“Los títeres me dieron vida”: Ciro Gómez
Con 50 años de existencia y persistencia, Hilos Mágicos es uno de los protagonistas del Festival de Artes Vivas (FIAV) Bogotá. Ciro Gómez y su grupo serán homenajeados. Presentarán diez de sus obras.
Juan Pablo Murillo
Ciro Gómez está afanado. Es uno de los maestros titiriteros más importantes de Colombia y no solo debe preparar las diez obras que se presentarán durante el Festival Internacional de Artes Vivas de Bogotá, sino que está alistando las maletas para viajar a España cuando se acabe el evento.
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Ciro Gómez está afanado. Es uno de los maestros titiriteros más importantes de Colombia y no solo debe preparar las diez obras que se presentarán durante el Festival Internacional de Artes Vivas de Bogotá, sino que está alistando las maletas para viajar a España cuando se acabe el evento.
Por eso no es descabellado imaginar que en su teatro y taller llamado Hilos Mágicos, ubicado en el norte de Bogotá, haya un sinnúmero de retazos de tela, tablas de madera, pinceles, serruchos y maletas repletas de títeres que, al igual que sus titiriteros, se preparan para una intensa jornada de presentaciones.
Llevan medio siglo trabajando por el teatro de títeres y con objetos en el país. Sus presentaciones han alegrado a niños y adultos por igual y la calidad de sus obras los ha llevado a recorrer más de 30 países y buena parte de los municipios de Colombia. Su trabajo les ha permitido montar más de 50 números de variedades y 44 montajes de espectáculos, entre los que destacan Antarquí, el hombre que podía volar; El tesoro de El Dorado y Travesuras para un arcoíris, entre otras. Han sido merecedores de reconocimientos como el Premio Teatral Ollantay, 1992, otorgado por el Celcit, y el Premio Nacional de Dirección Teatral, 2012, del Ministerio de Cultura.
Detrás de sus lentes hay años de dedicación y experiencia manejando marionetas, haciendo teatro de sombras, títeres gigantes, teatro negro y muchas otras técnicas de animación que, a los asombrados ojos de los espectadores, en especial de los niños, no pueden ser otra cosa que magia.
Un encuentro con los hilos
“Estoy metido en el teatro como desde los siete años. Estudiaba en el colegio de las monjas de La Presentación y allá me ponían a actuar en pequeñas obras en las que representábamos todos esos autos sacramentales religiosos. Unos años más tarde, cuando fui adolescente, estudié bandola, tiple, guitarra y piano con el maestro Julio Gutiérrez, de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Él me conseguía bonos en las zarzuelas que llegaban a Bogotá. Traían a los cantantes principales, pero en cada lugar donde actuaban conseguían jóvenes para que hicieran los coros: yo era uno de esos muchachos”.
Ciro Gómez continuó sus estudios en el Colegio Externado Nacional Camilo Torres, de donde se graduó. “Ganamos un premio de teatro intercolegiado y por eso nos asignaron a un director profesional de teatro: el titiritero Luis Álvaro Moya, quien trabajaba en la escuela del Palomar del Teatro Colón. Un día nos invitó a una función de marionetas. Fuimos más como por solidaridad con el maestro que por gusto, y cuando vimos lo que hacían dijimos: ‘Enséñanos a hacer marionetas’. Es que las marionetas pueden hacer cosas que los actores humanos no podemos realizar, como abrirnos en varias partes, volvernos a juntar, caminar en un dedo; son mágicas”.
Junto a otros alumnos, realizó un taller de un año, del que surgió (hace 52 años) el montaje de Las convulsiones, escrita por Luis Vargas Tejada. El nombre de la compañía nació de esos primeros momentos en los que aprendió sobre la magia que hay detrás de la animación de marionetas. “Continué estudiando Teatro en la escuela de los sótanos de la avenida Jiménez. Cuando se inundaron por la rotura de los tubos que canalizaban el río San Francisco, se perdió todo; hasta la biblioteca, todo lo que hice se pudrió”.
Con los $50 que ganó en la primera función se compró un martillo, un serrucho y lija: “Con las tablas de mi cama hice mis primeras marionetas”. Cuando la familia se enteró, corrieron a apoyarlo. “Mi mamá pintaba los telones, hacía los vestuarios. Mi hermano me ayudaba con el transporte para ir a las funciones. Con mis compañeros de teatro abrimos un taller de marionetas en el barrio Santa Isabel, donde comenzó Hilos Mágicos, en 1974″.
A medida que pasaban los años, empezaron a montar obras con diferentes técnicas, pues además de títeres y marionetas crearon teatro negro, de sombras, títeres gigantes, peleles y otras técnicas del mundo de los muñecos y objetos animados.
“Los titiriteros conocemos más Colombia que los mismos políticos, porque llevamos en dos o tres maletas un espectáculo y nos vamos a viajar por todos lados. En estos 50 años hemos hecho más de 15.000 presentaciones públicas”.
No todas las épocas han sido fáciles. Hablando por teléfono, concluyó esta conversación hablando de la etapa de crisis económica: “En 1997 tenía una deuda como de $25 millones y pensamos en cerrar”. Pero la ilusión y las historias de cada lugar han sido el impulso para continuar; como la vez que tercamente y contra las recomendaciones fueron a Granada, Antioquia, una región asediada por la violencia: “Era un pueblo del que había salido desplazada mucha gente. Llegamos con los títeres y nos dijeron que nadie iría a la función. La gente no salía ni se hablaba por temor. La función estuvo llena y la gente terminó llorando, abrazándose”.