Los supervivientes del 11M
“11M: Terror in Madrid”, documental de Netflix estrenado recientemente, cuenta con testimonios de las víctimas de los atentados de Madrid acontecidos hace dieciocho años.
Danelys Vega Cardozo
Te levantas y empieza un día como cualquier otro. Emprendes el camino habitual. Todo parece transcurrir con normalidad. No hay nada que te dé a entender que un evento extraordinario ocurrirá. Tal vez, el aviso más cercano de lo que pronto se avecina sea el presentimiento de una madre. “Conforme se iba yendo por el pasillo… tuve una intuición de pensar: no te vayas”. Pero ella no entendía de dónde provino esa sensación ni ella supo que la muerte y la vida se pelearían el 11 de marzo de 2004. El negro enceguece todo. Los estallidos ensordecen y el rojo cobra protagonismo. Cuerpos regados entre vagones. Algunos corazones han dejado de latir. Otros laten, pero con un precio de por medio: extremidades inferiores comprometidas. Para algunos, el miedo es doble: ser víctima de un atentado y al mismo tiempo ser un inmigrante indocumentado. Hubo 192 muertos y casi 2.000 heridos. La tragedia en números. Las cifras de los atentados de Madrid.
Han pasado dieciocho años del 11M, pero el olvido no ha llegado con el tiempo. “Es algo que aprendes a vivir con ello, pero no lo olvidas”, dice una de las víctimas de los atentados en el documental de Netflix 11M: Terror in Madrid. “El tiempo no cura nada. El tiempo no es doctor”, diría Enrique Bunbury. Las voces entrecortadas y los llantos que surgen en medio de los relatos que aparecen en el documental dan cuenta de las heridas que dejó el 11 de marzo de 2004. Heridas que, en su momento, fueron aprovechadas políticamente. Porque José María Aznar, entonces presidente del gobierno de España, se encargó de instaurar y alimentar la idea de que Eta había sido la responsable de lo acontecido. “No hay negociación posible ni deseable con estos asesinos, que tantas veces han sembrado la muerte por toda la geografía de España”, afirmó Aznar, refiriéndose a la organización terrorista, en un discurso pronunciado el día de los hechos. Pero la realidad era otra, una que no les convenía a él ni al Partido Popular. Porque el 14 de marzo se llevarían a cabo las elecciones generales, que definirían de forma indirecta al siguiente presidente. Esas que perdió.
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Y es que José María Aznar se encargó de “cavar su propia tumba”. El modus operandi de los atentados indicaba que la autoría no era de la Eta. Fueron diez bombas las que explotaron en tres estaciones de trenes —Atocha, El Pozo y Santa Eugenia— y en la calle Téllez. Aunque en realidad fueron trece las bombas que se intentaron explosionar, pero tres no alcanzaron a estallar. Unos detonadores hallados en una furgoneta cerca de una estación de tren en Madrid confirmaron que la dinamita utilizada durante el 11M no era Titadine, el arma que solía usar Eta, sino Goma-2 ECO. Durante el noticiero de las 9:30 p.m. del 11 de marzo de 2004, CNN informaba sobre una carta que había hecho llegar el grupo Al Qaeda a un medio británico, en donde se atribuían la autoría de lo ocurrido, según ellos por “viejas cuentas pendientes con la cruzada española”. Que Al Qaeda fuera el verdadero autor y no Eta era la verdad que se intentó callar. Aznar se encargó de llamar a los medios para que sostuvieran su hipótesis, afirmando sin titubear la autoría de Eta. Un titular de un periódico fue cambiado. “Matanza terrorista en Madrid” pasó a ser “Matanza de Eta en Madrid”. Hasta el expresidente del gobierno se encargó de que la ONU se pronunciara al respecto, que repudiara los atentados cometidos por la Eta.
