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Amparo, personaje central de Los silencios, busca empezar una nueva vida. Asume un duelo y asume un resurgimiento junto a sus hijos. No tiene dinero para comprar los uniformes del colegio, decide comprar las telas y tejer la ropa de su niño y su niña. Esta es otra de las metáforas de la película: asumirse como una costurera de la existencia que va recogiendo los retazos del tiempo pasado y los retos del tiempo presente para unirlos y construir una nueva pieza, una vestidura que se convierte en armadura, que sabe que tiene algunas secuelas, algunas cicatrices, y que en palabras de la poeta Piedad Bonnett: “Las cicatrices, pues, son las costuras / de la memoria, / un remate imperfecto que nos sana dañándonos. La forma / que el tiempo encuentra / de que nunca olvidemos las heridas”.
Los silencios, película apoyada por DíaFragma - Fábrica de Películas (Colombia), Miríade Filmes (Brasil) y Ciné-Sud Promotion (Francia), se rodó en 2017 en Leticia, en el lugar donde el río más se parece a un dios, donde se sitúa la frontera entre Colombia, Perú y Brasil. Allí, entre embarcaciones, entre la imponente naturaleza que realza colores, vidas y formas de todo tipo, se expresa la ritualidad de Los silencios, se refleja esa característica particular de la diversidad cultural y social, de los encuentros entre comunidades indígenas, entre sociedades que pertenecen a naciones diferentes.
Algunas calles de la triple frontera no son compuestas de cemento, allí se camina sobre madera, sobre la fuerza mística del agua que mantiene una relación inquebrantable con el medio, con la subsistencia de las comunidades y con sus cosmogonías. Esas calles se muestran en este filme que nos sitúa en un contexto de pobreza, pero que más que pobreza es también un modo de resistencia de los pueblos a los modelos de progreso, a frenar las maquinarias y la sed de poder de algunos humanos que por su afán de dominar grandes cantidades de tierra están debilitando la pureza del planeta y consigo las esperanzas de muchos por habitar un lugar que nos siga permitiendo vivir de sus recursos y de sus paisajes.
Marleyda Soto, que interpreta a Amparo en Los silencios, recuerda con empatía y fervor los días de rodaje en las calles que huelen a madera y que se visten de ancestralidad. Recuerda con gracia que no tuvo inconveniente en subir 20 kilos para lograr el personaje que Seigner imaginaba para la película. Soto, que habló para El Espectador, se refiere con orgullo a una película que les exigió mostrar el valor del silencio en una sociedad acostumbrada al ruido, de los encuentros culturales que vivieron y de lo que ella llamó un trueque entre el equipo de Los silencios y los pueblos que habitan la Amazonia, pues en un mismo tiempo y espacio ambos grupos aprendían y exploraban en las artes, en las costumbres, en la intimidad de hogares que no cuentan con servicios básicos, pero que cuentan con personas sabias que enseñan a escuchar y a otorgarle otro sentido a la palabra y al lenguaje.
¿Cómo se apropia usted de una historia sobre el conflicto armado? ¿Cómo asumir un papel sin revictimizar al personaje que ha sufrido de manera directa la violencia?
Nosotros los colombianos sabemos que el país está en conflicto y entendemos que hay una guerra, unos acuerdos, unas situaciones específicas de violencia. Es algo que uno ve de la puerta para allá, uno no espera que eso toque su puerta, pero resulta que existen este tipo de películas que visibilizan la realidad de tantos y tantas que han sido víctimas del conflicto armado y lo que hacen es mostrar y decir: mire, más allá de lo que se muestra en los medios, esto también es lo que pasa con todas estas personas de las que no se habla. Y esta es una historia de mil. Y tener la posibilidad de estar en ella es sensibilizarse, es tener una empatía con la historia del conflicto, porque una cosa es ver las noticias desde acá, desde la comodidad de la silla, y ver lo que está pasando en el Urabá, y otra cosa es sentir que yo estoy contando esas historias. Eso me sitúa en otro lugar. Como ser humano me genera dolo, me genera tristeza; pero por otro lado siento que hay esperanza, en la historia de Amparo se muestra esa situación compleja que está viviendo y se muestra cómo ella misma decide continuar con coraje y fortaleza en la medida en que esas dificultades se convierten en oportunidades para ella. Desde allí soy una dolorosa privilegiada por tener que contar esta historia. Una como actriz quisiera contar que hizo el papel de espía, que tuvo que dar pata y puño, pero surge esta historia donde la heroína no da bala, no se pone la trusa, la licra o el antifaz, sino que es una mujer de verdad, como tantas sobre las que este país ha construido su historia.
Usted es el personaje que menos tiene que hablar desde el silencio. Cómo podemos explicar esa metáfora, cómo acostumbrar al espectador a que los asombros también pueden surgir de la ausencia de acción, de ruido, de escenas de ciencia ficción.
El silencio también es acción, también es escucha. Es una oportunidad de poder escuchar al otro, de poder escucharme a mí misma. Y Amparo está gritando todo el tiempo desde su silencio y tratando de oírse, pero esa voz no se oye, es un grito que se está cocinando, como Madre coraje de Bertolt Brecht. Aquí se muestra la mueca del dolor, la mueca de lo que no se puede decir, lo inaudible, pero lo que también tiene un eco, una reverberación alrededor de la película, hasta que finalmente ese silencio se oye y se oye, y ahí es cuando vemos cómo el personaje se va fortaleciendo.