Los rituales del Petronio Álvarez: danza, viche y pañuelo
El Festival Petronio Álvarez se terminó el pasado domingo. Comida, artesanías, bebidas ancestrales y música acompañan rituales y creencias que se celebran durante cuatro días en Cali.
Laura Camila Arévalo Domínguez
“Realmente, el pelo no es para plancharlo ni pintarlo. Nuestros cabellos son antenas que reciben energía, así que el turbante es, entre otras cosas, protección: te lo pones pensando en lo que quieres y resguardas ese sueño, además de servirte como escudo para lo malo”, contó Lía Samantha, diseñadora de ropa afrocolombiana, cuando le preguntaron si una mujer blanca podía ponerse un turbante sin verse disfrazada ni ser irrespetuosa.
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Respondió que sí. Que, de hecho, los venden para que el que quiera se lo ponga, pero que la diferencia está en la conciencia al elegir el accesorio, tomarse cualquier bebida ancestral y hasta cantar una canción del Pacífico. El Petronio, más allá de ser un festival y una competencia, es un homenaje a la conciencia.
La forma del moño y su ubicación significan cosas: si están casadas, solteras o si le quieren decir al que se cruce que se enorgullecen de su fuerza o su autonomía. Casi que son coronas, pero sin la pretensión de los lujos de un reinado, sino con la búsqueda de afirmarse como seres humanos descendientes de esclavos que les legaron la terquedad por defender la vida.
El Festival Petronio Álvarez comenzó el pasado jueves, 16 de diciembre. Desde ese día, 44 grupos del Pacífico se presentaron en cuatro modalidades: Conjunto de Violín Caucano, Conjunto de Marimba, Conjunto de Chirimía de Flauta y Clarinete y Versión libre.
Los jurados, que se ubican entre el público y justo al frente de la tarima, eligen a tres finalistas que, entre ellos, se disputan el primer lugar. Los premios fueron entregados el pasado domingo, 19 de diciembre. La noche la cerró el Ensamble Pacífico 2021, dirigido por Hugo Candelario y compuesto por artistas como Marcos Micolta, Nidia Góngora, entre otros. Mi Buenaventura, Te vengo a cantar y Tío Guachupecito fueron algunos de los clásicos de la música Pacífica que cerraron esta edición del Petronio, que no se realizó en 2020 por la pandemia.
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Hay una zona destinada a la venta de artesanías, ropa, maquillaje y adornos. Otra para la comida y una más para las bebidas ancestrales. No hay ninguna otra opción: en el Petronio no se vende aguardiente, cerveza o ron. Se toma curao, viche, tomaseca y arrechón. Al entrar se hace un recorrido por cada rincón del Pacífico a través de su cultura materializada en arte para los ojos, el gusto y los oídos.
A las mujeres, Doña Sixta, una de las vendedoras de bebidas en el Petronio, les advirtió sobre la tomaseca: “Mejor asegúrese y oblíguelos a que se pongan doble gorrito, que ya me han presentado a los trillizos de mis botellas”. Y a los hombres, que mucho cuidado con el arrechón, que de ahí no había reversa. Los que la escucharon se decidieron por el curao: mientras se baila y se toma, también se cura. El coctel de la dicha.
Hubo un bogotano de cachetes colorados y sonrisa generosa que compartió un ritual que le sugirió un amigo de la región: “Cuando llegue compre media de curao, métasela en el bolsillo de atrás, saque el pañuelo, tómese uno doble mirando la luna llena y empiece a danzar, porque aquí no se baila…”. Y así lo hizo, aunque no estaba muy seguro de si era para emborracharse o embarazar a alguien. Finalmente, le hizo efecto para reflexionar sobre lo afortunado que se sentía de tomar cantando sobre Justino García y la marimba.
Cuando salió de su clímax espiritual, y miró hacia la tarima, se tropezó con una mujer que, aproximadamente, medía 1,60, pero su turbante le regaló unos cinco centímetros más. Tenía los labios rojos y el sudor de sus pómulos combinaba con las candongas doradas que llegaban a sus hombros. Ella lo miró y él se disculpó. “Pero después de un traguito de tumbacatre”, se lo sirvió y le regaló la copa para lo próximo que le ofrecieran. Ese sí se usa como “potenciador sexual”.
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Los pasos de baile en el Petronio Álvarez se aprenden siguiendo al primero que se anime a armar coreografía. Nadie tiene que conocerse con nadie, solo coordinar. Siempre es bueno tener un pañuelo blanco para levantarlo con la mano derecha, mientras la izquierda sigue a la cadera o a los pies. Depende. No es difícil. Nada que tenga que ver con baile, comida o fiesta en el Pacífico es difícil. Puede que, más bien, sea casi imposible no dejarse llevar por esas letras sobre lo sagrado de la vida o los ancestros.
Las noches se terminan a las 12, aproximadamente, y de ahí la gente busca dónde amanecer: en la casa de Nidia Góngora con los arrullos o en algún bar de salsa de Cali donde también suene el Pacífico, como la Topa Tolondra que el pasado sábado cerró a las 5 de la mañana.
