente, comparten. Lo reconoce y, además, así lo describe otro de sus mejores amigos, Joaquín Polo Montalvo -exsubdirector del DAS en la época de María del Pilar Hurtado, quien fue condenada por las interceptaciones y seguimientos ilegales que se hicieron a periodistas, magistrados y miembros de la oposición en los tiempos de Uribe como presidente-, que reitera que a Granados le cuesta conceder, y que tal vez haya mejorado con los años, pero que no podría alejarse después de las veces en las que le demostró que es uno de los tipos más generosos que conoce. Polo, después de un suspiro hondo y el trago de algún líquido que le activó la memoria, recordó que tuvo que lidiar con el huracán Johan, en 1988, cuando era secretario de Gobierno de San Andrés, y solo pudo irse tranquilo cuando su amigo se ofreció a quedarse en la casa con su mamá, de quien estuvo pendiente durante toda la ausencia del hijo doblemente angustiado: desastres naturales y fragilidades de la vejez.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  Se habla mucho de la rutina de su cliente, Álvaro Uribe, de quien se ha dicho que si compitiera contra una máquina que pudiese hacer su trabajo, ganaría en franca lid. Tiene fama de que durante sus jornadas no se cansa y de que resiste para nunca hastiarse. Se cree que no se jubilará, una pesadilla para la mitad del país, y para la otra, una clara demostración de fuerza. Los hábitos de su abogado se inician también a las cinco de la mañana. Se prepara tres cafés y se los toma, uno detrás del otro. Después prende la radio, agarra el impreso del periódico El Tiempo y comienza a leer. Continúa consultando El Espectador, que revisa en el celular y que también lee en el papel los domingos. Le dedica dos horas a informarse y, cuando cree que termina, pasa a revisar el clima, sus pulsaciones y monitorea sus horas de sueño. Casi todo lo que come es líquido, así que desayuna con huevos tibios y blanditos, jugo y más café. Se declara fanático del Nespresso.

                                                                                                                                  No ad for you

                                                                                                                                  A lo largo de su vida ha hecho varios pactos consigo mismo: no defender a violadores ni narcotraficantes, ni mucho menos viajar a Cuba mientras algún Castro esté a la cabeza: no les perdona, dice, que le hayan heredado los ideales de la revolución a las Américas. ¿Las guerrillas colombianas se alzaron en armas para pelear por ideales justos? “No”. La respuesta de Granados sale mediada por un gesto burlón que después le dibuja cierta indignación en la cara. Para él, en Colombia no ha habido conflicto armado, o solo existió en las luchas del siglo XIX, que terminaron en la Guerra de los Mil Días. Cierra los puños y los apoya en el borde de la mesa, después de quitarse de un tirón la servilleta de tela que tenía en el pecho, para decir que la violencia del siglo XX y lo que va corrido del XXI ha sido ocasionada por “grupúsculos” en los que no se armó más del 1 % de la población. “El presidente Uribe y yo queremos la paz, pero esa no llegará si no nos liberamos de ese yugo infernal”.

                                                                                                                                  Ver todas las noticias
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