Aznar estaba centrado en que no vincularan los atentados con el grupo terrorista yihadista, porque él había apoyado a George Bush en la invasión de Irak de 2003. Aquella decisión había despertado el descontento del pueblo español. Y entonces, quizá, José María Aznar, creyó que la estrategia electoral iba por ese lado: convencer a la opinión pública de que no podían ser otros más que los etarras los responsables del 11M. Y en medio de todo se olvidó de las víctimas. En medio de todo dejó la empatía a un lado. Los mensajes de unión y esperanza no llegaron, la gente veía cómo la democracia se tambaleaba y el pueblo comenzó a dudar de la hipótesis sostenida por el gobierno. El 12 de marzo las calles de Madrid se llenaron de una muchedumbre, de velas, y a ratos de voces silenciadas. Hubo un momento en que la multitud empezó a repetir una misma pregunta sin cesar: ¿quién ha sido? El 13 de marzo las manifestaciones continuaron en la sede del Partido Popular, la pregunta siguió rondando. Pero algo había que hacer para contener todo aquello. Las elecciones se celebraban al día siguiente. El canal español TVE cambió su programación a última hora. A las 11:30 p.m. se transmitió una cinta sobre un político asesinado por Eta. La maniobra no funcionó. En las urnas el Partido Socialista Obrero Español se impuso sobre el Partido Popular. La ventaja electoral ayudó a que, el 16 de abril de 2004, José Luis Rodríguez Zapatero fuera elegido presidente del gobierno de España.
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La gente salió a votar ese 14 de marzo, tal vez, porque sabía que ejercer su derecho al voto era un arma para combatir todo el horror del que habían sido protagonistas, la forma de demostrar también el descontento que sentían por los engaños propiciados por su gobierno. Y los votos en honor a otros no faltaron. “Fui porque mi niño quería votar, pero no lo dejaron”, menciona en el documental una de las víctimas indirectas. Y entonces las teorías conspirativas comenzaron a surgir. Y en diarios como Libertad Digital y El Mundo se empezó a cuestionar la veracidad de las investigaciones policiales. Se trató de convencer de nuevo a la opinión pública de que la verdadera responsable de los atentados no era una célula de Al Qaeda en España , sino Eta. Y hasta se llegó a sembrar la idea de que el Partido Socialista Obrero Español estaba involucrado en todo ello como una estrategia electoral. Lo cierto es que desde el 2001, luego de que se desmantelara a una de las células de Al Qaeda, se alentó la teoría de que Azizi —presunto autor intelectual del 11M— orquestó los atentados de Madrid.
El 11M demostró lo peor, pero también lo mejor de la humanidad. La solidaridad salió a relucir. Filas largas de gente acudiendo a donar sangre se vieron tras los atentados. La fortaleza surgió a flote. “Creo que no hay cobardía en esa situación. Es supervivencia”, menciona en el documental una víctima directa del 11M. Lo importante cobró relevancia ante una situación límite. “Me daba igual que tuviera quemaduras, me daba igual que tuviera fracturas, me daba igual que una de mis piernas había sido amputada. Me daba igual todo eso. Yo estaba viva”. “Yo no quiero revictimizarme, yo soy una superviviente y me considero así”, añade alguien más. Tal vez, para ellos, la palabra “víctima” no les hace honor, tal vez “superviviente” sea el término adecuado. Porque, como diría Edith Eger, “los supervivientes no tienen tiempo de preguntar “¿Por qué a mí?”. Para los supervivientes, la única pregunta relevante es: “¿Y ahora, qué?”.
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Han pasado dieciocho años del 11M, pero el olvido no ha llegado con el tiempo. “Es algo que aprendes a vivir con ello, pero no lo olvidas”, dice una de las víctimas de los atentados en el documental de Netflix 11M: Terror in Madrid. “El tiempo no cura nada. El tiempo no es doctor”, diría Enrique Bunbury. Las voces entrecortadas y los llantos que surgen en medio de los relatos que aparecen en el documental dan cuenta de las heridas que dejó el 11 de marzo de 2004. Heridas que, en su momento, fueron aprovechadas políticamente. Porque José María Aznar, entonces presidente del gobierno de España, se encargó de instaurar y alimentar la idea de que Eta había sido la responsable de lo acontecido. “No hay negociación posible ni deseable con estos asesinos, que tantas veces han sembrado la muerte por toda la geografía de España”, afirmó Aznar, refiriéndose a la organización terrorista, en un discurso pronunciado el día de los hechos. Pero la realidad era otra, una que no les convenía a él ni al Partido Popular. Porque el 14 de marzo se llevarían a cabo las elecciones generales, que definirían de forma indirecta al siguiente presidente. Esas que perdió.