Los ganadores de cada categoría gritaron como si hubiesen quedado pensionados de por vida. La felicidad les durmió las manos. Lloraron y luego, de un salto, se esparcieron por toda la Ciudadela Petronio, que recibió a más de 150.000 personas durante los cuatro días del festival.
Al final, el bogotano se comió dos empanadas de camarón, compró curao para el frío de Bogotá y se fue bailando hacia una van que lo esperó afuera. Antes de subirse, preguntó por un “remate” de salsa, y le dijeron que todo Cali estaba listo. Volvió a mostrar los dientes y le juró a su amigo que volvería en agosto a lo que fuera: emborracharse, potenciar su deseo sexual o a ser papá de los trillizos, “los hijos del Petronio”.
“Realmente, el pelo no es para plancharlo ni pintarlo. Nuestros cabellos son antenas que reciben energía, así que el turbante es, entre otras cosas, protección: te lo pones pensando en lo que quieres y resguardas ese sueño, además de servirte como escudo para lo malo”, contó Lía Samantha, diseñadora de ropa afrocolombiana, cuando le preguntaron si una mujer blanca podía ponerse un turbante sin verse disfrazada ni ser irrespetuosa.
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Respondió que sí. Que, de hecho, los venden para que el que quiera se lo ponga, pero que la diferencia está en la conciencia al elegir el accesorio, tomarse cualquier bebida ancestral y hasta cantar una canción del Pacífico. El Petronio, más allá de ser un festival y una competencia, es un homenaje a la conciencia.
La forma del moño y su ubicación significan cosas: si están casadas, solteras o si le quieren decir al que se cruce que se enorgullecen de su fuerza o su autonomía. Casi que son coronas, pero sin la pretensión de los lujos de un reinado, sino con la búsqueda de afirmarse como seres humanos descendientes de esclavos que les legaron la terquedad por defender la vida.
El Festival Petronio Álvarez comenzó el pasado jueves, 16 de diciembre. Desde ese día, 44 grupos del Pacífico se presentaron en cuatro modalidades: Conjunto de Violín Caucano, Conjunto de Marimba, Conjunto de Chirimía de Flauta y Clarinete y Versión libre.
Los jurados, que se ubican entre el público y justo al frente de la tarima, eligen a tres finalistas que, entre ellos, se disputan el primer lugar. Los premios fueron entregados el pasado domingo, 19 de diciembre. La noche la cerró el Ensamble Pacífico 2021, dirigido por Hugo Candelario y compuesto por artistas como Marcos Micolta, Nidia Góngora, entre otros. Mi Buenaventura, Te vengo a cantar y Tío Guachupecito fueron algunos de los clásicos de la música Pacífica que cerraron esta edición del Petronio, que no se realizó en 2020 por la pandemia.
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A las mujeres, Doña Sixta, una de las vendedoras de bebidas en el Petronio, les advirtió sobre la tomaseca: “Mejor asegúrese y oblíguelos a que se pongan doble gorrito, que ya me han presentado a los trillizos de mis botellas”. Y a los hombres, que mucho cuidado con el arrechón, que de ahí no había reversa. Los que la escucharon se decidieron por el curao: mientras se baila y se toma, también se cura. El coctel de la dicha.
Hubo un bogotano de cachetes colorados y sonrisa generosa que compartió un ritual que le sugirió un amigo de la región: “Cuando llegue compre media de curao, métasela en el bolsillo de atrás, saque el pañuelo, tómese uno doble mirando la luna llena y empiece a danzar, porque aquí no se baila…”. Y así lo hizo, aunque no estaba muy seguro de si era para emborracharse o embarazar a alguien. Finalmente, le hizo efecto para reflexionar sobre lo afortunado que se sentía de tomar cantando sobre Justino García y la marimba.
Cuando salió de su clímax espiritual, y miró hacia la tarima, se tropezó con una mujer que, aproximadamente, medía 1,60, pero su turbante le regaló unos cinco centímetros más. Tenía los labios rojos y el sudor de sus pómulos combinaba con las candongas doradas que llegaban a sus hombros. Ella lo miró y él se disculpó. “Pero después de un traguito de tumbacatre”, se lo sirvió y le regaló la copa para lo próximo que le ofrecieran. Ese sí se usa como “potenciador sexual”.
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Las noches se terminan a las 12, aproximadamente, y de ahí la gente busca dónde amanecer: en la casa de Nidia Góngora con los arrullos o en algún bar de salsa de Cali donde también suene el Pacífico, como la Topa Tolondra que el pasado sábado cerró a las 5 de la mañana.
Los ganadores de cada categoría gritaron como si hubiesen quedado pensionados de por vida. La felicidad les durmió las manos. Lloraron y luego, de un salto, se esparcieron por toda la Ciudadela Petronio, que recibió a más de 150.000 personas durante los cuatro días del festival.
Al final, el bogotano se comió dos empanadas de camarón, compró curao para el frío de Bogotá y se fue bailando hacia una van que lo esperó afuera. Antes de subirse, preguntó por un “remate” de salsa, y le dijeron que todo Cali estaba listo. Volvió a mostrar los dientes y le juró a su amigo que volvería en agosto a lo que fuera: emborracharse, potenciar su deseo sexual o a ser papá de los trillizos, “los hijos del Petronio”.