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Y es que José María Aznar se encargó de “cavar su propia tumba”. El modus operandi de los atentados indicaba que la autoría no era de la Eta. Fueron diez bombas las que explotaron en tres estaciones de trenes —Atocha, El Pozo y Santa Eugenia— y en la calle Téllez. Aunque en realidad fueron trece las bombas que se intentaron explosionar, pero tres no alcanzaron a estallar. Unos detonadores hallados en una furgoneta cerca de una estación de tren en Madrid confirmaron que la dinamita utilizada durante el 11M no era Titadine, el arma que solía usar Eta, sino Goma-2 ECO. Durante el noticiero de las 9:30 p.m. del 11 de marzo de 2004, CNN informaba sobre una carta que había hecho llegar el grupo Al Qaeda a un medio británico, en donde se atribuían la autoría de lo ocurrido, según ellos por “viejas cuentas pendientes con la cruzada española”. Que Al Qaeda fuera el verdadero autor y no Eta era la verdad que se intentó callar. Aznar se encargó de llamar a los medios para que sostuvieran su hipótesis, afirmando sin titubear la autoría de Eta. Un titular de un periódico fue cambiado. “Matanza terrorista en Madrid” pasó a ser “Matanza de Eta en Madrid”. Hasta el expresidente del gobierno se encargó de que la ONU se pronunciara al respecto, que repudiara los atentados cometidos por la Eta.
Aznar estaba centrado en que no vincularan los atentados con el grupo terrorista yihadista, porque él había apoyado a George Bush en la invasión de Irak de 2003. Aquella decisión había despertado el descontento del pueblo español. Y entonces, quizá, José María Aznar, creyó que la estrategia electoral iba por ese lado: convencer a la opinión pública de que no podían ser otros más que los etarras los responsables del 11M. Y en medio de todo se olvidó de las víctimas. En medio de todo dejó la empatía a un lado. Los mensajes de unión y esperanza no llegaron, la gente veía cómo la democracia se tambaleaba y el pueblo comenzó a dudar de la hipótesis sostenida por el gobierno. El 12 de marzo las calles de Madrid se llenaron de una muchedumbre, de velas, y a ratos de voces silenciadas. Hubo un momento en que la multitud empezó a repetir una misma pregunta sin cesar: ¿quién ha sido? El 13 de marzo las manifestaciones continuaron en la sede del Partido Popular, la pregunta siguió rondando. Pero algo había que hacer para contener todo aquello. Las elecciones se celebraban al día siguiente. El canal español TVE cambió su programación a última hora. A las 11:30 p.m. se transmitió una cinta sobre un político asesinado por Eta. La maniobra no funcionó. En las urnas el Partido Socialista Obrero Español se impuso sobre el Partido Popular. La ventaja electoral ayudó a que, el 16 de abril de 2004, José Luis Rodríguez Zapatero fuera elegido presidente del gobierno de España.
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La gente salió a votar ese 14 de marzo, tal vez, porque sabía que ejercer su derecho al voto era un arma para combatir todo el horror del que habían sido protagonistas, la forma de demostrar también el descontento que sentían por los engaños propiciados por su gobierno. Y los votos en honor a otros no faltaron. “Fui porque mi niño quería votar, pero no lo dejaron”, menciona en el documental una de las víctimas indirectas. Y entonces las teorías conspirativas comenzaron a surgir. Y en diarios como Libertad Digital y El Mundo se empezó a cuestionar la veracidad de las investigaciones policiales. Se trató de convencer de nuevo a la opinión pública de que la verdadera responsable de los atentados no era una célula de Al Qaeda en España , sino Eta. Y hasta se llegó a sembrar la idea de que el Partido Socialista Obrero Español estaba involucrado en todo ello como una estrategia electoral. Lo cierto es que desde el 2001, luego de que se desmantelara a una de las células de Al Qaeda, se alentó la teoría de que Azizi —presunto autor intelectual del 11M— orquestó los atentados de Madrid.
El 11M demostró lo peor, pero también lo mejor de la humanidad. La solidaridad salió a relucir. Filas largas de gente acudiendo a donar sangre se vieron tras los atentados. La fortaleza surgió a flote. “Creo que no hay cobardía en esa situación. Es supervivencia”, menciona en el documental una víctima directa del 11M. Lo importante cobró relevancia ante una situación límite. “Me daba igual que tuviera quemaduras, me daba igual que tuviera fracturas, me daba igual que una de mis piernas había sido amputada. Me daba igual todo eso. Yo estaba viva”. “Yo no quiero revictimizarme, yo soy una superviviente y me considero así”, añade alguien más. Tal vez, para ellos, la palabra “víctima” no les hace honor, tal vez “superviviente” sea el término adecuado. Porque, como diría Edith Eger, “los supervivientes no tienen tiempo de preguntar “¿Por qué a mí?”. Para los supervivientes, la única pregunta relevante es: “¿Y ahora, qué?”.
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